jueves, 28 de mayo de 2020

La semana del asesino (Eloy de la iglesia, 1972)


Título original: La semana del asesino. Dirección: Eloy de la Iglesia. País: España. Año: 1972. Duración: 102 min. Género: Thriller.
Eloy de la Iglesia, Antonio Fos (Guión), Raúl Artigot (Fotografía), Fernando García Morcillo (Música), José Luis Matesanz (Montaje), Santiago Ontañón (Escenografía), Paquita Pons (Vestuario), Manuel Baquero (Efectos especiales), Vicente Parra, José Truchado (Producción).
Película conocida internacionalmente cómo “The cannibal man”.
Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos 1972 al Mejor Actor (Vicente Parra).
Estreno en España: 22 abril 1974.

Reparto: Vicente Parra (Marcos), Emma Cohen (Paula), Eusebio Poncela (Néstor), Charly Bravo (Esteban), Fernando Sánchez Polack (Señor Ambrosio), Goyo Lebrero (Taxista), Vicky Lagos (Rosa), Ismael Merlo (Jefe de personal), Rafael Hernández (Agustín), Lola Herrera (Carmen).

Sinopsis:
Un joven que trabaja como carnicero en un matadero, mata accidentalmente a un taxista tras una discusión. Cuando su novia le intenta convencer de avisar a la policía, se ve obligado a matarla, y lo mismo hace con todos aquellos que suponen para él una amenaza.

Comentarios:
La Semana del Asesino se trata de un filme perteneciente al género de terror (como veremos esto es motivo de discusión), que realizó aún durante los últimos coletazos de la dictadura franquista, el cineasta de origen vasco Eloy de la Iglesia. La película sigue durante una semana, como indica el título, la vida del obrero que interpreta Vicente Parra, quien cometerá una ola de crímenes durante ese lapso de tiempo. Es cierto que la película se ha adscrito comúnmente al género de terror, pero como bien advierten algunos, en realidad De la Iglesia no la ubica en un tiempo fantástico ni imaginario, sino que La Semana del Asesino transcurre en Madrid. Para más señas, en emplazamientos frecuentados por la clase media-baja y trabajadora (desde la fábrica hasta la chabola donde nuestro protagonista mira a los lumpenes jugar a fútbol), y además su protagonista es un obrero que trabaja en una industria carnicera. Estaba claro que a pesar del género el cineasta no iba a renunciar a su sello de autoría.


Hay sin duda una lírica macabra en la película, que quizá incluso nos pueda recordar documentales como La Sang Des Bêtes (La sangre de las bestias, 1949) de Georges Franju, por su afinidad temática. Detalles irónicos que ayudan a potenciar el mensaje de desesperación que recubre el filme. Unas secuencias monstruosas, realizadas mediantes algunos planos secuencias y travellings nos muestran la carnicería en la que trabaja nuestro protagonista. El desmembramiento y la sangre se convierten en absolutos protagonistas. Sin embargo, la película no nos muestra estas escenas como algo extraño, sino que forman parte de la cotidianeidad de nuestro protagonista. Para más ironía, se nos muestra a nuestro personaje comer un bocadillo mientras somos testigos de esta barbarie. Detalles como este ayudan al cineasta a mostrar su faceta más negra, como la bolsa de deporte que tiene el eslogan del ministerio del movimiento, y que nuestro protagonista utiliza como herramienta para transportar los trozos desmembrados de las víctimas.


La estética de la película consigue adaptarse perfectamente entre el territorio de lo escabroso y lo macabro (las ya comentadas secuencias del matadero) y un ambiente industrial decadente. La película emplea un magnífico raccord que nos adentra en la vida de nuestro protagonista. Por ejemplo, la decoración del piso es un genial ejemplo de cómo se construye un raccord en torno a una idea (en este caso, la de construir un personaje como al que da vida Vicente Parra).
Eloy de la Iglesia nunca pretendió cerrar la película con el final que conocemos, fue la censura la que obligó al cineasta a cambiar el final que tenía pensado el autor. De manera que el final resultante nos puede parecer absurdo porque una de las cosas que nos enseña la película es que nuestro protagonista cae en una vorágine de sangre de la que no puede escapar (remarquemos la característica del no retorno). Primero se trata del asesinato casi involuntario del taxista, pero los crímenes posteriores vienen de una manera casi inevitable y como a consecuencia del primer asesinato, pues el personaje que interpreta Parra intenta tapar las evidencias del crimen, así que resulta impensable que de repente nuestro personaje reflexione y vire hacia el final que marcó la censura.
A pesar de que la película está realizada antes de la caída definitiva del régimen franquista y por tanto antes de que la censura se anulara, ya encontramos señas muy interesantes que anuncian el cine de Eloy de la Iglesia.


En este sentido, es conveniente remarcar que La semana del asesino representa también la primera aproximación del director al mundo de la homosexualidad. Un acercamiento que no se limitará a mostrar al típico mariquita gracioso tolerado en el cine español (en esta ocasión el dependiente de la droguería), sino de una forma más real y cercana, que a pesar de las múltiples mutilaciones de censura, quedó bastante palpable. Algunas de las frases promocionales del filme sorprendentemente incidían en ello: “¿Qué clase de amistad une a Marcos y Néstor?”, “¿Por qué no denunció Néstor a Marcos siendo el único testigo de sus crímenes?” Y la más absurda: “¿Es Vicente Parra un paranoico o comprendió perfectamente al personaje de Marcos?” Pero si Néstor es para Marcos el descubrimiento de su propia sexualidad, este para Néstor representará la atracción por el abismo. Sabe que es un asesino, pues desde la ventana de su bloque le ha espiado con unos prismáticos y deja patente en varias ocasiones que ha sido testigo de los asesinatos que Marcos ha cometido. Pero desde su posición acomodada tiene una atracción homosexual por el lumpen, por el elemento suburbial, que compartía el propio De la Iglesia y que llevó al director al abismo de la droga. Como a Pasolini a la tumba. También la casa (y concretamente el dormitorio) de Marcos, puede ser visto como un armario repleto de esqueletos. Un lugar cada vez más claustrofóbico y que cada vez apesta más. Con esas moscas y ese olor que parece atravesar la pantalla. Peste fétida, fluidos y carne: la sangre salpica el piso de Marcos; la de las reses sacrificadas riega los suelos del matadero. El sudor impregna el cuerpo de Marcos. Y la carne. Carne femenina en el lecho de Marcos y en los pósters de sus paredes, con los que en una escena parece masturbarse, siendo observado desde arriba. Y carne también en el plato de comida que le sirve Rosa (Vicky Lagos), carne que, en un tétrico ciclo, proviene de la trituradora con la que Marcos trabaja en la fábrica.


Inicialmente Eloy de la Iglesia quería que el personaje de Marcos fuera interpretado por un joven de 18 años. Esa inexperiencia explicaría su torpeza, su huida hacia delante al no saber cómo salir del lío en el que se había metido. Tenía más sentido con un actor más joven. Y el personaje de Néstor se aproximaría también más al pervertidor que Simón Andreu interpretó en la posterior Los placeres ocultos (1977). Pero Vicente Parra estaba seriamente interesado en el papel, no dudando incluso en entrar en la producción del filme. En todo caso, el Marcos que interpreta Vicente Parra resulta igualmente efectivo. Un obrero sin salida en un Madrid desarrollista y condenado a una vida que le resulta inaceptable. Proletario hasta en la forma de matar, perpetrando sus asesinatos con lo que tiene más a mano: piedras, herramientas y cuchillos de cocina, cuando no con sus propias manos. Pero a pesar de sus crímenes, Marcos no puede ser visto con odio por el espectador. Ni siquiera cae mal. Es un pobre diablo condenado por la fatalidad y la mala suerte, una víctima más. Un asesino cañí que desmenuza cuerpos a ritmo de pasodoble, transportando esos trozos a su puesto de trabajo con una bolsa cada vez más fétida en la que reza el deportivo lema ‘Contamos contigo’.

Secuencia censurada de la película

Marcos tan solo vive momentos de paz cuando está con Néstor paseando, en su casa o en la piscina, instantes tras los cuales retorna a su apestosa realidad, una realidad con fondo de guitarra española y el lema ‘Dios guarde esta casa’ en la puerta. Una casa que es un prodigio de realidad fabricada, ya que se construyó ex profeso en un descampado de pesadilla que, al igual que toda la ambientación del filme, es obra de Santiago Ontañón. Una pieza fundamental en la arquitectura de la cinta junto a la acertada música de Fernando García Morcillo.


Como analizaba el teórico Jamake Highwater en su obra, estas imágenes de transgresión sexual servían para cuestionar un poder establecido que no dejaba que ninguna película ocultara el mínimo atisbo sobre la homosexualidad. Eloy de la Iglesia fue uno de los pioneros en este sentido, y seguiría con esta vía a lo largo de casi toda su carrera. 
La semana del asesino se estrenó antes en Estados Unidos y Alemania que en España, a cuyas pantallas llegó en 1974. Allí tuvo el equívoco título de Cannibal Man, aunque en Italia recibió el no menos absurdo de  L’appartamento del 13º piano.
Vicente Parra recibió el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos por su trabajo, y la película fue presentada fuera de concurso en el Festival de Berlín, donde según su director “daban unas bolsitas para vomitar, como las de los aviones”. La cinta fue incluida, junto a otras 72, en la lista de Video Nasties  (películas prohibidas) que se promulgó durante la etapa Thatcher en Inglaterra.
Cannibal Man es una cinta de culto en todo el mundo, que ha sido editada y reeditada lujosamente en todos los formatos domésticos.
Recomendada.

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