Los
nerviosos y metálicos compases del tema musical de la secuencia inicial indican
claramente que la película va a resultar amenazadora. En la calle, una densa
nube de vapor brota desde el suelo y deja la pantalla en blanco. Como surgiendo
de la nada, un taxi amarillo atraviesa la inquietante cortina de vapor y humo,
pasa a cámara lenta. La música en off se pierde a lo lejos en armonías graves,
el fantasmal taxi desaparece y tras él la nube vuelve a cerrarse. Dos ojos negros
aparecen en primer plano acompañados por un melodioso tema de jazz. Miran a uno
y otro lado bajo la luz vacilante de las farolas, como observando el entorno.
Son los ojos de Travis Bickcle (Robert de Niro), un taxista neoyorquino que
terminará convirtiéndose en ángel vengador.
“Taxi
driver” ha dividido a la crítica desde su estreno en 1976. Para unos, el
protagonista sufre una desorientación moral, presume de ser el salvador de una
joven prostituta (Jodie Foster) y, al final, en una sangrienta locura homicida
encubierta, ajusticia a tres figuras sospechosas, por lo que la prensa la
aplaude como si fuera un héroe. Tras un análisis más detenido, otros críticos
advirtieron en las melancólicas imágenes un lenguaje cinematográfico
magistralmente estilizado y descubrieron en la figura del loco homicida Travis
Bickle un tipo urbano, sociopatológico, de los que se dan en todas partes del
mundo. “En cada calle, en cada ciudad hay
un don nadie que sueña con ser alguien”, decía uno de los textos de los
carteles que promocionaban el film.
Travis
no puede dormir por las noches. Es un excombatiente que sufre de insomnio
postraumático. Se hace taxista para ganar unos dólares. ”Lleva a la gente cuando y adonde quiera” dice en la entrevista de
solicitud de empleo, incluso a los barrios que sus colegas evitan desde hace
tiempo. Son zonas en los que la luz es excesiva o bien escasa, en las que las
bandas callejeras campan a sus anchas y las prostitutas adolescentes esperan
clientes bajo la estridente publicidad luminosa. Travis obtiene el trabajo. Él
y su taxi son una sola cosa y la catástrofe inicia su curso.
Al
igual que Travis, el espectador contempla la noche desde el taxi en marcha.
Pocas veces ha aparecido Nueva York en secuencias tan impresionantes. El estilo
fotográfico alterna entre el enfoque semidocumental y el subjetivo. La
sugestiva música de Bernard Hermann, que no se limita a acompañar al film, sino
que lo estructura acústicamente, da lugar a una unión absolutamente peculiar de
imágen y sonido. Viajar en el taxi viene a ser nada menos que una metáfora del
cine. Travis fracasa en su intento de entablar una relación amorosa con Betsy
(Cybill Shepherd) que colabora en la campaña electoral. Incapaz de hacerse
comprender y de expresar sus sentimientos, acaba recurriendo a las armas. Recorre
la ciudad solo y sin rumbo fijo. La historia de Travis es similar a la del taxi
amarillo que parte en dos la nube de humo al principio del film. También él
surge de la nada, se deja ver brevemente a la luz nocturna de la gran ciudad y
vuelve a desaparecer en la nada. Travis no es un héroe, aunque en el estreno de
la película muchos celebraron su implacable locura homicida. Naturalmente, la
violencia es un tema importante en el film, pero en este caso no se trata de la
violencia física, sino de la violencia social: Travis personifica a un hombre
que se ha perdido en la gran ciudad.
Schrader, Scorsese y De Niro |
Scorsese
destaca por realizar sus películas en el papel. Las dibuja previamente a modo
de boceto en un guión gráfico. Sus imágenes son un verdadero lenguaje. Paul
Schrader escribió el guión de “Taxi driver”. Fue la primera colaboración íntima
entre estos dos fanáticos del cine. Inolvidables las escenas en las que Travis
se planta ante el espejo con el torso desnudo y con un revolver desenfundado y
se bate en duelo consigo mismo: “¿Hablas
conmigo?, ¿Me estás largando un rollo?”. Es una escena repetidamente
evocada, pero el modelo no ha sido todavía superado. Un clásico moderno.
¿Hablas conmigo? |
“Taxi driver de Martin Scorsese es un film
patrio de un sin patria, un western que transcurre en los cañones de las calles
de Nueva York, con un cowboy que, en lugar de a caballo, cabalga en un taxi
amarillo”, según la crítica de Der Spiegel.
¡Qué
puedo decir de Bernard Hermann! el padre de la música sinfónica en el cine. En
“El hombre que sabía demasiado” (1956) hizo un cameo y actuó haciendo de sí
mismo dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Londres. También había compuesto la
música de la película. En definitiva, Bernard Hermann, que había nacido en
Nueva York el 29 de junio de 1911, inmortalizó a más de un clásico. Comenzó
trabajando en la radio; después colaboró en el cine, entre otros con Alfred
Hitchcock, Orson Welles, François Truffaut, Brian de Palma y Martin Scorsese.
Dotó de un rostro musical inconfundible y de un aura tonal a películas tales
como “De entre los muertos” (1958), “Psicosis” (1960), “Con la muerte en los
talones” (1959), “Ciudadano Kane” (1941), “El cuarto mandamiento” (1942),
“Fahrenheit 451” (1966) y “Taxi driver” (1975).
Hermann podía
componer en una línea conservadora y clásica, pero también alcanzar zonas
sonoras en las que, al compás de unos instrumentos de viento, sonoros y
oscuros, la cuerda imitaba el sonido de cables metálicos oscilantes. Le fascinaban la literatura romántica y sombría de las hermanas Brontë y el
Moby Dick de Melville. El mar con su poder incontenible le ofrecía una
partitura para sus composiciones. Podía escuchar el ascenso y descenso de las
aguas profundas e inspirarse en ello para escribir música. Como persona,
Hermann no era de trato fácil, tal vez por ser un genio. Era irascible y
obstinado. Se enemistó con Hitchcock cuando trabajaba con él en “Cortina
rasgada” (1966). Sin embargo también se comportó como un auténtico profesional
de primer orden en su último trabajo para el cine, la banda sonora de “Taxi driver”, que terminó la víspera de su
muerte, que tuvo lugar el 24 de diciembre de 1975.
Estoy
preparando un homenaje al gran director del film, Martin Scorsese. Ya os
cuento.
Virginia
Rivas Rosa
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