Título original: The Human Voice. Dirección: Pedro Almodóvar. País: España, USA. Año: 2020. Duración: 30 min. Género: Drama, Cortometraje.
Guión: Pedro Almodóvar (basado en un monólogo teatral de teatro de Jean Cocteau). Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Alberto Iglesias. Producción: El Deseo, Filmnation Entertainment.
Presentada en la sección oficial (fuera de concurso) del Festival de Venecia 2020.
Estreno en Sevilla: 16 Octubre 2020
Reparto: Tilda Swinton.
Sinopsis:
Una mujer pasa el tiempo mirando las maletas de su ex-amante, que la abandona para contraer matrimonio con otra mujer. Durante tres días, la mujer sólo sale a la calle una vez: para comprar un hacha y una lata de gasolina.
Comentarios:
Con una perturbada interpretación de Anna Magnani, desaforada, desaliñada y temblorosa, Roberto Rossellini creó en El amor (1948) el retrato de una mujer humillada y sumisa. Ingrid Bergman, en un telefilme de 1966 dirigido por Ted Kotcheff, otorgó a la misma mujer un poso de dignidad, elegancia y nobleza aun dentro de su tragedia: hundida, pero nunca de rodillas. Pedro Almodóvar, de la mano de Tilda Swinton, incide en esa línea y da un paso más: la protagonista de su libre versión del monólogo de Jean Cocteau La voz humana, símbolo de la desesperación, de la última conversación telefónica con su amante, es la mujer vengadora.
Lo bueno de los grandes textos abiertos es que aceptan inflexiones, tonalidades, actualizaciones, sin dejar de ser lo que son. La obsesión artística de Almodóvar por la situación, las palabras y los subtextos de la obra de Cocteau viene de lejos. Estaba en la base de La ley del deseo (1987), la exasperación del rechazado, aquella vez amor homosexual, y hasta utilizaba un montaje teatral de la pieza como elemento formal. Y también en el origen de Mujeres al borde un ataque de nervios, el abandono, la espera, el teléfono como arma arrojadiza, fuego físico en la cama donde durante un tiempo hubo fuego sexual, las maletas que esperan a su dueño, y claro, la maravillosa comedia: “Yo soy testiga de Jehová y mi religión me prohíbe mentir”. Carmen Maura, como Bergman, como Swinton, era un torrente de dolor, pero igualmente de orgullo y personalidad.
En el corto La voz humana, su primera producción en inglés, Almodóvar vuelve a jugar con el artificio de su propio cine, mostrando la tramoya, rompiendo la continuidad, la unidad del escenario, en un hermoso apartamento falso (ese fantástico plano casi cenital) y en la horrenda belleza de un plató vacío: qué distinción en el diseño de producción de Antxon Gómez, en la luz de José Luis Alcaine, en la extraordinaria partitura de Alberto Iglesias. Sin embargo, la certeza de las emociones está ahí: la pérdida en el querer, la tensión por la falta de respuesta, la impostura de las reacciones rotas, el gozo y la tortura de haber sido “la otra”. La ley del amor, la ley del deseo. Y los matices en la respiración de la portentosa Swinton como guía.
La magnífica pieza del director de Dolor y gloria, menos texto, más imagen, melodrama arrebatado con presencia de Escrito sobre el viento y Que el cielo la juzgue, solo resbala un par de minutos en la secuencia de la ferretería: demasiado tiempo, demasiados planos de Agustín Almodóvar, demasiadas presencias superfluas. Una nimiedad. El hacha, como símbolo de los nuevos tiempos, el inconformismo y la autoestima son ahora los dominantes. De la mujer sumisa, a la mujer de fuego. (Javier Ocaña)
Recomendada.
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