viernes, 26 de julio de 2019

Elisa y Marcela (Isabel Coixet, 2019)


Título original: Elisa y Marcela. Dirección: Isabel Coixet. País: España. Año: 2019. Duración: 129 min. Género: Drama.  
Jennifer Cox (Fotografía), Isabel Coixet y Narciso de Gabriel (Guión), Sofia Oriana Infante (Música), Rodar y Rodar / Netflix España / Lanube Películas / Zenit / TV3 (Producción).
Sección Oficial del Festival de Berlín 2019.
Estreno en Sevilla: 24 Mayo 2019 (salas) y 07 Junio 2019 (Plataforma Netflix).

Reparto:
Natalia de Molina, Greta Fernández, Sara Casasnovas, Tamar Novas, María Pujalte, Francesc Orella, Lluís Homar, Jorge Suquet, Manolo Solo, Milo Taboada, Manuel Lourenzo, Elena Seijo, Luisa Merelas, Roberto Leal, Amparo Moreno, Tania Lamata, Covadonga Berdiñas.

Sinopsis:
En 1885, Elisa y Marcela se conocen en la escuela donde trabajan. Lo que comienza como una gran amistad termina en una relación amorosa que tienen que vivir a escondidas. Los padres de Marcela sospechan de esta relación y la enviarán al extranjero unos años. A su vuelta, el reencuentro con Elisa es mágico y deciden tener una vida en común. Ante la presión social y las habladurías, ambas deciden trazar un plan: Elisa abandonará un tiempo el pueblo para volver convertida en Mario y poder casarse con Marcela, pero no todo será tan fácil para este amor no reconocido.

Comentarios:
Hay mujeres que se han convertido en un símbolo. Por enfrentarse a las convenciones de su época, por escarbar en sus contradicciones, por luchar y reivindicar sus derechos. Algunas fueron figuras públicas y por ello fuente de inspiración, como Emilia Pardo Bazán. Otras afrontaron la revolución de las costumbres desde la más estricta intimidad, como Elisa y Marcela, dos jóvenes de La Coruña que fueron capaces de ir más allá de los prejuicios para desafiar la moral de una época en la que se acostumbraba a juzgar la diferencia.
Nadie podía contar mejor esta historia que Isabel Coixet. Buena parte de su obra se ha centrado en la exploración de los deseos femeninos a través de toda una serie de personajes que se encontraban constreñidos, que necesitan liberarse de las ataduras que los oprimían para así poder alcanzar la libertad. Quizás por esa razón, ‘Elisa y Marcela’ es sin duda una de las películas más personales de la directora en mucho tiempo. Se nota la delicadeza con la que trata a sus protagonistas, esas dos chicas anónimas convertidas en iconos del feminismo por su extraordinario coraje a la hora de sentar un precedente histórico y convertirse en el primer matrimonio homosexual en España.
También es su película más generosa porque da la oportunidad a sus dos extraordinarias intérpretes, Natalia de Molina y Greta Fernández, de convertirse en el verdadero foco de atención hasta el punto de que todo lo demás casi parece diluirse, aunque ahí esté la elegancia en el trazo, la moderada poesía, la austeridad formal y el carácter sensorial de la propuesta.
 ‘Elisa y Marcela’ se divide en varios actos. En el primero representa el deseo reprimido. En el segundo se desata la pasión, y en el tercero se afrontan sus consecuencias. En todos ellos encontramos una pugna entre la pureza de los sentimientos y la hostilidad social, entre la naturaleza purificadora y los espacios cerrados. Casi podríamos decir que es una pieza de cámara. El espacio íntimo se sitúa como gran protagonista, pero resulta inevitable que lo social, político y religioso terminen por contaminarlo, de modo que esa hostilidad, de alguna manera, siempre se encuentra presente.
Hay mucha ternura en las imágenes que nos muestran esta relación prohibida. Es una película en la que las emociones se sienten, se acarician. No se trata de ponerse cursi. ‘Elisa y Marcela’ es mucho menos pretenciosa y repipi de lo que pudiera parecer a simple vista. Es una película tan humilde como sus personajes, que leen a Emilia Pardo Bazán y sueñan con un mundo mejor, más justo y más libre. (Beatriz Martínez).
Recomendada.

lunes, 15 de julio de 2019

En los 90 (Jonah Hill, 2018)


Título original: Mid90s. Dirección: Jonah Hill. País: USA. Año: 2018. Duración: 84 min. Género: Drama.  
Nick Houy (Montaje), Christopher Blauvelt (Fotografía), Jonah Hill (Guión), Trent Reznor, Atticus Ross (Música), Scott Rudin, Eli Bush, Ken Kao, Lila Yacoub (Producción), Scott Robertson, Alex G. Scott, Jennifer Semler (Producción ejecutiva), Heidi Bivens (Vestuario), Allison Jones (Casting).
Clasificada como una de las Mejores Películas Independientes del Año 2018 por la Asociación de Críticos Norteamericanos (National Board of Review).
Estreno en Sevilla: 21 Junio 2019.

Reparto:
Sunny Suljic (Stevie), Lucas Hedges (Ian), Katherine Waterson (Dabney), Na-Kel Smith (Ray), Olan Prenatt (Fuckshit), Gio Galicia (Ruben), Ryder McLaughlin (Fourth grade), Alexa Demie (Estee).

Sinopsis:
Stevie, un chico de 13 años que vive en el Los Ángeles de los años 90, pasa el verano lidiando con los problemas de su vida doméstica y divirtiéndose con su nuevo grupo de amigos, que ha conocido en una tienda de skate.

Comentarios:
Jonah Hill triunfó de forma atípica como actor y deslumbra en su debut como guionista y director. Su viaje a los 90 no tiene nada de particular, salvo un mínimo apego a la nostalgia. Quizá por eso sea innecesario que el espectador haya crecido en monopatín a lomos de aquella década o que tuviera una familia escacharrada. Hill prescinde del rollo de la identificación o de embaucar con recuerdos tramposos.
Lo que consigue su mirada de cineasta virgen, y aquí empieza lo asombroso, es atrapar el unicornio de la veracidad y varias subespecies más acabadas en «dad». «En los 90» respira verdad. No son meros trucos técnicos, aunque la textura y el formato de la fotografía acompañen, obviamente. La película es un trocito de autenticidad conservado en formol, con presupuesto indie y sin un discurso rimbombante ni cursi.
Como no hay nada de cartón piedra, aunque sí de acera y de barrio modesto de Los Ángeles, su inmersión en los personajes nos transporta a un aparente documental, pero sin sus «inconvenientes».
Tampoco es posible que todos los intérpretes sean genios por descubrir, por lo que cabe atribuir al recién nacido cineasta una capacidad brutal de extraer lo mejor de sus colegas. Muchos parecen recién recogidos en la calle, pero los ojos del protagonista, Sunny Suljic, y el alma del líder de la pandilla, Na-kel Smith, sobrevuelan por encima de la excelencia con inaudita naturalidad. Oirán mil comparaciones, muchas acertadas, pero esta cinta es única. (Federico Marín Bellón).
Recomendada.

miércoles, 10 de julio de 2019

Regreso al lugar donde crecen las “Fresas Salvajes”




“La cuestión ya no es si Dios ha muerto, la cuestión es si el hombre ha muerto”

Sueño, recuerdo y presente: en Fresas salvajes (1957) Ingmar Bergman reúne varios planos de forma tan hábil que la imaginación y la reflexión, lo ilusorio y lo meditado se entremezclan con fluidez en la ficción. El tema central de la película se escenifica ya en una escena onírica del principio: el miedo a la muerte. Un viejo camina por una ciudad desierta a la luz resplandeciente de la mañana. Relojes sin agujas, rostros sin ojos: los símbolos recuerdan cuadros surrealistas y surgen de una pesadilla. Un coche fúnebre choca contra una farola, el ataúd cae y el muerto sale despedido: el director dijo que él lo había soñado muchas veces, y exhortó a ver la película como autobiográfica.


Fresas salvajes es la historia de un día. Isak Borg (Victor Sjöström), un profesor de medicina de setenta y seis años, va en coche desde Estocolmo a Lund, una vieja ciudad universitaria sueca, donde será investido doctor honoris causa. Le acompaña su nuera Marianne (Ingrid Thulin) y tres jóvenes turistas. El viaje le lleva por distintas estaciones de su vida, tanto reales -visita a su madre (Naima Wifstrand), que saca una muñeca de un baúl lleno de juguetes infantiles-, como imaginarias (recuerda su matrimonio, su primer amor, a sus padres).




Recoge a una joven autoestopista que se parece a Sara, su amor de juventud (los dos papeles están interpretados por Bibi Andersson). En la casa de verano donde siguen creciendo fresas salvajes, igual que en su infancia y en su época de juventud, los recuerdos le salen al encuentro. En sueco, el título original de la película, “Smultronstället”, tiene dos significados: el término designa donde crecen las fresas salvajes, pero también es sinónimo de un lugar más allá de la vida cotidiana; indica ocio y descanso, reposo y compenetración con la naturaleza, un jardín “locus amoenus”. La dulce fruta veraniega aparece en muchos films de Bergman, por ejemplo en Fanny y Alexander (1982), donde simboliza el paraíso aún recordado, pero perdido hace mucho tiempo: un símbolo del amor puro, de la juventud y de la felicidad.


En la segunda escena onírica se pasa lista a las negligencias y defectos del que sueña: egoísmo, frialdad, hosquedad. La escena de un examen suministra material para analizar un carácter. El maestro lleva a Isak Borg cogido de la oreja por un paisaje onírico donde se ve obligado a observar a su esposa Karin (Gertrud Fridh) siéndole infiel. El anciano despierta atormentado, aunque también purificado de ese sueño. 

La película no describe un viaje apropiado para recoger los “frutos” del trabajo y la vida; se trata más bien de un viaje interior, de un viaje de conocimiento que ni siquiera retrocede ante las verdades amargas y que hace balance de una vida sin glorificar el pasado.


Me imagino a ese hombre como egocéntrico cansado, que ha roto todos los vínculos… igual que he hecho yo mismo”. Según el director, en Fresas salvajes reprodujo inconscientemente la difícil relación que tuvo con sus padres. La escena final - Sara coge a Isak Borg de la mano y le lleva a un claro del bosque; al otro lado del estrecho, sus padres le saludan- sería una proyección de sus propios deseos y anhelos. Gracias a Victor Sjöström, un célebre actor sueco de la época del cine mudo, muchas de las escenas con un fondo típico de Bergman reciben un carácter auténtico completamente nuevo, mucho más simpático de lo que el director pretende. Con la perspectiva temporal de treinta y tres años, Bergman apuntaba: “Hasta hoy no me había dado cuenta de que Victor Sjöström se apropió del texto de mi vida, lo hizo suyo, introdujo en él sus experiencias: su propio tormento, misantropía, retraimiento, brutalidad, tristeza, miedo, soledad, frialdad, calidez, rudeza, desgana”.

Sjöström y Bergman en el set de rodaje

Con esta película Bergman instauró una nueva poética cinematográfica, a la que se le llamó merecidamente “segundo surrealismo”. Cuando observa a su protagonista en los sueños, el director aún establece señales claras que separan el mundo real y el onírico. La distinción entre imaginación y representación de la realidad externa preparó a los espectadores de los años cincuenta para la década siguiente, en la que el mundo interior y el mundo exterior de los personajes ya no se podrían distinguir con claridad.

Fresas salvajes está considerada como una de las cintas más emocionales y “optimistas” del director sueco. Recaudó innumerables premios internacionales: Oso de Oro a la Mejor película en el Festival de cine de Berlín; Globo de Oro a la mejor película en lengua de habla no inglesa; Premio Pasinetti en el Festival de cine de Venecia; dos galardones en el Festival de cine de Mar del Plata: al mejor largometraje y al mejor actor, Sjöström; Premio Bodil en Dinamarca al mejor film europeo; nominaciones a la mejor película y actor extranjero para Sjöström en los BAFTA y una nominación al Oscar al mejor guión original. 

Victor Sjöström nació en Suecia. Actor y director del cine mudo, pasó los primeros años de su vida en el barrio neoyorquino de Brooklin: sus padres formaban parte del gran grupo de inmigrantes escandinavos. Al morir la madre, le enviaron de vuelta a Suecia, a casa de una tía; dejó Upsala y se hizo actor en una compañía ambulante en Finlandia. A partir de 1912, actuó en películas de su amigo Mauritz Stiller (por ejemplo, “Vampyr”, de 1913) y también dirigió. Los filmes de ambos tuvieron una importancia decisiva en el desarrollo de la cinematografía sueca, que fue madurando hasta convertirse en la más exigente de Europa en el aspecto estético. Las fuerzas de la naturaleza, como el viento, el mar y los volcanes, tuvieron por primera vez funciones simbólicas para representar visualmente estados anímicos.


Como director, en 1921 estrena el film La carreta fantasma, basada en la obra de Selma Lagerlöt. Dicho film es considerado todo un clásico del cine fantástico y alegórico, una joya del cine mudo a nivel internacional, en la misma medida que los filmes de Fritz Lang (Metrópolis, 1927), Robert Wiene (El gabinete del doctor Caligari, 1919) o Murnau (Nosferatu, 1922).              

En 1922 Louis B. Mayer contrató a Sjöstróm para trabajar en el estudio que, a partir de 1929, firmaría como MGM. Con el nombre de  Victor Seastrom, el sueco dirigió nueve películas, entre las que se cuentan algunos trabajos con Lillian Gish, en El viento (1928) y Greta Garbo,  en La mujer divina (1927) donde interpretaba a la gran Sarah Bernhardt. Al implantarse el cine sonoro Sjöström regresó a Suecia y, con dos excepciones, trabajó sólo de actor en algunas películas. Para todos los directores que le confiaron algún papel, el artista fue algo así como una fuente de la historia del cine escandinavo y norteamericano, con un fondo al que era un placer recurrir en busca de experiencia.

                                                              
Virginia Rivas Rosa


martes, 9 de julio de 2019

Un atardecer en la Toscana (Jacek Borcuch, 2019)


Título original: Slodki koniec dnia. Dirección: Jacek Borcuch. País: Polonia. Año: 2019. Duración: 92 min. Género: Drama.  
Przemyslaw Chruscielewski (Montaje), Michal Dymek (Fotografía), Jacek Borcuch (Guión), Daniel Bloom (Música), Marta Habior, Marta Lewandowska (Producción), Zofia Bebej, Malgorzata Karpiuk (Vestuario).
Premio Especial del Jurado a Krystyna Janda.
Estreno en Sevilla: 21 Junio 2019.

Reparto:
Krystyna Janda (Maria Linde), Kasia Smutniak (Anna), Antonio Catania (Antonio Linde), Lorenzo de Moor (Nazeer), Vincent Riotta (Lodovici), Robin Renucci (Periodista Le Monde), Mila Borcuch (Elena), Arjun Talwar (Mina), Wiktor Benicki (Salvatore).

Sinopsis:
La ganadora del Premio Nobel, Maria Linde, una mujer de espíritu libre que vive junto a su familia en la cálida Toscana, mantiene un affaire con un joven egipcio dueño de un hotel de la playa cercana. Cuando un suceso atroz sacude los cimientos de la vida de ambos, Marie se propone resistir ante la histeria que se ha generado a su alrededor. Decidida a cambiar las cosas, y aprovechando que recibe un premio local, Marie pronuncia un discurso que crea una auténtico caos a nivel personal y social para el que no estaba preparada.

Comentarios:
Estamos tan desgraciadamente acostumbrados a las películas políticas dogmáticas, unidireccionales y dispuestas a confirmar unos ideales sociales y morales preconcebidos, y no a la búsqueda de resquicios dentro de dichas certezas, que la presencia de una obra como “Un atardecer en la Toscana” puede ser vista como una singularidad cuando simplemente actúa como debe: sin respuestas, porque no las hay. Si acaso, con la forja de caminos para intentar encontrar soluciones.
Producción polaca ambientada en Italia, escrita y dirigida por Jacek Borcuch, hasta ahora inédito en los cines españoles, la película está protagonizada por una mujer apasionante y de enorme complejidad: una poeta judía que acaba de ganar el premio Nobel y que, ante la más cruel de las acciones, un atentado terrorista indiscriminado en la plaza del Campo de Fiori de Roma, decide ejercitar su poder como intelectual con un polémico discurso sobre la inmigración y la barbarie, que suma a la devolución del más importante galardón de las letras. Un ser humano que nunca es de una pieza ni en lo político ni en lo humano: en torno a la sesentena de edad, fue una madre dura y firme, alérgica al cariño, y ahora es una abuela cómplice y condescendiente que, por encima del bien y del mal respecto a las normas más elementales, arroja verdades a la cara con arrogancia mientras se tambalea en un interior necesitado de un cuerpo joven para la caricia y la pasión, lejos del “viejo con pantuflas” que tiene como marido.
En boca de su poeta de ficción, Borcuch establece una férrea defensa de los valores de la vieja Europa, pero al mismo tiempo alerta sobre los errores frente la inmigración, la resurrección de los fascismos y los recelos con cualquier tipo de otredad. Y utilizando una fórmula dramática semejante a buena parte de las películas del iraní Asghar Farhadi, la desaparición temporal de uno de sus nietos, coloca a todas sus criaturas y a la sociedad que las rodea frente al drama, frente al miedo y frente a sus propios prejuicios.
Crítica con el individuo y con la masa, con las altas esferas de la intelectualidad y con la baja estofa de la política local, “Un atardecer en la Toscana” ofrece reflexión desde la ambigüedad moral y evita los veredictos desde un simbólico y abierto final, alrededor del cual debe intentar colocarse cada espectador. Eso sí, solo el que esté dispuesto a valorar una vez más las posibles manchas de sus (in)flexibles ideales. (Javier Ocaña).
Recomendada (con reservas).