"Hubo dos amores en su vida" |
Marietta, Georgia, 1861. Johnnie (Buster Keaton) tenía dos grandes pasiones: una locomotora de vapor con el orgulloso nombre de “La General” y su prometida Annabelle (Marion Mack). Un domingo en que, de punta en blanco, hace la corte a la joven en casa de los padres de ella, irrumpe la noticia de que los Estados del Sur han declarado la guerra a los del Norte. De inmediato, el padre (Charles Henry Smith) y el hermano (Frank Barnes) de la chica se enrolan de manera voluntaria en el ejército. Johnnie no se hace de rogar demasiado, pues sabe que sin el uniforme de los confederados no podría volver a dirigir la mirada a su amada. Para su desgracia no es aceptado, pues en su puesto de trabajo como maquinista de locomotora el joven resulta imprescindible. Pero para Annabelle no es más que un holgazán indigno de su amor. Sin embargo, Johnnie tendrá una oportunidad de demostrar su valía cuando unos espías de los yanquis roben La General para sabotear el suministro de los Estados del Sur. Firmemente decidido, se lanza a la persecución del tren, primero a pie, luego en draisina, un velocípedo de rueda alta y finalmente incluso con otra locomotora, “La Texas”.
El maquinista de La General” (1926) es la película más conocida de Buster Keaton y el propio cómico, el más famoso del cine mudo, la tenía por su mejor trabajo: era una comedia que consideraba absolutamente suya, y que le había salido redonda, pues había sabido integrar un verdadero festival de ocurrencias grotescas en una trama emocionante. La historia que narra se basa en un hecho real ocurrido durante la Guerra de Secesión americana que llamó la atención de Keaton, la gran persecución que tuvo lugar tras el ataque por sorpresa a una locomotora en los ferrocarriles Andrews en Georgia en 1862, que conoció a través del escrito de William Pittenger titulado “The great locomotiv chase: A history of the Andrews Railroad raid into Georgia in 1862” publicado en 1863. Si bien trabajó la obra de forma muy libre con sus autores, a la hora de reconstruir las circunstancias históricas dio gran importancia a la autenticidad. Así, los trabajos de rodaje se realizaron lejos de los estudios de Hollywood, en Oregón, porque allí había instalaciones ferroviarias más adecuadas y el paisaje resultaba un fondo muy atractivo y sobre todo creíble para la mencionada persecución. Para recrear el episodio con el máximo realismo, Keaton no escatimó esfuerzos, incluso hizo desplomarse un puente en llamas bajo “La Texas” y precipitó la locomotora en el lecho de un río. Esta puesta en escena, que constituye el punto álgido de la película, pasa por ser la más cara de toda la era del cine mudo.
La cuidadosa representación de los acontecimientos relacionados con la guerra civil, que en no pocas ocasiones recuerda a las fotografías de Matthew B. Brady, contribuye sin duda al éxito de la película. Pero el trasfondo resultaba un material especialmente adecuado para la comicidad específica de Keaton. La locomotora de vapor, que forma parte del título, hace el papel de un segundo protagonista. De esa forma y como es común en las películas de Keaton, una máquina constituye el centro de la acción y a partir de ella, el cómico desarrolla sus gags. A diferencia de lo que ocurre en “El navegante” (The navigator,1924), en la que interpreta al hijo de un millonario que se reencuentra a sí mismo en un transatlántico desamparado, en “El maquinista de La General”, la comicidad no radica en la desproporción entre el ser humano y la enorme máquina. Más bien es al contrario: la seguridad que muestra Johnnie frente al coloso de acero le hace parecer un tipo raro que vive en su propio mundo y que, por lo tanto, los adultos consideran un tunante sin oficio ni beneficio, aunque de hecho dé muestras de una extraordinaria ética profesional.
Resulta muy ilustrativa la situación en la que, sumido en sus penas de amor, se acurruca en el mecanismo de propulsión de la locomotora sin darse cuenta de que la máquina ha iniciado la marcha y lo desplaza arriba y abajo. Se trata de una escena de poesía típicamente keatoniana que pone de manifiesto de forma impresionante el dominio corporal del cómico que, de haberse situado unos milímetros más atrás, a lo mejor habría sido atrapado por las ruedas del tren.
Con la misma naturalidad de sonámbulo con la que Keaton resuelve sus proezas, afronta Johnnie las situaciones más espeluznantes; el joven parece no ser consciente de la mayor parte de los peligros en los que incurre. En una ocasión, incluso introduce la cabeza en un cañón para investigar las causas de un bloqueo. El hecho de que la bola se dispare cuando Johnnie ya ha retirado la cabeza y, en lugar de derribar el tren alcance por curiosas circunstancias su objetivo real, no parece asombrarle lo más mínimo. Así, finalmente el enjuto personaje de figura triste -de manera absurda, pero consecuente- se convierte en un héroe de la guerra. Y con ello, logra recuperar el corazón de su amada.
Ninguna película podría contar una historia más peculiar que la de Joseph M. Schenck (1876-1961). Nacido en Rusia, en 1893 llegó a Nueva York, donde, junto con su hermano menor Nicholas, en pocos años pasó casi de la nada a ser propietario de diversas droguerías. El extraordinario sentido comercial de ambos hermanos se inclinó muy pronto por el mundo del espectáculo. Compraron dos parques de atracciones y su éxito los puso en contacto con Marcus Loew, que en 1912 los hizo socios de su cadena de teatros de película y vodeviles, que sería precursora de los legendarios estudios MGM de Hollywood.
Desde entonces, los Schenck se contaban entre la flor y nata del joven negocio del cine. En 1916, Joe se casó con la prometedora estrella de la pantalla Norma Talmadge. Y, mientras que Nicholas permaneció en Nueva York y unos años más tarde se convirtió en presidente de la Loew´s Inc., la pareja se trasladó a Hollywood, donde Joe comenzó su propia carrera cinematográfica como productor independiente. Además de las películas de su esposa y sus hermanas Natalie y Constance, produjo largometrajes de Roscoe “Fatty” Arbuckle y Buster Keaton. Es destacable su ascenso a la dirección de United Artists, de la cuál fue presidente en 1927. Pero eso no fue todo. En 1933 Schenck fundó, junto con Darryl F. Zanuck, la empresa 20th Century Pictures y, cuando en 1935 fusionó el estudio con la Fox Film Corporation, se convirtió en presidente del nuevo Major Studio, y con ello, en uno de los personajes más poderosos de Hollywood. No obstante, tanto poder afectó a su reputación. En 1941 le fue infringida una condena penitenciaria por fraude tributario y un asunto de soborno, pero gracias a la intercesión del presidente Truman fue rehabilitado más tarde. Cuando regresó a su vida profesional, Schenck asistió a la lenta caída del sistema de los estudios y ofreció al viejo Hollywood su última estrella, como amigo y promotor de Marilyn Monroe. En 1953, Joseph M. Schenck obtuvo un Premio de la Academia por los servicios prestados a la industria cinematográfica durante tantos años.
Uno de los grandes genios de la pantalla (actor, director y guionista) y uno de los tres mejores cómicos (los otros son Charles Chaplin y Harold Lloyd) del cine mudo estadounidense fue Buster Keaton. Sus padres eran avezados cómicos de vodevil, con los que trabajó desde casi recién nacido. El gran escapista Harry Houdini, su padrino, le apodó “Buster” (destructor) ya que el niño mantenía su cara inmutable en situaciones hostiles, golpes de todo tipo. En España se le conoció como “cara de palo”, el cómico que no sabía reir. Por su amistad con Fatty Arbunckle trabajó en muchos filmes. Ya independiente son famosas sus películas: “La ley de la hospitalidad” (1923), “El navegante” (1924) y “El maquinista de la General” (1926) o “El héroe del río”(1928). Caído en desgracia por su alcoholismo, Keaton anduvo deambulando por diferentes compañías, realizando cortos, incluso regresó a la Metro para escribir gags sin acreditar, para los mismísimos Hermanos Marx.
En la gran pantalla, su rival profesional, pero amigo personal, Charles Chaplin, le rescató para que le acompañase en “Candilejas” (1952) en la que se representaba a sí mismo. Ya en 1959 le otorgaron un Oscar Honorífico sus compañeros de profesión. Llegada la década de los 60 Buster Keaton tuvo tiempo para intervenir en divertidas películas como “El mundo está loco, loco, loco” (1963), y en “Golfus de Roma” (1966). Falleció a los 70 años de cáncer de pulmón.
Virginia Rivas Rosa
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