Título original: The cook, the thief, his wife and her lover. Dirección: Peter Greenaway. País:
Reino Unido. Año: 1989. Duración: 123 min. Género: Drama. Guión: Peter
Greenaway. Producción: Kees
Kasander. Fotografía: Sacha Vierny. Montaje: John Wilson. Música: Michael Nyman. Vestuario: Jean Paul Gaultier.
Intérpretes: Richard Bohringer
(Richard, el cocinero), Michael Gambon (Albert Spica, el ladrón), Helen Mirren
(Georgina Spica, su mujer), Alan Howard (Michael, su amante).
Sinopsis: Albert es el sádico dueño de un restaurante. Su fuerte
carácter y las tiránicas formas que aplica en el trabajo hacen que todos sus
empleados estén sometidos a un continuo régimen de esclavitud, incluida su
esposa a quien ridiculiza constantemente.
Aprovechando
que hemos podido disfrutar recientemente de la presencia de Peter Greenaway en
Sevilla, traigo aquí esta película del director galés. En la conferencia que
ofreció explicaba los nuevos caminos por los que opinaba que debía discurrir el
cine, alejado del texto y de la narración. Pienso que esto es algo más fácil de
decir que de hacer, pero no se le puede negar su trabajo de exploración y el
deseo de abrir nuevas perspectivas.
Es
innegable la primacía que da Greenaway a lo estético y a lo sensitivo, fruto de
su amplia formación en el campo de las Bellas Artes. Y esto es lo primero que
nos impacta de su película. Arropado de un estilo barroco, crea un ambiente
teatral de rojos cortinajes de fondo, abigarrada ambientación, telones que se
echan. Y esto es así en tres de los escenarios que más aparecen: el exterior
del restaurante, el comedor y la cocina. Al ver tanto animal abierto en canal,
imposible no acordarse del tema del buey desollado, con una luz barroca a lo
Carracci o a lo Rembrandt (diferente a la estética de las versiones de Soutine
o Bacon). También destacan los exquisitos bodegones que observamos en primer
plano gracias majestuosos travellings laterales.
Si
quedaba alguna duda de la ambientación barroca, tenemos una referencia bien
explícita. Repetidas veces apreciamos una obra pictórica de gran formato, El banquete de oficiales de la Compañía de la guardia
cívica de San Jorge (Frans Hals, 1616). Buen ejemplo de retrato colectivo
que muestra individualización en rostros, figuras y poses, recoge un ágape de
esta agrupación de caballeros que colaboraban en el mantenimiento del orden de
las ciudades. Es el telón de fondo de las cenas de Albert Spica y su séquito,
los “caballeros” que mantienen el “orden” que quiere su jefe.
Si
en Linterna Mágica tocamos en el pasado mes la díada gastronomía y cine
ilustrándola con la película El festín de
Babette, donde se nos ofrecía un elegante menú, Greenaway también presenta
variadas suculencias. Pero él no se queda aquí, sino que además explora lo
repugnante y lo que provoca nuestro más profundo rechazo. Me refiero a las
secuencias que abren y cierran la película: coprofagia y antropofagia, ambas
obligadas. Y es que lo macabro, la crueldad, es un tema del gusto del director
que aparece aquí sin tapujos, en primer plano.
Otro
aspecto que destaca es el vestuario de Jean-Paul Gaultier (recordar que el
diseñador está en pleno apogeo como gurú de lo transgresor: al año siguiente
vestiría a Madonna en la gira de Blond Ambition). Helen Mirren aparece vestida
con los elementos habituales de sus creaciones: corsés, enrejados, plumas...
Todo en aras de un erotismo de alta costura. Este vestuario adapta su
cromatismo al escenario en que se encuentra, de modo que en la misma secuencia
la ropa cambia de color como por arte de magia.
La
iluminación crea también efectos conseguidos combinando los colores con sus
complementarios, como es el caso del rojo (color que vence por goleada) sobre
el que cae una luz intensa verde. Esto se ve, por ejemplo, cuando Albert Spica
estalla de ira. Sin embargo, en una escena íntima entre Georgina y su amante,
sobre un fondo verde, aparecen ellos iluminados por una atractiva luz roja
anaranjada.
Por
último, pero no menos importante, destacar la banda sonora de Michael Nyman,
que es colaborador habitual de Greenaway. La música favorece la solemnidad de
ciertos momentos, el significado de algo cercano a un rito (y es el cocinero el
sacerdote, el que, a través de la comida y gracias a su complicidad, favorece
la unión de los amantes, y a la vez da testimonio de ellos: “¿cómo puedo saber
que me quería si no había testigos?”).
De
las composiciones de Nyman destacan dos. El Memorial
está inspirado en el Rey Arturo de
Henry Purcell (sí, barroco también). Nyman lo compuso en 1985 dedicado a las
víctimas del Estadio Heysel. Asombra realmente que no esté pensado para la
película porque encaja a la perfección. También hay que subrayar el Miserere, basado en el Salmo 51 de la Biblia que
termina con estas palabras: “aceptarás entonces los sacrificios justos /
holocaustos y oblaciones / ofrecerán entonces sobre tu altar novillos”.
Me gustó mucho la peli cuando la vi en su día, además tuve la oportunidad de hacerlo en una sala de cine, con una acústica espléndida para la música de Michael Nyman, la cual realmente llama la atención por sí misma, algo que no suele pasar en un filme, dándole una vibración y un ritmo a la narración dignos de elogio, sobre todo en las secuencias de comilonas. Las composiciones pictóricas también son espléndidas.
ResponderEliminarHe de reconocer que es una de las pelis que más me gustan del cine reciente (que no son pocas), aunque cuando apareció en su día muchos conocidos míos dijeron que no se podía ver, pero no porque fuese mala, sino por su excesiva dureza. Conviene ir mentalizado.
Pero no solo los aspectos puramente estéticos son fabulosos, también la trama me pareció buenísima y tremendamente original. Es una de estas películas que se enmarcan dentro del conocido como cine – metáfora, que tan grandes obras ha dado en la historia del cine. En este caso es una alegoría de la brutalidad del poder totalitario y de su capacidad represiva hacia el mundo de la cultura, el libro y la libertad de expresión. Hubo críticos en su momento que vieron al nazismo detrás de esta historia, con su quema de libros correspondiente, pero posiblemente tenga un sentido más genérico, aplicable a cualquier tipo de poder despótico y represivo.
Hoy día seguro que más de uno ve alguna otra metáfora, como la de los recortes en cultura…
Un saludo, Galo.