Título original: Lost Highway. Dirección: David Lynch. País: USA. Año: 1997. Duración: 134
min. Género: Triller, Cine Negro.
Guión: David Lynch, Barry
Gifford. Fotografía: Peter Deming. Música: Angelo Badalamenti. Sonido: David Lynch. Montaje: Mary Sweeney. Efectos especiales: Gary D'Amico. Diseño de producción: Patricia Norris. Escenografía: Leslie
Morales. Maquillaje: Debbie Zoller. Dirección artística: Russell
J. Smith. Vestuario: Patricia Norris. Producción:
Deepak Nayar, Tom Sternberg, Mary Sweeney.
Fecha del estreno: 17 Marzo 1997 (España)
Reparto: Bill Pullman, Balthazar
Getty, Patricia Arquette, Robert Loggia, Robert Blake, Gary Busey, John
Roselius, Michael Massee, Richard Pryor, Louis Eppolito, Jack Nance, Lucy
Butler, Henry Rollins, Giovanni Ribisi, Natasha Gregson Wagner, F. William
Parker, Leslie Bega, Marilyn Manson, Jeordie White.
Sinopsis:
Fred Madison, un músico
de jazz que vive con su esposa Renee, recibe unas misteriosas cintas de vídeo
en las que aparece una grabación de él con su mujer dentro de su propia casa.
Poco después, durante una fiesta, un misterioso hombre le dice que está
precisamente en su casa en ese instante. Las sospechas de que algo raro está
pasando se tornan terroríficas cuando ve la siguiente cinta de video....
Comentarios:
El cine de David Lynch se ha caracterizado por estar dotado de atmósferas extrañas y perturbadoras, llenas de símbolos que han fascinado al público a través de los años, al grado de hacer de lo «lynchiano» un símil de categoría estética. Sus imágenes parecen viajar arbitrariamente entre dos mundos —no necesariamente opuestos— divididos por un hilo tan frágil que cualquier mínimo movimiento puede vulnerarlo: el sueño y la realidad se manifiestan como enigmas de una existencia oscura y brutal, pero también, por momentos, compasiva; tenemos ahí el viaje emocional de Jeffrey Beaumont en Blue Velvet (1986) o la excentricidad y ternura de Lula y Sailor en Corazón salvaje (1990). Existe entonces una dualidad que nos vemos confrontados a comprender, un misterio que comienza, pero quizá nunca termina (ahí todo Twin Peaks).
En ese sentido, Carretera perdida (Lost Highway, 1997) nos presenta el derrumbe mortal de la psique de Fred Madison (Bill Pullman), saxofonista de free jazz, quien en los primeros 40 minutos de la película es víctima de una serie de alteraciones que irrumpen inexplicablemente su vida. La primera, de orden interior, consiste en su incapacidad para satisfacer a Renee, su atractiva mujer (una maravillosa Patricia Arquette), en lo que deriva en visiones constantes de celos reprimidos. La segunda, de tipo exterior, involucra un extraño mensaje donde se le informa que «Dick Laurent está muerto» y varias cintas de video de lo que parece ser una presencia omnisciente espiándolo en la intimidad. Al final, en una de ellas, se ve a sí mismo —como si de una premonición se tratara— en un estado psicótico, junto a su esposa asesinada; acto seguido, lo vemos enfrentar las consecuencias del crimen y ser condenado a muerte. Como Madison, nos sentimos consternados: ¿es realmente víctima de fuerzas desconocidas que se han confabulado en su contra —existe la sugerencia de que es el Hombre Misterioso (un terrorífico Robert Blake quien protagoniza la que sea quizá la más escalofriante escena de la cinta), quien está detrás de toda esa pesadilla— o su desgracia oculta ambigüedades inimaginables?
Ya en la cárcel, Fred
desaparece y en su lugar lo sustituye un joven y aturdido Pete Dayton
(Balthazar Getty) —que no tiene idea de cómo ha llegado ahí—; el enigma solo se
amplifica. Pete, aún consternado, regresa a casa de sus padres y, después de
unos días, también al taller mecánico donde trabaja. Contrario a Fred, aún
confundido y sin poder recordar nada, Pete es alguien mucho más realizado, hace
lo que quiere, es atractivo y popular, tiene el cariño y respeto de sus
congéneres, incluyendo a Mr. Eddy, un mafioso que le confía el servicio de sus
autos y por quien conoce a Alice Walkfield, su amante y actriz de películas
porno (interpretada una vez más por Patricia Arquette, ahora en cabellera
rubia) la cual, sin él decir una sola palabra, se siente inmediatamente atraída
por él y, pese al peligro que involucra su unión, decide iniciar una aventura.
Con estos elementos,
Lynch construye un thriller que se inscribe dentro del neo noir donde
violencia, sexo y horror permiten entender a Fred y Pete como dos caras de la
misma moneda, a saber, la de una imaginación perturbada, pues indulgente y
autocompasiva, su fantasía es una negación de sus incapacidades. Sin embargo, a
pesar de que tanto Renee como Alice son vistas a través de esa mirada masculina
del deseo, aquí su representación de la femme fatale, inocente y
despiadada al mismo tiempo, termina por colocarnos frente a una figura desdibujada,
precisamente por la imposibilidad que tienen ellos de poseerla. De esta manera,
lo sexual se presenta como un anhelo tortuoso. Fred, ante su impotencia,
reimagina otra vida, ahí donde puede suplir y dar placer, pero sin que ello le
sea suficiente ya que, aún en la piel de Pete, Alice se va haciendo cada vez
más inaccesible, sus pretensiones y pensamientos son otros, lejos de la esfera
de sí donde él creía contenerla, revelando de esta forma las contrariedades que
el choque de simulacro —sin que este obligatoriamente sea falso— y realidad
desprenden.
En algún momento, a
propósito de las cintas de video que ha estado recibiendo y ante el
cuestionamiento de un par de detectives incompetentes sobre el caso, Fred
revela su aversión hacia las videocámaras pues, según argumenta, le gusta
recordar las cosas a su manera, «no necesariamente de la forma en que
sucedieron». Si bien esto puede dar pie a una variedad de reflexiones sobre la
impronta cinematográfica —no por nada la película se desarrolla en Los Ángeles
y sería el primer acercamiento del director al mundo precario y sombrío de
Hollywood, que llegaría al extremo en Mullholland Drive (2001) e Inland
Empire (2006)—, lo que Lynch trata de decirnos, conforme va avanzando el
filme, es que más que una fantasía idealista, los sueños son el espacio de un
terror absoluto. Renee o Alice, Fred o Pete, todos son uno y lo mismo,
espectros de un viaje sin rumbo, perdidos en una noche eterna y lóbrega,
atrapados en un ciclo perpetuo del que no hay escapatoria, porque el de la
impotencia es un viaje sin retorno, urdido en las entrañas de un delirio oscuro
que es como un grito sin respuesta en medio de la inconsolable soledad de lo
imposible. (César Mariano)
Recomendada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario