Título original: Unga Astrid. Dirección: Pernille Fischer Christensen.
País: Suecia. Año: 2018. Duración: 123
min. Género: Drama.
Åsa Mossberg, Kasper
Leick (Montaje), Erik Molberg Hansen
(Fotografía), Kim Fupz Aakeson,
Pernille Fischer Christensen (Guión),
Nicklas Schmidt (Música), Maria
Dahlin, Anna Anthony, Lars G Lindström (Producción),
Henrik Zein (Producción ejecutiva),
Andreas Franck, Bent Holm (Sonido),
Linda Boije (Maquillaje), Cilla
Rörby (Vestuario), Jeanette
Klintberg, Djamila Hansen, Jette Termann (Casting).
Estreno en Sevilla: 29 Marzo 2019.
Reparto:
Alba August (Astrid),
Maria Bonnevie (Hanna), Magnus Krepper (Samuel), Henrik Rafaelsen (Blomberg),
Trine Dyrholm (Marie).
Sinopsis:
Cuando Astrid Lindgren
era muy joven, sucedió algo que la afectó profundamente, y esa combinación de
milagro y desgracia acabaron moldeando su vida. Ese acontecimiento la convirtió
en una de las mujeres más inspiradoras de nuestra época y en una narradora
popular en todo el mundo. Esta es la historia de una joven Astrid que, a pesar
de los condicionamientos de su época y de una educación religiosa, decidió
romper con las normas de la sociedad y obedecer sólo a su corazón.
Comentarios:
El espíritu de Astrid
Lindgren, creadora de los libros infantiles de Pippi Calzaslargas e inspiradora
de la osada y mítica serie de televisión de 1969, emitida en España a partir de
1974, queda recogido en dos secuencias espejo de “Conociendo a Astrid”. En la
primera, ambientada en uno de esos bailes sociales de pueblo, donde las chicas
esperan en una silla a que los ejemplares del sexo contrario se decidan a
pedirles una ronda, Astrid rompe con las convenciones, harta de aguardar, saca
a bailar un charlestón a otra amiga rechazada, dan unas cuantas vueltas y acaba
ella sola, danzando con ritmo lisérgico mientras mueve brazos y piernas como si
estuviera en Woodstock hasta arriba de ácido. Pero no lo está, es el nervio que
sale de dentro, de su mente alternativa, fantasiosa y maravillosamente procaz,
ante los atónitos ojos de la gente ordinaria.
En la segunda secuencia,
ambientada en una lujosa celebración de sociedad, chaqués, champán,
lentejuelas, pompa y circunstancia, Astrid, triste, cabizbaja y con varias
copas de más (o de menos, según se mire), al borde de la caída y del vómito,
acaba cerrando sus ojos y abriendo una vez más su portentoso intelecto,
rompiendo barreras, bailando como si no hubiera un mañana la felizmente
provocativa Puttin’On the Ritz, de Irving Berlin, En realidad, han pasado solo
tres años entre uno y otro baile. Pero en su mente y en su cuerpo parecen 20.
Tiene semejante ímpetu, pero ahora goza y sufre del poso de la experiencia, de
los golpes del destino, de los puñales de una sociedad machista, y de los
retorcidos caminos del amor y del deseo.
Y esos arcos temporal,
sentimental y emocional son los que revela la notable “Conociendo a Astrid”,
biografía de los años clave de formación vital y profesional de Lindgren,
dirigida por Pernille Fischer Christensen, en su quinto largometraje. “¿Cómo
puedes conocer tanto a las niñas si no lo eres?”, pregunta una cría a Astrid en
la película. Porque, a pesar de criarse en un ambiente cerrado y retrógrado,
era tan libertaria como aquella Pippi Långstrump posterior, flipante y bailonga
hasta lo indecible.
Feminista sin trazos
gruesos ni maniqueísmos, sin alharacas en la puesta en escena, pero con el
gusto de saber posar la mirada en la fijeza y el extravío de un personaje
apasionante, la película de Fischer Christensen descubre además a un torrente
interpretativo: Alba August, de 25 años, hija del gran director Bille August y
de la poderosa actriz Pernilla August, que con desparpajo y profundidad
mayúsculas es capaz de hacer creíble a una niña y a una mujer. (Javier Ocaña)
Título original: Us. Dirección: Jordan Peele. País:
USA. Año: 2019. Duración: 120 min. Género:
Thriller.
Nicholas Monsour (Montaje), Mike Gioulakis (Fotografía), Jordan Peele (Guión), Michael Abels (Música), Jordan Peele, Sean McKittrick,
Jason Blum, Ian Cooper (Producción),
Daniel Lupi, Bea Sequeira (Producción
ejecutiva).
Estreno en Sevilla: 22 Marzo 2019.
Reparto:
Lupita Nyong'o
(Adelaide Wilson), Winston Duke (Gabe Wilson), Elisabeth Moss (Mrs Tyler), Tim
Heidecker (Mr. Tyler), Yahya Abdul-Mateen II, Anna Diop, Evan Alex (Jason
Wilson), Shahadi Wright Joseph (Zara Wilson), Madison Curry, Cali Sheldon,
Noelle Sheldon.
Sinopsis:
Adelaide Wilson es una
mujer que vuelve al hogar de su infancia en la costa junto a su marido, Gabe, y
sus dos hijos para una idílica escapada veraniega.
Traumatizada por un
inexplicable suceso sin resolver de su pasado e instigada por una serie de
extrañas coincidencias, Adelaide se ve inducida a un estado de paranoia y
alerta total, cada vez más convencida de que algo malo va a ocurrirle a su
familia.
Después de un tenso día
en la playa con sus amigos, los Tyler, Adelaide y su familia vuelven a la casa
donde están pasando las vacaciones. Cuando cae la noche, los Wilson descubren
la silueta de cuatro figuras cogidas de la mano y en pie delante de la
vivienda.
Fotograma de "Nosotros"
Comentarios:
En la línea del cine de
terror no exento de comedia negra que Jordan Peele expuso en su primer filme,
'Déjame salir', el segundo trabajo tras la cámara de este polifacético
cineasta, 'Nosotros', propone otra parábola política, demasiado evidente en
algunas cosas, inquietante en otras, a partir de una cierta paranoia por el
doble, tema de tan buenas películas y literatura.
Los protagonistas son los
cuatro miembros de una familia afroamericana que pasan las vacaciones en la
californiana Santa Cruz. La esposa vivió en el parque de atracciones de la
playa, 30 años antes, una experiencia traumática que poco a poco se irá
desvelando. Pero acepta ante la insistencia del marido. A los pocos días se
produce una imagen brutal: cuatro siluetas, dos adultos y dos niños, se plantan
de noche delante de su casa. Cuando pueden verles las caras, descubren que son
ellos mismos.
'Nosotros' juega muy bien
con los efectos especulares y con la figura del doble. Desde las sombras en la
arena hasta ese reflejo escalofriante ante un espejo que no te devuelve tu
imagen cuando lo estás mirando de frente, sino que te ofrece tu propia espalda.
Desde los gemelos hasta el versículo bíblico de Jeremías 11:11. Todo puede
multiplicarse o imitarse.
“Nosotros” tiene el
impacto de la historia de alienación de 'La invasión de los ladrones de
cuerpos' pasada por un filtro postmoderno en el que Peele impone humor en las
situaciones más tensas o filma una matanza entre el 'Good vibrations' de Beach
Boys y el 'Fuck the police' de Niggas with Attitudes. Del surf al gansta rap,
del ideario californiano a la realidad violenta de una nación alucinada. (Quim
Casas)
Título original: Dolor y gloria. Dirección: Pedro Almodóvar. País: España. Año: 2019. Duración: 108
min. Género: Drama.
Teresa Font (Montaje), José Luis Alcaine (Fotografía), Pedro Almodóvar (Guión), Alberto Iglesias (Música), Agustín Almodóvar, Esther
Garcia (Producción), Ana Lozano,
Adriana Robles (Maquillaje), María
Clara Notari (Dirección Artística),
Eva Leira, Yolanda Serrano (Casting),
Adriana Robles (Peluquería).
Narra una serie de
reencuentros en la vida de Salvador Mallo, un director de cine en su ocaso.
Algunos de ellos físicos, y otros recordados, como su infancia en los años 60,
cuando emigró con sus padres a Paterna, un pueblo de Valencia, en busca de
prosperidad, así como el primer deseo, su primer amor adulto ya en el Madrid de
los 80, el dolor de la ruptura de este amor cuando todavía estaba vivo y
palpitante, la escritura como única terapia para olvidar lo inolvidable, el
temprano descubrimiento del cine, y el vacío, el inconmensurable vacío ante la
imposibilidad de seguir rodando. "Dolor y Gloria" habla de la
creación, de la dificultad de separarla de la propia vida y de las pasiones que
le dan sentido y esperanza. En la recuperación de su pasado, Salvador encuentra
la necesidad urgente de volver a escribir.
Fotograma de "Dolor y gloria"
Comentarios:
Cada nueva película de
nuestro director más reconocido es todo un acontecimiento. Quien contribuyó
decisivamente a que el cine español moderno tuviera una clara identificación en
el panorama internacional, desde los años 80, lleva décadas detrás de la cámara
contándonos historias tan imposibles como cercanas, ganándose al público y
cosechando premios por ello. Cada estreno llega entonces con una larga campaña
previa, el consiguiente rendimiento en taquilla y los posteriores galardones de
la temporada, si proceden. Pero este continuo éxito no ha impedido que su
filmografía fuera evolucionando, aun respetando sus señas. Si en esa década
fundadora se trataba sobre todo de romper con los esquemas establecidos,
haciéndose eco de una nueva situación social y política, en los años 90 llegaría
una etapa de consolidación y la subsiguiente de maduración, marcada
esencialmente por “Todo sobre mi madre” (1999) y “Hable con ella” (2002). Estas
serían las dos obras más representativas del citado reconocimiento, por lo que
desde entonces Almodóvar se ha dedicado a depurar su estilo, buscando un mayor
refinamiento en el mismo teniendo en cuenta el contraste que podría tener con
sus bases transgresoras, podríamos decir casi que disparatadas. Se ha
introducido en otras palabras un cierto contraste en su cine más reciente,
entre su temática y su plasmación, aunque en cierta medida ambas no son sino la
culminación estilística de una senda cinematográfica previa, la de Douglas Sirk
especialmente, en la que empezaría a su vez a transitar este cineasta. Por
tanto se antoja también como un inevitable punto de llegada.
Lo que quizá le faltaba a
Almodóvar era perfeccionar ese equilibrio, digámoslo de otra manera, entre la
espontaneidad y el control. A veces este podía tomar en exceso la delantera y
entorpecer la verosimilitud dramática, algo en particular patente en unos
diálogos que se volvían poco naturales, como si estuvieran siendo recitados
desde el subconsciente de su guionista más que en correspondencia con las
acciones de sus interlocutores. Ha sido en efecto el control el que ha ido
imponiéndose sobre la espontaneidad en las últimas cintas de este director,
algo que no sería necesariamente negativo si no fuera porque, en este punto sí,
traicionaría los elementos básicos de su cine, o al menos lo que su tipo de historias
pretenden. Pues bien, en “Dolor y gloria” asistimos a un reajuste en este
sentido, partiendo de su propia estructura narrativa. Y es que estamos ante un
trabajo en gran medida autobiográfico, sobre un director de cine (Antonio
Banderas), que en el ocaso de su carrera se ve aquejado por varios problemas
físicos y psicológicos que le impiden seguir rodando. Al tiempo va recordando
escenas de su infancia, en concreto con la presencia de su madre (entonces
Penélope Cruz, posteriormente Julieta Serrano), y es este último personaje el
que introduce la verbosidad más coloquial y genuina, de la que acaban
contagiándose, sin trastocar sus respectivos rasgos, los demás personajes. En
suma, cada uno tiene su forma de hablar, y aunque las palabras y frases reflejan
las constantes preocupaciones del director, en este caso muy relacionadas con
la nostalgia cinéfila, el amor materno o las relaciones tormentosas, nos las
creemos siempre en boca de quienes las pronuncian.
Esta armonización se
extiende a los demás componentes del metraje, asegurando su unidad a través de
un montaje muy bien pensado entre esos dos tiempos, pasado y presente, por los
que discurre el melodrama. Un buen ejemplo lo encontramos desde los créditos
iniciales, de una bella estética abstracta, mezclando colores y formas, que
luego en parte se reproduce en la secuencia de montaje donde, mediante
composiciones gráficas, efectos añadidos e imágenes de archivo, el protagonista
nos da un repaso por sus muchas dolencias, como si de una exposición médica se
tratara. Ambos momentos abren y cierran una especie de prólogo que nos sitúa ya
más claramente en el meollo del relato, el cual podría parecer desequilibrado
desde su arranque, debido a esa secuencia, si no se estableciera su
correspondencia con la inicial. Además esta secuencia de montaje va precedida
de otro fragmento donde se nos ofrece no ya una clase de anatomía sino una más
corta de geografía, de la que se ha instruido el protagonista por los viajes
que ha realizado, que al fin y al cabo no son sino viajes para encontrarse a sí
mismo. El que a ello suceda la mencionada explicación clínica no es sino una
prolongación del descubrimiento a fondo de esta persona, dando fe de la esencia
intimista de una historia que solo en apariencia desvía la atención por otros
derroteros. Estas y otras transiciones son entonces muy fluidas porque se ven
apoyadas por motivos que se repiten, como el agua o la música, sin entrar en
más detalles, aunque a este nivel hay que añadir aquí que la continuidad es
intachable tanto en general como en el corte de cada escena (incluso con el
ocasional jump cut), revelando así el control máximo al que nos referíamos.
Este se manifiesta
entonces en todos los elementos de la película, pero una vez asentados estos
dejan a sus actores componer unos personajes con voz propia, como
adelantábamos. Ello no sería posible sin las memorables interpretaciones de
todos ellos, empezando por un gran Antonio Banderas, secundado en emotivos
intercambios por Asier Etxeandia, Julieta Serrano o Leonardo Sbaraglia, al
margen de Penélope Cruz. Esta es la que aporta más chispa y energía, pues en
otros momentos esta quizá se echa un poco en falta, así como cierta capacidad
de sorpresa, más allá de algunas coincidencias forzadas, precisamente por lo
calculado de todo el ejercicio. Pero en cualquier caso, y en este sentido,
deben reconocerse la dificultad y el mérito de conceder importancia a cada gran
secuencia, como por ejemplo el encuentro entre los personajes de Banderas y
Sbaraglia, de forma que cada una de ellas funcione con introducción, desarrollo
y conclusión propias, y a la vez se inserte con carácter orgánico en un
desarrollo más amplio cuyo desenlace no depende necesariamente de la secuencia
en cuestión. Esta observación parece simple pero no suele cumplirse en el cine,
sobre todo cuando se persigue con conocimiento de causa, casi de forma
explícita, como comprobamos en “Dolor y gloria”. En suma, en ella Almodóvar nos
vuelve a hacer partícipes de su mundo tan característico, aquí incluso con
varios guiños autorreferenciales y metalingüísticos, tan elegantemente
fotografiado por José Luis Alcaine y amenizado por la música de Alberto Iglesias,
como siempre, de tal manera que tenemos el privilegio de asistir a algo
familiar y a la vez novedoso, por personal e intransferible. (Ignacio Navarro)
Título original: Beautiful Boy. Dirección: Felix Van Groeningen. País: USA. Año: 2018. Duración: 111
min. Género: Drama.
Nico Leunen (Montaje), Ruben Impens (Fotografía), Luke Davies, Felix Van
Groeningen (Guión), Bob Bowen, Gabe
Hilfer, Henry van Roden (Música),
Brad Pitt, Dede Gardner, Jeremy Kleiner (Producción),
Sarah Esberg, Nan Morales (Producción
ejecutiva), Emma Potter (Vestuario),
Francine Maisler (Casting).
Nominada al Globo de Oro
a Mejor Actor de Reparto (Timothee Chalamet).
Estreno en Sevilla: 15 Marzo 2019.
Reparto:
Steve Carell (David
Sheff), Timothee Chalamet (Nic Sheff), Maura Tierney (Karen Barbour), Amy Ryan
(Vicki Sheff), Kaitlyn Dever (Lauren)..
Sinopsis:
Basada en los BestSellers
de las memorias de David y Nic Sheff, padre e hijo, 'Beautiful Boy. Siempre
serás mi hijo' narra la conmovedora e inspiradora historia de supervivencia,
recaída y recuperación de una familia que lidió con la adicción durante muchos
años, poniendo a prueba su amor y compromiso. A medida que Nic recae
repetidamente, los Sheff se enfrentan a una enfermedad que no discrimina y que
puede afectar a cualquier familia en cualquier momento.
Fotograma de "Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo"
Comentarios:
El caso de Nic Sheff y
David Sheff debe ser único en el mundo: en el de las drogas y en el de la
literatura. Hijo adicto a la metanfetamina y a un largo rosario de
estupefacientes, a la autodestrucción y al vigoroso chute de la nada, y
deshecho padre de la criatura, comprometido, desorientado, derrumbado, ambos
acabaron escribiendo sendos libros independientes, y de gran éxito, sobre su
experiencia en el infierno, el de la toxicomanía y el de la paternidad
infortunada. “Beautiful boy”, primera película americana del belga Felix Van
Groeningen, está basada en sus textos. Y se notan los conocimientos, las
vivencias, la delicadeza, el dolor y la falta de explicaciones. Y todo se
agradece.
Para ello, Van Groeningen
utiliza una (des)estructura narrativa basada en continuos saltos en el espacio
y en el tiempo, pero no en forma de convencionales flashbacks, sino de rupturas
del continuo secuencial a base de insertos del pasado, incluso de diálogos en
off, de otro tiempo, que se incrustan en la imagen del presente, otorgando así
a la película una lectura alternativa y metafórica, acorde con lo que se está
relatando: en el mundo de las drogas no hay presente ni pasado, todo es una
especie de círculo vicioso donde el suplicio y el éxtasis siempre regresan o
están a punto de regresar. En la mente, en el cuerpo. Casi a la manera de las
películas de Nicolas Roeg, aunque sin llegar a la maestría del autor de “Contratiempo”,
ofreciendo lo que está en la cabeza de los personajes, pero sin apartarse del
discurrir natural de lo acontecido.
No hay psicologismo en “Beautiful
boy”; explicaciones, porqués ni soluciones. Solo hechos. Y fracasos. Una y otra
vez. Y que cada uno saque sus conclusiones: sentimentales, emocionales,
sociales, familiares. El que debía ser “gran proyecto vital” de un padre
responsable yace con los brazos perforados por la jeringa, la búsqueda y la
desesperación. ¿Por qué? Porque sí. La plaga contemporánea de la heroína en USA
no entiende de clases sociales. Y la película tampoco, sin concesiones,
evitando una falsa luz al final del túnel, y asentada en las formidables
actuaciones, tan distintas, tan complementarias, de Steve Carell y Timothée
Chalamet.
Al trabajo de Van
Groeningen, más complejo y trascendente que el de la tan celebrada como
meliflua “Alabama Monroe” (2012), solo le sobra cierto remilgo en los últimos
minutos, cuando los cantos celestiales se apoderan de la banda sonora y las
imágenes pedían silencio, sequedad y tortura. Pero la película es terrorífica
como retrato de la impotencia. Y en un tema así eso es perfecto. (Javier Ocaña)