martes, 4 de enero de 2022

Quién lo impide (Jonás Trueba, 2021)

 

Título original: Quién lo impide. Dirección: Jonás Trueba. País: España. Año: 2021. Duración: 220 min. Género: Documental.

Guión: Jonás Trueba. Fotografía: Jonás Trueba. Música: Rafael Berrio, Alberto González, Andrei Mazga, Pablo Gavira. Producción: Los Ilusos Films.

Nominada al Mejor Documental en los premios Goya 2021. Nominada al Mejor Documental en los Premios Forqué 2021. Mejor Interpretación de Reparto en el Festival de San Sebastián 2021.

Fecha del estreno: 22 Octubre 2021 (España).

 

Reparto: Candela Recio, Pablo Hoyos, Silvio Aguilar, Pablo Gavira, Claudia Navarro, Marta Casado, Rony-Michelle Pinzaru, Javier Sánchez.

 

Sinopsis:

Quién lo impide es una llamada a transformar la percepción que tenemos sobre la adolescencia y la juventud; la de aquellos que nacieron a principios del siglo XXI y acaban de hacerse mayores de edad; los que ahora parecen culpables de todo a la vez que ven mermadas sus esperanzas. Entre el documental, la ficción y el puro registro testimonial, los jóvenes adolescentes se muestran tal y como son pero como pocas veces los vemos o nos dejan verlos: aprovechando la cámara de cine para mostrar lo mejor de sí mismos y devolvernos la confianza en el futuro; desde la fragilidad y la emoción, con humor, inteligencia, convicciones e ideas. Porque la juventud que nos habla de amor, amistad, política o educación no está hablando solo de lo suyo, sino de lo que nos importa siempre, a cualquier edad. Quién lo impide es una película sobre nosotros: sobre lo que fuimos, lo que somos y lo que seguiremos siendo.

 

Comentarios:

Producto final de un largo work in progress desarrollado por Jonás Trueba junto a un amplio grupo de estudiantes de bachillerato durante casi cinco años, Quién lo impide emerge como un film luminoso frente al que no sirven demasiado las herramientas críticas tradicionales; entre otras cosas, porque, como decía Truffaut que sucedía con La regla del juego (Renoir, 1939), cuando estamos viendo sus imágenes nos da la impresión de que ese work in progress se sigue desarrollando todavía –imprevisible, vivo y libre– delante de nuestros ojos. Mezclarse con los adolescentes protagonistas, filmar sus conversaciones, sus juegos, sus anhelos y sus viajes. Escucharlos hablar y registrar sus palabras sin un guion previo, sin marcas, sin dirigir sus miradas. Echarse una pequeña cámara digital al hombro y seguirles los pasos, mezclarse con ellos para sorprender una emoción fugitiva, una mirada furtiva, un gesto revelador. Rodar sin luces, sin script, sin maquillaje, sin más equipo que una pértiga para el sonido y un ayudante de producción. Dejarse sorprender por los chavales, acompañarlos en sus aventuras. Filmar y filmar sin descanso, porque nada lo impide. Y luego montar, encontrar un camino, desecharlo, explorar otra ruta. Volver a montar, hallar una posibilidad imprevista, desarrollar nuevas opciones. Dejarse atravesar por la vida, no tratar de encorsetarla dentro de un rígido artefacto predeterminado de antemano (como sucede con tantas y tantas películas falsamente prestigiosas), dejar respirar los planos, buscar imágenes porosas, no perfectas; imágenes reveladoras, no esteticistas, imágenes-verdad, no imágenes pretenciosamente artísticas.

De esta materia, de estos impulsos y de estos registros se alimenta un film que se extiende a lo largo de tres horas y cuarenta minutos, con dos intermedios de cinco minutos entre medias, marcados en pantalla y con música de fondo hasta que comienza de nuevo la proyección. Una película-río, por tanto, que transcurre por cauces imprevisibles, por meandros de muy diferentes registros, que se abre gozosa a digresiones del más variado pelaje, que tropieza a veces con reiteraciones y con banalidades (es cierto), que quizás podría haber sido algo más sintética en algunos pasajes (también es verdad), pero que se pega como un guante al diapasón existencial de sus protagonistas. Una película que se despliega en tres partes bastante bien diferenciadas, a la manera de un tríptico que deja entre medias ­el paréntesis más ‘ficcionalizado’ (el ‘Capricho extremeño’, según reza el título de ese fragmento), genuina partie de campagne a orillas de un río (Renoir, again) durante la que las fronteras entre la realidad y la ficción se borran más todavía.

El resultado final es una de las obras más singulares, diferentes y estimulantes del cine español de los últimos años. Una película que respira envidiable libertad creativa para explorar formas de trabajar, de rodar y de concebir un film (con Jean Rouch y Michel Brault en el horizonte de referencias más productivas) fuera de las normas habituales, al margen de las expectativas industriales formateadas porque, en realidad, nada lo impide. Un trabajo en el que lo documental y lo ficcional diluyen sus límites (si es que los tuvieran) y se mezclan entre sí en genuina y feliz promiscuidad para ofrecer un retrato veraz y valiente de la adolescencia española contemporánea. Un retrato que se escapa de todo cliché, que no tiene pretensión alguna de representatividad sociológica, que se atreve a mirar de frente y de perfil, al lado y entre medias, pero nunca por encima ni con afán de sentar tesis preconcebidas. Y sí, sin ninguna duda, esta sí que es realmente una apuesta fuerte de programación por parte del Festival de San Sebastián. El cine crece y avanza con obras como esta. Recordemos: nada lo impide. (Carlos F. Heredero)

Recomendada.




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