Título original: La novia del desierto. Dirección: Cecilia Atán y Valeria
Pivato. País: Argentina. Año: 2017. Duración: 77 min. Género:
Drama.
Guión: Cecilia Atán, Valeria
Pivato, Martín Salinas. Fotografía: Sergio
Armstrong. Música: Leo Sujatovich. Montaje: Andrea Chignoli. Sonido: Miguel Hormazábal. Dirección artística: Mariela Rípodas. Vestuario: Beatriz Di Benedetto, Jam
Monti. Diseño de Producción: Mariela
Rípodas. Producción: Eva Lauria, Raúl
Ricardo Aragón, Cecilia Atán, Alejo Crisóstomo, Valeria Pivato, Vanessa Ragone.
Sección oficial “Una
cierta mirada” del Festival de Cannes 2017. Mejor Ópera Prima en el Festival de
La Habana 2017.
Estreno en España: 31-08-2018
Reparto:
Paulina García (Teresa
Godoy), Claudio Rissi (El Gringo).
Cuenta la historia de
Teresa, una mujer de 54 años que trabaja como empleada doméstica en una casa
familiar en Buenos Aires. Durante décadas se ha refugiado en la rutina de sus
tareas, pero ahora que la familia ha decidido vender la casa, su vida empieza a
tambalearse.
Comentarios:
Las directoras
argentinas, Cecilia Atán y Valeria Pivato, nos deleitan con esta ópera prima,
road movie, coproducida por Argentina y Chile y presentada en Cannes (2017) en
la sección “Un Certain Regard”.
Se trata de un relato
sencillo, íntimamente humano. Dos son sus actores principales: la chilena,
Paulina García en el papel de Teresa, y el argentino Claudio Rissi, Miguel o
“el gringo” en la versión cinematográfica. Dos personajes que sobradamente han
pasado el ecuador de sus vidas, “¿sin pena ni gloria?”, unas vidas periféricas,
solitarias, fronterizas y desérticas como el paisaje que les acompaña.
Las realizadoras, fieles
a los esquemas del Nuevo Cine Latinoamericano, otorgan al paisaje un papel
protagónico y metafórico. Ellas nos llevan a la Argentina del interior, a 1000
kilómetros de Buenos Aires, para convertir al desierto de la provincia de San
Juan en el escenario, en el “no lugar”,
donde transcurren unas vidas “sin lugar”, según los paradigmas
tradicionales, que transitan entre la desorientación y la esperanza, unas vidas
de “no triunfadores”, de “historias mínimas”.
La esencia del desierto
sanjuanino está vinculada no sólo a los seísmos, sino también al “inesperado” viento
Zonda que, de repente, irrumpe en la película produciendo caos, desorientación,
duelo, pérdida, vacío. Toda una metáfora que a la protagonista del film la
libera de cargas y la sitúa en una actitud de disponibilidad a la esperanza y
al reencuentro.
Otro elemento que aparece
en esta película, tan latinoamericana, es la geografía humana en torno al
desierto de San Juan, una de sus señas de identidad es la veneración popular a
“La Difunta Correa” patrona de los conductores y de la fidelidad-felicidad
conyugal.
La película La novia del desierto juega con la
metáfora de “La Difunta Correa” que, por amor a su pareja, arriesgó la vida en
tan agreste naturaleza, muriendo de sed en el desierto de San Juan. A “La
Difunta Correa” se encomiendan aquellos que quieren encontrar al amor de su
vida. “La Difunta” es esperanza para “los nadie”, para los olvidados y los no
triunfadores como los protagonistas del film.
Desde el punto de vista
técnico las realizadoras siguen, casi al pie de la letra, el manifiesto del
Nuevo Cine Latinoamericano: predominio de los exteriores con cámara fija que
capta en toda plenitud el paisaje geográfico; cámara al hombro, como si de un
reportero se tratase, cuando se filma la geografía humana materializada en el
rico y complejo mundo de una religiosidad popular que raya en “lo real
maravilloso”. Primeros y medios planos para revelar el más mínimo gesto o
expresión del rostro humano. Ausencia de profundidad de campo para resaltar los
rostros o mostrar la incertidumbre de los personajes. Los interiores de las
viviendas se muestran caóticos, el espacio interior está fragmentado y el
espectador está separado de la acción por barreras arquitectónicas (tabiques,
marcos de puertas, puertas
entreabiertas, etc.) que establecen distancia, esta es una técnica utilizada en
el cine de Lucrecia Martel para impedir que el espectador, al tener solo una
visión segmentada, no se erija en juez.
En definitiva estamos
ante una película de silencios, de gestos, intimista, profunda, que revela la
solidaridad y la grandeza del alma humana a pesar de la precariedad material.
Un canto a la esperanza, a la transformación y, sobre todo, al reencuentro con
el amor y con nosotros mismos, y que siempre nos regala la vida si somos
capaces de ver más allá, transitando desiertos y “noches oscuras”. El film comienza
con unos títulos de créditos sobrios y silenciosos para concluir con la misma
sobriedad pero con una hermosa canción que, pese a la soledad aparente de la
protagonista, la reconecta consigo misma tras la experiencia iniciática del
camino: “Desde el cielo solita estoy, con
el almita caminando voy. El horizonte me canta su voz, sigo soñando con el
corazón, ando el camino, conozco el sol. Y por las noches con luna voy. Sola
puedo, solita estoy. Sola espero, solita soy. Es mi destino racimo de amor,
dulce caricia la vida cambió…” (María Dolores Pérez Murillo)
Recomendada.
Nada del imaginario psicológico, social, cultural y geográfico que informa a esta película escapa del agudo escrutinio de la comentarista Pérez Murillo. Las marcas de ese desierto están allí, grabados a fuego: el viento Zonda, la soledad, la esperanza en una santa invocada y canonizada por el fervor popular, los sismos telúricos y los psicológicos... Estas películas hablan también, creo, de que los países son bastante más diversos de lo que muestran los estereotipos, así como también de que sus fronteras espirituales son más lábiles y permeables que las reales, esas que se hallan fiscalizadas por aduanas y formularios de inmigración.
ResponderEliminar¡Saludos desde Argentina a la revista y a la sensible columnista!
Ramiro Márquez