Título original: Que Horas Ela Volta? Dirección: Anna Muylaert. País: Brasil. Año: 2015. Duración: 108
min. Género: Drama.
Anna Muylaert (Guión). Fabio Trummer, Vitor Araújo (Música), Bárbara Alvarez (Fotografía), Miriam Biderman (Sonido), Africa Filmes. Globo Filmes.
Gullane Filmes (Producción).
Premios Ariel 2016 a la
Mejor película iberoamericana. Premio del Público en la Sección Panorama del Festival
de Berlín 2015.
Estreno en España: 26 Junio 2015
Intérpretes: Regina Casé, Camila
Márdila, Karine Teles, Lourenço Mutarelli, Michel Joelsas, Helena Albergaria.
Val es una asistenta
interna que se toma su trabajo muy en serio. Sirve a un adinerado matrimonio de
São Paulo día y noche, y cuida a su hijo adolescente, al que ha criado desde su
infancia y con el que tiene una relación muy especial. El orden de este hogar
parece inquebrantable, hasta que un día llega desde su ciudad de origen la
inteligente y ambiciosa hija de Val, Jessica, a la que había dejado al cuidado
de unos familiares en el norte de Brasil trece años atrás. La presencia de la
joven pone en peligro el balance de poder en la casa. Esta nueva situación
pondrá en tela de juicio las lealtades de Val y le obligará a valorar lo que
está dispuesta a perder.
Comentarios:
La película Que horas ela volta?, traducida al
español como Una segunda madre fue
realizada en 2015 por la cineasta brasileña Anna Muylaert (São Paulo, Brasil,
1964). Se trata de su cuarto largometraje,
los tres anteriores se titularon Durval
Discos (2002), É Prohibido Fumar
(2009) y Chamada a Cobrar (2012). En
sus 4 películas la ciudad de São Paulo es el escenario principal y a través de
sus protagonistas nos revela la contrastada sociedad paulista desde la clase
trabajadora, pasando por la media, hasta llegar a las élites.
Una segunda madre (2015) plantea la
realidad emigratoria de una población, originaria del medio rural o de las regiones del
interior, que, en este caso, procede del Noroeste de Brasil (zona amazónica), y
busca una mejor vida en la gran capital de São Paulo, a unos 4000 kms de su
lugar de origen, distancia casi continental. Se trata de un éxodo de mujeres
solas, que se ven obligadas a dejar a sus hijos pequeños al cuidado de
familiares o vecinos, para emigrar y
conseguir un empleo en el servicio doméstico, en las mansiones de la élite
socio-política y económica del país, en las ciudades de São Paulo y/o Río de
Janeiro. Estas mujeres, procedentes de las debilitadas y empobrecidas regiones
del norte de Brasil, sobrevivientes a generaciones de injusticia, esclavitud,
expolio de los recursos naturales, caciquismo y enfermedades endémicas (dengue,
tuberculosis, malaria entre otras), solo aspiran a trabajar como servidoras de
los “nuevos” y “modernos” caciques urbanos que ahora no usan látigo, porque no
se lleva, pero sí poseen una actitud cínica, hipócrita, prepotente e
impositiva, revestida de una cierta “tolerancia paternalista”, de un
relativo “modernismo”, ¿democrático o
civilizado?, frente a los servidores domésticos, originarios de las “bárbaras”
tierras del interior. Por ello una cuestión que plantea la película de Anna
Muylaert es el estructural desequilibrio
regional del Brasil que se manifiesta en la secular emigración forzosa (desplazamiento
forzoso) desde las áreas del interior a las megalópolis del centro del país
que, pese a su pretendida modernidad y discurso futurista, continúan inmersas
en rígidas y arcaicas estructuras sociales y mentales, heredadas de la época
colonial, aunque maquilladas de una “pseudo-modernidad”. La cineasta así lo
testimonia: “Esa estructura ya viene de
todo el periodo colonial, del periodo de esclavitud, y nunca se ha cerrado. Así
como en EE.UU. ha habido un racismo incluso mayor, también ha habido un
contra-racismo muy fuerte que lo ha hecho visible y, por tanto, más fácil de
combatir. Pero en Brasil el racismo, que está relacionado con todo el problema
social porque la mayoría de la población es negra y pobre, siempre ha estado disfrazado
y no se ha podido combatir. Ha sido mucho más difícil. Existen unas reglas más
o menos educadas: la señora siempre da un beso [a la criada], le llama querida…
parece que son casi iguales, pero están esas reglas invisibles que vienen de
ese pasado.”
Estas emigrantes,
criadas-niñeras, que sirven en las casas de las élites urbanas, entregan toda
su capacidad de amor maternal, ¿frustrado?, a los hijos de sus nuevos amos,
niños que son víctimas de padres triunfadores, siempre ocupados, sin tiempo,
poco empáticos y, sobre todo, ausentes. Mujeres como la protagonista del film,
Val (Regina Casé), se convierten en una madre de segunda categoría, en una
“segunda madre” del hijo de los amos (Fabinho), y también (una segunda madre)
de su propia hija biológica (Jéssica), a la que dejó a miles de kilómetros, al
cuidado de familiares.
Esta migración de mujeres
solas está llena de contradicciones, pues la mujer, que abandona su lugar de
origen, lo hace con la finalidad, casi obsesiva, de criar a sus hijos
biológicos en el bienestar material y con las oportunidades de las que ella
careció en la infancia. En principio se trata de una emigración temporal ¿uno,
dos, tres...años?, pero la realidad es
otra, pues el precario salario de la servidora doméstica apenas le permite
“ahorrar” para retornar con la dignidad material que todos esperan de ella. Así
el tiempo de ausencia se dilata y dilata indefinidamente, a pesar de la
insistente pregunta sin respuesta que hace la hija, niña de 5 años, sobre su
madre tras la despedida: Que horas ela
volta? (A qué hora ella vuelve).
Lo referido, más arriba,
da lugar a otra cuestión planteada por la cineasta, Anna Muylaert, acerca de
los paradigmas familiares latinoamericanos según la clase social: en el grupo
de los desfavorecidos abundan las madres luchadoras, que toman las riendas de
la economía doméstica, dando el salto al vacío de la emigración sin fecha de
retorno, ausentándose con gran dolor de las vidas de sus hijos, y siempre
anhelantes del “reagrupamiento familiar” que ponga fin al involuntario
auto-exilio. Por otro lado, hallamos la tipología familiar de la élite, donde
los niños están satisfechos, casi “empachados”, de caprichos materiales pero
carentes del más básico de los afectos, del calor humano de sus padres, y esa
pobreza afectiva es cubierta, no sin paradoja, por una criada, pobre
materialmente, pero que, desde las carencias de una maternidad biológica
frustrada por el desgarro migratorio,
derrocha amor y es naturalmente empática hacia el niño rico, pobre de
los más elementales afectos.
La cámara de Anna
Muylaert, aséptica e impecable, adopta una posición fija y testimonial, con
predominio de planos generales donde radiografía con gran precisión un mundo de
contrastes: el de los de arriba y el de los de abajo. De forma recurrente y
reiterada, la cineasta revela con su cámara fija un plano general de una
escalera interior que accede a las habitaciones de los amos, al sancta sanctorun de la mansión, como
metáfora de la escala social. Metáforas de esos espacios-frontera, clausurados
a los criados, y solo exclusivos para el disfrute de los amos son, además de
las estancias interiores (dormitorios y salón), la piscina y el jardín donde
que transcurre gran parte del trabajo de los criados en el mantenimiento y
limpieza. Curiosamente, los que mantienen su limpieza son tratados por los amos
como seres “contaminantes” o “infectados”. La piscina es un espacio
ambivalente: por un lado es símbolo de vanidad, de “cara a la galería”, pero
también puede convertirse en un lugar de transgresión, casi de asalto, para los
excluidos cuando nada tienen que perder. La propia cineasta manifiesta que el tratamiento del espacio y parte del
guion se inspiró en la idea que le dio su directora de fotografía (Bárbara
Álvarez): “el cuento de La Casa Tomada de Julio Cortázar que sigue un poco esa misma estructura de ’invasión
para luego expulsión’”.
Otro de los
espacios-clausura, exclusivo y excluyente, es el salón, que la cineasta muestra
de forma fragmentada, visto desde la cocina, a través planos subjetivos que son
la mirada de los criados y, concretamente, la mirada y la escucha curiosas de
la protagonista principal, Val (Regina Casé). En este sentido señala la
realizadora lo importante que fue para ella empatizar con la mirada del otro: “Yo nací en el salón y conseguir el punto de
vista de la cocina unos días antes [de rodar] me produjo una gran satisfacción:
por primera desde la cocina veía el punto de vista de la empleada, lo patético
de esa situación, y eso me produjo muchas emociones”.
Siguiendo con los
espacios de la gran mansión elitista, siempre cimentada en los de abajo,
descendemos al sótano-cárcel en el que habita la empleada interna, nunca mejor
dicho “cuerpo de casa”, cimiento vigilante durante día y noche del bienestar de
los amos. La cámara de Muylaert, según sus propias palabras, es una cámara
política, de denuncia, de ese submundo de los excluidos, heredado y fundamentado
en un orden social colonial, ya referido más arriba. El habitáculo de Val es
caótico, es como una celda entre barrotes, sin apenas ventilación, insana,
plagada de mosquitos, y sobre todo llena de objetos que forman el ajuar de Val,
ese ajuar que espera ¿el retorno o el
re-encuentro? El espacio habitacional de Val es una especie de “horror vacui”, provisional y expectante,
pleno de incertidumbres como el alma “errante” de quienes experimentan el
exilio migratorio: “cuanto más quería volver, menos podía hacerlo y así pasaron
diez años”.
De los personajes de la
película damos unas breves pinceladas:
Fabinho, hijo de los
señores, al que Val cuida con el cariño de una madre, aunque su rol sea
secundario y en la sombras, en el sótano de su habitáculo al que siempre
Fabinho acude cuando se siente solo e incomprendido, ¿transgrediendo? las normas impuestas por el “aislamiento”
estamental y clasista al uso. Val siente por el hijo de sus amos admiración y
así lo expresa “eres un chico guapo, de
ojos azules, te pareces al príncipe de Inglaterra” lo que denota en la
empleada su “desclasamiento”, no exento
de etnocentrismo y racismo, pues Val solo aprendió a mirar y mirarse a través
del espejo de sus amos.
Otro personaje es “doña
Bárbara”, cuyo nombre no se corresponde
con el mundo “civilizado” al que
pertenece, es una mujer arribista, frívola y superficial, aunque pretenda dar
una imagen o un estilo “auténtico”, mostrando cierta actitud abierta y
tolerante hacia los criados, pero la vaciedad de su discurso es expresión de un
corazón, materialista y egocéntrico, incapaz de amar y sentir empatía por sus
congéneres.
El dueño de la casa es
“don Carlos”, de cara al exterior o “José Carlos” en la intimidad, un rico
heredero, con apariencia de “pobre hombre” que puede dedicarse al ocio creador
de la pintura. Él es el motor económico de su familia, pero no es valorado ni
por su esposa ni por su hijo, lo que lleva a buscar fuera los afectos,
adoptando un comportamiento, algo excéntrico para su status social, una
actitud, medio bohemia, acompañada de un discurso “pseudo-intelectual” y de
cierta pose entre paternal y seductora para adolescentes como Jéssica.
Jéssica es la hija de Val
que ha volado hasta São Paulo para presentarse a la selectividad en la FAU
(Facultad de Arquitectura y Urbanismo). Jéssica representa a las nuevas
generaciones, a un nuevo Brasil que, solo a través del trabajo y del estudio,
puede liberarse de la esclavitud y sumisión en la que han vivido generaciones
anteriores. Así lo expresa la cineasta: “Esta
película me ha provocado una lucha muy larga para poder encontrar el final y la
historia que yo quería contar, y eso no trata tanto de técnica como de locura.
Antes de empezar a filmar, seis meses antes, [el personaje de] Jéssica iba a
llegar a la ciudad para cumplir un
destino cliché: quería ser peluquera, llegaba a Sao Paulo, se hacía niñera…
pero quería sacarla de ese destino fatal. Me encerré en casa durante unas
semanas porque tenía la necesidad de decir algo diferente, de tener la
oportunidad de decirlo con una actriz excepcional además. Se me ocurrió esa
idea de que Jéssica fuera a estudiar arquitectura, con ese sentimiento de
ciudadanía, y que fuera un poco a romper esas reglas invisibles que se hacen
visibles”.
Para concluir solo cabe
señalar que la película de Anna Muylaert es una propuesta, un granito de arena,
una esperanza de que la lucha de clases es posible, que hay que transgredir los
límites del “orden social”, impuesto en la época colonial y basado en un
apartheid racista y estamental, que en América Latina lleva implantado más de
500 años. Y esa liberación es una toma de conciencia, una valoración de la
propia imagen, un dejar de mirarse en el espejo de los amos, tomando conciencia
de ciudadanía que haga realidad un nuevo orden, utópico ¿por qué no? Así nos lo
testimonia la propia cineasta: “Brasil
siempre ha estado gobernado por ricos desde que llegaron los portugueses. Los
presidentes siempre han pertenecido a la clase alta aunque fueran de
izquierdas, como en el caso de Fernando Henrique Cardoso -que era rico-, hasta
la llegada de Lula, que fue la primera vez que alguien de la clase baja llegaba
al poder. Lula llevó a cabo muchos cambios, otros se quedaron porque no dio
tiempo y no se pueden hacer milagros, pero uno de los cambios importantes fue
el cambio de la “autoimagen”, la mejora de cómo se veían los brasileños [...].
Pero podría decirse que Jéssica también va más allá. Sería un poco la utopía”.
(María Dolores Pérez Murillo)
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