Las películas de amateur se insertan en una práctica cinematográfica, o mejor dicho, en una práctica de realización, que no pertenece al ámbito del trabajo asalariado destinado a la venta.
Aunque la reglamentación existente no le permite a un cineasta amateur acceder de entrada a la realización profesional, nada le impide a un realizador profesional dirigir películas amateur. La palabra “amateur”, que demasiado a menudo sobreentiende la idea de diletantismo o de mediocridad, recupera aquí su acepción más noble, véase la de “quién ama”.
La infravaloración de la noción de cine amateur, sustentada por una producción frecuentemente mediocre, ha llevado a algunos a crear otras etiquetas: se habla entonces de cine no profesional o de cine al margen.
En sus inicios los hermanos Lumière diseñaron su Cinematógrafo para amateurs y “La comida del bebé” sigue representando el arquetipo del género. Sin embargo, el cine evolucionó muy pronto hacia el espectáculo y la explotación comercial: así es como nacieron una profesión y una industria. Mientras la película fue muda, la frontera entre no profesionales y profesionales fue fácilmente franqueable: las películas se rodaban con medios relativamente modestos. Si el resultado era bueno, podía ser presentado en salas comerciales y se convertía en una tarjeta de presentación para el aprendiz de cineasta. Ivers, Carné, Vigo y numerosos cineastas experimentales trabajaron de este modo, ajenos a los “profesionales de la profesión”, aunque utilizando el mismo material que ellos.
"La comida del bebe" (Hnos. Lumière) |
La llegada del sonoro a finales de los años veinte cambió radicalmente la situación. El cine sonoro impuso un material técnico complejo, un personal altamente cualificado y, consecuentemente, medios financieros importantes. La separación entre profesionales y amateurs se fue acrecentando por el espíritu corporativista de los cineastas y por el desarrollo de formatos reducidos destinados inicialmente de forma predominante al altamente rentable mercado del cine familiar (9,5 mm, 16 mm, 8 mm, después súper 8).
Millones de cineastas amateurs han conservado sobre película argéntica (y a partir de los años 80, con el desarrollo de las cámaras de vídeo y de las cámaras con cinta magnética) testimonios de la vida familiar, de los viajes o los acontecimientos excepcionales. Así, por ejemplo, las imágenes de amateurs constituyen los únicos testimonios filmados del asesinato de John Kennedy en 1963 o de la catástrofe aérea de Bourget en 1971. Algunos amateurs incluso han hecho incursiones en el “gran cine” a través de la ficción, o han dejado sus testimonios. ¿Qué queda de todo ello? El cine amateur representa un campo inmenso, sin duda alguna el menos conocido del cine. Esta producción, destinada a un único ejemplar, por naturaleza dispersa (aunque algunas filmotecas locales están realizando en la actualidad considerable esfuerzos de recopilación) plantea grandes problemas estudio. Al igual que si se tratara de encontrar oro, es preciso rastrear montañas enteras hasta encontrar algunas pepitas que serán, precisamente por este motivo, si cabe más valiosas.
“La flecha
ardiente (De Wigwam)” (Joris Ivens,
1911) |
La película amateur encuentra su expresión más específica en los reportajes en directo de escenas cotidianas. La torpeza de la escritura (incertidumbre del enfoque que se manifiesta por un cambio frenético de enfoque, por la voluntad contradictoria de englobar el máximo de campo visual y de acercarse al máximo de las cosas) otorga un temblor es enternecedor a estos documentos de los que sabemos que se refieren a seres reales captados de improviso.
Con la distancia, estas escenas, al margen de su posible interés histórico o sociológico, son susceptibles de liberar una fuerte carga emocional. Varias películas recientes han recurrido a películas amateur, auténticas o reconstituidas, para explotar su potencial afectivo: “París, Texas” (Win Wenders, 1984), “Sweetie” (Jane Campión, 1989), “El sueño de Arizona” (Emir Kusturica, 1993), “Un día de furia” (Joel Schumacher, 1993)…
Entre otro orden de ideas, las películas filmadas según los preceptos del movimiento Dogma 95 y concretamente “Celebración” (Thomas Vinterberg, 1998), retoman, o mejor dicho simulan, la puesta en imágenes agitada tan característica del cine amateur para producir la sensación de una acción captada en vivo.
Y terminamos este breve acercamiento a las películas amateur, un descubrimiento para muchos, con la obra “La flecha ardiente (De Wigwam)” (Joris Ivens, 1911), un corto donde a la edad de catorce años, Joris Ivens descubre las historias de indios y vaqueros, así que decide crear una él mismo. Escribe el guión y usa una cámara de la tienda de su padre. Esta fue su primera película, con su propia familia como reparto.
Disfrutad del descubrimiento.
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