miércoles, 30 de noviembre de 2022
martes, 29 de noviembre de 2022
Lecturas sobre Alfred Hitchcock
Hoy
no toca ver, sino leer a Alfred Hitchcock. Así que nos pararemos en la lectura
de una de las anécdotas más curiosas que él contaba sobre su infancia.
Lo
cierto es que él prefería no hablar de su infancia, pero siempre contaba algo
de cuando era pequeño y lo repetía hasta la saciedad:
“Cuando tenía sólo 6 años, hice algo que mi
padre consideró que merecía un castigo. Me envió a la comisaría de policía con
una nota. El agente de servicio la leyó y me encerró en una celda durante 5
minutos después de decirme: esto es lo que les pasa a los niños malos”.
Esta
anécdota es citada por Donald Spoto en el libro “Alfred Hitchcock: La cara
oculta del genio”. Sin embargo, el director francés François Truffaut
entrevistó a Hitchcock años antes para elaborar el libro “El cine según
Hitchcock”, y ya la anécdota era lo bastante conocida como para que ambos la
relataran a dúo.
Para
conocer esta anécdota y muchas más os recomendamos leer estos dos estupendos
libros sobre Alfred Hitchcock, porque al genial director británico no sólo hay
que verlo, sino que hay que leerlo y así descubriremos muchas más cosas de él.
En
relación a la anécdota antes mencionada, cuando Truffaut le preguntó a
Hitchcock a qué se debía el castigo, se limitó a decir que no tenía la menor
idea. Quizá hubiera olvidado ya si aquella encarcelación pertenecía al recuerdo
o a la fantasía, pero sin duda consideraba que la anécdota explicaba su
posterior interés por el delito y el castigo.
Además,
la insistencia con la que declaraba no saber qué “crimen” había cometido puede
relacionarse con un elemento recurrente en sus películas, los castigos injustos:
Richard Hannay en “Los 39 escalones” (1935) se ve inmerso en una pesadilla por
mostrar cierto interés sexual, Guy Haines en “Extraños en un tren” (1951) es
castigado por desear la muerte de su esposa, Many Balestero en “Falso culpable”
(1956) es perseguido por un sistema judicial kafkiano y, el ejemplo más
crucial, Marion Crane en “Psicosis” (1960) muere asesinada después de decidir
devolver el dinero que ha robado a su empresa en uno de los castigos más
injustos de la Historia del Cine.
Por
mucho que el genial director británico intentara que no se siguiera especulando
sobre la anécdota de la cárcel, sea cierta o no, muestra el sello personal e
inconfundible de su trabajo.
Para
cultivaros sobre el cine de Hitchcock, está claro que hay que leer sobre él.
François Truffaut y Alfred Hitchcock |
lunes, 28 de noviembre de 2022
Alta costura (Sylvie Ohayon, 2021)
Título
original: Haute couture. Dirección: Sylvie
Ohayon. País: Francia. Año: 2021. Duración: 100 min. Género:
Comedia dramática.
Guión: Sylvie Ohayon, Sylvie
Verheyde. Música: Pascal Lengagne. Fotografía: Georges Lechaptois. Escenografía: Marie Cheminal. Vestuario: Charlotte
Betaillole. Montaje:
Mike Fromentin. Producción:
Olivier Kahn.
Fecha del estreno: 22 Julio 2022 (España).
Reparto:
Nathalie Baye, Lyna Khoudri, Pascale
Arbillot, Claude Perron, Soumaye Bocoum, Adam Bessa, Alexandrina Turcan, Romain
Brau, Claudine Vincent, Farida Ouchani, Virgile Bramley, Saïd Benchnafa, Sandra
Choquet, Clotilde Courau.
Sinopsis:
Esther está al final de su carrera como jefa de costureras en el taller de Dior Avenue Montaigne. Un día, una mujer de 20 años, Jade, le roba el bolso en el metro. En lugar de llamar a la policía, decide hacerse cargo de Jade.
Comentarios:
Podría haber sido un
western, cine de aventuras de capa y espada o incluso un capítulo de La
guerra de las galaxias, porque lo que cuenta con delizadeza 'Alta costura'
no es otra cosa que la forja del héroe, en este caso, de la heroína. Sylvie
Ohayon sitúa a la maestra y su discípula en el París actual, con sus conflictos
de integración social, y sustituye efectos especiales, secuencias de acción y
complejas pruebas iniciáticas por el hipnótico día a día en un exquisito taller
de costura, con sus ritos y supersticiones en una muy cuidada puesta en escena.
El destino une, como en
las fábulas, el camino de las protagonistas. Esther, solitaria, rebelde e
insuperable en su arte, vive en la desazón de no tener continuador en su labor.
Pero en cuanto ve a Jade reconoce en ella las virtudes necesarias para serlo.
Jade, por su parte, muestra la inexperiencia y torpeza propias de la juventud.
Magníficas Nathalie Baye, con una sobriedad que oculta ternura, y Lyna Khoudri,
que cumple todas las expectativas que creó en 'Papicha, sueños de libertad'
(Mounia Meddour, 2019). (Juan Pando)
Recomendada.
domingo, 27 de noviembre de 2022
Bros: Más que amigos (Nicholas Stoller, 2022)
Título
original: Bros. Dirección: Nicholas
Stoller. País: USA. Año: 2022. Duración: 115 min. Género:
Comedia.
Guión: Billy Eichner, Nicholas
Stoller. Fotografía: Brandon Trost. Música: Marc Shaiman. Producción: Apatow Productions,
Universal Pictures, Stoller Global Solutions.
Fecha del estreno: 28 Octubre 2022
(España)
Reparto: Billy Eichner, Luke
Macfarlane, Monica Raymund, Guillermo Díaz, Guy Branum, Amanda Bearse, Dot
Jones, Jim Rash, Eve Lindley, Peter Kim, Miss Lawrence, Lauren Yaffe, Harvey
Fierstein, Bowen Yang, Brock Ciarlelli, Debra Messing.
Sinopsis:
Dos hombres con vidas frenéticas y problemas para comprometerse intentan una relación.
Comentarios:
Vivimos malos tiempos
para las comedias románticas (y para el romance en general). Motejadas de
género menor y condenadas al streaming, a sus estrenos se les ha quitado la
pompa y relevancia de antaño. Su último gran momento fue, probablemente, cuando
Judd Apatow decidió, en 2005, sexualizar sus escenas, subir su recomendación
por edades y trufar los guiones con referencias pop. Eichner y Stoller, dos de
sus pupilos, van un poco más allá con una idea que, de puro simple, sorprende
que nadie haya tenido antes. ¿Por qué no llevar esas innovaciones a otras
formas de amor/cariño que no sean heteronormativas?
Bros nos entrega a un Eichner que es un Woody
Allen/Alvy Singer gay: verborreico, petulante, acomplejado y adicto a los
paseos por NY. Retrata a la comunidad, sus contradicciones, estereotipos (y
esteroides), con sorprendente honestidad y tiene líneas de diálogo memorables.
No es menos cierto que el filme, tan moderno en la exposición de la
homosexualidad, vira hacia cierto conservadurismo en su resolución, y que la
idea motriz que lo vertebra, la del derecho de una minoría a contar sus propias
historias, se vuelve machacona.
Por ahí, y por la clase
social de sus personajes, le buscarán las cosquillas los miembros de una
comunidad que, como bien se muestra en el filme, tiene tendencia al integrismo.
Con todo, un paso adelante para el colectivo… y para la comedia romántica. (Ruben
Romero Santos)
Recomendada (con reservas).
sábado, 26 de noviembre de 2022
Cerdita (Carlota Pereda, 2022)
Título
original: Cerdita. Dirección: Carlota
Pereda. País: España. Año: 2022. Duración: 99 min. Género:
Thriller, Drama.
Guión: Carlota Pereda. Música: Olivier Arson. Fotografía: Rita Noriega. Producción:
Morena Films, La Banque Postale Image, Indéfilms.
Sección Oficial (fuera de
competición) del Festival de Cine de Sitges 2022.
Fecha del estreno: 14 Octubre 2022 (España).
Reparto:
Laura Galán, Claudia Salas, Camille Aguilar,
Pilar Castro, Carmen Machi, José Pastor, Chema del Barco, Julián Valcárcel,
Irene Ferreriro, Stéphanie Magnin Vella, Fernando Delgado-Hierro.
Sinopsis:
Para Sara, el verano solo
significa tener que soportar las continuas burlas de las otras chicas de su
pequeño pueblo. Pero todo terminará cuando un desconocido llegue al pueblo y
secuestre a sus acosadoras. Sara sabe más de lo que dice, y tendrá que decidir
entre hablar y salvar a las chicas, o no decir nada para proteger al extraño
hombre que la ha salvado...
Comentarios:
Aunque los hallazgos de Cerdita se condensan en esa poderosa imagen de una adolescente entrada en carnes, semidesnuda y bañada en sangre sobre el infernal asfalto de una carretera extremeña en pleno verano, la ópera prima de Carlota Pereda va más allá en su mezcla de humor negro, terror y denuncia del acoso endémico a las personas gordas.
Con su predominio cromático rosa —el de los flamencos kitsch, los cerdos y ese bollo industrial que ha marcado la adolescencia de varias generaciones de españoles y que aquí se erige como símbolo de la comida basura, aunque también de la pasión romántica—, Cerdita es un cóctel de ideas, sobre todo en su primera parte, capaz de representar el bullying con un tono ligero y a la vez como el pánico más atávico. Una película de terror —y humor— rural sobre la soledad adolescente y la carne en su amplio espectro de posibilidades: sociales, culinarias, eróticas, psicológicas.
El primer largometraje escrito y dirigido por Carlota Pereda nace del corto de 14 minutos del mismo título premiado en los Goya de 2019 y en el que ya se abría la puerta de una sangrienta venganza pasada por el paisaje ibérico. Es el punto de partida de una película que, aunque decae por momentos, se sostiene, entre otras razones, por presentar un cuadro familiar y social en el que la alimentación y el sobrepeso también forman parte de la brecha de clase. Esa fractura que representan esa madre de pueblo amargada y castradora que borda una inmensa Carmen Machi frente a la de la ciudad, con la vis tragicómica de Pilar Castro.
Cerdita pasa del almodovariano uso de la iconografía más cañí (el toro, la guardia civil, el calor de pueblo y el mandil) al alegato body positivity de una heredera directa de Carrie, icono del cine de terror y de la crueldad del bullying adolescente.
Pero, además, la película también entronca con los símbolos del cerdo y la matanza (el padre de la protagonista es el carnicero del pueblo) como rituales del campo español o ese paganismo que siempre va asociado a la figura del marrano, como se tachaba despectivamente a los judíos que después de la expulsión de España en 1492 se vieron obligados a cristianizarse para poder sobrevivir.
Cerdita, como llaman con saña y desprecio las chicas que se burlan del personaje interpretado por Laura Galán, busca ser aceptada por un entorno, pijo y urbanita, que viaja a La Vera los fines de semana o durante las vacaciones. Pereda afina en esa tensión social de un lugar idílico solo en apariencia: del aterrador plano fijo de un banco vacío mientras escuchamos la máquina de rebanar de la carnicería del pueblo, a la idea de la bollería industrial como emblema de un amor loco y fuera de norma o el cuerpo desbordado de su protagonista corriendo asustada y acalorada por una carretera en pleno achicharre extremeño. Un cuerpo omnipresente, que desde el dolor y el miedo desafía los cánones, también los de las heroínas del cine de venganza, para convertirse por sí solo en vehículo de la idea más radical del filme. (Elsa Fernández-Santos)
Recomendada.
viernes, 25 de noviembre de 2022
miércoles, 23 de noviembre de 2022
Series de TV: Chernobyl (2019)
Título
original: Chernobyl. Temporada:
1. Episodios: 5. Año: 2019. País:
USA. Género: Drama. Estreno: 6 Mayo
2019 (HBO).
Creación: Craig
Mazin. Dirección: Johan Renck. Guión: Craig
Mazin (basado en el libro “Voces de Chernóbil”, de Svetlana
Aleksiévich). Fotografía: Jakob Ihre.
Música: Hildur Guðnadóttir. Producción: David Declerque. Distribuidora:
HBO.
Globo de Oro 2019 a la Mejor
Miniserie. Premio BAFTA 2019 a la Mejor Miniserie. Premio Emmy 2019 a la Mejor
Miniserie.
Reparto: Jared Harris (Valeri
Legásov), Stellan Skarsgård (Borís Shcherbina), Emily Watson (Uliana Jomyuk), Paul
Ritter (Anatoli Diátlov), Jessie Buckley (Liudmila Ignatenko), Adrian Rawlins (Nikolái
Fomín), Con O'Neill (Víktor Briujánov), Jamie Sives (Anatoly Sitnikov), Philip
Barantini (Valery Vespalov), Oscar Dyekjær Giese (Boris Baranov), Jay Simpson (Valery
Perevozchenko), Baltasar Breki (Alexei Ananenko), Sam Troughton (Aleksandr
Akímov), Ross Armstrong (Nikolai Gorbachenko), Adam Nagaitis (Vasili Ignatenko),
Alex Ferns (Andrei Glukhov), Gerard Kearns (Volodymyr Pravik), Robert Emms (Leonid
Toptunov), Barry Keoghan (Pável Grémov), Ralph Ineson (Nikolái Tarakánov), Mark
Lewis Jones (Vladímir Pikálov), Fares Fares (Bachó), David Dencik (Mijaíl
Gorbachov), Kieran O'Brien (Valery Khodemchuk), Douggie McMeekin (Aleksandr
Yuvchenko), Billy Postlethwaite (Borís Stolyarchuk).
Sinopsis:
El 26 de abril de 1986,
la Central Nuclear de Chernóbil, en Ucrania (por entonces perteneciente a la
Unión Soviética), sufrió una explosión masiva que liberó material radioactivo
en Ucrania, Bielorrusia, Rusia, así como en zonas de Escandinavia y Europa
Central. La serie relata, desde múltiples puntos de vista, lo que aconteció en
torno a una de las mayores tragedias en la historia reciente, así como los
sacrificios realizados para salvar al continente de un desastre sin
precedentes.
Comentarios:
Es la película de terror más angustiosa que he visto en años. No nace de la imaginación de un guionista, no es ficción. Aquella barbaridad fue real y todavía hay víctimas afectadas por ella, aunque la mayoría están enterradas en los suelos y cubiertas por cemento. El monstruo que ha provocado esa matanza no es corpóreo, no vemos sus temibles fauces, no nos asusta al constatar su aspecto amenazante y su asombroso poder destructivo. Solo observamos de vez de cuando unas gotitas azules que les hacen gracia a niños y adultos. También extrañas cortinillas de humo. Y no hay música subrayando el peligro. Solo un obsesionante ruido de fondo que reproduce algunos sonidos que se escuchan en las centrales nucleares.
Estoy hablando de Chernobyl, una miniserie (mini de duración, pero su impacto es grandioso) de la productora HBO que reproduce no solo los antecedentes, el estallido y las consecuencias de lo que ocurrió en Chernóbil, sino que te empapa del enfermizo y estremecedor clima en el que murieron o sobrevivieron sus moradores y los profesionales venidos de fuera que se convirtieron en héroes, a costa de su vida o de pillar una enfermedad crónica y casi siempre devastadora intentando apagar el infierno. Son cinco capítulos con una duración conjunta que bordea las seis horas. Veo los dos primeros en casa ajena y en compañía de un matrimonio. La sensación es de agobio y de miedo. Al terminar el segundo nos damos un rato de respiro bajando a la calle para jugar con sus nietos, dos preciosos bebés. Necesito respirar, luz, observar la alegría y la inocencia de los niños. Retornamos después de ese rato liberador a la narración de esa intolerable tragedia que ocurrió en Ucrania. Cuando hablo por teléfono con ellos al día siguiente (ya sé que comunicarse oralmente a través de un teléfono supone un imperdonable anacronismo existiendo el email y el WhatsApp, pero afortunadamente todavía quedamos anormales que creemos en las voces) me cuentan que su sueño estuvo agitado por las imágenes de Chernobyl. Sus creadores pueden estar contentos, misión cumplida.
Si algo se le puede reprochar a HBO es que no cite en los títulos de crédito un libro de referencia como es Voces de Chernóbil, en el que Svetlana Alexiévich transforma en monólogos sus entrevistas con la gente que sufrió ese espanto. No lo he leído, carencia que arreglaré enseguida. Conocer con múltiples datos horrores que pudieron evitarse compensa la ingrata sensación de que se te ponga el pelo de punta. Ocurrió en la primavera de 1986. La serie arranca con un hombre definitivamente acorralado, un científico especializado en química sentenciado por el poder absoluto a la soledad más cruel al no poder contarle al mundo lo que descubrió sobre los orígenes, el desarrollo y las mentiras del Estado sobre aquella tragedia. Como la serie la han realizado los estadounidenses, no me extrañaría que Putin la repudiara hablando de ataques del imperialismo yanqui a la antigua república soviética, como un complot organizado por la CIA.
Y efectivamente, Chernobyl provoca escalofríos en el espectador al constatar de lo que es capaz un Estado totalitario para manipular la realidad, para ocultar la verdad, para imponer sus directrices, para silenciar a la disidencia. Y asombrosa la capacidad del creador Craig Mazin y del director Johan Renck para transmitir el clima de lo que allí se padeció, la evolución de la enfermedad entre los que fueron afectados, el exterminio de los animales, el trabajo de bomberos, mineros y científicos metiéndose en las fauces de la bestia para intentar aplacarla, sabiendo que van a morir. Hay una secuencia que me estremece. La de esa anciana que se niega a abandonar su casa. Cuenta que padeció la crueldad del zar, las purgas estalinistas, la hambruna, la muerte trágica de todos los suyos. Ya no tiene nada que perder. Abundan las historias individuales de esa intensidad emocional. Que cada cual elija sus favoritas. Lo que no se le olvidará a ningún espectador es el tono y la atmósfera que transmite la serie. Es una dolorosa obra de arte. (Carlos Boyero)
Recomendada.
lunes, 21 de noviembre de 2022
Charlie Kaufman
Charlie Kaufman |
Traemos hoy al blog lo más destacado de la obra del neoyorquino Charlie Kaufman (1958), guionista y director, centrándonos en los aspectos relacionados con el guión y queriendo subrayar su último trabajo fílmico Estoy pensando en dejarlo, estrenado en 2020 (en España en Netflix), que pasó de puntillas por el escenario cinematográfico: no fue un buen año para el cine ni para nada.
Curtido como guionista en el mundo de la televisión y la sitcom, consiguió ser nominado al Óscar y al Globo de Oro y ganar un Bafta por su primer guión cinematográfico, un guión original, para la película Cómo ser John Malkovich (Spike Jonze, 1999). Ya desde entonces encontramos la primera seña de identidad de su obra, su exacerbada imaginación, seña que lleva a gala y que explica como necesaria cuando le preguntan: “Cada vez que creas una obra de arte intentas hacer algo diferente. Toda película debería ser una anomalía”.
Es lógico defender esta postura. Si la exclusividad y originalidad es mínima, si la creatividad escasea, se hace más una labor de artesanía que arte. Y el resultado final es parecido a otras obras.
Ese intento de hacer algo diferente, Charlie Kaufman, lo consigue claramente en sus guiones. Tímido confeso, se ve que ha convertido la introversión en riqueza creativa. En Cómo ser John Malkovich, parte de la idea del hallazgo de un túnel que va a la mente del actor John Malkovich. Cuando menos, el planteamiento es peculiar y dará pie a multitud de situaciones que evidencian las temáticas que van a ser habituales en su filmografía: insatisfacción vital, soledad, depresión, dificultad para conectar con el otro, complejidad de la mente humana, desdoblamiento de la personalidad…
John Cusack, Catherine Keener y Cameron Diaz en Cómo ser John Malkovich |
Si en esta película John Malkovich pasaba a ser un personaje en cuya mente podían adentrarse los demás, en su guión para Adaptation. El ladrón de orquídeas (Spike Jonze, 2002) se mete de lleno en el metacine. Charlie Kaufman es el personaje protagonista de su propio guión: inmerso todavía en el rodaje de Cómo ser John Malkovich, le encargan la adaptación del libro El ladrón de orquídeas y, ante la dificultad para hacerlo, investiga sobre el protagonista del libro y la autora, de modo que pasan a ser también personajes de la película. Dejando claro su gusto por las duplicidades, crea además el personaje de su hermano gemelo, Donald Kaufman, al que incluye en los títulos de crédito como coguionista, haciendo un guiño al espectador.
Igual que le ocurrió en Cómo ser John Malkovich, estuvo nominado al Óscar y al Globo de Oro, pero nuevamente lo que ganó fue el BAFTA, esta vez por mejor guión adaptado, ya que existía la novela previa de El ladrón de orquídeas, de Susan Orlean. Por cierto, los miembros de la Academia también incluyeron en la nominación al inexistente Donald Kaufman.
Tras escribir el guión de Confesiones de una mente peligrosa (George Clooney, 2002) y tener diferencias con el director, volvió a trabajar con Michel Gondry (le había hecho el guión para Human nature en 2001) y esta vez sí obtuvo merecidamente el Óscar a mejor guión original, entre numerosos premios más, por Olvídate de mí (Michel Gondry, 2004). La peculiar historia que nos cuenta merece que accedamos a ella sin ideas previas y sin saber siquiera una sinopsis, si es que todavía no se ha visto.
Más incluso que en sus obras anteriores, se le exige al espectador el papel activo de organizador de la información que recibe. De género mixto (la he visto clasificada como drama, comedia, romántica, ciencia-ficción), lo cierto es que el trabajo de Charlie Kaufman va evolucionando desde un tono ligero cercano a la comedia hasta un humor lleno de cinismo.
Su pareja protagonista, Kate Winslet y Jim Carrey, está espléndida, aunque quizá la única pega que podría ponerse a su elección es que, especialmente él, podría ser un reclamo para un público que fuera buscando la comedia simplona y, al mismo tiempo, el factor disuasorio para el espectador que suela huir del cine en el que suele participar. Es una película a la que hay que acudir libre de prejuicios.
Kate Winslet y Jim Carrey en Olvídate de mí |
El reconocimiento de público y crítica que obtuvo con Olvídate de mí le animó a querer dirigir sus guiones. Tras su debut como director con otro ejercicio metalingüístico, Synecdoche, New York (Charlie Kaufman, 2008), continuó con Anomalisa (Charlie Kaufman, 2015), película de animación usando la técnica de stop motion, cuyo protagonista escucha en los demás siempre la misma voz. Estuvo nominada al Óscar como mejor película de animación, pero se lo arrebataría Inside out (Pete Docter, 2015).
Su último trabajo como director y guionista ha sido Estoy pensando en dejarlo (Charlie Kaufman, 2020). Es un guión adaptado, basado en la novela del mismo título de Iain Reid. Es denso, con mucho peso literario, y con él sigue siendo fiel al sello de su cine en cuanto a originalidad y temática. Comienza con la voz en off de la actriz protagonista (¿es ella la protagonista de la película?), Jessie Buckley: “Estoy pensando en dejarlo (…) Una idea está más cerca de la verdad, de la realidad, que una acción. Puedes decir cualquier cosa, hacer cualquier cosa, pero no puedes fingir una idea”.
Jesse Plemons, Jessie Buckley, Toni Collette y David Thewlis en Estoy pensando en dejarlo |
Genera tensión que no está producida por una música efectista, por una trama de suspense o imágenes sobrecogedoras, sino por la sensación desde temprano de que hay pequeños detalles que no encajan bien, nombres que creemos no haber entendido (aquí tenemos la ventaja del visionado a través de plataforma), secuencias que contradicen la lógica del espacio y el tiempo y a las que cada uno tiene que dar su propia respuesta porque Charlie Kaufman no nos la va a dar. De hecho, parece ser que ha optado por ser más críptico que lo que es la novela. Eso sí: va a ser generoso en los mensajes. “El ser humano es el único que conoce la inevitabilidad de su muerte. Los otros animales viven en el presente. Como los humanos no pueden, inventaron la esperanza”.
La película más oscura del cineasta otorga al espectador un protagonismo extremo: le muestra las piezas y él tiene que montarlas para construir su significado. Pero esta ambigüedad y diversidad de interpretaciones es la que le concede la belleza del misterio.
domingo, 20 de noviembre de 2022
Con la muerte en los talones (Alfred Hitchcock, 1959)
Título
original: North by Northwest. Dirección: Alfred
Hitchcock. País: USA. Año: 1959. Duración: 136 min. Género:
Suspense.
Guión: Ernest Lehman. Música: Bernard Herrmann. Fotografía:
Robert Burks. Producción: Metro-Goldwyn-Mayer.
3 nominaciones a los
Premios Oscar 1959. Mejor Director en el Festival de Cine de San Sebastián
1959. Mejor actor extranjero (Cary Grant) en los Premios David
di Donatello 1959.
Fecha del estreno: 17 Julio 1959 (Los
Ángeles, USA).
Reparto:
Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason,
Martin Landau, Leo G. Carroll, Philip Ober, Josephine Hutchinson, Edward Platt,
Adam Williams, Jessie Royce Landis, Alfred Hitchcock, Edward Binns.
Sinopsis:
Debido a un malentendido,
a Roger O. Thornhill, un ejecutivo del mundo de la publicidad, unos espías lo
confunden con un agente del gobierno llamado George Kaplan. Secuestrado por tres
individuos y llevado a una mansión en la que es interrogado, consigue huir
antes de que lo maten. Pero cuando al día siguiente regresa a la casa
acompañado de la policía, le espera una sorpresa.
Comentarios:
Durante el rodaje de Con la muerte en los talones, Cary Grant se dirigió en una ocasión a Hitchcock para presentarle sus dudas respecto al film que estaban rodando. Aunque el cineasta británico era uno de los realizadores con quien más le gustaba trabajar, el célebre actor le dijo que aquella debía ser una de las peores películas que había hecho, puesto que en todo lo que llevaban de filmación no habían parado de sucederle situaciones a cada cual más enrevesadas sin ser capaz de entender el porqué de todo aquello. Sea cierta o no esta famosa anécdota referida por el propio Hitchcock, resulta muy significativa porque desvela cuál es la clave de la que es una de las obras más célebres del maestro del suspense.
Con la muerte en los talones es en ciertos aspectos el Hitchcock definitivo, la película donde el cineasta se atrevió a llevar más lejos su concepción más pura del cine, trabajando con el poder de las imágenes sin preocuparse de lo irreal de muchas de sus escenas. Prueba de ello es que el film cuente con un MacGuffin casi inexistente: no es hasta el tramo final cuando se nos habla de ciertos secretos de estado que los antagonistas intentan sacar del país, y además se nos despacha dicha información (¡en realidad el meollo de toda la cuestión!) en unas pocas frases apenas inteligibles. A estas alturas, un Hitchcock en pleno estado de gracia creativa se atrevía a menospreciar más que nunca el reglamentario MacGuffin colocando además a su protagonista, el publicista Roger Thornill (Cary Grant), en una situación tan absurda como insostenible: ser confundido por un espía que no existe, George Kaplan, a partir de un gesto absolutamente insignificante y nimio que tiene lugar en el hall de un hotel. Desde el momento en que no puede demostrar que no es esa persona porque ésta no existe, Thornill se ve abocado a un callejón sin salida, haciendo de su huida una carrera hacia la nada. De esta forma todas las peripecias en que se ve envuelto tienen más que nunca en el cine de Hitchcock un componente irreal y de pesadilla: no hay lógica, no hay posibilidad de escape, no tiene siquiera derecho a réplica (¿qué haría un espía auténtico sino negar que lo es?). Lo único que puede hacer es mantenerse en constante movimiento esquivando todas las trampas que se le cruzan por el camino.
Hitchcock retoma la misma
estructura que ya utilizara décadas atrás en 39 escalones (1935) y Sabotaje
(1942) pero llevándola a un nivel más alto de virtuosismo e imaginación, haciendo
que las escenas de acción tengan cada vez menos vínculos con algo real y
tangible. ¿A qué genio del mal en su
sano juicio se le ocurriría intentar liquidar a su antagonista en un paraje
desértico con un avión fumigador en lugar de enviar sencillamente a dos matones
para que le peguen un tiro? Y no obstante, la escena resultante se ha
convertido en una de las más emblemáticas de la historia del cine, que funciona
tan bien precisamente por esa aura tan auténtica que tiene de pesadilla: una
situación extraña de peligro de la que nos vemos incapaces de escapar
precisamente por lo insólito de la situación. Aunque el momento más recordado
es obviamente el ataque del avión, no hay que olvidar el inicio de la
secuencia, un prodigio de dirección y montaje en que Hitchcock enfatiza la
soledad de Thornill en mitad de la carretera hasta que de repente añade un
segundo personaje en ese desierto. El plano de esos dos hombres en mitad de la
nada tiene algo de absurdo, en la línea del resto del film, una sensación que
va a más con el breve diálogo que intercambian. Y entonces aparece el peligro
en forma de un elemento típico de ese entorno aparentemente inofensivo que, de
repente, desvela una característica que rompe con su lógica o armonía (un rasgo
muy común en otras obras del director: la monja con tacones en Alarma en el
expreso, el molino girando en el sentido contrario al viento en Enviado
especial, o el espectador del partido de tenis que no sigue el movimiento
de la pelota en Extraños en un tren; elementos que dan a entender que
algo no encaja en ese mundo teóricamente normal). En este caso es ese
desconocido quien le deja caer la frase clave (“Qué raro, ese avión está
fumigando donde no hay cosecha”) para ipso facto subir al autobús. Si
Thornill hubiera sido más hábil habría intuido al instante la señal de peligro
y se habría escapado con él, pero en esos segundos de duda se ve condenado a
enfrentarse al ataque del avión en una de las secuencias más famosas de la
historia del cine.
El guion, cuidadosamente
preparado junto a Ernest Lehman desde hacía varios años, sabe conducir con suma
habilidad al espectador de una situación a otra alternando entre momentos de
mayor suspense, escenas románticas y otras más humorísticas que sirven para
relajar al espectador (la madre de Thornill preguntando a los espías en el
ascensor si piensan matar a su hijo, o la divertida escapatoria de la escena de
la subasta, que permite desplegar las dotes cómicas de Cary Grant). Por otro
lado, el reparto resulta muy astutamente seleccionado no solo por el papel
protagonista y de Eva Marie Saint como rubia hitchcockiana (una pareja que nos
brinda la que sin duda es la más tórrida secuencia de amor de toda la
filmografía del director, inédita casi por completo en nuestro país hasta la
década de los ochenta por mor de la censura franquista), sino también por los
antagonistas: James Mason como pulcro y elegante villano y Martin Landau en su
debut en el cine, que tuvo la ingeniosa ocurrencia de añadir sutilmente en su
interpretación un tono homosexual y de celos hacia la amante de su jefe.
En cierto sentido, Con
la muerte en los talones es la última obra maestra abiertamente comercial
de la edad de oro de Hitchcock. Sus películas inmediatamente posteriores – Psicosis
(1960) y Los pájaros (1963) – fueron apuestas más arriesgadas que
afortunadamente funcionaron bien en taquilla, pero seguidamente el director
vivió una etapa de incertidumbre en que temió haber perdido el favor del
público o no haberse sabido adaptar a los nuevos tiempos. Con la muerte en
los talones es por tanto el gran exponente del Hitchcock clásico llevado a
su máxima expresión y sin duda una de sus obras definitivas. (Guillermo
Triguero)
Recomendada.
sábado, 19 de noviembre de 2022
Lirios rotos (David W. Griffith, 1919)
Título
original: Broken Blossoms. Dirección: David
W. Griffith. País: USA. Año: 1919. Duración: 90 min. Género:
Drama, Bélico, Cine Mudo.
Guión: David W. Griffith
(basado en el cuento “The Chink and the Child”,
de Thomas Burke1). Fotografía: G.W. Bitzer (B&W). Música: Joseph Turrin (DVD del 2001). Montaje: James Smith. Producción: David W. Griffith.
Fecha del estreno: 13 Mayo 1919 (EE.UU.)
Reparto:
Lillian Gish (Lucy
Burrows), Richard Barthelmess (Cheng Huan), Donald Crisp (Battling Burrows),
Arthur Howard (Gerente de Buroows), Edward Peil Sr. (Ojo malvado), George
Beranger (El espía), Norman Selby (Un boxeador).
Sinopsis:
Una inocente joven que
vive en un claustrofóbico ambiente en el barrio londinense de Limehouse, es
brutalmente maltratada por su padre, un ex boxeador alcohólico. En este sórdido
lugar, vive una historia de amor con un noble chino, que, incluso lejos de su
tierra, trata de vivir conforme a su filosofía de paz y armonía, pero su
idealista visión del mundo choca con la cruda realidad.
Comentarios:
Cuando el director,
productor y guionista D.W. Griffith llevó a cabo todas esas funciones para
desarrollar Lirios rotos (Broken
Blossoms, 1919), la teoría de los géneros cinematográficos todavía no se había
desarrollado, y estos todavía tendrían muchos cambios por dar. Por tanto,
aunque es lógico considerar dicho filme como un melodrama, no se trata de lo
que se entiende como melodrama clásico —una idea que llegaría posteriormente,
en plenos años veinte. La cinta de Griffith es, en cambio, un melodrama
victoriano, la base más firme del género cinematográfico pero que presenta
considerables diferencias con respecto al grueso del citado modo narrativo. Del
melodrama siempre se ha señalado la intensidad de sus emociones, el grosor de
las temáticas, que son explicitadas a través de lo que se conoce como una
estética del exceso. Todas estas características aparecen en el melodrama
victoriano, que destaca por presentar un reducido espectro de personajes
arquetípicos, que se relacionan en base a temas principalmente amorosos, y en
el que la presencia de la muerte en forma de asesinato es casi una constante.
La diferencia clave que permite marcar un antes y un después en la evolución
del melodrama consiste en la posibilidad de señalar a un antagonista concreto o
no. Mientras que en ejemplos de melodrama clásico como Stella Dallas (King Vidor, 1937) o Solo el cielo lo sabe (All that Heaven Allows, Douglas Sirk, 1955)
no hay un antagonista claro, no hay un personaje al que señalar como el
causante de todos los males de quien protagoniza la historia, sino que es el
modelo de sociedad y sus normas la que lo provoca, en la película analizar es
evidente que sí lo hay —en este caso, el padre de la protagonista, un violento
y borracho boxeador. Por tanto, cuando se habla de Lirios rotos se está haciendo referencia a un melodrama victoriano.
Resulta tremendamente
estimulante recorrer los años previos a la producción de la cinta para entender
toda una serie de decisiones que condicionan Lirios rotos de manera determinante. Era 1919 cuando Griffith
estrenó la obra. Por aquel entonces ya había rodado sus dos tótems
cinematográficos, El nacimiento de una
nación (The Birth of a Nation, 1915) e Intolerancia
(Intolerance, 1916). Es bien conocida la historia que relaciona a ambas, siendo
la segunda la respuesta inmediata a la oleada de críticas que sufrió el
realizador por su manera de retratar a la comunidad afroamericana en la
primera. Pero no se trataba solo de un lavado de cara, sino de un mensaje
subliminal a sus detractores. Al crear una historia sobre la intolerancia, el
autor trataba de mostrarse como una persona tolerante y comprometida con las causas
sociales, pero a la vez acusaba a la audiencia de ser, precisamente,
intolerante con su manera de hacer cine. La decisión muestra la cara narcisista
de un creador megalómano que se consideraba a sí mismo un auténtico artista, en
una época en la que este tipo de términos no se utilizaban con frecuencia en
Hollywood. De hecho, se podría asegurar que Griffith contribuyó en gran medida
al desarrollo del concepto de director de cine como autor, y no como un simple
artesano insertado en la maquinaria de estudio que siempre ha fomentado la meca
del cine.
La creación de una
película como Lirios rotos atiende a
otro ataque de narcisismo por parte de Griffith, quien, más allá de que
estuviera en lo cierto o no, consideraba que sus obras no eran tomadas
suficientemente en serio. A pesar de tener gran fama y ser conocido por sus
proyectos mastodónticos, decidió cambiar radicalmente la aproximación a su
modelo de cine para la producción de su nueva cinta. En este caso no habría
grandes presupuestos, decorados colosales ni metrajes kilométricos. De hecho,
la cinta apenas costó 70.000 dólares, una cifra que el propio director se
aseguró de que se hiciera pública, para reforzar el mensaje que trataba de
mandar. Cuando se asiste a la proyección del filme se explicita hasta qué punto
el autor se esforzó por dar dicha imagen sobre su trabajo. Ya desde los títulos
de crédito hay una serie de evidencias inequívocas. Para empezar, cada uno de
los intertítulos aparecen firmados con las letras “DG”, que corresponden a sus
iniciales, queriendo enfatizar la autoría del responsable de aquello que se
quería mostrar como una obra de arte. Por otro lado, los textos que aparecen en
dichos intertítulos están escritos utilizando un lenguaje poético,
tremendamente recargado, como si de esta manera se quisiera aproximar a la
vertiente literaria del arte —aparte del hecho de que la cinta adapta un relato
literario, The Chink and the Girl,
escrito por Thomas Burke.
Pero la disciplina
artística que mayor influencia tiene sobre Lirios
rotos, también conocida como La culpa
ajena, es la pintura. Por un lado, es normal que esto suceda, puesto que
podría considerarse que el cine es el nieto metafórico de esta —con la
fotografía como nexo generacional entre ambos—, pero la influencia va más allá
de lo básico. Empezando por lo más evidente, Griffith utilizó el tintado de
fotogramas, algo que en 1919 distaba de ser novedoso. Por otro lado, el tipo de
iluminación es determinante. Gracias al trabajo de fotografía de su colaborador
habitual, G.W. Bitzer, el director utilizó una luz suave, que, junto con el uso
de una profundidad de campo estrecha, permitía la creación de fondos
difuminados. Estas decisiones se explicitan en los momentos en los que filmó en
primer plano a su protagonista, a quien daba vida su actriz fetiche, Lillian
Gish. La actriz era iluminada desde arriba, sin sombras en la cara y con un
cierto halo alrededor del pelo. Todo ello, sumado al citado fondo difuminado,
daba lugar a un plano de corte artístico que se aproxima a la estética de la
pintura. Pero quizás el recurso estilístico que termina de confirmar esta
teoría es el uso de los tableaux vivants,
que consisten en, precisamente, utilizar actores y escenarios para representar
imágenes que recuerdan de manera inequívoca a cuadros. Los tableaux son recursos muy habituales en el melodrama —y en esta
cinta son una constante—, puesto que son momentos en los que el tiempo parece
detenerse, de tal manera que se potencia la idea del género, que, a diferencia
del resto de modos narrativos, lejos de focalizarse en contar una historia, en
lo que se interesa es en desarrollar una emoción y forzar al público a que la
viva junto a sus protagonistas. Mediante el uso de tableaux, el tiempo narrativo se detiene y la audiencia posa su
mirada sobre la situación para pararse a vivir la emoción del relato.
El sufrimiento que vive
el público llega de la mano de la protagonista de la cinta, Lucy, conocida como
La Chica. La joven vive en casa de su
padre, Battling Burrows (Donald Crisp), quien la maltrata física y
psicológicamente, hasta el punto de hacer su vida un auténtico infierno. Su
deseo de escapar se potencia cuando entra en contacto con el personaje conocido
como El Hombre Amarillo (Richard
Barthelmess), un asiático que ha emigrado al embrutecido y salvaje Occidente
para tratar de transmitir las enseñanzas vitales de Oriente, que se basan en la
bondad y la compasión. Entre ellos se establece una relación amorosa que los
podría salvar de la pesadilla en la que viven, pero la sociedad, encarnada en
la figura del padre, conspirará para impedirlo. Los melodramas son narrativas
sobre la moral, y, por tanto, en sus historias siempre aparece un aspecto de la
sociedad y sus normas de conducta que sirve de base sobre la que construir el
conflicto. En este caso, existe una ley no escrita que prohíbe las relaciones
interraciales. Aunque en este caso, como ya se ha mencionado, existe una figura
concreta que ejerce de antagonista, este funciona como la personificación de la
moral social. Cuando el padre de la chica impide el contacto entre los amantes,
actúa en nombre de la comunidad, que es la que se opone a que esto suceda. Por
tanto, los melodramas son, al menos en el cine comercial estadounidense,
historias sobre lo imposible, que normalmente, pero no siempre —sin ir más
lejos, como en el caso del subgénero conocido como melodrama masculino o
melodrama trágico, en el que se engloban cintas como Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, Nicholas Ray, 1955) o La ley del silencio (On the Waterfront,
Elia Kazan, 1954)—, es un amor imposible.
Otro aspecto que
determina el modelo del melodrama es lo que se conoce como texto de mudez. Lo
normal en este género es que se vea con total claridad cuál es el conflicto de
la película, pero que nadie hable sobre ello, ya sea porque es un tabú o
porque, como forma parte de las normas sociales de conducta, todos, tanto los
personajes como la audiencia, la conocen de sobra, por lo que ni siquiera hace
falta explicarla. Uno de los recursos narrativos más prácticos para desarrollar
la idea consiste en crear un personaje que no forme parte de dicha sociedad, o
de dicho espectro de la sociedad. Al ser un extraño, un intruso, se evidencia
la norma, ya sea porque el personaje no la comprende o porque es el germen del
conflicto. En este caso, no hace falta ser explícito en el relato acerca del
rechazo que existía en la sociedad de la época ante las relaciones
interraciales. Por ello, sin que haya referencias claras e insistentes con
respecto al problema, cualquier persona que vea Lirios rotos entenderá sin ningún problema qué es lo que genera los
conflictos sociales y la angustia en sus personajes.
Esta característica
estilística del melodrama permite el desarrollo de la clave del mismo: la
estética del exceso. Puesto que existe una serie de normas que se aplican con
mano dura, pero de las que no se habla, la única manera en que la película
puede comunicarlo, si no es mediante las palabras de los personajes, será
mediante sus acciones o la estética. En la película abundan momentos de
melodramatismo intenso, en los que Lillian Gish llora angustiada o directamente
grita desesperada de terror. La propia estética de la imagen ayuda, con
momentos en los que, mediante la iluminación, Griffith tontea con las claves
visuales del terror, como las escenas en las que el padre golpea o amenaza a su
hija, siendo el ejemplo paradigmático el momento en el que el boxeador rompe
con un hacha la puerta del armario en el que la joven se había encerrado, una
escena que probablemente influyó en la posterior La carreta fantasma (Körkarlen, Victor Sjöström, 1921) y que se
convirtió en un auténtico icono pop gracias a El resplandor (The Shining, Stanley Kubrick, 1980), hasta el punto
de ser homenajeada de manera mimética en cintas como Cobra: el brazo fuerte de la ley (Cobra, George Panos Cosmatos,
1986).
El exceso también llega
desde lo narrativo. El hecho de que los melodramas se centren en desarrollar
emociones, y no historias, provoca que el tempo narrativo sea muy distinto al
de cualquier película comercial hollywoodiense de la época. Sin ir más lejos,
si se compara con las obras previas de Griffith citadas al principio del texto,
se llega con facilidad a la conclusión de que tanto el número de situaciones
que tienen lugar a lo largo del metraje como el ritmo con que se narran es
claramente inferior en el caso de Lirios
rotos. Al tener lugar pocas acciones, se permite que cada una de ellas se
desarrolle hasta la extenuación, exprimiendo los sentimientos hasta el
paroxismo. Para ello el ritmo debe ser lento, como así ocurre, lo que a su vez
permite que en los momentos clave la narración literalmente se detenga para
crear los citados tableaux vivants.
Todavía faltaban años para que el melodrama solidificase sus claves
estilísticas y narrativas, pero ya en 1919 Griffith mostró un amplio
conocimiento del género. Aun tratándose de un melodrama victoriano, las
características principales del modo narrativo aparecen con claridad, lo que le
permiten desarrollar el proyecto de una manera más artística. No parece casual
que el autor estadounidense escogiera precisamente uno de los géneros del cine
comercial que menos atención le presta al guion, de tal manera que se vieran
satisfechas sus intenciones de crear una pieza de arte, y no de entretenimiento.
Aunque ingenuo, explícito, por momentos hasta lo burdo, e incluso mostrando una
imagen tremendamente racista de sí mismo a pesar de que pretendía hacer todo lo
contrario —ese tratamiento paternalista y estereotipado del mundo oriental—,
D.W. Griffith logró su objetivo de mostrar al mundo que su talento iba más allá
de la producción de filmes técnicamente espectaculares. (Yago Paris)
Recomendada.