domingo, 30 de enero de 2022

No mires arriba (Adam McKay, 2021)

 

Título original: Don't Look Up. Dirección: Adam McKay. País: USA. Año: 2021. Duración: 138 min. Género: Comedia dramática, Ciencia  Ficción.  

Guión: Adam McKay (basado en una historia de Adam McKay, David Sirota). Fotografía: Linus Sandgren. Música: Nicholas Britell. Montaje: Hank Corwin. Producción: Adam McKay, Kevin Messick, Scott Stuber, Betsy Koch, Todd Schulman.

Nominada a Mejor Película (Comedia) en los Globos de Oro 2021.

Fecha del estreno: 10 Diciembre 2021 (España)

 

Reparto: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett, Jonah Hill, Rob Morgan, Mark Rylance, Tyler Perry, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande, Kid Cudi, Tomer Sisley, Himesh Patel, Melanie Lynskey, Michael Chiklis, Paul Guilfoyle, Robert Joy, Meghan Leathers, Hettienne Park, Ross Partridge, Dee Nelson.

 

Sinopsis:

Kate Dibiasky, estudiante de posgrado de Astronomía, y su profesor, el doctor Randall Mindy hacen un descubrimiento tan asombros como terrorífico: un enorme cometa lleva un rumbo de colisión directa con la Tierra. El otro problema es... que a nadie le importa. Kate y Randall emprenden una gira mediática para advertir a la humanidad, que los lleva desde la indiferente presidenta Orlean y su hijo y jefe de gabinete, Jason, a la emisión de 'The Daily Rip', un animado programa matinal presentado por Brie y Jack. Solo quedan seis meses para el impacto del cometa, pero gestionar el flujo de noticias y ganarse la atención de un público obsesionado con las redes sociales antes de que sea demasiado tarde resulta sorprendentemente cómico. ¿Pero qué es lo que hay que hacer para que el mundo mire hacia arriba?

 

Comentarios:

El cine de catástrofes estaba ahí originalmente para advertirnos de que por muy asustados que estuviéramos por lo que sucede alrededor, todo era susceptible no sólo de ir a peor sino que cabía además la posibilidad de que explotara. Digamos que el género de marras cumplió en su nacimiento una función catártica. Sí, está mal lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero ¿y si de repente se desencadena un terremoto mientras estamos encerrados en el piso 211 de un rascacielos en llamas que, por qué no, se hunde en mitad del océano? Y, llegados a este punto, uno se tranquilizaba. Así fue en la época gloriosa de los años 70 donde los sucesivos desastres aéreos de la saga Aeropuerto se daban codazos en la cartelera de la Transición con Terremoto, El coloso en llamas o La aventura del Poseidón. Y todo para recordarnos fundamentalmente dos cosas: a) que la realidad, siendo mala, lo que daba era pena, y b) que las estrellas en declive de Hollywood habían cotizado poco porque seguían ahí.

Pero lo anterior es el pasado. Y eso lo tiene muy claro Adam McKay que en No mires arriba nos propone su particular versión del cine de anti-catástrofes. Ahora, después unas cuantas olas de pandemia (y las que quedan), una nevada colosal, el estallido de unos cuantos volcanes, el peinado de Trump, un asalto con cuernos al Capitolio y la mera existencia de las redes sociales; ahora, decíamos, ya sabemos que el cine de catástrofes es, cuanto menos, innecesario. O, en el mejor de los casos, redundante. La realidad es ya objetivamente no mala sino peor. Una catástrofe.

Para situarnos, la propuesta del director de la magistral en su elegante confusión La gran apuesta y de la terrorífica El vicio del poder consiste ahora en demostrarnos hasta qué punto la llegada de un meteorito dispuesto a acabar con la vida humana sobre el planeta no es ya ni una mala noticia. O lo es, pero como lo son ahora las noticias malas, de mala calidad. Su relevancia depende de cuestiones como el número de 'clicks' que genere, su capacidad para viralizarse, el servicio que pueda cumplir a una campaña electoral o a cualquiera de las múltiples y muy rancias guerras culturales en marcha o, simplemente, que se pueda convertir en meme.

Básicamente, en este filme se cuenta la historia de dos científicos (Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence) obligados a literalmente a arrastrarse de plató en plató, de Tik a Tok, para hacer comprender al mundo que se enfrenta a su inminente aniquilación. Tan cotidiano. De por medio, la presidenta de Estados Unidos (Meryl Streep) y su hijo (Jonah Hill) en los papeles de émulos de Trump y su hija, y el hombre más poderoso del universo (Mark Rylance) como una especie de Mark Zuckerberg en trance (aún más).

McKay aplica su método rodillo para sencillamente aplastarlo todo. Y ahí su virtud y, lo más grave y evidente, su penitencia. Si por algo se había destacado el director hasta el momento era por lo que se podría llamar su voluntad de veracidad, por su comedida y pautada exageración. Sus comedias se colocaban siempre en ese espacio inestable y febril en el que el espectador es invitado simplemente a contemplar el mundo que le rodea y, de paso, a sí mismo. Y eso, dado el tiempo que vivimos, acababa por ser tan delirante que obligaba tanto a la carcajada como la náusea. Así ocurría en su descripción/explicación de la crisis del 2008 (La gran apuesta) como en el biopic de Dick Cheney (El vicio del poder). En los dos casos, era la fidelidad al disparate de lo dado lo que acababa por convertir la simple tragedia en compleja (que no complicada) comedia a la vez que en sencilla (que no simple) película de terror.

En No mires arriba, el realizador cambia el punto de vista hasta quizá la simple traición. A un lado las recurrentes referencias a ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, los personajes se convierten ahora es excéntricas excusas, en comediantes atrapados en su delirio, en caricaturas de sí mismos. Y es ahí, en ese insoportable empeño del zasca a cualquier precio, donde el trabajo de McKay se achata, se vulgariza y se descompone. Sorprende y hasta entusiasma la invitación a contemplar el género de catástrofes desde el otro lado de una realidad catastrófica. A ello se refiere el título con esa negación a mirar la que se nos viene encima. Pero se echa de menos la acidez y la ironía si se quiere salvaje de un McKay que esta vez se limita simplemente a ser propagandista de sí mismo y de su propio método. La catástrofe, en efecto, era esto. (Luis Martínez)

Recomendada (con reservas).




sábado, 29 de enero de 2022

Primer verano (Sébastien Lifshitz, 2000)

 

Título original: Presque rien. Dirección: Sébastien Lifshitz. País: Francia. Año: 2000. Duración: 93 min. Género: Drama.

Guión: Sébastien Lifshitz, Stéphane Bouquet. Fotografía: Pascal Poucet. Música: Perry Blake. Vestuario: Elizabeth Mehu. Producción: Christian Tison (Lancelot Films, Man's Films, arte France Cinéma, RTBF).

Fecha del estreno: 7 de junio de 2000 (Francia)

 

Reparto:

Jérémie Elkaïm (Mathieu), Stéphane Rideau (Cédric), Dominique Reymond (Madre), Marie Matheron (Annick), Laetitia Legrix (Sarah), Nils Ohlund (Pierre), Réjane Kerdaffrec (Psiquiatra), Guy Houssier (Padre de Cédric), Violeta Ferrer (Madre de Pierre), Robert Darmel (Dueño Bar), Marie-Claire Durand (Enfermera).

 

Sinopsis:

Historia de un romance homosexual veraniego. Mathieu, un joven de 18 años, está pasando el verano con su madre en su casa de Bretaña. Un día en la playa Mathieu conoce a Cédric, un chico de su edad, y ambos comienzan una relación.

 

Comentarios:

Mathieu es un joven de dieciocho años que está pasando el verano en la playa antes de comenzar la carrera de arquitectura en la universidad. Su madre está sumida en una profunda depresión tras la muerte de su hermano recién nacido, debido al cáncer, y su hermana Sarah no logra llevarse bien con él. En la playa conoce a Cédric, un atractivo joven que evidentemente busca una relación, y con quien pasará su primer verano aceptando el hecho de que en realidad es homosexual.

Dieciocho meses más tarde, Mathieu se recupera tras un intento de suicidio debido al fracaso de la relación entre ambos. Su psiquiatra le envía de vuelta a la ciudad costera donde pasó su primer verano, para que examine su pasado e intente descubrir que le ha llevado a su situación actual.

La traducción real del título sería “Casi nada”. Se optó por titularla “Primer Verano” en España, debido a que narraba la estación en la que el personaje protagonista descubría y experimentaba su homosexualidad.

Se trata de uno de los primeros trabajos del director Sébastien Lifshitz, cuyo estilo, haciendo uso de la alteración cronológica, podemos empezar a observar. La película está narrada a modo de flashbacks, y los hechos en el presente no están ordenados cronológicamente. Vemos a un adulto Mathieu regresar al lugar de veraneo, y las escenas están entremezcladas con sus recuerdos de ese primer amor de verano, Cédric, y sus experiencias juntos. Poco a poco descubrimos el intento de suicido tras la ruptura, aunque Lifshitz no nos explica en ningún momento porque la pareja ha roto, o de qué modo. Se nos presentan diferentes teorías, distintas entre sí, y queda en manos del espectador el deducir que ocurrió entre el primer verano, y el invierno dieciocho meses después. Baste decir que los eventos del verano se ven en orden, intercalados con los desordenados eventos del invierno.

Uno de los temas más recurrentes durante el film, es el del contraste. Lifshitz hace uso de los contrastes radicales entre lugares, estaciones, clima, ambientación, e incluso los personajes de la historia.

La banda sonora hace uso de las canciones del cantante Perry Blake, para subrayar el estado depresivo de Mathieu.

Me encantó la manera tan realista en la que el director nos muestra ese primer amor de verano. La inocencia, entusiasmo, ansiedad, experimentación, inexperiencia. Todos esos aspectos quedan reflejados de una forma extraordinaria en el personaje de Mathieu, interpretado de una manera soberbia por Jérémie Elkaïm. Pocas veces he visto a un actor tan joven desarrollar un personaje. El cambio entre el muchacho adolescente, y el hombre más adulto que se ve año y medio después es impresionante. El personaje de Cédric me parece más plano, el típico guaperas, problemático y sin dirección.

Lo que me lleva a otro aspecto de la película que me encantó: el uso del contraste. Lo vemos en la pareja de una manera intencional, lo único que tienen en común es el deseo sexual, aparte de eso todo es contraste.

Por otro lado tenemos un verano lleno de luz, colorido, sonidos plagados por la naturaleza, haciendo juego con ese despertar del primer amor. Sin embargo el invierno del desencanto, el final de relación, la carencia de deseo por la vida, están plagados de tonos grises, oscuros, sonidos de la gran urbe, música melancólica. El contraste resulta un método verdaderamente eficaz para llevar a cabo la historia, y resaltar el inevitable cambio, que va ligado a la vida misma.

Es una película entretenida, y bastante fácil de seguir incluso con el desorden cronológico.

En el plano negativo, la película peca de exceso de ambigüedad. Demasiadas cosas quedan en el tintero, y no me parece que las pistas que pueda dejar el director sean lo suficientemente unidireccionales para sacar una única conclusión que funcione. ¿Qué lleva a un adolescente a lo drástico del suicidio? No hay nada en el film que señale el rumbo a una decisión lo suficientemente “sugestiva”.

Por otro lado todos los personajes alrededor de la pareja parecen tan dispuestos a aceptar la homosexualidad de dos críos de dieciocho años, que la situación carece de realismo. Uno casi agradece el carácter arisco de Sarah, que parece ser la única que reacciona de una manera natural ante los cambios que experimenta su hermano. (Daniel)

Recomendada.