jueves, 30 de abril de 2020

Maurice (James Ivory, 1987)


Título original: Maurice. Dirección: James Ivory. País: Reino Unido. Año: 1987. Duración: 140 min. Género: Drama.
James Ivory, Kit Hesketh-Harvey, basado en la novela de E. M. Forster (Guión), Richard Robbins (Música), Pierre Lhomme (Fotografía), Jenny Beavan (Vestuario), Peter James, Brian Savegar (Dirección artística), Katherine Wenning (Montaje), Ismail Merchant (Producción).
Mejor Director y Copa Volpi a Mejores Actores (Hugh Grant y James Wilby) en el Festival de Venecia 1987. Nominada al Oscar 1987 a mejor Vestuario.
Estreno mundial: 29 Agosto 1987, en el Festival de Venecia.   

Reparto: James Wilby (Maurice Hall), Hugh Grant (Clive Durham), Simon Callow (Mr. Ducie), Denholm Elliott (Doctor Barry), Ben Kingsley (Lasker-Jones), Rupert Graves (Alec Scudder), Billie Whitelaw (Mrs. Hall), Barry Foster (Dean Cornwallis), Patrick Godfrey (Simcox), Mark Tandy (Risley), Helena Mitchell (Ada Hall), Phoebe Nicholls (Anne Durham), Kitty Aldridge (Kitty Hall), Judy Parfitt (Mrs. Durham).
 
Sinopsis:
Gran Bretaña, principios del siglo XX. Cuando el joven Maurice va a la Universidad, se enamora de Clive, uno de sus compañeros de clase. Juntos viven un romance que mantienen en secreto. Sin embargo, Clive, para evitar habladurías y normalizar su vida, decide casarse con una joven. Maurice, por su parte, seguirá manteniendo relaciones secretas con otros hombres, aunque no será lo mismo.

Comentarios:
En Gran Bretaña, a principios del siglo XX, esta película describe la vida de Maurice Hall en distintas etapas (su adolescencia, su paso por la universidad y su posterior trabajo). Cuando el joven Maurice (James Willby) va a la Universidad, se enamora de Clive (Hugh Grant), uno de sus compañeros de clase.
Juntos viven un romance en la Universidad que mantienen en secreto. Si en un principio el espectador quizás se sienta más atraído, por la personalidad de Clive, en el desarrollo del metraje, veremos a un Maurice tierno y firme, que rompe moldes sociales, que le corresponden por su clase y que hace cambiar nuestra posición de espectador. Clive, para evitar habladurías y normalizar su vida, decide casarse con una joven. Maurice, por su parte, seguirá manteniendo relaciones secretas con otros hombres, aunque no será la misma atracción amorosa que por Clive, su primer amante.
Basada en la novela del escritor inglés E. M. Forster, quien la comenzó a escribir en 1913/14, y aunque la leyeron algunos amigos del escritor, como Christopher Isherwood, el miedo a ser condenado por homosexualidad obligó a que su publicación, no fuese hasta 1971, después de la muerte de Forster. Con esta obra, Forster mostraba la posibilidad de poder eliminar la diferencia de clases a través de una relación homosexual. 


La situación de la homosexualidad en el Reino Unido era tremendamente controvertida, siendo considerada ilegal, hasta en 1967, que tras la aprobación de la ley de delitos sexuales (Sexual Offences Act)  despenalizando las prácticas homosexuales consentidas, entre mayores de edad y en privado. A pesar de todo lo anterior, se han ido desarrollando leyes que han permitido una mayor apertura con respecto al tema y que lo han normalizado.
Por todo lo anteriormente indicado, la escritura de un libro que trata de una historia de amor homosexual en la Inglaterra eduardiana de principios del siglo XX, y además escrito en esa época, no deja de ser un acontecimiento, aunque descubriésemos la obra en el último cuarto de siglo XX.  La novela es de especial relevancia pues describe el amor entre personas del mismo sexo desde una perspectiva no condenatoria. 


Un aspecto que hace que Maurice sea diferente de la ficción gay moderna, es el argumento arquetípico y los tres personajes principales, que representan tres diferentes clases y formas de masculinidad, en un momento en el que la diferencia de clases sociales estaba muy intensificada, y la interrelación entre distintos estratos sociales, además de mal visto, era casi imposible, además si le añadimos que era una relación homosexual.
Es una excelente película, que combina una cuidada ambientación de la época, una hermosa fotografía, maravillosa banda sonora y actuaciones muy logradas. Es una mirada a los mecanismos de la represión de los sentimientos y la sublimación como arma de supervivencia en la sociedad de principios del siglo XX, en la que la acusación por actos homosexuales, podía y solía llevar a prisión, recordemos al maestro Oscar Wilde, que se nombra en la película. Pero por encima de todo es un canto a los sentimientos genuinos y a la capacidad humana de desafiar obstáculos.
James Ivory es el paradigma de director culto, refinado, amante de las adaptaciones literarias (especialmente del gran novelista británico E. M. Forster; “Una habitación con vistas”, “Howards End”, etc.), y suelen resaltar por una cuidada dirección artística, que plasma de forma casi idéntica la época en la cual se desarrolla la historia en cuestión, una acertada adaptación de los libros al cine y una afortunada dirección de actores. En ocasiones viendo sus películas, nos permite como ver por una ventana, lo que sucedía en esa época. 
Básicamente la obra de una forma refinada y nada soez, cuenta el despertar a la sexualidad del protagonista, y de su amor hacia un compañero de universidad; que pasa de lo estrictamente platónico, curiosa la secuencia en la que leen a los clásicos griegos y el profesor hace una pequeña recriminación a uno de los  alumnos, sobre el “vicio de los griegos”. 


La represión de los sentimientos, la sublimación con actividades diversas y de altura cultural, acordes a su clase social, como válvula de escape de ésta inclinación mortífera para la época, tremendamente encorsetada que obligaba a matrimonios convencionales, como hizo su compañero Clive, y que llenan de angustia y de rabia al personaje.
El guión acentúa ciertos aspectos, al poner el dedo en la llaga de la sociedad puritana y clasista de la época. Cuando Maurice se acuesta con Alec, el guardabosques interpretado con gran encanto por Rupert Graves, destruye todos los tabúes impuestos por la sociedad y aceptados por él hasta el momento.
Otros prefieren casarse y ocupar el rol que corresponde a un miembro bien considerado socialmente, Maurice se enfrenta a sus miedos, rompe con todo, y huye con su amante. Un final abierto y aparentemente esperanzador abre las puertas a un futuro inequívocamente incierto, sobre todo para el escritor de la novela, que nunca vio publicada la misma.
La realización de la película, en 1987, dista un tanto en los derechos LGTBIQ, que en la actualidad se tienen; es más era un momento duro para el colectivo gay, por la irrupción de la pandemia del SIDA, que parece que se nos olvida las generaciones que murieron por la enfermedad, aunque quizás estas personas interesaban menos que los que mueren por otras olas pandémicas. Aunque a tenor de la historia, y vista con una mente de inicios del siglo pasado, Maurice es rompedora y destruye los clichés de la época, eduardiana, e incluso no resulta antigua, vista 33 años después de su realización, como ocurre con los clásicos, el tiempo no ha pasado por ella. 


Triste en su trasfondo, un ser humano que no puede expresar su amor, no puede desarrollarse como persona completa, pero con un camino final de cierta esperanza, abierto y con la perspectiva de que en un mundo cerrado como el inglés de la época, podrían ser considerados parias sociales. Pero el sentido romántico de la novela y por supuesto que es llevado magistralmente por Ivory, en la película, procesa ese determinismo, en posibilidad de cambio, como creo que lo sentía el propio escritor de la obra.
Sólo un apunte, aunque la historia no se fije en ellas mucho, el papel de las mujeres de la época; en nuestro caso Maurice por ser “el hombre de su familia”, ocupaba el papel de “jefe”, y en la mayoría de los casos ellas eran invisibles, con un lugar casi decorativo; siendo las “tapaderas” de muchos de los homosexuales de muchas épocas; es más, hasta el consejo médico era “encuentra a una chica y cásate”; a menos que la indicación moderna que el posible psicoanalista (Ben Kingsley), le da al protagonista, que era “irse de Inglaterra a otros países, como Francia, mucho más moderno, para estos temas”.
Muy recomendada a los jóvenes que actualmente consideran que los derechos LGTBIQ, han nacido por generación espontánea. Han sido muchos Maurices y armarios que se abrieron, para que ahora otros lo disfruten. Es interesante que los jóvenes cinéfilos, y más si son gays, vean estos clásicos, les hará ponerse en posición diferente, y aprenderán que lo antiguo o vintage, no es sólo una moda. (Javier Bernet)
Recomendada.

martes, 28 de abril de 2020

Música de Cine: Bernard Herrmann (1911-1975)



Su fuerte e indomable personalidad es fiel reflejo de su música, un torbellino de pasión y sentimiento que, expresada en la pantalla, se convertiría en el mayor referente para la gran mayoría de compositores cinematográficos.

Su padre, Abraham, era un emigrante judío que había llegado desde Rusia para hacer fortuna en América, la tierra de las oportunidades, y que quiso inculcar a sus dos hijos, Benny y Louis, su afición por la música. Así, les enseñó a disfrutar con su gran colección de discos de ópera y conciertos sinfónicos, y les regaló a cada uno de ellos un instrumento musical. A los ocho años, Benny deja patente su mal genio y rebeldía cuando el profesor de música le regaña y le rompe el violín en su cabeza. Estudia en la escuela pública de la ciudad, siendo un entusiasta de escritores como Eugene O´Neill y D. H. Lawrence, al tiempo que asiste a conciertos en el Carnegie Hall. Allí, queda obnubilado a sus 13 años por la música de Hector Berlioz, marcándole en su decisión de convertirse en compositor.

A los 16 años se matricula en el instituto DeWitt Clinton, donde tiene como profesor musical a Gustav Heine, quien le enseña las técnicas básicas de composición, mientras forma un trío musical con él tocando el violín, su hermano el violonchelo y su compañero de pupitre, Jerome Moross, el piano. Pronto se interesa por el estilo y ritmos de compositores clásicos americanos como Charles Ives, Carl Ruggles, Aaron Copland o George Gershwin. Sigue sus estudios en la universidad de Nueva York y en Juilliard, y cursa composición con Philip James y dirección de orquesta con Albert Stoessel.

En 1931 forma la New Chamber Orchestra, formación con la que realiza conciertos de música clásica; y en 1934 es contratado como director y compositor para la cadena de radio CBS, participando en algunos programas de éxito como “Columbia Workshop” y “The Mercury Theatre”. Es en esta emisora donde conoce a su primera esposa, Lucille Fletcher, una escritora de dramas radiofónicos tan populares como “Sorry, Wrong Number” (después convertida en obra de teatro, y en una famosa película con Barbara Stanwyck), que también ayudó a su marido en el libreto de su ópera “Wuthering Heights”. Se divorciaron en 1948.

Herrmann y Welles

En 1938 colabora con Orson Welles en la música de un especial que él mismo dirige e interpreta, “La Guerra de los Mundos”, sobre la novela de H.G. Welles, que cuenta una invasión marciana. El programa causa el mayor impacto de la historia de la radio, con escenas de pánico entre la población, que creyó a pies juntillas la narración de Welles. En 1941 ambos vuelven a trabajar en otra adaptación radiofónica, “The Happy Prince”, y ese mismo año Welles encuentra financiación en la RKO para su película "Ciudadano Kane", donde vuelve a contar con la música de un Herrmann que entraba con letras de oro en el mundo de la composición cinematográfica, consiguiendo además su único premio de la Academia por su segunda película, "El hombre que vendió su alma".

Durante los 50, su carácter va transformándole en un individuo antisocial, agresivo y solitario, descontento con su profesión y convencido de que todo a su alrededor era negativo. Su prepotencia musical la consolida con un estilo personal, acorde con su melancólico estado de ánimo, en las cuerdas obsesivamente románticas de "Jane Eyre", "El fantasma y la señora Muir" y "Las nieves del Kilimanjaro".

En 1955 se produce su afortunada relación profesional con Alfred Hitchcock, complementándose ambos a la perfección (a pesar de la condición de maníaco depresivo de Herrmann) y desarrollando hasta el límite su innovación musical en el lirismo de "Vértigo", el fandango percusivo de "Con la muerte en los talones" y los violentos violines en forma de grito de la clásica escena de la ducha de "Psicosis". Resulta éste el periodo más dichoso en la etapa del músico, volviéndose a casar con una muchacha llamada Norma Sheperd, trasladándose a vivir a Londres y disfrutando plenamente de sus bandas sonoras. 

Herrmann y Hitchcock

La enorme influencia que la música estaba aportando a las imágenes del "mago del suspense" Alfred Hitchcock, hizo que éste rechazase sorprendentemente su música para "Cortina rasgada", algo que resultó mortal para la frágil mentalidad de Herrmann. Dicha decisión originó la dimisión de su cargo en la Academia, además de que Herrmann fue a partir de entonces rechazado por los productores, en la época del declive de los grandes estudios. Por ello, durante ocho años, vagó errante por Europa, encontrando proyectos algo forzados como los de François Truffaut (en "Fahrenheit 451" y "La novia vestía de negro") y Brian De Palma, ambos enormes admiradores de la técnica de Hitchcock.


Su regreso a Estados Unidos, en 1973, coincide con ese "revival" de tintes "hitchcockianos" auspiciado por Brian de Palma, quien le contrata para "Hermanas" y la soberbia "Fascinación". Cuando su acercamiento al inquietante jazz de "Taxi Driver" parecía iniciar una nueva etapa en su ya dilatado genio creativo, Herrmann falleció mientras dormía a las pocas horas de terminar la grabación de la partitura, precisamente en la Nochebuena de 1975. Atrás dejaba un curriculum plagado de obras maestras que aún hoy siguen siendo referenciadas por multitud de autores. 


Una docena de Bandas Sonoras imprescindibles:

·        1941: Citizen Kane (Ciudadano Kane)
·        1941: The Devil and Daniel Webster (El hombre que vendió su alma)
·        1947: The Ghost and Mrs. Muir (El fantasma y la señora Muir)
·        1951: The Day the Earth Stood Still (Ultimátum a la Tierra)
·        1955: The Trouble with Harry (Pero... ¿quién mató a Harry?)
·        1958: Vertigo (Vértigo/De entre los muertos)
·        1959: North by Northwest (Con la muerte en los talones)
·        1960: Psycho (Psicosis)
·        1963: Jason and the Argonauts (Jasón y los argonautas)
·        1964: Marnie (Marnie, la ladrona)
·        1966: Fahrenheit 451
·        1976: Taxi Driver




Os dejamos con una suite de la banda sonora de “Psicosis” interpretada por la BBC Concert Orchestra, conducida por Keith Lockhart en el Royal Albert Hall.


lunes, 27 de abril de 2020

Suspense (Louis Weber, 1913)


Título original: Suspense. Dirección: Louis Weber, Phillips Smalley. País: USA. Año: 1913. Duración: 10 min. Género: Thriller, Drama. Producción: Rex Motion Picture Company.
Película Muda. Blanco y Negro.

Reparto:
Lois Weber, Val Paul, Douglas Gerrard, Sam Kaufman, Lon Chaney. 

Sinopsis:
Una madre abandona a su hija dejando una carta de despedida. Por los alrededores de la casa pasea un vagabundo de aspecto peligroso. La nana se da cuenta de algo extraño y telefonea al padre de la bebé. Desesperado, intuye la tragedia...

Comentarios:
A pesar de ser señalada por los estudiosos como la primera mujer directora de cine en los EEUU, se ha relegado a Lois Weber a un segundo plano en la historia del séptimo arte desde luego para nada merecido. Pues no solo nos hallamos ante un icono del feminismo, que también, sino igualmente ante una creadora de imágenes innovadoras y fascinantes que nunca antes habían sido plasmadas. Es por ello una pionera en cuanto a narrativa que supo crear un imaginario propio e intransferible que posteriormente fue cosechado por nombres tan importantes como Alfred Hitchcock, Brian De Palma o Stanley Kubrick. Y es que Lois Weber fue una autora avanzada a su tiempo, una visionaria que creó el género de los géneros: el thriller. Una de las primeras directoras (directores si se me permite emplear este término como neutro) que se atrevió a forjar una crónica lineal con su inicio, nudo y desenlace tal como lo conocemos hoy en día, puesto que sin la aportación precursora de Weber la expresión cinematográfica hubiera tomado un sentido diferente al que se dio, siendo por tanto su importancia tan relevante como la que señala a D.W. Griffith o Georges Méliès en cuanto a modernización de la estructura de este arte centenario.


Y esto es Suspense. El primer thriller moderno de los anales del celuloide. Una pepita de oro de incalculable valor arqueológico. Una cinta adorada (solo hace falta verla para apreciarlo) por los anteriormente mencionados Hitchcock, De Palma o Kubrick quienes emplearon las nuevas técnicas desarrolladas por Weber en este simbólico film en algunas de sus más recordadas cintas. Porque en Suspense se observa la esencia de obras como La sombra de una duda, Sospecha, Encadenados, Vértigo, Carrie, Fascinación, Impacto, Doble cuerpo, Vestida para matar o El resplandor. También La carreta fantasma de Victor Sjöström. Esto es, de todo el cine de suspense y terror que nació de las simientes de esta obra maestra de referencia.
El planteamiento no puede ser más sencillo, obvio al tratarse de un cortometraje de diez minutos de duración realizado en 1913 que condensa una trama tan encantadora como contundente. El corto se abre mostrando a una mujer empleada en el servicio de una casa de campo apartada de todo síntoma de civilización que decidirá abandonar el lugar dejando como muestra de ello una carta de despedida a sus señores. La nodriza observará a través de la mirilla de la puerta de la habitación donde descansa la cuna de un bebé a la madre acunando a su criatura (interpretada por la propia directora Louis Weber). Secuencia fundamental, uno de los primeros planos subjetivos de tono vouyerista que sería en años posteriores mimetizado y mejorado por Vittorio De Sica o Seijun Suzuki en sus Umberto D o Branded to Kill.


El abandono de la casa por parte de la niñera se verá acompañado por la aparición de un mendigo que anda merodeando por los alrededores. Así al visualizar el retiro de la empleada, el merodeador aprovechará este hecho para asaltar la casa con la intención de robar tanto víveres como dinero sin sospechar que dentro se halla la madre y su pequeño retoño. Sin embargo la mujer ya había avisado mediante una llamada telefónica a su marido de la huida de la cuidadora así como de la presencia de una sombra extraña en los límites del hogar. Por tanto el cónyuge acudirá raudo y veloz con la compañía de la policía a su casa para tratar de defender a su mujer y su hijo de la amenaza que supone la irrupción de un ente desalmado que no dudará en sacar su cuchillo para atemorizar a sus rehenes.
Suspense se eleva como una cumbre que marcó un punto de inflexión en cuanto a verbo y estilo. Un regalo que agrupa en sus escasos diez minutos de metraje todas y cada una de las técnicas que un director especializado en el thriller debe usar para generar tensión e intriga. Para los amantes del género será una auténtica gozada ver esos primerísimos planos subjetivos; también ese artificio consistente en dividir la pantalla en tres planos ubicados en espacios diferentes para mostrar las andanzas en paralelo de tres personajes en el mismo instante temporal en una sola escena simultánea (sí, Brian De Palma no solo homenajeó a Hitchcock sino que debe buena parte de su estilo a Louis Weber); asimismo creo que aquí se contempla por primera vez un plano motorizado consistente en situar la cámara sobre un coche que circula a toda velocidad siendo el espejo retrovisor un elemento que servirá para introducir un plano adicional que fotografía al coche de policía que sigue los pasos del carro del marido circulando a toda velocidad.


Pero lo que más me gusta de la película de Weber es su capacidad para generar incomodidad en el espectador con el solo recurso del empleo de una cámara. Así, la escena del asalto a la casa por parte del merodeador se asoma como una cumbre del género de intriga y de terror. Kubrick la homenajeó en El resplandor con su famosa escena del hacha y Jack Nicholson. Aquí Weber sin llegar a esos gestos histriónicos de su antecedente logró crear la misma tensión con unos simples planos fijos. También moldeando un par de picados absolutamente portentosos y enfermizos reflejando la maldad innata focalizada en el primer plano deformado del rostro del mal simbolizado en la tez del atracador. Y como en todo buen thriller no podía faltar ese montaje en paralelo que transcurre mientras el merodeador traspasa la puerta de la casa en busca de no sabemos si el robo de material precioso o el asesinato de los huéspedes y la carrera en coche que emprende el marido de la esposa amenazada en compañía de la policía en una especie de contrarreloj que emerge como un diamante en bruto del género de acción y suspense.
Todo ello convierte a este cortometraje en una de las mayores obras maestras de los orígenes del cine, una pieza de indispensable visionado para todos los que amamos este hermoso arte y todo un manual de consulta en cuanto a cómo crear una pieza inquietante y desasosegante con los más humildes mimbres, sin trampa ni cartón, tan solo explotando el poder de la imagen, de sus planos, del lenguaje cinematográfico exento de estallidos y diálogos, sin duda la mejor forma de lanzar un mensaje claro y subliminal que traspasa el subconsciente del espectador para permanecer allí hasta el fin de nuestros días. Algo tan complicado de conseguir y que Louis Weber alcanzó a idear partiendo de su sabiduría pionera, aquella inmaculada de pretensiones egocéntricas lanzadas solamente para llamar la atención. Pues en Suspense asistimos a una clase magistral rubricada desde la humildad que ostentaban aquellos pioneros que se asomaban al arte recién nacido con la ilusión de un niño. (Rubén Redondo)
Recomendada.