domingo, 24 de junio de 2012

Recordando... El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante





Título original: The cook, the thief, his wife and her lover. Dirección: Peter Greenaway. País: Reino Unido. Año: 1989. Duración: 123 min. Género: Drama. Guión: Peter Greenaway. Producción: Kees Kasander. Fotografía: Sacha Vierny. Montaje: John Wilson. Música: Michael Nyman. Vestuario: Jean Paul Gaultier.

Intérpretes: Richard Bohringer (Richard, el cocinero), Michael Gambon (Albert Spica, el ladrón), Helen Mirren (Georgina Spica, su mujer), Alan Howard (Michael, su amante). 

Sinopsis: Albert es el sádico dueño de un restaurante. Su fuerte carácter y las tiránicas formas que aplica en el trabajo hacen que todos sus empleados estén sometidos a un continuo régimen de esclavitud, incluida su esposa a quien ridiculiza constantemente.


Aprovechando que hemos podido disfrutar recientemente de la presencia de Peter Greenaway en Sevilla, traigo aquí esta película del director galés. En la conferencia que ofreció explicaba los nuevos caminos por los que opinaba que debía discurrir el cine, alejado del texto y de la narración. Pienso que esto es algo más fácil de decir que de hacer, pero no se le puede negar su trabajo de exploración y el deseo de abrir nuevas perspectivas.

Es innegable la primacía que da Greenaway a lo estético y a lo sensitivo, fruto de su amplia formación en el campo de las Bellas Artes. Y esto es lo primero que nos impacta de su película. Arropado de un estilo barroco, crea un ambiente teatral de rojos cortinajes de fondo, abigarrada ambientación, telones que se echan. Y esto es así en tres de los escenarios que más aparecen: el exterior del restaurante, el comedor y la cocina. Al ver tanto animal abierto en canal, imposible no acordarse del tema del buey desollado, con una luz barroca a lo Carracci o a lo Rembrandt (diferente a la estética de las versiones de Soutine o Bacon). También destacan los exquisitos bodegones que observamos en primer plano gracias majestuosos travellings laterales.


Si quedaba alguna duda de la ambientación barroca, tenemos una referencia bien explícita. Repetidas veces apreciamos una obra pictórica de gran formato, El banquete de oficiales de la Compañía de la guardia cívica de San Jorge (Frans Hals, 1616). Buen ejemplo de retrato colectivo que muestra individualización en rostros, figuras y poses, recoge un ágape de esta agrupación de caballeros que colaboraban en el mantenimiento del orden de las ciudades. Es el telón de fondo de las cenas de Albert Spica y su séquito, los “caballeros” que mantienen el “orden” que quiere su jefe.

Si en Linterna Mágica tocamos en el pasado mes la díada gastronomía y cine ilustrándola con la película El festín de Babette, donde se nos ofrecía un elegante menú, Greenaway también presenta variadas suculencias. Pero él no se queda aquí, sino que además explora lo repugnante y lo que provoca nuestro más profundo rechazo. Me refiero a las secuencias que abren y cierran la película: coprofagia y antropofagia, ambas obligadas. Y es que lo macabro, la crueldad, es un tema del gusto del director que aparece aquí sin tapujos, en primer plano.


Otro aspecto que destaca es el vestuario de Jean-Paul Gaultier (recordar que el diseñador está en pleno apogeo como gurú de lo transgresor: al año siguiente vestiría a Madonna en la gira de Blond Ambition). Helen Mirren aparece vestida con los elementos habituales de sus creaciones: corsés, enrejados, plumas... Todo en aras de un erotismo de alta costura. Este vestuario adapta su cromatismo al escenario en que se encuentra, de modo que en la misma secuencia la ropa cambia de color como por arte de magia.

La iluminación crea también efectos conseguidos combinando los colores con sus complementarios, como es el caso del rojo (color que vence por goleada) sobre el que cae una luz intensa verde. Esto se ve, por ejemplo, cuando Albert Spica estalla de ira. Sin embargo, en una escena íntima entre Georgina y su amante, sobre un fondo verde, aparecen ellos iluminados por una atractiva luz roja anaranjada.



Por último, pero no menos importante, destacar la banda sonora de Michael Nyman, que es colaborador habitual de Greenaway. La música favorece la solemnidad de ciertos momentos, el significado de algo cercano a un rito (y es el cocinero el sacerdote, el que, a través de la comida y gracias a su complicidad, favorece la unión de los amantes, y a la vez da testimonio de ellos: “¿cómo puedo saber que me quería si no había testigos?”).

De las composiciones de Nyman destacan dos. El Memorial está inspirado en el Rey Arturo de Henry Purcell (sí, barroco también). Nyman lo compuso en 1985 dedicado a las víctimas del Estadio Heysel. Asombra realmente que no esté pensado para la película porque encaja a la perfección. También hay que subrayar el Miserere, basado en el Salmo 51 de la Biblia que termina con estas palabras: “aceptarás entonces los sacrificios justos / holocaustos y oblaciones / ofrecerán entonces sobre tu altar novillos”.




1 comentario:

  1. Me gustó mucho la peli cuando la vi en su día, además tuve la oportunidad de hacerlo en una sala de cine, con una acústica espléndida para la música de Michael Nyman, la cual realmente llama la atención por sí misma, algo que no suele pasar en un filme, dándole una vibración y un ritmo a la narración dignos de elogio, sobre todo en las secuencias de comilonas. Las composiciones pictóricas también son espléndidas.

    He de reconocer que es una de las pelis que más me gustan del cine reciente (que no son pocas), aunque cuando apareció en su día muchos conocidos míos dijeron que no se podía ver, pero no porque fuese mala, sino por su excesiva dureza. Conviene ir mentalizado.

    Pero no solo los aspectos puramente estéticos son fabulosos, también la trama me pareció buenísima y tremendamente original. Es una de estas películas que se enmarcan dentro del conocido como cine – metáfora, que tan grandes obras ha dado en la historia del cine. En este caso es una alegoría de la brutalidad del poder totalitario y de su capacidad represiva hacia el mundo de la cultura, el libro y la libertad de expresión. Hubo críticos en su momento que vieron al nazismo detrás de esta historia, con su quema de libros correspondiente, pero posiblemente tenga un sentido más genérico, aplicable a cualquier tipo de poder despótico y represivo.

    Hoy día seguro que más de uno ve alguna otra metáfora, como la de los recortes en cultura…

    Un saludo, Galo.

    ResponderEliminar