miércoles, 1 de abril de 2020

Recordando... "Matar a un ruiseñor"


 
En el futuro habría de pensar muchas veces en aquellos días. En Jem, en Dill, en Boo Radley, en Tom Robinson y en Atticus

Si se considera la historia de EEUU, sus mitos, miedos y esperanzas, y se escucha atentamente el gran relato de la convivencia de generaciones y razas en un país de contradicciones peligrosas y optimismo ilimitado, entonces no se pasará por alto un libro y una película: “Matar a un ruiseñor”. La novela, escrita por Harper Lee y el largometraje, filmado por Robert Mulligan, se han grabado en la memoria colectiva como sólo lo han hecho las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn.


Es la época de la Gran Depresión. Los estados del sur se ven especialmente afectados por la crisis; el idilio de las pequeñas ciudades se ve amenazado por la miseria, el racismo y la ignorancia. Pero los hijos del viudo Atticus Finch (Gregory Peck) viven ese mundo como una gran aventura. Por todas partes se pueden hacer descubrimientos. Una rueda vieja de coche se convierte en un juguete sensacional; unos muñecos de jabón, un reloj con cadena y una navaja en un tesoro bien guardado. Su máximo interés se dirige a la casa del misterioso Boo Radley (Robert Duval). Nadie le ha visto desde hace años y por eso ahora vaga como un fantasma por los sueños de Jem (Philip Alford), que tiene diez años, y de su hermana pequeña, Scout (Mary Badham). Su imaginación hace de cualquier acercamiento a la finca una peligrosa prueba de valor. Pero también el caso más reciente de su padre capta su atención. El valiente abogado defiende al negro Tom Robinson (Brock Peters), acusado de violación. Todo el proceso es una injusticia que clama al cielo. Y así, Jem y Scout comprenden paulatinamente las lecciones de su padre, que se enfrenta al mal en una guerra abierta. Su educación en la tolerancia y la compasión es lo que al final hará que también superen su mayor miedo: el miedo a Boo Radley.


Mary Badham, en su papel de la infantil Scout, se ganó especialmente el corazón de los espectadores, pequeños y mayores. Su mezcla de terquedad respondona y de ingenuidad curiosa, interpretada con una mímica inimitable, derriba muros. Al final de la película, bastan tres palabras para conseguirlo: “Usted es Boo”. También impresiona el debut de un Robert Duval lívido, que se encerró en casa durante seis semanas para esa breve aparición. Y finalmente tenemos a Gregory Peck, que en su papel del padre dulce y abogado íntegro Atticus Finch se convirtió en el modelo de todos los padres y abogados que llegaron después de él. Sin embargo, algo decisivo para el enorme éxito de esta película apacible fue la adaptación consecuente de la novela: todo se explica exclusivamente desde la perspectiva de los niños. En sus excursiones descubren el reino de sombras entre el bien y el mal, se protegen del temor al mundo de los adultos con el poder de la imaginación; su confianza en la protección paternal hace saltar cualquier realidad. En ninguna otra parte se muestra esto de forma tan evidente como en la escena delante de la cárcel, realmente amenazadora. Una turba de linchamiento exige a Atticus que entregue al acusado Tom Robinson. Scout desarma la agresión, de la que apenas es consciente, con sus preguntas curiosas. Jem y Scout también presencian la larga escena del juicio, que acaba con una estremecedora manifestación de respeto de la población negra hacia Atticus. Así, la película se llena de pequeño espectáculo y queda libre del carácter excesivamente melodramático de un tradicional drama sobre el racismo.


La película, extraordinaria desde cualquier punto de vista, recibió ocho candidaturas a los Oscar, entre otras a la mejor banda sonora. Elmer Berstein la compuso a partir de escalas simples, como hacen los niños, al tocar despreocupados las teclas de un piano. Pero esta sensible adaptación literaria no tuvo ninguna oportunidad frente a la competencia de la epopeya del desierto “Lawrence de Arabia” (1962). Los galardones fueron a parar solamente al guión adaptado de Horton Foote (con el que la autora estuvo más que satisfecha, al contrario de lo que suele ser habitual), a los decorados (en los estudios de la Universal se reconstruyó con todo detalle la ciudad natal de Harper Lee, Monroeville), y al mejor actor Gregory Peck. Hasta su muerte, el artista calificó “Matar a un ruiseñor” como su película preferida y durante muchos años le unió una gran amistad con Harper Lee.

Gregory Peck y Harper Lee

En el año 2003 el American Film Institute eligió a Atticus Finch como el mayor héroe de la pantalla de todos los tiempos, ¡por delante de Indiana Jones, James Bond y... Lawrence de Arabia!. Una frase mítica que recuerdo con muchísimo cariño es: “Si consigues aprender una sola cosa, Scout, te llevarás mucho mejor con todos tus semejantes. Nunca llegarás a comprender a una persona hasta que no veas las cosas desde su punto de vista… Hasta que no logres meterte en su piel y sentirte cómodamente”.



Según la prensa especializada “Matar a un ruiseñor” es, ante todo, la recreación de un mundo infantil, un mundo bastante horrible y macabro donde el principal foco de interés del lugar es un loco con fama de peligroso, donde los perros se vuelven rabiosos cada cierto tiempo y los dramas adultos latentes sólo roban protagonismo de vez en cuando de una manera violenta y aterradora a la vez que imprevisible”.


Todos los personajes de una gran historia

Para mí, Gregory Peck encarnó el ideal americano de modestia y estabilidad como ningún otro, ni siquiera Gary Cooper, cuyo papel en “Sólo ante el peligro” (1952), él había rechazado. Poco antes, el actor que nunca acabó sus estudios, había interpretado a un vaquero caballeroso en “El pistolero” (1950), y no quiso quedar encasillado en esos personajes. Así, pues, se mantuvo fiel a la variedad, tanto al interpretar a un periodista comprometido en “La barrera invisible” (1947), a un oficinista neoyorquino en “El hombre del traje gris” (1956), o a un general duro en “Los cañones de Navarone” (1961). Incluso ennobleció con una reposada elegancia a personajes sospechosos como el abogado acusado injustamente de “El cabo del terror” (1962). Su capitán Ahab en “Moby Dick” (1956) lució casi los rasgos de Abraham Lincoln, con el que siempre se comparó al gran hombre de mirada clara. En la comedia, a pesar de éxitos como “Vacaciones en Roma” (1953) y “Arabesco”(1966), se sintió incómodo. No obstante, quienes caen en la trampa de su fama de “muermo mayor de Hollywood”, no sólo pasan por alto su inmenso carisma: este serio actor luchó por sus ideales, y no sólo en el cine. Se comprometió con innumerables organizaciones caritativas, participó en marchas de protesta al lado de Martin Luther King y en 1970 consideró seriamente presentar una candidatura contra el gobernador de California Ronald Reagan.

Gregory Peck 1916-2003

De Gregory Peck tengo bellos recuerdos de sus películas: “La llaves del reino” (1944), por el que fue nominado al óscar por primera vez, en donde hace de cura misionero en la lejana China; con Alfred Hitchcock rodó “Recuerda” (1945) junto a Ingrid Bergman; con King Vidor “Duelo al sol” (1947) con Jennifer Jones; y en “La profecía” (1976) de Richard Donnen, con Lee Remick. 

Gregory Peck murió en el año 2003 a la edad de ochenta y siete años. Brock Peters, el actor que interpretó a Tom Robinson en “Matar a un ruiseñor” fue quien pronunció la oración fúnebre.

                     Virginia Rivas Rosa


1 comentario:

  1. Virginia,un magnífico trabajo de una magnífica película. Enhorabuena. Ana

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