Título original: XXY. Dirección: Lucía Puenzo. País:
Argentina. Año: 2007. Duración: 86 min. Género: Drama.
Lucía Puenzo, basado en
una historia de Sergio Bizzio (Guión),
Andrés Goldstein, Daniel Tarrab (Música),
Natasha Braier (Fotografía), Luis
Puenzo, José María Morales (Producción).
Premio Semana
Internacional de la Crítica en el Festival de Cannes 2007. Goya 2007 a la Mejor
Película extranjera de habla hispana. Premio Ariel 2007 a la Mejor Película
Latinoamericana. Premio Atenea de Oro 2007 en el Festival de Cine de Atenas.
Estreno en España: 11 Enero 2008.
Reparto: Ricardo Darín (Kraken), Inés
Efron (Álex), Martín Piroyansky (Álvaro), Germán Palacios (Ramiro), Valeria
Bertuccelli (Suli), Carolina Peleritti (Erika), Luciano Nóbile (Vando), César
Troncoso (Washington), Jean Pierre Reguerraz (Esteban), Ailín Salas (Roberta), Lucas
Escariz (Saúl), Fernando Sierra (Kay).
Álex es una singular
adolescente de quince años que esconde un secreto. Poco después de su
nacimiento, sus padres, Kraken y Suli, decidieron dejar Buenos Aires para
vivir, aislados del mundo, en una cabaña de madera a orillas del mar. Lo que
pretendían era que su hija creciera libre de cualquier tipo de prejuicios,
protegida y feliz, hasta que llegara el momento de decidir qué camino debía
seguir.
Comentarios:
¿El sexo nos hace hombres
o mujeres…o las dos cosas a la vez?
Esta película, ópera
prima, escrita y dirigida por Lucía Puenzo (Buenos Aires, Argentina, 1976) en
2007 está basada en un cuento de Sergio Bizzio llamado Cinismo. Al respecto nos dice la cineasta: “leer el cuento de
Sergio me hizo acordarme de esa época en la que uno descubre el sexo. Empecé a
escribir con esa imagen en la cabeza: el cuerpo de una adolescente en el que
conviven los dos sexos”´.
El título XXY alude al síndrome de Klinefelter, que suele afectar siempre a
los hombres y consiste en que estos tienen un cromosoma sexual más de lo que es
común. Toda la película gira en torno a una persona de 15 años que es XXY, por lo que, al nacer, sus padres
decidieron abandonar la ciudad de Buenos Aires y trasladarse al otro lado del
Río de la Plata, a un lugar periférico y olvidado de Uruguay, a una playa
solitaria y simbólica, para así desde el
aislamiento librarse de las críticas de los familiares, amigos y conocidos. El
miedo, los prejuicios, la no aceptación de una identidad distinta a la común,
la negación de lo diferente y de lo evidente, les condujo al autoexilio, convirtiendo
a cada uno de los protagonistas (padres e hijo-a) en una suerte de victimarios-víctimas
al mismo tiempo.
La protagonista principal
es Álex (Inés Efrón) que creció como niña a base de medicación hormonal, con un
sexo femenino impuesto por sus padres Krakren (Ricardo Darín) y, sobre todo por
su madre Suli (Valeria Bertuccelli), hasta esperar que, llegada a la edad
adulta, la cirugía le ampute una de sus identidades que, en el caso que nos
ocupa, podría ser la identidad masculina; o también que Álex opte por el sexo
con el que más se identifique, pero quizá no tenga que identificarse con sexo
alguno, sino con su propia naturaleza hermafrodita, con su dualidad y
ambigüedad natural, en oposición a los
estrictos y reduccionistas esquemas culturales, frente a ello la solución
probablemente esté en las palabras del o de la protagonista del film, Álex, a
su padre: “Y si no hay nada que elegir” Ahí está la valentía de asumirse
plenamente frente al acoso y al clamor social.
Los principales
protagonistas, sobre todo los padres de Álex, deciden vivir el autoexilio
insertos en un paisaje dominado por una fotografía de filtros azulados que van
desde lo nebuloso a la oscuridad pasando por excelentes retratos tenebristas.
Todo ello como metáfora de unos sentimientos paradójicos y confundidos que se
debaten entre la oscuridad y las sombras.
La imagen queda sobrepasada por los sonidos de la naturaleza: la lluvia,
la tormenta, la tempestad que se manifiestan como expresiones de la
subjetividad humana: el alma que llora o se siente atormentada tiene su símil
en la naturaleza.
Los sonidos del Océano
adquieren en la obra de Lucía Puenzo un valor protagónico. A lo largo de todo
el film es omnipresente el rumor embravecido del mar, la mayoría de las veces
fuera de campo visual, para advertirnos que, aunque no lo veamos, en el Océano
está el origen y la respuesta a todo, en él reside el origen de la vida, las
primeras especies, muchas de ellas hermafroditas. La metáfora del continuo
bramido de las olas chocando contra los acantilados es la respuesta de la
naturaleza y la de Alex a una sociedad adocenada, encorsetada en los límites
convencionales de la “normalidad”, como bien refiere el/la protagonista: “no
quiero más pastillas ni operaciones, ni cambio de colegio, quiero que todo siga
igual -dice la protagonista-”.
La ópera prima de Lucía
Puenzo tiene, sin lugar a dudas, gran influencia de Lucrecia Martel (Salta-Argentina, 1966), la
gran renovadora del cine latinoamericano que, en su obra maestra, La Ciénaga (2001), sentó las bases de la
nueva estética del siglo XXI en América Latina. La influencia de Martel se
halla en la puesta en valor que da al sonido, a los sonidos de la naturaleza
fuera del campo visual, tal y como podemos colegir en XXY, donde los sonidos del agua están omnipresentes alcanzando el
merecido rango estético sensorial, muchas veces descuidado por el cine en aras
de la imagen. Igualmente en XXY y en La Ciénaga el agua posee un protagonismo esencial con un hondo contenido
metafórico, pues nada mejor que el agua o el medio acuoso representa la
ambigüedad, la vida y la muerte, y, sobre todo, la diversidad de estados
anímicos, además en XXY el sonido del
mar, a veces amenazante otras amable, nos obliga a prestarle atención y a
seguir el consejo de su rumor.
Al igual que Lucrecia
Martel, Lucía Puenzo nos muestra unos interiores barrocos, caóticos y
fragmentados, que impiden al espectador juzgar ya que nuestra mirada es solo
parcial, está sesgada. Los diálogos son parcos y se habla como en
“entre-dientes”, “las hablas sin dueño” de las que hace gala Lucrecia Martel,
por lo que el espectador tiene que hacer un sobre-esfuerzo de atención y de
agudeza auditiva lo que dificulta su natural actitud de juez. Las frases
pronunciadas a medias y los espacios fragmentados hacen que “el espectador sea
solo espectador y no juez”. El espectador debe abandonarse al valor de la
imagen que en la ópera prima de Lucía Puenzo es muy rica en planos detalle, y
en primeros planos de los rostros, verdaderos retratos del alma humana,
preñados de gestos y silencios.
Los guiños de Lucía
Puenzo a las metáforas de Lucrecia Martel se muestran en algunas secuencias de XXY como el lavado de
dientes y de cabellos, ya que los dientes y cabellos son tejidos inertes, sin
agua, que necesitan de ella para purificarse, y esas secuencias (lavado de
dientes y de cabellos), lavados de lo inerte están vinculadas a la vida (al
agua) y a la declaraciones de amor, el amor es la unión de los contrarios: la
vida, simbolizada en el agua; la muerte en los dientes y cabellos; también
“hacer el muerto” en el agua es una imagen metafórica y recurrente en La niña santa (Lucrecia Martel, 2004) y
de la que hace uso Lucía Puenzo para mostrar la paradoja y la ambigüedad del
agua (vida y muerte).
La película de Lucía
Puenzo, lejos de “dar soluciones”,
plantea otra visión del mundo, percibido desde el excluido, por un/una
adolescente que se enfrenta a una castradora educación, y a los logros
antinaturales de la cirugía y de la biomedicina que, probablemente no exentas
de “buenas intenciones”, impiden crecer a las personas de forma natural,
reduciéndolas a los cánones estéticos
establecidos, y ninguneando una parte de ellas mismas al someterlas al violento
y cruento sacrificio, oficiado por “finos” carniceros, prestigiosos sumos
sacerdotes de la cirugía, que operan en
quirófanos de exclusivas y lujosas clínicas privadas. Aquello que no
gusta estéticamente o que va contra las reglas del orden convencional, aquello
que no es cosmético u ordenado, aquello que no es reglado ni “civilizado”,
aunque sea natural, debe ser cercenado, sacrificado en aras de una moral
reglada, ¿“natural”?, que opere el milagro de convertir al individuo
“¿anormal?” en un ser domeñado, no peligroso, a los principios de la “ética
estética” impuesta por la cultura
patriarcal heterosexual.
La ópera prima de Lucía
Puenzo, muy acorde a la cosmovisión latinoamericana, nos acerca al debate entre
cultura y naturaleza, utopía y distopía, o, en definitiva “civilización” versus “barbarie”. Un conflicto envolvente,
una especie de meandro sinuoso, a veces sin salida pero, ante todo, abierto a
lo insólito. Esta es una de las características que, en los últimos tiempos, ha
adoptado la narrativa latinoamericana, tanto literaria como cinematográfica, y
que para nada pretende dar soluciones, imponer tesis o sentar cátedra ante un
mundo, cada vez más complejo, en el que casi nada es lo que parece, pero sí nos
quedamos solo con una tesis que es el
respecto al otro, al diferente:
"Hay que respetar
cualquier cuerpo, y darle a todo individuo la libertad para hacer lo que quiera
con su identidad sexual Porque el mundo siempre se dividió en términos
binarios, hombres y mujeres, y todo quién reclame un lugar de identidad en el
medio va a tener que pelear por él. El mundo tiende a rotular y a clasificar, y
claro, ordenar todo en casilleros es tranquilizador. Por el contrario, quien se
sale de la norma, quién se resiste a ser normalizado, es un individuo
perturbador para la sociedad. ¿Quién es, qué es? Muchos amigos
intersexuales me han contado sus peleas para llevar adelante sus vidas como
ellos desean; hay que ir ganando espacios hasta en los lugares más inesperados,
como la inscripción en una universidad. Lo que me sorprendió de esta lucha es
la convicción de no tener que elegir ser hombre o mujer. En su caso defienden
que vinieron al mundo con un cuerpo que es de otra identidad sexual, pelear
contra la concepción que todos tenemos de que en el mundo sólo hay hombres o
mujeres es algo muy duro". (María Dolores Pérez Murillo)
Recomendada.
Maravillosa critica y análisis de esta gran película de Lucía Puenzo. Una mirada de múltiples perspectivas : nada queda fuera de foco. María Dolores no deja nada sin analizar: desde la influencia fuerte de Martel a esos exilios tan frecuentes en nuestra América, al sonido del agua , principio y fin de todas las cosas. Felicitaciones desde Cordoba, Argentina!
ResponderEliminarGracias, Victoria por la recomendación de este comentario de Dolores a la película de Puenzo.
ResponderEliminarLa visión y la escritura suyas trascienden sus conocimientos técnicos; van mucho más allá que cualquier "crítica" de cine a la que estamos habituados.
Pongo esa palabra entre comillas, porque muchas veces los críticos se endiosan demasiado a sí mismos, y en lugar de ceñirse a la obra y a sus motivaciones, se centran en su importancia social y cultural, como jueces del arte, para pontificar sobre bondades y vicios del cineasta analizado, más con el objeto de subirse al pedestal del sabiondo y para la mayor gloria de sí mismos que la del objeto anali-zado.
Nada de esto hay en la impronta de Dolores. Con razón tanta admiración tuya hacia ella. Su visión es de alguien con una sensibilidad y generosidad fuera de lo común, y de una ecuanimidad que -antes que impedirle- la lleva a lo más hondo del autor y de la obra.
¡Cómo me gustaría ampliar la visión y comprensión de cada una de las películas que veo con la mirada incisiva, delicada y sabia de ella!
Esta clase de contribuciones devuelven las ganas de ver una vez más la película, para bucear más hondo y disfrutar aún más lo que, intuitivamente, habíamos llegado apenas a atisbar la primera vez!
Todo lo que sabe de cine, de arte, de cultura, de historia, brota de su texto con una naturalidad magistral, dicho esto con toda propiedad, porque con textos así uno aprende y disfruta, con la avidez de un alumno frente a un maestro/a de verdad (uso estas designaciones de género, a propósito de las verdades de la película que bien remarca Dolores).
De paso, es una alegría, un despertar, una puerta abierta, asistir a esta etapa más igualitaria de la sociedad humana, en la que se ha moderado (en parte) la secular hegemonía masculina y se empieza a lograr trascender lo que es esencialmente humano por encima de los estereotipos del género y del sexo.
En fin, la "pluma" de Dolores es una obra de arte en sí misma…
Ramiro
(Cba, Argentina)