En el futuro habría de pensar muchas veces en aquellos días. En
Jem, en Dill, en Boo Radley, en Tom Robinson y en Atticus
Si se considera la historia de EEUU, sus mitos, miedos y esperanzas, y se escucha atentamente el gran relato de la convivencia de generaciones y razas en un país de contradicciones peligrosas y optimismo ilimitado, entonces no se pasará por alto un libro y una película: “Matar a un ruiseñor”. La novela, escrita por Harper Lee y el largometraje, filmado por Robert Mulligan, se han grabado en la memoria colectiva como sólo lo han hecho las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn.
Es la época de la Gran Depresión.
Los estados del sur se ven especialmente afectados por la crisis; el idilio de
las pequeñas ciudades se ve amenazado por la miseria, el racismo y la
ignorancia. Pero los hijos del viudo Atticus Finch (Gregory Peck) viven ese
mundo como una gran aventura. Por todas partes se pueden hacer descubrimientos.
Una rueda vieja de coche se convierte en un juguete sensacional; unos muñecos
de jabón, un reloj con cadena y una navaja en un tesoro bien guardado. Su
máximo interés se dirige a la casa del misterioso Boo Radley (Robert Duval).
Nadie le ha visto desde hace años y por eso ahora vaga como un fantasma por los
sueños de Jem (Philip Alford), que tiene diez años, y de su hermana pequeña,
Scout (Mary Badham). Su imaginación hace de cualquier acercamiento a la finca
una peligrosa prueba de valor. Pero también el caso más reciente de su padre
capta su atención. El valiente abogado defiende al negro Tom Robinson (Brock
Peters), acusado de violación. Todo el proceso es una injusticia que clama al
cielo. Y así, Jem y Scout comprenden paulatinamente las lecciones de su padre,
que se enfrenta al mal en una guerra abierta. Su educación en la tolerancia y
la compasión es lo que al final hará que también superen su mayor miedo: el
miedo a Boo Radley.
Mary Badham, en su papel
de la infantil Scout, se ganó especialmente el corazón de los espectadores,
pequeños y mayores. Su mezcla de terquedad respondona y de ingenuidad curiosa,
interpretada con una mímica inimitable, derriba muros. Al final de la película,
bastan tres palabras para conseguirlo: “Usted es Boo”. También impresiona el
debut de un Robert Duval lívido, que se encerró en casa durante seis semanas
para esa breve aparición. Y finalmente tenemos a Gregory Peck, que en su papel
del padre dulce y abogado íntegro Atticus Finch se convirtió en el modelo de
todos los padres y abogados que llegaron después de él. Sin embargo, algo
decisivo para el enorme éxito de esta película apacible fue la adaptación
consecuente de la novela: todo se explica exclusivamente desde la perspectiva
de los niños. En sus excursiones descubren el reino de sombras entre el bien y
el mal, se protegen del temor al mundo de los adultos con el poder de la
imaginación; su confianza en la protección paternal hace saltar cualquier
realidad. En ninguna otra parte se muestra esto de forma tan evidente como en
la escena delante de la cárcel, realmente amenazadora. Una turba de
linchamiento exige a Atticus que entregue al acusado Tom Robinson. Scout
desarma la agresión, de la que apenas es consciente, con sus preguntas
curiosas. Jem y Scout también presencian la larga escena del juicio, que acaba
con una estremecedora manifestación de respeto de la población negra hacia
Atticus. Así, la película se llena de pequeño espectáculo y queda libre del
carácter excesivamente melodramático de un tradicional drama sobre el racismo.
La película,
extraordinaria desde cualquier punto de vista, recibió ocho candidaturas a los
Oscar, entre otras a la mejor banda sonora. Elmer Berstein la compuso a partir
de escalas simples, como hacen los niños, al tocar despreocupados las teclas de
un piano. Pero esta sensible adaptación literaria no tuvo ninguna oportunidad
frente a la competencia de la epopeya del desierto “Lawrence de Arabia” (1962).
Los galardones fueron a parar solamente al guión adaptado de Horton Foote (con
el que la autora estuvo más que satisfecha, al contrario de lo que suele ser
habitual), a los decorados (en los estudios de la Universal se reconstruyó con
todo detalle la ciudad natal de Harper Lee, Monroeville), y al mejor actor
Gregory Peck. Hasta su muerte, el artista calificó “Matar a un ruiseñor” como
su película preferida y durante muchos años le unió una gran amistad con Harper
Lee.
Gregory Peck y Harper Lee |
En el año 2003 el American
Film Institute eligió a Atticus Finch como el mayor héroe de la pantalla de
todos los tiempos, ¡por delante de Indiana Jones, James Bond y... Lawrence de
Arabia!. Una frase mítica que recuerdo
con muchísimo cariño es: “Si consigues aprender una sola cosa, Scout, te llevarás
mucho mejor con todos tus semejantes. Nunca llegarás a comprender a una persona
hasta que no veas las cosas desde su punto de vista… Hasta que no logres
meterte en su piel y sentirte cómodamente”.
Según la prensa
especializada “Matar a un ruiseñor” es, ante todo, la recreación de un mundo infantil,
un mundo bastante horrible y macabro donde el principal foco de interés del
lugar es un loco con fama de peligroso, donde los perros se vuelven rabiosos
cada cierto tiempo y los dramas adultos latentes sólo roban protagonismo de vez
en cuando de una manera violenta y aterradora a la vez que imprevisible”.
Todos los personajes de una gran historia |
Para mí, Gregory Peck encarnó el ideal americano de modestia y estabilidad como ningún otro, ni siquiera Gary Cooper, cuyo papel en “Sólo ante el peligro” (1952), él había rechazado. Poco antes, el actor que nunca acabó sus estudios, había interpretado a un vaquero caballeroso en “El pistolero” (1950), y no quiso quedar encasillado en esos personajes. Así, pues, se mantuvo fiel a la variedad, tanto al interpretar a un periodista comprometido en “La barrera invisible” (1947), a un oficinista neoyorquino en “El hombre del traje gris” (1956), o a un general duro en “Los cañones de Navarone” (1961). Incluso ennobleció con una reposada elegancia a personajes sospechosos como el abogado acusado injustamente de “El cabo del terror” (1962). Su capitán Ahab en “Moby Dick” (1956) lució casi los rasgos de Abraham Lincoln, con el que siempre se comparó al gran hombre de mirada clara. En la comedia, a pesar de éxitos como “Vacaciones en Roma” (1953) y “Arabesco”(1966), se sintió incómodo. No obstante, quienes caen en la trampa de su fama de “muermo mayor de Hollywood”, no sólo pasan por alto su inmenso carisma: este serio actor luchó por sus ideales, y no sólo en el cine. Se comprometió con innumerables organizaciones caritativas, participó en marchas de protesta al lado de Martin Luther King y en 1970 consideró seriamente presentar una candidatura contra el gobernador de California Ronald Reagan.
Gregory Peck 1916-2003 |
De Gregory Peck tengo
bellos recuerdos de sus películas: “La llaves del reino” (1944), por el que fue
nominado al óscar por primera vez, en donde hace de cura misionero en la lejana
China; con Alfred Hitchcock rodó “Recuerda” (1945) junto a Ingrid Bergman; con
King Vidor “Duelo al sol” (1947) con Jennifer Jones; y en “La profecía” (1976)
de Richard Donnen, con Lee Remick.
Gregory Peck murió en el
año 2003 a la edad de ochenta y siete años. Brock Peters, el actor que
interpretó a Tom Robinson en “Matar a un ruiseñor” fue quien pronunció la
oración fúnebre.
Virginia Rivas Rosa
Virginia,un magnífico trabajo de una magnífica película. Enhorabuena. Ana
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