lunes, 29 de marzo de 2021

El mago de Oz (Victor Fleming, 1939)

 

Título original: The Wizard of Oz. Dirección: Victor Fleming. País: USA. Año: 1939. Duración: 98 min. Género: Musical.

Guión: Noël Langley, Florence Ryerson, Edgar Alan Wolfe (basado en un cuento de L. Frank Baum). Fotografía: Harold Rosson. Música: Herbert Stothart, E.Y. Harburg, Harold Arlen. Montaje: Blanche Sewell. Vestuario: Adrián. Producción: Mervyn LeRoy, Arthur Freed (Metro-Goldwyn-Mayer).

2 Oscars 1939 (Mejor Canción Original y Mejor Banda Sonora Original). Presentada en la Sección Oficial del Festival de Cannes 1939.

Fecha del estreno: 1 Marzo de 1945 (España).

 

Reparto: Judy Garland (Dorothy), Frank Morgan (Mago de Oz), Ray Bolger (Espantapájaros), Bert Lahr (León Cobarde), Jack Haley (Hombre de Hojalata), Billie Burke (Bruja Buena del Norte), Clara Blandick (Tia Em), Margaret Hamilton (Malvada Bruja del Oeste), Charley Grapewin (Tio Henri).

 

Sinopsis:

Dorothy, que sueña con viajar "más allá del arco iris", ve su deseo hecho realidad cuando un tornado se la lleva con su perrito al mundo de Oz. Pero la aventura sólo acaba de comenzar: tras ofender a la Malvada Bruja del Oeste, aconsejada por la Bruja Buena del Norte, la niña se dirige por el Camino Amarillo hacia la Ciudad Esmeralda, donde vive el todopoderoso Mago de Oz, que puede ayudarla a regresar a Kansas. Durante el viaje, se hace amiga del Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y el León Cobarde. El Espantapájaros desea un cerebro, el Hombre de Hojalata quiere un corazón, y el León, el coraje que le falta; convencidos de que el Mago también les puede ayudar a ellos, deciden unirse a Dorothy en su odisea hasta la Ciudad Esmeralda.

 

Comentarios:

Conocemos la historia, por supuesto. Pero es que Dorothy (Judy Garland) es una niña de Kansas que pronto abandonará ese escenario deprimido y desértico para sumergirse en el colorista y alucinante mundo de Oz en el que la esperan miles de aventuras y sorprendentes compañeros, incluso la amenaza sombría de una bruja malvada.

Fue L. Frank Baum un hombre distinto a los demás. Nació en Chittenago (Nueva York) en el seno de una família metodista en 1856. Fue simpático a la causa del sufragio femenino en su país, los Estados Unidos. Se afirma que eso tal vez le inspiró en su saga de Oz, sobre todo en su segunda aventura. Sorprendido por el éxito de sus libros en tal mundo de fantasía, quiso convertir la saga en un parque de atracciones. Murió en 1919 y dejó abiertas las bases para la imaginación visual que reinaría en el siglo que empezaba.

Hay algo de cierre en la novela del Mago de Oz de Baum. Indudablemente, el tiempo de Lewis Carroll y su Alicia o del memorable Peter Pan imaginado por James Barrie había quedado atrás. Para empezar, no estábamos en esa Inglaterra victoriana de imaginaciones infantiles estimuladas. Estábamos en los Estados Unidos cercanos y potenciados por la revolución de los magnates de la industria y el definitivo asentamiento de un capitalismo a pleno rendimiento en el siglo veinte.

La novela fue publicada en 1901 y contó con un éxito que sorprendió al autor. Nunca aspiró a ser escritor, acaso ésa fue una excusa que usó para usar mejor su tiempo como padre de cuatro hijos. Al cabo de un año, un musical era representado a lo largo del país, convirtiéndose Oz en una mitología popular, tan feriante como el propio cine, que pronto no sería ajeno a adaptarlo.

La película que nos ocupa es rara, por supuesto, y feliz. Como todas las producciones de la Metro Goldwyn Mayer es deliberadamente impersonal. 'El Mago de Oz' (The Wizard of Oz, 1939) es en muchos aspectos una película ejemplar para niños, pero también una película nada imitada, nada aprendida en la industria actual del cine. Resulta curioso volver a verla, como si fuera ayer cuando descubríamos por vez primera al León Cobarde (Bert Lahr) o al Mago (Frank Morgan).

Sin embargo, y bien lo explica Dave Kehr, hay algo eterno, quintaesencial en ella, al menos para cuando uno la ve de niño. La Bruja Malvada es la bruja, como sucede con la versión de Blancanieves fruto de Walt Disney y sus animadores. El Hombre de Hojalata es el comparsa definitivo. La película no pierde en capas de terror, aun cuando es un musical feliz de la Metro Goldwyn Mayer, que tuvo a bien de encargar las canciones a Harold Arlen, un inspirado compositor que dejó para el recuerdo y los estándares de jazz la maravillosa Over the Rainbow.

Y entre sus directores, Norman Taurog - que rodó al menos un día -, Richard Thorppe, George Cukor y Victor Fleming, el que la firma. Nada importa, pero, al mismo tiempo, el estilo no sufre de notables incoherencias, ni el guión de alarmantes desmayos. No, y Judy Garland está inspirada, llena de emoción y velocidad sus escenas. Hay algo hermoso también en el uso esplendoroso, incontenible del technicolor con el que se bañan los fotogramas de esta película.

 

 

Empezando con un renovador blanco y negro, el mundo de Oz era también el mundo del cine pudiendo escribir una historia en la que el blanco y negro fuera una opción. Fue así, aunque ahora ya lo demos todo por sentado, como la gente entendió que el blanco y negro era también belleza e imaginación. El mundo de Oz se nutre de ese contraste, de esa excitación que sentían todos los estudios de Hollywood.

No resulta casual, claro está, que fuera precisamente el estudio de Disney uno de los grandes pioneros en el uso del color. ¿Y es que, de qué sirven los cuentos de hadas si no nos mantienen soñando, cantando, danzando y con la promesa de que llegaremos a un reino en el que podremos vencer a nuestros miedos y a nuestros feroces enemigos? De nada.

Pero también es un cuento raro. Hay una heroína femenina y hay un rey que no es más que estafa. Se salva al reino pero se lo hace a tenor de valorar el retorno a valores perdidos. La villanía no es la única sorpresa que nos guarda el final, también descubrimos que el Bien no es el retorno al estado previo sino al estado correcto. Pequeños detalles, sacados de la imaginación de Baum.

Esta película resiste la virtud de permanecer envejecida, anclada en un mundo. Desde su estreno, en 1939, ha seguido siendo un mundo al que merecía la pena volver con inocencia y sin rastro alguno de cinismo. A veces el cine es impersonal, carece de sellos, pero importa, porque sus imágenes y su ingenuidad y su magnetismo son fruto de accidentes felices.

Un poco como la vida en su proceso, un poco como el arte en sus resultados. (Pablo Muñoz)

Recomendada.




domingo, 28 de marzo de 2021

Francisco, el padre Jorge (Beda Docampo Feijóo, 2015)

 

Título original: Francisco, el padre Jorge. Dirección: Beda Docampo Feijóo. País: Argentina, España. Año: 2015. Duración: 105 min. Género: Drama.

Guión: Beda Docampo Feijóo, César Gómez Copello (basado en un libro de Elisabetta Pique). Fotografía: Kiko de la Rica. Música: Federico Jusid. Sonido: Charly Schmuckler, Lucía Iglesias, Nicolás de Poulpiquet. Dirección artística: Graciela Fraguglia. Diseño de Producción: Koldo Vallés. Producción: Pablo Bossi, Félix Rodríguez, Julián Castro.

Nominada a Mejor Música, Dirección artística y Vestuario en los Premios Sur 2015.

Fecha del estreno: 18 Septiembre 2015 (España).

 

Reparto: Darío Grandinetti (Jorge Mario Bergoglio), Silvia Abascal (Ana), Leticia Brédice (Cecilia), María Ibarreta (Patricia), Maite Lanata (Amalia), Laura Novoa (Regina), Gabriel Gallichio (Joven Jorge Mario Bergoglio), Miriam Odorico (Marcela), Carola Reyna (Agustina), Marta Belaustegui (Carmen), Irene Visedo (Rocío), Leonor Manso (Abuela Rosa), Alejandro Awada (Luis), Abel Ayala (Paco), Jorge Marrale (José), Alejo Ortiz (Saúl), Carlos Hipólito (Raúl), Camilo Cuello Vitale (Lalo), Manuel de Blas (Cardenal Juan), Mariano Bertolini (Padre Pepe).

 

Sinopsis:

¿Cómo llega un adolescente que descubrió su vocación religiosa un día primaveral a ser el Papa Francisco? El largo, duro y emocionante viaje de un jesuita que llega a ser arzobispo de Buenos Aires durante muchos años es lo que investiga una joven periodista española, después de conocer en el cónclave de 2005 a Jorge Mario Bergoglio. La reportera está escribiendo un libro en el que habla de su permanente lucha contra la pobreza, la prostitución, la explotación laboral, la droga y la corrupción.

 

Comentarios:

Los primeros minutos de Francisco, el padre Jorge, biografía cinematográfica del actual Papa, son para echarse las manos a la cabeza. Un tour en un autobús, con guía uniformada y armada de micrófono, informa a sus pasajeros, y de paso al espectador, sobre diversos aspectos históricos de la vida del religioso. Poco después, la pantalla de un ordenador, filmada con tosquedad visual por Beda Docampo Feijóo, el director de la película, nos revela algunos mensajes de Bergoglio en variados actos y entrevistas. Se supone que la intención de Docampo, también guionista, es ir presentando a la coprotagonista de la película, una periodista que prepara un reportaje sobre la personalidad del sacerdote, pero esos minutos iniciales son el horror narrativo, la antítesis del cine.

Por suerte se olvida pronto la excursión papal, y también las ñoñas conversaciones de la cronista con su hija, que para poco sirven salvo para intentar enganchar a un público infantil católico y/o interesado en el personaje, pero ahí sigue el hilo conductor de los encuentros de la periodista y el futuro Papa a través de los años. Cuando se han leído multitud de informaciones sobre Bergoglio, no hay error mayor que volver a concertar una estructura de entrevista reportajeada para una biografía cinematográfica. Que los mensajes del nuncio en su época de cardenal puedan tener interés, estén cargados de valentía y de sentido común, ya lo sabemos, o al menos se intuía. Pero el cine, el buen cine, es otra cosa.

La película, casi siempre acartonada, sólo da impresión de realismo y de emoción en las contadas tomas televisivas reales que durante la fase de montaje se han intercalado en las escenas de la plaza de San Pedro, junto a otras rodadas ad hoc donde aparecen los personajes de la ficción. Lo que da una idea de la oportunidad que se ha perdido porque, cuando por fin se decide, en secuencias desgraciadamente esporádicas, a relatar las cosas desde el punto de vista de Bergoglio, la película sale de su prisión narrativa.

A pesar del buen trabajo interpretativo de Darío Grandinetti, alejado de la mímesis física y centrado en el tono moral y espiritual, durante la mayor parte del relato se dan a conocer los hechos no por lo que los personajes hacen, sino por los que los personajes dicen y, aún peor, por lo que otros dicen de ellos. Como en un reportaje periodístico. Y eso poco tiene que ver con el lenguaje cinematográfico. (Javier Ocaña)

No Recomendada.


sábado, 27 de marzo de 2021

Ane (David P. Sañudo, 2020)

 

Título original: Ane. Dirección: David P. Sañudo. País: España. Año: 2020. Duración: 100 min. Género: Drama.

Guión: David P. Sañudo, Marina Parés. Fotografía: Víctor Benavides. Música: Jorge Granda. Montaje: Lluis Murúa. Vestuario: Elixabet Nuñez. Producción: Elena Maeso, Agustín Delgado Bulnes, David Pérez Sañudo.

Goya 2020 a la Mejor Actriz protagonista (Patricia López Arnaiz) y Mejor Actriz revelación (Jone Laspiur). Premio al Cine Vasco en el Festival de San Sebastián 2020. Mejor Actriz (Patricia López Arnaiz) en los Premios Forqué 2020. Mejor Actriz (Patricia López Arnaiz) en los Premios Feroz 2020.

Fecha del estreno: 16 Octubre 2020 (España).

 

Reparto: Patricia López Arnaiz, Jone Laspiur, Mikel Losada, Aia Kruse, Luis Callejo, Nagore Aranburu, Mariana Cordero, Gorka Aguinagalde, Fernando Albizu, David Blanka, Iñaki Ardanaz, Miren Gaztañaga, Lander Otaola, Karmele Larrinaga, Ane Pikaza, Amaia Lizarralde, Eric Probanza, Gaizka Ugarte, Lorea Ibarra, Karlos Aurrekoetxea.

 

Sinopsis:

Vitoria, año 2009. Después de los altercados en su barrio debido a la inminente expropiación de algunas viviendas, Lide, madre joven que trabaja como vigilante de seguridad en las obras del tren de alta velocidad, descubre que su hija adolescente, Ane, no ha ido a dormir a casa. Lide, junto a su ex-marido Fernando, comenzará no solo a investigar el paradero de su hija, sino a adentrarse en el mundo de Ane y a darse cuenta de que ha convivido junto a una desconocida.

 

Comentarios:

La profunda fractura de la sociedad vasca —determinada por un irresoluble conflicto político que sigue vigente en nuestros días— está más que nunca de actualidad en el audiovisual español. A esto han ayudado estrenos recientes de series de televisión como La línea invisible (Mariano Barroso, 2020) y Patria (Aitor Gabilondo, 2020). Lejos de la perspectiva histórica, del tratamiento espectacularizante y el melodrama, realizada con actores vascos y rodada en euskera, Ane (David Pérez Sañudo, 2020) propone una mirada íntima y desde la faceta humana de contacto directo de sus protagonistas con las consecuencias de la polarización social en sus vínculos familiares y personales a través de lo cotidiano. Seguimos a Lide (Patricia López Arnaiz), una guardia de seguridad en las obras del tren de alta velocidad en Vitoria en 2009. Su rutina consiste en aguantar los ataques de vandalismo e intentos de boicot de quienes son contrarios a la infraestructura mientras lo compagina lo mejor que puede con la crianza de su hija adolescente y su propia vida. Un día como otro cualquiera Ane (Jone Laspiur) desaparece y su búsqueda sirve para desvelar la auténtica naturaleza de la relación entre madre e hija, mediatizada por una distancia no sólo afectiva, sino también ideológica.

El dispositivo formal de Ane se mantiene en una rigurosa sobriedad para elaborar visual, narrativa y dramáticamente una confrontación clara entre el punto de vista de Lide y el de su hija, con una estructura que permite contrastar los mundos y las visiones de ambas, su desconfianza y las mentiras en una familia ya rota por la separación de los progenitores. Una economía de planos se hace evidente desde el comienzo en su concisión al desarrollar el relato y mantenerlos sin cortes en numerosas ocasiones —sin renunciar estilísticamente a subrayarlo con el uso de trávelins, por ejemplo—, ayudando a la descripción de una ambientación realista en los lugares que visita la madre en la ciudad (el colegio, la comisaria…), pero también a la progresión de la tensión en las secuencias. El desconocimiento profundo del tipo de compañías y actividades que mantiene fuera del hogar y de la supervisión de un adulto no deja de estar provisto de una conmovedora ambivalencia por parte de la compleja interpretación de López Arnaiz, cuya máscara se descompone sutilmente en ocasiones, cuando podemos observar cómo se confirman sus sospechas y temores. El enfrentamiento público se hace explícito en la molestia que produce la presencia de Lide en los comercios del barrio o al encararse con los activistas que se oponen a las expropiaciones de viviendas o su colaboración en la obra.

La importancia de las imágenes y su hegemonía para retratar este conflicto no sólo se hace patente a través del metraje del filme, sino que también se incorpora mediante el interés de la propia Ane por ellas, a través de referencias al cine y de las grabaciones que realiza a algunos de sus compañeros. Esas grabaciones suponen un nuevo instrumento, una nueva arma de guerrilla, para promover la lucha y registrar las acciones de boicot que se llevan a cabo y de las que nadie puede negar su existencia ni manipular.

Pérez Sañudo utiliza hábilmente la similitud del plano secuencia que utiliza al comienzo y al final de la película —confirmando la circularidad temática y de su narración— mientras repasa la aparente banalidad de la entrada a casa de Lide al llegar del trabajo con multitud de detalles de la decoración, del orden y limpieza que filtran el estado de ese microuniverso doméstico. El papel de pared rasgado junto a la puerta de la habitación de Ane permite expresar desde lo estético la ruptura entre madre e hija, que incluso subsanada permanece en el mismo lugar para quienes sepan de lo sucedido. La fragmentación de espacios y del cuerpo en la casa, el reencuadre utilizando marcos de puertas, paredes y pasillos reproduce la opresión externa en su intimidad y permite explicar visualmente cómo se perpetúa socialmente. Incluso el uso del plano-contraplano en Ane se ve provisto de un extraordinario significado discursivo de la gestión de los espacios a partir de una situación tan común como el desayuno en la mesa de la cocina, en un contundente final abierto a la interpretación, el deseo y la esperanza del espectador… y de todo un pueblo. (Ramón Rey)

Recomendada.