Título
original: The Godfather. Dirección: Francis
Ford Coppola. País: USA.
Año: 1972. Duración: 175 min. Género:
Drama.
Francis Ford Coppola,
basado en la novela The Godfather de Mario
Puzo (Guión), Gordon Willis (Fotografía), Nino Rota (Música), William Reynolds, Peter Zinner
(Montaje), Charles Grenzbach, Richard
Portman, Christopher Newman (Sonido),
Anna Hill Johnstone (Vestuario), Warren
Clymer (Dirección artística), Albert
S. Ruddy (Producción).
Oscar 1972 a la Mejor Película,
al Mejor Actor (Marlon Brando) y al Mejor Guión Adaptado. Globo de Oro 1972 a
la Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor (Marlon Brando), Mejor Guión
Adaptado y Mejor Banda Sonora Original.
Estreno en España: 20 Octubre 1972
Reparto:
Marlon Brando (Don Vito
Corleone), Al Pacino (Michael Corleone),James Caan (Sonny Corleone), Richard S.
Castellano (Clemenza), Robert Duvall (Tom Hagen), Sterling Hayden (Capt.
McCluskey), John Marley (Jack Woltz), Richard Conte (Barzini), Al Lettieri
(Sollozzo), Diane Keaton (Kay Adams), Abe Vigoda (Tessio), Talia Shire
(Connie), Gianni Russo (Carlo), John Cazale (Fredo), Rudy Bond (Cuneo),
Simonetta Stefanelli (Apollonia), Angelo Infanti (Fabrizio), Corrado Gaipa (Don
Tommasino), Franco Citti (Calo), Saro Urzì (Vitelli), Joe Spinell.
Sinopsis:
América, años 40. Don
Vito Corleone es el respetado y temido jefe de una de las cinco familias de la
mafia de Nueva York. Tiene cuatro hijos: Connie, el impulsivo Sonny, el
pusilánime Fredo y Michael, que no quiere saber nada de los negocios de su
padre. Cuando Corleone, en contra de los consejos de 'Il consigliere' Tom Hagen,
se niega a participar en el negocio de las drogas, el jefe de otra banda ordena
su asesinato. Empieza entonces una violenta y cruenta guerra entre las familias
mafiosas.
Era octubre del 72 cuando
vi por primera vez El Padrino. En su
estreno en el cine Palacio de la Música, en aquella Gran Vía que olía a cine,
que podías recorrer incansablemente observando los enormes y aromáticos
cartelones que anunciaban las películas. Conocí a principios de los años
setenta los rincones más exóticos de aquel Madrid inmenso y que desconocía
buscando el infatigable atracón de cine a través de los programas dobles en los
infinitos cines de barrio. Hice involuntario exhaustivo turismo en función del
amor al cine. También hubiera intentado recorrer de punta a punta el Amazonas o
la Antártida no para descubrir sus exóticos y maravillosos paisajes, sino
porque allí se programara la mejor historia del cine.
Aunque no dispusiera de
dinero para frecuentar las salas de estreno, me las ingenié para disfrutar de El Padrino el día de su estreno, y el
siguiente y el siguiente... Y por supuesto, había leído la crítica en la
sagrada revista Triunfo que la
calificaba de película fallida, convencional producto de Hollywood y otras negativas
certidumbres que sonaban a manifiesto dadaísta. Cuarenta años más tarde, cuando
se empiezan a difuminar en el recuerdo personas y cosas que consideraba
imprescindibles, habiendo renunciado por voluntad propia o por necesidad de
supervivencia a enganches que parecían eternos, sigo frecuentando con renovada
fascinación e inmarchitable amor, cada seis meses más o menos, antes en el cine
y progresivamente en vídeo, DVD y Blu-Ray, esta saga de casi diez horas
titulada El Padrino. Ese conocimiento
tan exhaustivo como obsesivo que te permite reconocer de memoria cada palabra
que va a salir de la bocas de protagonistas y secundarios, el tono en el que
van a pronunciarlas, sus gestos histriónicos o leves, lo que va a ocurrir en
cada secuencia, los momentos que van a estar ambientados con música y las
imágenes desnudas, lo que pretende ser realista y lo que se limita a sugerir,
el armonioso empleo del flash-back y las elocuentes elipsis, la violencia
evidente o subterránea y un intimismo que llega a ser doloroso, la mezcla de
espectáculo, lírica y reflexión, la simultánea empatía, comprensión y horror
que te hacen sentir esos personajes complejos y sus casi siempre siniestras
circunstancias, no priva jamás de su encanto ni de su hipnosis a esta obra
perfecta, no te cansa, te sigue removiendo, divirtiendo y emocionando igual que
la primera vez, tienes la sensación de que es imposible contar mejor esa
historia de múltiples ramificaciones aunque siempre arranque con una
celebración y acabe con una tragedia.
Coppola, que nunca ha
demostrado demasiado entusiasmo por su criatura más prodigiosa
(independientemente de que esta le hiciera el justo favor de convertirle en
millonario a perpetuidad), que declara haberse sentido mucho más realizado con
otras de sus películas, concebidas con vocación y amor y que no alcanzaron el
éxito, consiguió algo que está más allá del elogio, sin la menor relación con
eso tan efímero y frívolo de las modas, clásico, vivo, apasionante, intemporal.
El Padrino habla con lenguaje
inoxidable y hermoso de cosas que siempre han alimentado a las tragedias más
profundas. Habla de la familia como refugio presuntamente invulnerable y de su
lacerante quiebra, de las grandezas y miserias del poder, de las barbaridades
que hay que cometer para no perderlo, de la fatalidad y el destino obligando a
asumir responsabilidades y metas opuestas a lo que habías pretendido que fuera
tu vida, de la traición y la venganza, del crimen organizado y sus múltiples
tentáculos de corrupción, incluido el soborno de los pilares de la ley, la
política, la justicia y el orden, de los inmigrantes forzosos y sus códigos de
supervivencia en ese mundo nuevo y hostil, de rituales ancestrales y violentos,
de la mentira cotidiana intentando disfrazar la hipocresía y salvar los
asideros vitales, de las pérdidas y las rupturas más brutales que impone el
mantenimiento de un trono permanentemente amenazado por las conjuras, de la
soledad cósmica a la que está destinado el monarca de la jungla.
Todo ello está descrito
con una visión profunda que te hace comprender las razones de todos para ser
como son y actuar como actúan. La primera parte de El Padrino es modélica, pero lo que narra en la segunda y la forma
de hacerlo, incluida la costumbrista y maravillosa reconstrucción de la
infancia y juventud de Vito Corleone, posee el aliento, la atmósfera, la
intensidad y la lírica de las mejores tragedias de Shakespeare. Y hay un bajón
en la tercera, la incómoda sensación en algunos momentos de que Coppola está
autoplagiándose y repitiendo una fórmula infalible, también sobra la empalagosa
interpretación de su hija Sofia, pero tiene secuencias grandiosas.
El genial Brando solo
aparece durante media hora, pero su aplastante presencia flota durante toda la
saga. La interpretación de un contenido y sutil Pacino es una obra de arte.
Como la de Duvall y De Niro. Pero hasta el último de los secundarios construye
un personaje veraz. Si juntas a diez amantes de El Padrino es probable que difieran los momentos y los personajes
que más les impresionan. Pero todos te confesarán que esta saga tan larga les
parece muy corta. Que si durara cien horas en vez de diez, su felicidad sería
completa. (Carlos Boyero)
Recomendada.
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