6 películas se estrenan
el 20 de julio de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos son
producciones británicas, una estadounidense, una francesa, una alemana y una mexicana.
Esta semana no se produce ningún estreno español en la cartelera y se queda sin
editar en Sevilla la comedia paquistaní “Teefa in trouble” (Ahsan Rahim, 2018).
Pasemos a nuestras recomendaciones para
esta semana.
La revolución silenciosa. (Alemania,
2018). Dir. Lars Kraume.
Cuatro nominaciones en los Premios del Cine Alemán 2017.
Drama ambientado en los años 50 interpretado por Jonas
Dassler, Judith Engel, Tom Gramenz, Michael Gwisdek y Max Hopp.
El director alemán Lars Kraume dirige y escribe «La
revolución silenciosa» a partir de los hechos reales descritos en la novela
autobiográfica del recientemente fallecido Dietrich Garstka, «The silent
classroom», publicada en 2006.
Ambientada en la ciudad de Stalinstadt (actualmente
Eisenhüttenstadt), en Brandenburgo, la película recrea magistralmente un
episodio vivido en la Alemania del Este en la época de las revueltas húngaras
contra el poder soviético en 1956. Un grupo de jóvenes a punto de graduarse
decide guardar dos minutos de silencio en clase en protesta por la represión
soviética en Budapest. El resultado es una investigación por parte de las
autoridades académicas para destapar a los supuestos cabecillas de semejante
acto contrarrevolucionario. La solidaridad entre los compañeros será
interpretada como un gesto subversivo antisocialista, y ello tendrá
consecuencias desastrosas para los chicos y sus familias.
La película tiene como base un guion de hierro que hila
las diversas tramas con un magnífico pulso narrativo, un intenso sentido del
suspense y una profunda hondura dramática. A la compleja reflexión política
sobre la profunda irracionalidad del totalitarismo, se añaden conflictos
morales interesantes relacionados con la culpabilidad, el compañerismo, las
relaciones paternofiliales, el sentimiento religioso, el miedo a la verdad o
las lealtades excluyentes. A pesar de lo dramático de las situaciones y del
sufrimiento de los personajes, la película ofrece una salida esperanzada, no
solo por la resolución de la historia, sino por la fe positiva que profesa en
el ser humano y en su capacidad de nobleza.
La puesta en escena es muy eficaz, enmarcada en una
brillante dirección de arte, y sostenida por un reparto coral excelente, en el
que destacan el joven Jonas Dassler en el papel de Erik, Leonard Scheicher en
el de Theo, o Lena Klenke en su homónimo papel. Estamos ante una de las mejores
películas de la temporada, un excelente ejemplo de cine de revisión histórica
del socialismo real, y un buen ejemplo de cine educativo. Para no perdérsela. Recomendada.
Happy End. (Francia, 2017). Dir. Michael
Haneke.
Sección oficial del Festival de Cannes 2017.
Drama sobre la familia interpretado por Isabelle Huppert,
Jean-Louis Trintignant, Mathieu Kassovitz, Fantine Harduin y Toby Jones.
En 'Happy end' el austriaco Haneke ataca la podredumbre
moral de la clase burguesa, y para ello se va colando en las grietas que
resquebrajan la fachada de una familia de ricos industriales del norte de
Francia. El título es, obviamente, irónico: Haneke y los finales felices casan
tanto como los cuadros y las rayas.
La película pasa la mayor parte de su metraje cociéndose
a fuego lento y presentando a los diferentes miembros de la prole, y la
sucesión de diferentes puntos de vista apenas deja espacio a las historias
individuales. Como de costumbre, Haneke está más interesado en ir creando una
atmósfera que invita a pensar en los estallidos de violencia como algo
inminente.
También de forma previsible, el rigor formal del que el
director hace gala para establecer ese clima resulta imponente; lo que
sorprende es que, en esta ocasión, no haya rastro de ese foco y esa precisión a
nivel temático y de estructura narrativa. 'Happy end' quizá nos quiera hablar
de la indiferencia de Europa ante los refugiados, y de cómo esa actitud
contamina a las nuevas generaciones. O quizá no. Haneke acumula líneas
argumentales que no avanzan ni conectan de forma particular, y el resultado es
una película que apuesta por la ambigüedad pero más bien se percibe
incompleta.
De hecho 'Happy end' no es tanto una película como un
recopilatorio de Grandes Éxitos del cine previo del austriaco. Contiene la
psicopatía infantil de 'La cinta blanca', la eutanasia de 'Amor', las alusiones
a clases altas amenazadas de 'Caché', el miedo racial de 'Código desconocido' y
las reflexiones sobre el peligro de la imagen filmada de 'El vídeo de Benny'
-aquí matizadas con advertencias sobre cómo internet y las redes sociales
pervierten las relaciones amorosas-. Es una obra indudablemente hanekiana, pero
no parece obra de Haneke sino más bien de un imitador. No Recomendada.
Mamma Mia: Una y otra vez. (Reino
Unido, 2018). Dir. Ol Parker.
Comedia musical británica precuela de “¡Mamma Mia! La
película” (2018). Interpretada
por Amanda Seyfried, Lily James, Christine Baranski, Julie Walters, Pierce
Brosnan, Colin Firth, Stellan Skarsgard, Dominic Cooper, Andy García, Cher,
Meryl Streep.
Cuando hace justo 10 años llegó a las salas “Mamma Mia!
La película”, versión cinematográfica del musical creado para las tablas, otra
década atrás, por Catherine Johnson, Benny Anderson y Björn Ulvaeus, algunos
vimos en ella una simple colección de canciones filmadas en un escenario
paradisiaco más que un musical clásico; un festivo karaoke donde la inmensa
mayoría ni cantaba ni danzaba demasiado bien, y en el que, como en una
destartalada boda con barra libre, los intérpretes parecían dar todo el tiempo
saltos de alegría en lugar de bailar, sin trabajo de puesta en escena, de
coreografía ni de sentido de la armonía.
De modo que ante “Mamma Mia! Una y otra vez”, secuela
tardía (en realidad, mitad precuela, mitad continuación), no era difícil
superar un listón casi por los suelos en lo creativo, pero que había sido
suficiente en lo comercial y popular gracias al incuestionable poder contagioso
de las canciones de Abba y al carisma de Meryl Streep. Y, con los mismos
responsables de guion y dirección, con el insustancial Ol Parker a la cabeza,
lo han logrado incluso con la baja de Streep (salir sale, pero mejor pensar que
no, para no llevarse un berrinche).
Con Lily James, graduada en el Guildhall School Music and
Drama en 2010, como protagonista de los numerosos flashbacks, en el papel de
Streep de joven y en fase de conocimiento de los tres padres de su hija, la
película gana en sentido vocal. James sabe cantar y bailar y Parker, pese a su
empeño en algún instante en necesitar cuatro planos en segundo y medio donde
bien podía haber solo uno, se lo agradece con una puesta en escena más labrada
y, al menos, con un par de números corales divertidos y artísticos, sobre todo
el de “Waterloo”. Apenas unas gotas, pero gotas al fin, para los admiradores
del musical clásico, el de la expresión de sentimientos a través de las
canciones y el baile, sin excusas argumentales, necesitados de ejemplares que
vayan manteniendo un género tan poco practicado que el número de estrenos anual
se puede contar con los dedos de una mano, y quizá sobren.
A pesar de la ingente cantidad de canciones pegadizas
creadas en su día por Abba, para que la película no se llene de singles tardíos
y de caras B poco conocidas, los responsables repiten algunos temas que ya
habían sonado en la primera entrega (“Mamma Mia”, por supuesto, además de “Dancing
Queen” y “Super Trouper”), y la partitura musical de acompañamiento tira de
melodías de otras cuantas. Como en las bodas, más vale no arriesgar con la
selección, y ser sinceros.
Una franqueza que también practican con su evidente
contenido hortera: plenamente conscientes de su dimensión kitsch, tanto en lo
cinematográfico como en lo musical, cuando suenan temas de evidente sentido
pegajoso y cursi, como el inenarrable “Fernando”, en lugar de suavizar su
ridículo, se zambullen en él con meritoria autoconciencia paródica. No Recomendada.
Persecución al límite. (Reino Unido,
2016). Dir. Eran Creevy.
Nominada a peor actor secundario (Anthony Hopkins) en los
Premios Razzie 2017.
Película de acción interpretada por Nicholas Hoult,
Felicity Jones, Ben Kingsley, Anthony Hopkins y Clemens Schick.
Un dios hortera y otro altamente refinado libran su
particular lucha de clases sobre una joven pareja a la que, insistentemente, le
caen encima gratuitas comparaciones con Romeo y Julieta. Los dos dioses son,
dentro del relato, capos criminales de dispar condición y parecen papeles
hechos a medida para que dos monstruos sagrados –Ben Kingsley y Anthony
Hopkins, respectivamente- se entreguen a sus particulares ejercicios de
sobreactuación en el seno de un producto menor que ni merece, ni,
probablemente, les exigía un más elaborado trabajo de composición. La serie B
siempre ha sido un buen patio de juegos para el actor oscarizado sin ganas de
dar otro do de pecho. El personaje de Kingsley, proxeneta con diversificación
empresarial en el negocio de la equitación y en el sector servicios
(especialidad narcotráfico), viste con chándales o batines que hieren los
párpados, discursea al modo subtarantiniano sobre películas como “Perfect”
(1985) de James Bridges o sobre las similitudes y las diferencias entre las
putas y los caballos y tiene una irrefrenable tendencia al apodo pop: a sus
ojos, Nicholas Hoult merece ser bautizado como Burt Reynolds (se supone que por
su destreza al volante). El de Hopkins, por su parte, rico industrial con
intereses bien compartimentados en el comercio de la droga, es todo dicción
especialmente mimada para marcar distancias y, de paso, dejar claro que exigir
un reparto equitativo del botín es una intolerable falta de etiqueta.
“Persecución al límite”, tercer largometraje de Eran
Creevy tras “Shifty” (2008) y “Cruzando el límite” (2013), es una película
donde todo es de segunda mano y, además, llega varias temporadas tarde. El
pulso de excesos entre Kingsley y Hopkins aporta un ligerísimo toque de
distinción a una trama manoseada, que reitera el esquema de la última misión
delictiva del joven con necesidad de redención sentimental y doméstica. El
recurso melodramático de la heroína necesitada de trasplante de hígado no
incorpora ningún componente de emoción adicional, pero, sin duda, lo peor es el
sentido del montaje, que funciona como una avalancha de bromuro para unas
escenas de acción que la puesta en escena sabotea previamente. No Recomendada.
Siberia. (USA, 2018). Dir. Matthew
Ross.
Thriller coproducido entre Estados Unidos, Canadá y Alemania,
interpretado por Keanu Reeves, Molly Ringwald, Aleks Paunovic, Ana Ularu y
Veronica Ferres.
Más que un lugar, que también, Siberia es un estado
emocional. De aislamiento, de persecución, de purga. La Historia, con
mayúscula, lo ha querido así, y cualquier historia, con minúscula, ambientada
en sus tierras debería oler a frío y saber a represión.
Algo que intenta, aunque no consigue, el thriller
estadounidense “Siberia”, incapaz de transmitir la desolación que pretende en
un relato ambientado en parte en San Petersburgo, pero que tiene su núcleo
central en una zona árida y rural cercana a la tundra. Con el más clásico de
los mcguffins como excusa argumental, unos diamantes, su venta y su
falsificación, la película renuncia a la fácil comercialidad del ritmo y del
aparato de las secuencias de acción, que apenas tiene, para intentar abrazar el
sello de los ejercicios de cine de autor.
“Siberia” juega incluso a ser conceptual, como lo era,
por ejemplo, “El americano” (Anton Corbijn, 2010), en las antípodas climáticas
pero con variadas semejanzas en su andamiaje narrativo y en su personalidad
casi retro. Sin embargo, se queda en una vulgar sombra porque, aunque hay
apuntes de estilo en sus primeros minutos, sobre todo por la utilización de su
singular banda sonora, pronto se hunde en el tedio.
En su segundo largometraje, Matthew Ross, su director,
pretende experimentar con el contraste entre el hielo y el fuego, entre la
flema y el éxtasis, incluso en sus secuencias de sexo, cuatro polvos entre la
misma pareja, con cuatro distintos modos de hacer el amor, o de fornicar, que
seguramente no es lo mismo, entre la pasión y la decadencia. Pero el relato se
estanca con el nulo dibujo de personajes, una cadencia que no es pautada sino
morosa, y la gratuidad de ciertos diálogos presuntamente espectaculares, como
un Tarantino de saldillo.
Que la secuencia climática pretenda ser un intercambio de
parejas con felaciones al fondo ya da una idea de las intenciones de Ross: ir
de frío y de abstracto para luego caer en el más fácil y ventajoso de los
abismos. No Recomendada.
La leyenda del Chupacabras. (México,
2018). Dir. Alberto Rodriguez (II).
Nominada a mejor película de animación en los Premios
Platino 2017.
Cuando el animador Ricardo Arnaiz estrenó “La leyenda de
la Nahuala” (2007), mencionaba entre sus referentes una comedia popular
mexicana como “Dos fantasmas y una muchacha” (1959), de Rogelio A. González,
protagonizada por el gran Tin Tan, un cómico tan sobrecargado de carisma y de
inflexiones personales que la cinefilia internacional agradecería descubrir. “La
leyenda de la Nahuala” era tan solo el sexto largometraje animado producido en
México: el año anterior, “Una película de huevos” (2006) de los hermanos Gabriel
y Rodolfo Riva Palacio Alatriste se había convertido en un auténtico fenómeno
popular planteando un modesto modelo de animación tradicional, con puntuales
recursos a la imagen de síntesis, que podía enorgullecerse de no caer en ningún
tipo de mimetismo con respecto a las formas dominantes de la animación
norteamericana. También la película de Ricardo Arnaiz tocó una fibra colectiva,
al recurrir a la mitología sobrenatural autóctona y crear un nutrido elenco de
personajes –los niños calaca, los alebrijes, la pija Teodora- según una fórmula
que se acabaría rentabilizando en otras cuatro películas.
“La leyenda del Chupacabras”, de Alberto Rodríguez, es, así, el cuarto
título de una serie que se ha prolongado con “La leyenda del Charro Negro”
(2018) y su llegada a las salas españolas parece condenada a sembrar cierto
desconcierto entre sus potenciales espectadores: la película presupone una
familiaridad con los personajes que convierte en indescifrable a buena parte de
la trama. Cuando la película se centra en el enfrentamiento de un grupo de
insurgentes y soldados realistas con el Chupacabras del título, el cineasta
logra que su animación artesanal y posibilista dialogue con eficacia con los
estilemas y el tratamiento de los espacios propios del cine de terror. Lástima
que parezca todo el capítulo perdido de un serial del que uno se ha perdido más
de la mitad. No Recomendada.