martes, 31 de marzo de 2020

Orlando (Sally Potter, 1992)


Título original: Orlando. Dirección: Sally Potter. País: Reino Unido. Año: 1992. Duración: 93 min. Género: Drama, Fantástico.
Sally Potter basado en la novela de Virginia Woolf (Guión), David Motion, Sally Potter (Música), Alexei Rodionov (Fotografía), Hervé Schneid (Montaje), Michael Buchanan, Michael Howells (Dirección artística),  Christopher Sheppard (Producción).
Nominada al Oscar 1993 a la Mejor Dirección Artística y al Mejor Vestuario. Premio del Público en el Festival de Venecia 1993. Mejor Película en el Festival de Sitges 1993.
Estreno en España: 14 enero 1994.   

Reparto: Tilda Swinton, Billy Zane, Lothaire Bluteau, Quentin Crisp, John Wood, Charlotte Valandrey, Heathcote Williams, Toby Jones. 
 
Sinopsis:
Orlando es una criatura melancólica e independiente, un ser ambiguo e inmortal que con el paso de los siglos pasa de hombre a mujer, mientras bucea en los misterios de la vida, el arte y la pasión.

Comentarios:
 “Orlando” puede ser definida de muchas formas, aunque lo que nunca os dirán es que es una película común, ya que difícilmente puede ser comparada con cualquier otra que hayáis visto hasta la fecha, algo que es un arma de doble filo, claro. Lo cierto y verdad es que llevar a la gran pantalla la magnífica novela de Virginia Woolf, que a pesar de ser un relato no muy extenso, posee una riqueza rara vez encontrada en otro similar, es una tarea poco menos que imposible, algo que quien lo haya leído entenderá rápidamente. Pero lejos de achicarse por ello, Sally Potter escribe el guión y la plasma en un trabajo atípico, en el que su enorme rareza es a la vez uno de sus principales problemas y una de sus grandes virtudes.
Leer la novela antes de ver la película, ayuda y mucho a comprenderla, al menos en su mayor parte, por lo que es bastante recomendable hacerlo así, ya que muchas de las cosas que en ella aparecen o se nos cuentan, aquí son pasadas por alto o solo son mencionadas de pasada, cuando alguna de ellas son sumamente esclarecedoras, incluso necesarias para poder entender que es lo que sus responsables quieren contarnos en ella. Verla sin hacerlo puede ser una experiencia bastante turbadora, sobre todo para los que necesitan encarecidamente obtener las respuestas correctas para poder disfrutar un trabajo plenamente.
Este es uno de los motivos por los que en algunas críticas se compara el cine de Potter, al menos este trabajo en concreto, con el de Tarkovski o Bergman, siempre salvando las distancias claro, ya que cada ser que la presencia saca de ellas conclusiones propias sobre lo que está viendo, algo que no quiere decir que lo que vemos no tenga un significado, sino que este es diferente según los ojos que lo observen. Esto hace que muchos crean haberse perdido por el camino, cuando en realidad simplemente no son capaces, o simplemente no les apetece, buscarle un sentido o un significado a lo que tienen delante, algo similar a lo que puede ocurrirte ante un cuadro o una escultura abstractos.
Para disfrutar de “Orlando” es necesario tener una mente abierta, con la capacidad de empaparse de nuevas ideas y conceptos, de disfrutar de la belleza por el simple hecho de ser belleza, y de aceptar que cada cual sacará sus propias conclusiones no teniendo porqué ser las nuestras más acertadas o mejores que las de cualquier otro. Si es así, este trabajo tiene la capacidad de hacerte flotar a través de cuatro siglos, de asistir a la evolución de la vida junto a la de nuestro personaje, de mostrar costumbres en constante cambio a través de diferentes épocas, todo ello de una forma hipnotizante y ciertamente hermosa y extraña a la vez.
Por ello hay que destacar en ella la fotografía de Alexei Rodionov (Masacre: ven y mira, El almirante), capaz de embelesarnos con sus imágenes de forma constante, algo que da gran parte de su frescura a la película. Igualmente destacable es el trabajo de Sandy Powell y Dien van Straalen en el diseño de vestuario, un trabajo complejo y brillante a partes iguales, y el de Michael Buchanan y Michael Howells en la dirección artística, igualmente meritorio. De hecho, la película fue nominada a los Oscars a la mejor dirección artística y mejor vestuario, aunque su gran problema fue tener que luchar con maravillas como “La lista de Schindler”, ganadora de la primera, o “La edad de la inocencia”, que se llevó la segunda, por no hablar de las otras que quedaron en puertas, como El piano o Lo que queda del día. Una misión imposible.
La banda sonora es otra de las características que destacar en este trabajo. De ella se encargaron David Motion (Andante ma non trompo, Swimming, Vivir y morir en Los Ángeles) y la propia Sally Potter, no solo precursora del proyecto, sino parte activa en casi todos sus apartados. No es una música, al igual que ocurre con la película, que sea del gusto de todos los paladares, aunque he de decir que a en general gusta bastante. Posee varios temas en los que se mezclan sonidos característicos de las épocas en las que transcurre la historia con otros mucho más actuales, realizando una fusión un tanto peculiar.
La elección del reparto es otro de los grandes aciertos en esta atípica obra, destacando sobre todo la de la excelente Tilda Swinton (Solo los amantes sobreviven, El gran hotel Budapest, Snowpiercer, Tenemos que hablar de Kevin) para el papel de Orlando, una criatura que nace hombre y cuya constante evolución convertirá a la postre en mujer, en el aspecto literal de la palabra, algo para lo que el físico de la brillante actriz y su buen hacer ante las cámaras, se antoja fundamental. Junto a ella destacan nombres como John Wood, un antiguo amigo que le declarará su amor tras su transformación en mujer, Lothaire Bluteau como un príncipe del lejano oriente con el que tratará en uno de sus viajes y Billy Zane, el joven con el que conocerá los placeres del amor y el sexo tras convertirse en doncella. El nivel es bastante bueno en todos ellos, como en el resto del reparto.
“Orlando” es una película que atrae o aburre, siendo difícil que nadie se quede en un término medio. La complejidad de la historia y la libre interpretación que el espectador puede hacer de ella echarán a muchos para atrás, pero si no es algo que te importe demasiado, podrás disfrutar de una película muy bien trabajada y que tiene cierto poder absorbente e hipnotizante que la hacen recomendable. Para tener su propia opinión tendrán que echarle valor y verla, eso sí, procuren que no sea un día con algo de sueño porque será difícil que la acaben, avisados quedan.
Recomendada.

lunes, 30 de marzo de 2020

Beltenebros (Pilar Miró, 1991)


Título original: Beltenebros. Dirección: Pilar Miró. País: España. Año: 1991. Duración: 114 min. Género: Cine Negro, Thriller.
Mario Camus, Pilar Miró, Juan Antonio Porto basado en el libro de Antonio Muñoz Molina (Guión), José Nieto (Música), Javier Aguirresarobe (Fotografía), José Luis Mantesanz (Montaje), Salvador Pons (Ayudante de Dirección), Reyes Abades (Efectos especiales), Juan Pedro Hernández (Maquillaje), José Luis García  (Producción).
Oso de Plata en el Festival de Berlín 1992 a su contribución artística sobresaliente.
Estreno en España: 13 diciembre 1991.   

Reparto: Terence Stamp (Darman), Jorge de Juan (Luque), José Luis Gómez (Ugarte/Valdivia), Patsy Kensit (Rebeca), Pedro Díez del Corral (Policía), Ruth Gabriel (Charo), Geraldine James (Rebeca Osorio), Carlos Hipólito (Propietario empresa), Simón Andreu (Andrade).
 
Sinopsis:
Año 1962. En la oscura posguerra española, Darman es un inglés que viaja a Madrid con la misión de matar a un topo infiltrado en la organización del clandestino Partido Comunista. Para encontrar a su víctima, Darman comienza una aventura con Rebecca, la prostituta más cara y bella de Madrid, que casualmente es amante del hombre al que busca...

Comentarios:
El 13 de diciembre de 1991 se estrenaba en España “Beltenebros”, película que suponía el regreso a la dirección de Pilar Miró seis años después del estreno de “Werther” y tres años después del escándalo que la obligó a dimitir de su puesto de Directora General de Radio Televisión Española. Cómo no podía ser de otra forma la prensa intentó ver en “Beltenebros” un intento por parte de Miró de vengarse de aquellos que habían juzgado duramente sus acciones al frente de RTVE y, aunque Miró negó en todo momento que el fin de la película fuese la venganza, en una entrevista dada al diario El País declaró que: “Hombre, si hablara de revanchas, lo que me gustaría es pasar a unos cuantos a cuchillo, como en un western”. No obstante, como explicó José Antonio Hurtado en su libro “Cine negro, cine de género”: “El western devuelve una imagen placentera, mistificadora, irremediablemente perdida en el tiempo, mientras que el cine negro refleja de forma borrosa imágenes inquietantes a las que se supone ancladas en el presente social”.
Más allá de las polémicas que envolvieron a la directora durante varios años, esta afirmó que su único interés era, como había dicho John Ford, hacer películas. Por ello, en la misma entrevista afirmó que: “Lo único que ahora deseo hacer, tras un año de trabajo en la preparación de este proyecto, es un buen trabajo que, quizá sí, es la única manera de poder decir a la opinión pública, que tantas cosas ha oído de mí: aquí estoy y esto es lo que sé hacer”.
Miró vio esa posibilidad de ratificarse como directora en la oferta del productor Andrés Vicente Gómez quién le había brindado la oportunidad de dirigir la adaptación de “Beltenebros”, novela de Muñoz Molina. Miró declaró sentirse fascinada y atrapada por la novela y sus varias lecturas, lo que le hizo implicarse en el proyecto desde la creación del guion, que escribió a seis manos junto a Juan Antonio Porto y Mario Camus, con el objetivo de mantener la mayor fidelidad posible no solo al libro, sino también a la historia española. Además, el buen trabajo de adaptación y traslación a imágenes del universo de la película les valió la nominación para los Premios Goya.


La historia se centra en el personaje de Darman (Terence Stamp), un militante comunista que vive en la clandestinidad en Inglaterra. Pese a que en un primer momento se muestra reticente, finalmente decide volver al servicio activo y viaja a Madrid dónde habían solicitado sus servicios para eliminar a un topo del Partido Comunista. La investigación en que se embarca y los sentimientos que empieza a tener por Rebecca (Patsy Kensit), una prostituta que resulta ser pareja del infiltrado, le llevan a introducirse en una red de traiciones, engaños y falsedades que no solo pondrá en riesgo su vida, sino que también traerá de vuelta algunos fantasmas del pasado. Y es que en “Beltenebros”, como buen ejemplo de cine negro, nadie ni nada es lo que parece. Esto podemos observarlo desde el primer momento cuando seguimos, mediante un plano-secuencia de tres minutos, a una pareja (que posteriormente descubrimos que son Rebecca y Darman) en su intento de huida. “Yo no he hecho nada” dice ella, pero esa afirmación chirría dentro de una película con rasgos de cine negro. A lo largo de años de cine de guerra civil y posguerra, nos hemos encontrado con películas que, desde la perspectiva que te da el tener una ideología política, han construido a los personajes de un bando como asesinos inhumanos mientras que los del otro eran poco menos que unos mártires. Sin embargo, la concepción de buenos y malos dentro de la película resulta ambigua y difícil de establecer puesto que, como en la vida real, todos tienen momentos sombríos a sus espaldas en los que han actuado de forma cuestionable. Darman responde a esta pregunta al manifestar que “vino a Madrid a matar a un hombre que no conocía” y es que cuando vives en un mundo corrompido, en un mundo de deslealtades y traiciones, no existen los buenos y los malos, sino las personas y lo que estas hacen para sobrevivir.
No obstante, la frase que pronuncia Darman no sirve solamente para definirse a sí mismo como un personaje ambiguo, sino que se puede extrapolar tanto a la trama en sí, como al resto de personajes. El carácter de Darman, no es fruto de la casualidad, sino que viene determinado por un suceso que aconteció en 1946, cuando fue requerido para la eliminación de otro supuesto topo. Sin embargo, esta persona no era realmente un infiltrado y se encontró matando a un hombre inocente. Darman es ahora un prisionero de su pasado y un escéptico de un presente que se muestra lleno de incertidumbre y oscuridad. Pilar Miró lo resumió perfectamente al declarar que: “Beltenebros cuenta la historia de un personaje muy complejo, que se supone que ha huido y, por una circunstancia determinada, se reencuentra con un mundo que él había querido olvidar y vuelve a vivir una historia que, de alguna forma, ya había vivido antes”.


Es en esta misión paralela dónde “Beltenebros” logra sus momentos más destacados puesto que le permite construir a su directora un mosaico de contrastes y simetrías entre el Darman joven y el viejo. Era un hombre que hacía aquello que le mandaban sin pensar en las verdaderas intenciones de sus jefes, sin embargo, es ahora, en un momento en que sus ideales están casi derruidos cuando es capaz de ver sus acciones con perspectiva y oír las palabras “es inocente” como si no hiciese casi veinte años que se las dijeron. Estos cambios de rol también se pueden aplicar, aunque de forma inversa, al objeto de deseo del protagonista. Por ello, encontramos grandes diferencias entre la Rebecca de 1946 (Geraldine James) y la de 1962 (Patsy Kensit), ya que mientras la primera es una agente que ayuda, en menor medida, a Darman, la segunda es un bailarina-prostituta que le obstaculiza el camino. Como vemos, en la película la mujer sufre el cambio contrario al de Darman, puesto que este, al notar la podredumbre de la sociedad en la que vive, reacciona alejándose y desentendiéndose de ella, pasando a vivir una vida apática en Inglaterra. Sin embargo, el personaje de Rebecca se adapta perfectamente a esta situación y se vuelve una más de las personas que se han visto atrapadas por esta sociedad, volviéndose más fatal, más equívoca y calculadora. Rebecca se sabe deseada y utiliza esto para sus propio interés, llegando a reinterpretar de forma más explícita el baile de Rita Hayworth en “Gilda” (1946), de Charles Vidor.
Estos momentos destacan además por las grandes actuaciones de Terence Stamp y Patsy Kensit. Pese a que el universo de la película se centra en la posguerra española, Pilar Miró decidió rodar en inglés usando actores internacionales. Esta decisión fue muy meditada por la directora, puesto que quería realizar una película más internacional. Además afirmó que para la correcta construcción del universo de la obra eran necesarios estos actores internacionales, ya que la novela presenta unos personajes con unas características muy anglosajonas que debían ser llevadas a la pantalla. “El personaje de la novela es totalmente como un inglés y en los años sesenta se pasea por Europa con pasaporte inglés. Por eso era más lógico que lo hiciera un actor inglés”, reiteró la directora.
No obstante, pese a ser un largometraje español con rasgos y características anglosajonas, la construcción que realiza de los órganos de poder podría ser perfectamente transportada a otros lugares del mundo en la misma época. La policía y la autoridad en general muestran una evolución más lineal en la que las apariencias y las mentiras son cada vez más importantes. En estas organizaciones de poder aquellos que dan un paso atrás son tachados de cobardes por personas que, valiéndose de dichas apariencias, sentencian y ejecutan sin salir de sus despachos. Por ello, la construcción que la directora hace de Ugarte y Valdivia, los dos representantes de la autoridad de la película, los retrata como dos personas sin ningún tipo de moral que han propiciado, en gran medida, la situación actual de corrupción de la sociedad. Además, el descubrimiento al final de la obra de la verdadera cara de estas autoridades, como afirma Barry Jordan en su libro “Contemporary Spanish Cinema”, le sirve a la directora para liberarse de sus propios demonios. Para Jordan el fuego que se produce en el cine y que fusiona la acción con la película puede considerarse “un símbolo de la necesidad de una contienda purificadora que consuma no solo las imágenes clásicas (el pasado), sino también la propia experiencia de Miro de engaños, traiciones e hipocresías”.


En 1972 Paul Schrader publicó “Notes on Film Noir”, un artículo en el que anunciaba el fin del mismo durante la segunda mitad de la década de 1950, coincidiendo con el inicio del cine en color. A su vez Robert Ebert afirmó que el cine negro se trata de un género puramente americano puesto que ninguna otra sociedad estaba tan podrida como para crear un universo movido por semejantes hilos de fatalidad y traición. Pese a esto, y aunque “Beltenebros” no es puramente un film noir, podemos vislumbrar rasgos de este género que ayuda tanto en la revitalización de un tema ya muy manido como en la construcción de unos personajes caracterizados por unos rasgos de misterio y oscuridad.
Con “Beltenebros” Pilar Miró regresó al cine más reivindicativo tras seis años de ausencia en los que vivió una de sus épocas más oscuras, pero a la que le supo sacar partido, aprovechando sus vivencias para la creación de unos personajes tan cínicos y descreídos que le hicieron ganar el Oso de Plata de Berlín. “Beltenebros” es una película por momentos difícil de seguir que se sustenta en un guion bien construido que conecta con el público a través de una serie de temas tan universales como la amistad, la lealtad, la creencia en unas ideas muy determinadas y la lucha por la libertad. Estos elementos o, mejor dicho, la ausencia de los mismos encuentran el marco perfecto dentro del género del cine negro, puesto que permite construir un universo oscuro y asfixiante, en el que nadie es realmente tu amigo y todo el mundo es prescindible en favor del propio beneficio. Y es que como dijo Pilar Miró tanto en la política como en la vida en general “no hay tantos amigos como uno piensa”. (Susana Arranz)
Recomendada.


domingo, 29 de marzo de 2020

Despertares (Penny Marshall, 1990)



Título original: Awakenings. Dirección: Penny Marshall. País: USA. Año: 1990. Duración: 121 min. Género: Drama.
Steven Zaillian basado en el libro de Oliver Sacks (Guión), Randy Newman (Música), Miroslav Ondricek (Fotografía), Battle Davis, Gerald B. Greenberg (Montaje), Lawrence Lasker, Walter F. Parkes  (Producción).
Nominada a Mejor Película, Mejor Actor (Robert De Niro) y Mejor Guión Adaptado en los Oscar 1990. Nominado a Mejor Actor (Robin Williams) en los Globos de Oro 1990.
Estreno en España: 15 de marzo de 1991.   

Reparto: Robert De Niro, Robin Williams, Julie Kavner, Ruth Nelson, John Heard, Penelope Ann Miller, Alice Drummond, Judith Malina, Barton Heyman, George Martin, Anne Meara, Richard Libertini, Steve Vinovich, Bradley Whitford, Max von Sydow, Peter Stormare, Vin Diesel.
 
Sinopsis:
A finales de los años sesenta, el doctor Malcolm Sayer, un neurólogo neoyorquino, decide utilizar un medicamento nuevo para tratar a sus pacientes de encefalitis letárgica, enfermedad que priva de las facultades motoras a las personas que la padecen hasta reducirlas a un estado vegetativo. Poco a poco empezará a manifestarse cierta mejoría en los pacientes, especialmente en Leonard Lowe.

Comentarios:
Muchos descubrimientos se han formulado contra la corriente general, incluyendo el rechazo de la mayoría de iguales científicos. Pero aparte de los grandes descubrimientos que han revolucionado a la humanidad, hay otros a menor escala, porque afectan a un menor número de personas, que pasan desapercibidos, pero que suponen un cambio de paradigma en todo un grupo social del que, muchas veces, sabemos más bien poco. En este sentido, desconocemos mucho de lo que pasa entre las salas de un hospital o de un psiquiátrico, a veces suceden hechos sin explicación, irrepetibles. Tanto para bien como para mal.
Oliver Sacks (1933-2015) dedicó gran parte de su vida a estos fenómenos. Este neurólogo británico se convirtió en divulgador y novelista a partir de la materia médica, trazando un puente entre el arte y la ciencia, mostrando que nunca debieron ser entendidas como rivales, sino como hechos complementarios y necesarios para el ser humano. A partir de la anécdotas clínicas, construyó relatos minuciosos y auténticos en obras como “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” (1985), “Veo una voz” (1989) y “Un antropólogo en Marte” (1995), lo que, por otra parte, le ha valido críticas al considerar que explotaba a sus pacientes o que sus métodos no eran rigurosos, científicamente hablando.
Nos referimos a Sacks porque fue una de sus primeras obras, “Despertares” (Awakenings, 1973), la que sirvió de base a la adaptación realizada por Penny Marshall (1942-2018) en 1990, que reseñamos hoy. Pero no se trata de una novela, sino de una autobiografía parcial en torno a cómo Sacks descubrió durante el verano de 1969 los beneficios temporales de la L-dopa en pacientes catatónicos que sobrevivieron a la epidemia de encefalitis letárgica que se produjo entre los años 1917 y 1928. Un caso real documentado también a través de una cámara Super 8 que cobró vida en la gran pantalla de mano de la citada Penny Marshall, actriz en películas como “1941” (Steven Spielberg, 1979) u “Hocus Pocus” (Kenny Ortega, 1993) y directora de algunas películas taquilleras en los años ochenta, como “Jumpin' Jack Flash” (1986) o “Big” (1988). 


“Despertares” (Awakenings, 1990) fue su tercera película y aunque hoy pueda no resultar conocida, obtuvo una buena acogida y estuvo nominada a tres categorías de los Premios Óscar. La obra, tras un inicio en torno a los primeros síntomas de la enfermedad central, nos remite a un episodio en la vida del doctor Malcom Sayer (Robin Williams), trasunto de Oliver Sacks, que comienza a trabajar, a pesar de sus reservas por haber dedicado su carrera a la investigación, en un hospital psiquiátrico de Nueva York, conocido vulgarmente como manicomio, asilo para enfermos crónicos. A pesar de sus reticencias iniciales, un fenómeno curioso servirá para prender la llama de su interés por toda una serie de pacientes que comparten las mismas características: permanecen catatónicos, inmóviles, sin conexión con el mundo que les rodea. A partir de entonces, centrará sus esfuerzos en confirmar sus hipótesis y lograr un tratamiento efectivo, comenzando su investigación con uno de los pacientes, Leonard Lowe (Robert De Niro).
Atendiendo a este argumento, podemos dividir la película en tres tramos evidentes: el primero, centrado en el médico, que atiende su llegada al hospital y sus primeros descubrimientos, el segundo en torno al tratamiento de Leonard Lowe y finalmente del resto de pacientes, y el último tramo cuando se nos muestra el destino de los tratados por el L-dopa. Durante estos tramos, se tocarán diversos asuntos centrados en la convivencia entre médicos, pacientes y familiares, desplegando pequeñas subtramas que convergen en este relato que combina tanto drama como esperanza.


Sin duda, uno de los aspectos más convincentes de la película es el enfoque de las dificultades para el médico investigador que trata de innovar e implicarse de una forma más humana. Frente a los esfuerzos de Sayer por tratar a sus pacientes y tratar de sanarlos o mejorar su calidad de vida, se encuentran las mofas o la indiferencia de gran parte de sus compañeros o superiores, que consideran su trabajo casi como un depósito de enfermos más que un hospital. A ello se ha de sumar los problemas económicos que se deriva de los tratamientos o el evidente riesgo que nadie quiere asumir para probar alguna solución con los pacientes. Esta última situación nos deja una crítica tanto a los químicos que crean los fármacos como a los médicos, en tanto que ninguno de los dos se atreve a probar los resultados de los medicamentos inculpándose de forma mutua.
A su vez, se muestra la crudeza de la vida de estos pacientes, que son inconscientes incluso del paso del tiempo. Este hecho choca precisamente con la vitalidad que llegarán a desprender, contagiando incluso a las insulsas enfermeras. Como comprobaremos, el despertar de estos pacientes es también el despertar de las personas que les rodean, incluso cuando el primero tenga fecha de caducidad. Precisamente, la evolución de los personajes que no son pacientes es bastante sutil, sobre todo en el caso de Sayer, que está interpretado por un comedido Robin Williams que da la talla en este rol dramático y le otorga una gran entidad humana al personaje. Malcom Sayer se había dedicado a investigar lombrices y resulta evidente en la película tanto sus carencias en sociabilidad como su forma de ser despistada, lo que irá cambiando conforme avance su amistad con Lowe, hasta que al final sea él quien se atreva a dar algunos pasos en su vida. Sobre todo en el campo del amor.
Leonard Lowe es la otra cara de la moneda en esta película: el paciente enfermo, el Lázaro que vuelve a la vida. A través de este personaje se nos trata de mandar un mensaje esperanzador y lleno de ilusión: vivan, vivan porque hay otros que no pueden hacerlo; algo semejante en este sentido a una obra de autoayuda, ¿pero cómo negar esta verdad a alguien que ha pasado tanto tiempo sin poder vivir, recluido en sí mismo? Él se convierte en el foco más lúcido del grupo de pacientes y en el que se fije la historia. Le da cuerpo un Robert de Niro dando una lección de interpretación, mostrando tanto su estado catatónico como su recuperación y, finalmente, la degeneración de su enfermedad. Este último golpe, hilado además junto a una breve y pueril, pero bonita historia de amor, da una intensidad dramática a “Despertares” que se une a un mensaje aún más fuerte que el mensaje motivador: detrás de cada milagro, hay una realidad. Una realidad que no siempre es satisfactoria.


Ahora bien, a pesar de que la película tiene una motivación interesante, una historia curiosa y de interés y unos protagonistas encarnados por actores de portento, no se libra de ciertos defectos que debemos señalar. En primer lugar, la película tiene ciertos errores de tono, dada su ambigüedad: en ocasiones, pretende incluir cierta comedia, pero salvando algunas ocasiones, no acaba por encuadrar con el argumento que se narra. Incluso se nos proporcionan escenas pesarosas que pretenden ser divertidas o alegres, llegando a adormecer el ritmo de la película hacia la mitad, algo que se produce sobre todo al tratar de abarcar a todos los pacientes en lugar de centrarse en los dos protagonistas.
A ello también se suma una estética y una producción más similar a los telefilmes que a una gran propuesta de mayor nivel, sosteniendo la película sobre todo las actuaciones de Williams y De Niro. Tampoco demuestra una gran maestría en el uso de los recursos ni ofrece ninguna novedad atractiva a nivel cinematográfico, por lo que sus principales virtudes se encuentran entre sus personajes principales y la singularidad de su historia. Incluso otros aspectos, como la bonita banda sonora, en esta ocasión de Randy Newman, aunque bien ejecutados, no resultan especialmente convincentes o atractivos.
Quizás de haberse centrado más en la relación entre médico y paciente, en el descubrimiento del mundo que ha avanzado sin él, sin ceder tanto terreno a tramas que acaban por hacerse pesarosas, estaríamos ante una película más redonda. “Despertares” tiene la virtud de ser sutil en muchos de sus aspectos, de ofrecernos momentos realmente bellos y de sorprendernos con una realidad que nos resulta tan ajena, y ese es un gran logro que no debemos despreciar. Si os gustan esta clase de historias, que nos acercan a hechos reales y médicos, con momentos esperanzadores, dramáticos y bellos, no os la perdáis. (Luis J. del Castillo)
Recomendada.