martes, 29 de diciembre de 2015

El proceso judicial a través del cine

Un artículo de JOSE MELERO BELLIDO


El cine ha venido aportando a los ciudadanos profanos en la materia unos conocimientos básicos y aproximados acerca del Derecho. Aunque las películas, de todos los tiempos, contienen muchos aspectos jurídicos, las películas de juicio son las que más han contribuido a popularizar los procedimientos y prácticas judiciales. Más en concreto, las películas que desarrollan tramas en la que se producen delitos importantes que van a ser juzgados por tribunales con jurado siguiendo el procedimiento del derecho anglosajón y que se concreta por lo general en películas norteamericanas. En este trabajo hemos puesto la atención en seis films con las mencionadas características.

Destaca en estas películas un rasgo consustancial a la práctica de la justicia democrática: la estricta observancia del procedimiento, o sea, la garantía del cumplimiento de unas normas que constituyen el marco indiscutible del desarrollo de la acción judicial. Valgan dos ejemplos: la “normalidad” de la detención del supuesto culpable, carente de toda coerción, y respetando/garantizando sus derechos como observamos en la detención de la señora Paradine en “El proceso Paradine” o la anulación de un juicio por actuación indebida de un miembro del jurado en “Falso culpable”.

Imágenes de "El caso Paradine"

Con todo, la línea argumental principal es la que sostiene la criminóloga Nicole Rafter: el tema recurrente de todas las películas de juicio  es la dificultad de alcanzar la justicia. Demostrarlo es la tarea propuesta en esta exposición.

Antes que nada, no está de más observar el marco en que trascurre parte de la acción de estas películas como es la sala de vista y también las formalidades propias del funcionamiento de la misma: el estrado del juez- presidente, la zona acotada del jurado, las mesas frente al juez de los abogados y fiscales, el estrado de los testigos, la sala contigua donde aguardan estos, el espacio para el público asistente así como los rituales de respeto para el juez o el jurado.

En la resolución de los casos planteados en las películas son dos las instancias que van a decidir con su intervención la deriva final de los mismo: el jurado y el juez-presidente que, aunque no dicta sentencia, guía todo el procedimiento, encauza y asesora al jurado y por tanto ocupa una posición clave a lo largo del juicio.
 
Fotograma de "Anatomía de un asesinato"

La institución del jurado ha sido y sigue siendo muy debatida entre los juristas. No es este debate el tema que se plantea en este trabajo sino analizar su funcionamiento y dificultades en algunas películas, sin perder de vista la tesis dominante, la dificultad de producir sentencias justas. Son muchas las películas en que vemos al jurado dictando sentencia, como sujeto pasivo de las argumentaciones  de abogado y fiscal, oyendo a los testigos, en el acto de su formación como tribunal, etc. Pero muchas menos las que nos presentan su funcionamiento interno y las dificultades a las que debe enfrentarse. Entre estas destaca sin lugar a dudas “Doce hombres sin piedad”. Si en esta película, la iniciativa de un miembro del jurado logra, no sin tener que superar todo tipo de prejuicios, frivolidades, etc, salvar al acusado por la inexistencia de pruebas contundentes, en cambio en “Matar a un ruiseñor”, aunque el abogado logra demostrar la imposibilidad de que su defendido haya cometido el delito, un jurado racista y lleno de prejuicios dicta sentencia condenatoria.

En las películas seleccionadas, y en otras que se podrían citar (recuérdese por ejemplo al juez encarnado por Spencer Tracy en “Vencedores o vencidos”), podemos observar jueces dotados no sólo de los conocimiento jurídicos que se supone que deben atesorar, sino también de otras cualidades necesarias para poder pilotar el juicio con mesura, equilibrio, humanidad y hasta con sentido del humor. Quizá el juez Weaver de “Anatomía de un asesinato” pueda resumir perfectamente estas cualidades. Pero también hay excepciones como demuestra el juez del “Proceso Paradine”(el Juez Hortfield), celoso de la fama del abogado, acosador de la esposa de este y carente de  “piedad” hacia la persona condenada y por tanto incapacitado para dirigir el caso con las necesarias garantías.
 
Henry Fonda en "Falso culpable"

Jueces y jurados toman decisiones partiendo de cómo valoran lo esencial del proceso judicial: la declaración de los testigos, los indicios y las pruebas aportadas por las partes o la policía. Diversos ejemplos ilustran de todo ello sin perder de vista la tesis central que estamos desarrollando, la dificultad de adoptar una decisión justa en un proceso.

En “Falso culpable” todo el caso reposa en la declaración de unos testigos que “reconocen” a Balestrero como la persona que ha cometido una serie de atracos. Todos ellos declaran sin mala intención, creyendo en lo justo de su testimonio, sólo el azar ha hecho que el protagonista haya sido víctima de su parecido con el verdadero culpable. En este caso, el entuerto ha podido resolverse con bien para la justicia pero nos queda la certidumbre de que no siempre será así.

Aplicar la justicia es aún más complicado cuando el testimonio del testigo no es que sea falso sino producto de una conjura urdida a espaldas del abogado defensor, como ocurre en  “Testigo de cargo”. Bien es cierto que la fertilidad imaginativa de Agatha Christie permite cualquier pirueta, por rocambolesca que parezca, pero no obstante el film deja abierta la certeza de que en la declaración de los testigos no todo es lo que parece, a pesar de estar obligados a decir verdad.

Desde el punto de vista jurídico es muy interesante la polémica que suscita la valoración que debe otorgarse al testimonio de la víctima de un delito o de un supuesto delito. Este es el caso que plantea “Matar a un ruiseñor” en la que Mayella, asustada por el contexto social racista en que vive y por la amenaza de su padre, que es el verdadero culpable de sus daños, convierte su declaración en el único soporte contra el joven negro Tom Robinson generando con ello su desgracia y propiciando una flagrante injusticia.

Fotograma de "12 hombres sin piedad"

Otro problema de los testimonios se origina cuando una declaración se convierte, aunque no haya mala intención, en la base indiciaria de una “supuesta prueba”. Buena parte de “Doce hombres sin piedad” trata sobre cómo el jurado va descubriendo la endeblez de las pruebas derivadas de la declaración de un anciano con ciertos impedimentos físicos o de una señora con una visión defectuosa.

En esos y otros casos por tanto el peligro para la justicia reside en convertir los aparentes indicios en pruebas capaces de llevar a una persona a la muerte o a la cárcel. Es el caso por ejemplo de la nota escrita por Balestrero a instancias de la policía, coincidente con la letra y hasta con el “fallo” cometido por el verdadero culpable en la nota que le había escrito a la cajera de una tienda donde había robado y que la policía posee. En “El Proceso Paradine” la habilidad (y malicia interesada) del abogado defensor de la señora Paradine va llevando al convencimiento de la sala de que el criado Latour es el culpable del crimen porque transforma pruebas circunstanciales en “evidencias”, provocando con ello un desenlace absolutamente dramático. La insistencia del jurado número 8 de “Doce hombre sin piedad” logra deshacer las supuestas pruebas contra el joven acusado logrando que el jurado acabe por comprender la seriedad de su cometido y la rotundidad que deben reunir las pruebas inculpatorias.

Fotograma de "Matar a un ruiseñor"

Para terminar este apartado observemos la declaración inesperada de una testigo (la de la señorita Pilanten “Anatomía de un asesinato”), ejemplo de que abogados y fiscales deben tener siempre muy presente una regla de oro para sus fines: jamás hagas una pregunta a un testigo sin conocer previamente la respuesta porque en ello puede residir la clave de un caso.

Finalmente, es necesario referirse al papel indispensable que juegan los abogados, sean fiscales o defensores, en cualquier proceso. Son ellos los que encarnan el enfrentamiento de las partes en el juicio, un enfrentamiento del que se espera que salga la luz y que constituye la garantía que debe presidir todo el procedimiento bajo la atenta mirada del juez. No está de más recordar que defensores y fiscales son piezas necesarias, con roles que les enfrentan, pero cuya finalidad es coincidente: el hallazgo de la verdad.

El buen abogado no es sólo un buen conocedor de las leyes o el poseedor de notables cualidades para la esgrima dialéctica, sino aquel que fundamenta su acción en nobles principios morales y en la confianza en la justicia y en sus procedimientos, por mucho que en ocasiones esta confianza se vea traicionada por una flagrante injusticia. Es lo que observamos en el proceder de Atticus Finch en “Matar a un ruiseñor” tanto en las ideas que inculca en sus propios hijos como las que manifiesta en la defensa del caso.

A veces el abogado debe defender a individuos de los que duda sobre su culpabilidad y desde luego sobre su catadura moral. Es lo que ocurre en “Anatomía de un asesinato” en la que Paul Biegler, siempre debatiéndose entre lo verosímil y lo veraz del caso (el verdadero meollo de la película), fundamenta su defensa en lo que él llama la “percha legal”, o sea, el cumplimiento de la norma y de los procedimientos en que se basa el derecho procesal.
 
Fotograma de "Testigo de cargo"


El buen abogado, como ya se ha indicado, tiene un gran respeto por la justicia de la que se siente servidor. Por ello abomina del engaño, de los caminos torcidos y cuando obtiene el triunfo a costa de sus principios, sin saberlo, no puede sino sentirse traicionado y decepcionado como nos lo enseña Sir Wilfrid en “Testigo de cargo”.

“El Proceso Paradine”, por el contrario, muestra la otra cara de la moneda: un abogado defensor que, enamorado de la acusada, introduce en el caso un factor sentimental que nubla su entendimiento y causa una terrible injusticia que lleva al suicidio de un inocente y a la vulnerabilidad de su defendida. Y todo ello porque no ha sido capaz de mantenerse fiel a unos principios morales que, en este caso, no le impedían enamorarse, pero sí ocuparse de la defensa en esas circunstancias.

La falta de medios económicos de los acusados supone la entrada en escena del abogado de oficio, una figura que representa la salvaguarda del derecho a la defensa en un Estado de Derecho. Los prejuicios sobre  su competencia son evidentes como se percibe en “Doce hombres sin piedad” y sus aspectos negativos repercuten en la justicia. No puede olvidarse sin embargo que Atticus Finch  actúa como tal y constituye un ejemplo innegable de una más que digna dedicación y buen hacer profesional, aunque no logre obtener una sentencia favorable para su defendido.

Con las películas seleccionadas se ha querido sostener la tesis principal, la dificultad de alcanzar la justicia entre otras cosas porque ésta no es sino un producto imperfecto de cuantas instancias humanas las rodean. Pero hay que entender  también que, a pesar de ello, es necesario mantener la confianza en la misma, en las instituciones y personas que la encarnan, siempre claro está en el contexto de una sociedad democrática. Y algo de esto es lo que expresa McCarthy, el abogado que ayuda a Paul Biegler en “Anatomía de un asesinato” en su reflexión sobre el jurado, a la espera de que este se pronuncie sobre el caso:


“Doce personas en una habitación. Con diferentes mentalidades, diferentes corazones y doce procedencias diferentes. Doce pares de ojos y oídos, doce personas distintas. Y a estas doce personas se les pide que juzguen a otro ser humano, tan diferente a ellas como ellas lo son entre sí. Y al emitir su criterio deben volverse una sola mente, unánime. Uno de los milagros de nuestra desorganizada humanidad es que lo consigan, y que la mayoría de las veces lo hagan bien. ¡Dios Bendiga a los jurados”



domingo, 27 de diciembre de 2015

El puente de los espías, de Steven Spielberg



Título original: Bridge of Spies. Dirección: Steven Spielberg. País: EE.UU. Año: 2015. Duración: 142 min. Género: Drama, Thriller. Guión: Matt Charman y Joel & Ethan Cohen. Diseño de Producción: Adam Stockhausen. Fotografía: Janusz Kaminski. Montaje: Michael Kahn. Música: Thomas Newman. Casting: Ellen Lewis. Estreno en España: 4 diciembre 2015.
Intérpretes: Tom Hanks (James B. Donovan), Mark Rylance (Rudolph Abel), Amy Ryan (Mary Donovan), Scott Shepherd, Sebastian Koch, Billy Magnussen (Doug Forrester), Alan Alda (Thomas Watters, Jr.), Jesse Plemons, Eve Hewson (Carol Donovan), Peter McRobbie, Austin Stowell (Francis Gary Powers), Domenick Lombardozzi y Michael Gaston.

Sinopsis:
James Donovan (Tom Hanks), un abogado de Brooklyn (Nueva York) se ve inesperadamente involucrado en la Guerra Fría entre su país y la URSS cuando la mismísima CIA le encarga una difícil misión: negociar la liberación de un piloto estadounidense (Austin Stowell) capturado por la Unión Soviética.

Fotograma de "El puente de los espías"

Comentarios:
Basada en hechos reales y con la Guerra Fría como telón de fondo, nos llega la nueva película de Spielberg. De momento ha cosechado una nominación a los Globos de Oro, por la increíble interpretación de Mark Rylance, como actor secundario. Desde hace ya varias décadas, qué duda cabe, Steven Spielberg ocupa un lugar destacado en el Olimpo de los grandes de la Historia del Cine. Lo ocupa no solo por sus grandes películas y sus obras maestras, sino también por el papel que viene desempeñando en la industria desde casi los comienzos de su carrera, y la repercusión de la “marca Spielberg” a nivel popular.
Luis Martínez se pregunta ¿A qué huele una obra maestra? Fundamentalmente, y por ahorrar circunloquios, a polvo. Casi todo lo sagrado, lo venerado o lo celebrado con premios nacionales o internacionales desprende un profundo olor a incienso; un tufo a moho que lo delata como lo que habitualmente es: un muerto que sonríe. Por eso llama tanto la atención el aroma que envuelve a 'El puente de los espías'. Su aspecto de película de época con Tom Hanks imitando de James Stewart podría hacer pensar en un cadáver más; en un fiambre destinado a hacer levantar el ánimo y las cejas a los expertos en mirarse los pies. Y no.
Hay un aire de triste, quizá melancólica, y a la vez cómica fatalidad alrededor de la última película de Steven Spielberg que hace de ella uno de sus trabajos más peculiares y brillantes. Ya desde la primera escena queda en evidencia su singularidad, su tamaño. Sin que medie una palabra, el director introduce al espectador en el alma de una Guerra Fría anómala, extraña. Coreografiada como cualquiera de las mejores escenas de acción del director, un grupo de la CIA persigue a un parsimonioso, inalterable y muy triste espía soviético. Pinta cuadros a la orilla del East River.
Desde allí, desde la sombra del puente de Brooklyn probablemente, se traslada a una destartalada habitación donde compone y recompone frente al espejo el más parsimonioso, inalterado y triste autorretrato. Cuando los disciplinados agentes irrumpan en la habitación, le encontrarán en calzoncillos. Los de toda la vida, los de apertura lateral miccionante, digámoslo así. Olvídense de los espías amorales y torturados de John Le Carré, rompan los viejos retratos de James Bond y, ya que estamos, borren de la memoria la astracanada 'kubrickiana' de '¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú'. El espionaje, hermanos Coen mediante (ellos son los autores del guión basado en una obra de teatro de Matt Charman), es otra cosa.

Fotograma de "El puente de los espías"

"¿Usted nunca se altera?", le pregunta insistentemente el abogado al agente soviético. "¿Acaso serviría para algo?", responde el interpelado. Y en la inocencia del 'ritornello' se esconde tal vez el íntimo y perfecto fatalismo de una película, sin duda, perfecta.
La cinta, para situarnos, narra lo que viene después de la detención descrita. Tom Hanks es el letrado designado para intentar salvar de la pena de muerte a Mark Rylance en el papel del impasible Rudolph Abel. Se trata de repetir el esquema de lo mejor de Frank Capra, pero de otra manera. James Donovan (ése es Hanks) quiere y pelea porque el Estado de Derecho prevalezca. Es decir, un juicio con garantías que no se lleve por delante cosas tales como la presunción de inocencia. Y lo hará en contra de la opinión de todos (su propia mujer incluida) y haciendo frente al desprecio de la mayoría (aquí, su jefe). Todo perfectamente ritualizado.
La novedad consiste en que el héroe camina siempre consciente de su irrelevancia. Se sabe la última y más pequeña pieza de un complejo edificio de estupidez universal que no conoce más lógica que la brutalidad. Y así, hasta que surge la idea de un intercambio de espías (el ruso por un piloto y un estudiante americanos) que consuele a unos, justifique la arrogancia de otros y describa a la perfección el absurdo de todo esto. En ese momento, la película se traslada al Berlín que construye el mayor monumento a la incompetencia que ha visto el hombre (su muro) a la vez que sus cines proyectan 'Uno, dos, tres', de Billy Wilder. El detalle, que se aprecia de pasada en una de las escenas a las puertas de un cine, es relevante.
De la mano de una depurada fotografía de Janusz Kaminski, Spielberg nos introduce en una fábula moral a distancia de las lecciones históricas con las que nos obsequió en el pasado. 'El puente de los espías' carece de la pomposidad de 'Amistad' y se mantiene al margen del frío y calculado intelectualismo de 'Lincoln'. Toda ella disfruta de una aparente ligereza que la hace mucho más aguda y precisa si cabe que sus películas anteriores. Es evidente, por resumir, el toque de los directores de 'El gran Lebowski'.
La clave consiste en evitar los peligros de todos los relatos sobre el tema (la Guerra Fría) ya convertidos en liturgia. No se trata tanto de describir la inutilidad de una política convertida en carrera a ninguna parte bajo la amenaza nuclear; tampoco la idea es dibujar el drama existencial de unos personajes encerrados en el laberinto de sus propias vidas. Todo si se quiere es más pueril, menos melodramático. 
Y es ahí, en la aceptación de su falta total de importancia, donde la película crece hasta transformarse en modelo, en lección, en farsa de la propia farsa. Spielberg menos consciente de ser Spielberg, es mucho mejor, mucho más Spielberg. Más aire. De otro modo, el perfume inconfundible de lo único: el aroma de una obra maestra. Fuera polvo.


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Feliz Navidad




Con los mejores deseos para todos los amigos de Linterna Mágica en estas fechas tan especiales, con la esperanza de que el nuevo año venga repleto de ilusión y magia.

¡Muchas Felicidades!


 

 Secuencia de la película "Feliz Navidad"
("Joeux Noël", de Christian Carion, 2005) 


 

sábado, 19 de diciembre de 2015

El cuento de los cuentos, de Matteo Garrone



Título original: Il racconto dei racconti. Dirección: Matteo Garrone. País: Italia y Francia. Año: 2015. Duración: 125 min. Género: Drama, Fantástico. Guión: Matteo Garrone, Edoardo Albinati, Ugo Chiti, Massimo Gaudioso, basado en el libro de Giambattista Basile. Jefe de Producción: Gian Luca Chiaretti. Diseño de Producción: Dimitri Capuani. Fotografía: Peter Suschitzky. Montaje: Marco Spoletini. Música: Alexandre Desplat. Vestuario: Massimo Cantini Parrini. Sonido: Leslie Shatz. Casting: Jina Jay. Estreno en España: 11 diciembre 2015.
Intérpretes: Salma Hayek (Reina de Longtrellis), Vincent Cassel (Rey de Strongcliff), Toby Jones (Rey de Highhills), John C. Reilly (Rey de Longtrellis), Bebe Cave (Violet), Shirley Henderson (Imma), Hayley Carmichael (Dora), Stacy Martin, Jessie Cave, Alba Rohrwacher.

Sinopsis:
Ambientada en el Barroco, narra, con tintes fantásticos, la historia de tres reinos y sus respectivos monarcas. Los de la Reina de Longtrellis (Salma Hayek) y su marido (John C. Reilly), la de dos misteriosas hermanas que encienden la pasión del Rey de Strongcliff (Vincent Cassel), y la del Rey de Highhills, obsesionado con una Pulga gigante (Toby Jones), que le lleva a romper el corazón de su joven hija...

Salma Hayek

Comentarios:
Pasó por la sección oficial del Festival de Cannes 2015 y por el Festival de Cine de Sevilla (SEFF´2015). Nos encontramos ante una libre adaptación de “El cuento de los cuentos” del napolitano Giambattista Basile, célebre autor de relatos cortos del siglo XVII. Curioso el nuevo trabajo que nos presenta Garrone, tras “Reality” o “Gomorra”. Él mismo ha declarado que eligió abordar el universo de Basile porque en sus cuentos siempre había encontrado esa mezcla entre lo real y lo fantástico que siempre ha caracterizado a sus películas.
Si hay un país donde la historia pasada no ha dejado de estar presente en las mentes futuras, ese es Italia. Arrancando de la antigua Roma, recorriendo luego el Renacimiento, la unificación y el fascismo, el papel que en él ha jugado la herencia cultural y su mitología ha sido decisivo y constante en su progreso social y político. En particular, el Renacimiento se produjo en este marco geográfico porque las ruinas de la antigüedad no habían quedado del todo soterradas, ni sus habitantes las habían despejado por completo de su imaginario. Y a su vez varios autores de este periodo luminoso, entre los que destaca Maquiavelo, anticiparon con su obra la unión de las ciudades y los señoríos, y con él el nacimiento del Estado moderno. Centrándonos con todo más bien en el terreno literario, en los siglos XV y XVI cobró fuerza el humanismo, como consecuencia de la exaltación de la personalidad y la búsqueda del placer individual, si bien bajo ciertas pautas éticas y normativas. Con ello también empezaba a disociarse la teología de los escritos, adquiriendo éstos un tono profano acorde con los intereses de la incipiente burguesía. El Decamerón de Boccaccio fue un exponente temprano de esta evolución, y su huella la recogió, ya propiamente en la época renacentista, el napolitano Giambattista Basile. En 1634 se publicó su antología El cuento de los cuentos, una serie de relatos sobre fábulas fantásticas pobladas por personajes nobles y seres tradicionales del género, junto a otros nuevos propios de otras culturas, como los ogros. A esta recopilación se le conoce como el Pentamerón, y su influencia en la literatura posterior también fue patente. A partir de ahí, el cine ha seguido esta misma senda, pues también en Italia el séptimo arte presenta una continuidad de cuyos principales hitos es difícil escapar. Fellini rodó varias películas rastreables a la Roma clásica, tras él Pasolini adaptó el Decamerón en 1971 y ahora Matteo Garrone se ha atrevido con la obra de Basile, sin perder tampoco de vista los máximos referentes de su profesión.

Vincent Cassell

El cuento de los cuentos (Il racconto dei racconti), presentada este año en Cannes, enseguida muestra sin embargo un estilo propio, alejado tanto del de su fuente original como del de esos anteriores directores italianos. Y es que la pomposidad a la que apela con naturalidad el género, presente en el libro de Basile a través de su retórica elocuente, y en los filmes aludidos mediante su barroquismo visual, se transforma aquí en economía narrativa y en elegancia técnica. Desde el prólogo inicial, Garrone y sus coguionistas se cuidan de no contar más de lo necesario para anticipar las motivaciones de sus protagonistas. Si un gesto puede sustituir una palabra o si una acción puede reemplazarse por una elipsis, esa es la dirección que se toma. Y a este fondo se une el componente formal, pues con la misma intención la mayoría de escenas se ruedan con el menor número de planos posible, los cuales encuadran sin rodeos el objeto al que en ese momento el espectador debe prestar su atención. Sin duda es de admirar esta apuesta sintética y rica, tanto dramática como estéticamente. Como decíamos, ello se comprueba desde el inicio del metraje, cuando dos de los cuatro reyes que habitan en el lugar imaginario donde transcurre la historia celebran una fiesta en su castillo. Todos ríen menos la reina (Salma Hayek), y cuando surge una mujer embarazada aquella sale disgustada. Así, con un par de signos y miradas, rodados igualmente en un par de tomas, se nos hace partícipes de su disgusto: el hecho de no haber podido ser madre hasta ahora. Y ello impulsará el resto de su trama. La misma implica la llegada de un hechicero que aconseja a la gobernante matar a un enorme lagarto marino, arrancar su corazón y comérselo para quedarse preñada. En la empresa muere su marido (John C. Reilly), y aunque ella consigue su objetivo, también tiene un hijo la cocinera a cargo del manjar, y en la relación futura entre los dos hermanos gemelos surgirá un nuevo conflicto. 

Toby Jones

Paralelamente, otra historia nos traslada al interés lascivo que demuestra un monarca mujeriego (Vincent Cassel) por una chica a la que ha oído cantar de lejos, sin verla ni sospechar que se trata en realidad de una anciana. Ella y su hermana intentan ocultarse de su señor empleando varias artimañas para que él no descubra la realidad, hasta que acaba entrando en juego otro hechizo, en este caso con efecto rejuvenecedor. Finalmente, el tercer relato se centra en la malsana relación afectiva que establece el último rey (Toby Jones) con una pulga gigante, mientras descuida los intereses y el cariño de su hija, que sueña con emanciparse sin demora. Cuando la pulga muere, su amo organiza una prueba para casar a la joven con quien adivine de donde procede la piel del bicho, expuesta como un tapiz en el hall del castillo, creyendo erróneamente que nadie acertará. Como vemos, estamos ante unas tragedias (no exentas de elementos cómicos y burlescos) que recuperan algunos elementos típicos de estas narraciones, a la vez que introducen aspectos curiosos e inesperados, sobre todo en la forma de los distintos animales y monstruos que acompañan a los seres humanos en sus aventuras y desventuras. Según Ignacio Navarro Mejía, en cierto modo asistimos a la deshumanización de unos personajes que por su contexto físico y sus oscuros deseos en ocasiones se nos antojan impenetrables. Por ejemplo, es cuanto menos extraño el afecto que de repente le profesa el último monarca citado a su pulga deforme, pero todavía lo es más que al morir el engendro utilice sin pena sus restos para dar un esposo a su hija, sabiendo que encima le está engañando. En definitiva, lo que ocurre es que la susodicha economía narrativa, que se desarrolla en un montaje en paralelo como es propio de las historias cruzadas, impide proporcionarnos la suficiente información y la debida continuidad sobre todo lo que acontece, y así ciertos sucesos nos parecen incoherentes. Por su parte, la mencionada elegancia formal, amenizada eso sí con la delicada música de Alexandre Desplat, contribuye al distanciamiento con lo que se nos cuenta, y resulta en parte contraproducente, pues si bien revela talento y refinamiento en el trabajo de composición e imagen, al mismo tiempo transmite cierta dejadez por falta de implicación dramática. En efecto, todo ello no nos permite adentrarnos del todo en un mundo que al fin y al cabo debería sernos tan cercano como lejano, por su mezcla de fantasía folclórica y de realismo grotesco.