viernes, 29 de diciembre de 2017

Los estrenos en Sevilla de 29-12-2017



6 películas se estrenan el 29 de diciembre de 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Tres producciones estadounidenses, una francesa, una británica y una alemana. Ningún estreno español para esta semana y se queda sin editar la interesante cinta alemana “Recuerdos desde Fukushima” (Doris Dörrie, 2016). La película estuvo nominada a Mejor Película en los Premios del Cine Alemán 2016 y trata sobre una joven alemana que entabla amistad con una mujer mayor japonesa durante un tour por la región de Fukushima, una zona afectada por el terremoto en del 2011 en Japón. Por otro lado, destacar el reestreno de “Gremlins” (Joe Dante, 1984). Un éxito ochentero reeditado. Apostamos por el reestreno de los clásicos y no por los absurdos remakes que dejan mucho de desear. Echemos un repaso a los seis filmes estrenados.     


El gran showman. (USA, 2017). Dir. Michael Gracey. 
Nominada a Mejor Película de Comedia en los Globos de Oro 2017.
Cuando, en 1980, Cy Coleman y Michael Stewart estrenaron en Broadway un musical inspirado en la figura de P. T. Barnum, la crítica dictaminó que a la propuesta le sobraba moderación y le faltaba sentido del exceso para hacer justicia al personaje, célebre empresario que fundó el flameante Barnum & Bailey Circus tras convertir la exhibición de fenómenos humanos en rentable negocio. Nadie acusará de lo mismo a esta película que se sirve del mismo tema para ofrecer algo que, por lo menos hasta “La La Land”, llevaba tiempo siendo la más improbable de las atracciones de multisala: un musical escrito directamente para la pantalla.
Han sido, de hecho, Benj Pasek y Justin Paul, compositores de “La La Land”, los responsables de escribir el conjunto de exultantes números musicales que convierten “El gran 'showman'” en agotador concentrado de show-stoppers: hay una épica marcadamente OT en estas canciones que avanzan en perpetuo crescendo hasta la anhelada ovación y que celebran en Barnum la figura de un idealista romántico antes que al empresario al que se le atribuyó la agria frase “nace un tonto a cada minuto”. En un momento que da la medida del tono, Hugh Jackman, desaforado como un obús canoro, se desgañita a todo correr por las calles, se sube a un tren en marcha y continúa con el himno desde el último vagón.
“El gran 'showman'” acaba siendo un imponente objeto kitsch dotado con un gratificante poder de seducción si uno se entrega a sus barrocos encantos. Al contrario que en la película de Damien Chazelle, no son ni la puesta en escena, ni la coreografía los vectores dominantes de este musical que confía demasiado en el montaje, pero el recorrido está sembrado de ideas visuales que van de la eficaz obviedad –el plano que relaciona unas oficinas con un camposanto- a la brillantez –la transformación de unas sábanas tendidas en espectral cuerpo de baile, el uso rítmico de martillos en la pegada de carteles o los golpes de chupito sobre barra cantinera-. La energía de Hugh Jackman merecía este campo de juegos. Recomendada.


The Disaster Artist. (USA, 2017). Dir. James Franco.
Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián 2017 y nominada a Mejor Película de Comedia en los Globos de Oro 2017.
El actor y director James Franco encuentra, igual que encontró Tim Burton con «Ed Wood», una extraña y maravillosa forma de cantarle su amor al cine mediante el retrato, tan ridículo como encantador, de uno de los más penosos directores que han existido, Tommy Wiseau, autor de un título ya de culto y que pasa por ser la peor película de la historia, «The Room». Si Burton hallaba poesía y clima en su deleznable director Ed Wood, Franco lo que le encuentra al suyo es una incontenible gracia desquiciada, la cual adorna con enormes dosis de vitriolo e ínfulas que lo convierten en un impresionante merluzo, pero también un entrañable y descacharrante merluzo.
James Franco y su hermano Dave componen a los dos personajes de la historia, a Wiseau y a su protagonista, Greg Sestero, sin duda el peor actor que ha tenido enfrente cámara alguna, y autor del libro en el que se basa esta película. La genialidad de James Franco se aprecia en todo el desarrollo de la historia, pero especialmente en las escenas que se ofrecen en paralelo del rodaje real de «The Room», clonadas aquí de manera asombrosa.
Pero lo increíble es que Franco consigue mediante la sátira, la caricatura sin piedad y la risa más explosiva inocular algo parecido al respeto y la admiración por sus personajes y su desquiciada aventura cinematográfica, y que su película clonada sea el mejor ejemplo de eso que tan solo está a la altura de los genios y que, dicho mal y pronto, consiste en convertir la mierda en arte. Una película en la que solo dejas de sorprenderte, de mondarte, para hacerle un hueco en tu corazón a semejantes inútiles y soñadores. Recomendada.


Una bolsa de caninas. (Francia, 2017). Dir. Christian Duguay.
Las tendencias son demasiadas veces imposibles de cuantificar, y está bien que sea así. Sobre todo si esa corriente orientada hacia un determinado tipo de dirección está relacionada con el cine, con mucho de negocio en su base, pero también con una evidente cuota de arte, ya sea mayor o menor. Sin embargo, demasiadas veces también, las inclinaciones artísticas y comerciales pueden medirse en términos numéricos: y ocho millones de franceses son muchos franceses. Justo los que vieron en el año 2004 la película “Los chicos del coro”, en la que Christophe Barratier supo aplicar ingredientes en su precisa medida para que aquella epopeya educativa y musical se convirtiera en una obra a la que imitar. Desde entonces, no menos de una decena de producciones francesas han ido aplicando semejante engranaje formal, narrativo y tonal a sus relatos ambientados en agitados tiempos históricos. Y “Una bolsa de canicas”, nuevo trabajo del veterano e impersonal director canadiense Christian Duguay, es la última de ellas.
Duguay, que comenzó su carrera en los primeros años noventa con dos inservibles secuelas de “Scanners”, de David Cronenberg, ha venido trabajando en Canadá, Reino Unido, Estados Unidos y Francia, casi siempre en torno al cine de acción, sin que ninguna de sus obras descollara. Sin embargo, es muy posible que la aplicación de las convenciones impuestas por el acercamiento de Barratier le hayan llevado a su mejor película, sin que esta sea nada del otro mundo. A saber: didáctica histórica para primerizos, fuerte componente melodramático, mínima trascendencia, personajes con capacidad para la empatía, protagonismo infantil, aliento humanista, control del ternurismo, suspense dramático y leves toques de humor, quizá el único componente que está cerca de enrojecer a la platea a causa de su impostura.
Ambientada en la Francia ocupada por los nazis, basada en una novela publicada en 1973 por su niño protagonista, de familia judía, e inspirada por tanto en su propia peripecia de éxodo, escondrijo y reencuentro, “Una bolsa de canicas” puede ser una película agradable incluso dentro de su propia tragedia. Con la dureza suficiente como para no ser acusada de meliflua, pero con el sosiego suficiente como para no enturbiar incluso una tarde de cine en familia. Así, en términos pedagógicos y éticos, casi podría configurarse como la película perfecta para un novel acercamiento a la muy compleja Francia de Vichy, prescrita para adolescentes de primer año.  Recomendada (con reservas).


El arte de la amistad. (Reino Unido, 2017). Dir. Stanley Tucci.
La historia del pintor suizo y escultor Alberto Giacometti.
Cuando Giacometti le pidió a su amigo y biógrafo James Lord que permaneciese un par de días más en París para realizarle un retrato, quizá no estaba tan preocupado por gratificar a su interlocutor como por resolver un nuevo pulso personal con un siempre esquivo ideal artístico. Sobre esos dos días que, finalmente, se convirtieron en dos semanas levanta Stanley Tucci un quinto largo como director que, antes que evidenciar un claro interés por los secretos y claroscuros de la creación artística, lo que acaba haciendo es delatar sus propias limitaciones como retratista.
El sentido del espectáculo recae aquí sobre una de esas interpretaciones camaleónicas y pirotécnicas que Geoffrey Rush ha convertido en marca de fábrica: el problema es que su Alberto Giacometti, huraño, putero y despreocupado del vil metal, acaba pareciendo la versión high-class de un celebrities televisivo inconfundiblemente chanante, contemplado por un Armie Hammer que parece un arqueo de ceja (o un maniquí de Cortefiel) hecho hombre. Divertido es, pero ¿se trataba de eso? No Recomendada.


Olvídate de Nick. (Alemania, 2017). Dir. Margarethe von Trotta.
Cuando en 1989 Danny de Vito estrenó la estupenda “La guerra de los Rose”, puso sobre la mesa un modelo de comedia que, amparado en los estereotipos de género, llevaba el dolor del pasado romántico común hasta la imposibilidad de un presente —y un futuro— en compañía. Una obligación de convivencia en el hogar de la felicidad de antaño, provocada por circunstancias legales, que recupera ahora la desigual comedia alemana “Olvídate de Nick”, escrita por Pam Katz y dirigida por la veterana Margarethe Von Trotta, que la pareja creativa lleva hasta el terreno de una doble lucha de géneros.
En primer lugar, la de las dos ex-esposas del tal Nick, que deben compartir la casa que, de forma consecutiva, ha amparado una parte de sus existencias junto al marido de sus actuales desvelos, y que se ha largado con una tercera, 20 años más joven. Es decir, una brega de mujer contra mujer, cada una con estilos vitales radicalmente opuestos. Y en segundo lugar, la de la mujer, en toda su extensión, contra el macho que, en diferentes circunstancias, ha acabado sepultándolas en un segundo plano desde el que ahora han decidido revelarse.
Partiendo de la base de que lo relacionado con la comedia de enredo y, sobre todo, con la comedia más física, lindando con el slapstick americano, es directamente atroz, hay en cambio muchas y variadas reflexiones interesantes en el guion de Katz, que ya escribió para Von Trotta la fascinante “Hannah Arendt” (2012). Consideraciones sobre el triunfo y la competitividad a la que parece abocada la sociedad contemporánea; sobre el ideal de belleza y sobre la moda —a la que se dedica profesionalmente una de las ex-esposas, primero como modelo y ahora como diseñadora—; sobre el poder de la mujer, los efectos de la maternidad y, en fin, la necesaria insurrección femenina contra el rastrero concepto de su fecha de caducidad para según qué aspectos de la vida.
Sin embargo, a pesar de sus dos nobles retratos de mujer, Katz y Von Trotta han olvidado algo importante: que el dibujo que han compuesto del hombre de sus desgracias, pero también de algunos de los grandes momentos de sus vidas, resulta patético, sin un síntoma, sin una esquirla, que deje adivinar dónde radicaba el interés para dos mujeres tan cerca de lo apasionante. Así, ese perfume llamado Feminista, que la diseñadora lanza al mercado, queda configurado como bendita metáfora, pero sin el imprescindible ingrediente que evite que esa necesaria lucha de poder resulte lineal y subrayada, queda también modelado como un andamiaje sin recovecos, sin sutilezas, y sin verdadero análisis. No Recomendada.


Dando la nota 3. (USA, 2017). Dir. Trish Sie.
“La La Land” fue apenas un espejismo. Un año después de su triunfo, cualquier rendija abierta para la resurrección del musical clásico parece haberse cerrado mientras una saga tan escuchimizada como “Dando la nota” anda ya por su tercera entrega. Si en la primera película de la serie, independientemente de sus virtudes musicales, que no eran demasiadas, al menos había rebeldía, refrescantes mensajes sobre la alienación juvenil, chistes escatológicos descacharrantes, incorrección política y procacidad juvenil y feminista, “Dando la nota 3” languidece ahora entre convencionalismo, falta de atrevimiento y mecánica musical de andar por casa.
Como en las dos primeras películas de la franquicia, Kay Cannon, artífice de aquellas gotas de cianuro en la lengua de la estrellitas de American Idol, sigue al frente del guion, pero nada recuerda ya a aquella bomba de relojería. Porque al brío en la puesta en escena de Jason Moore, director de musicales de Broadway y candidato al premio Tony, le sucedió sin fuste alguno la actriz y productora Elizabeth Banks en la segunda parte de la saga, y ahora la todavía más pedestre Trish Sie en la tercera. Que en cuatro años “Dando la nota” haya pasado de estar dirigida por un prestigioso director teatral a ser comandada por la artífice de “Step up: all in” solo es síntoma de los derroteros que a veces toman las vidas adultas en pos de la horterada y el encefalograma plano.
Con números musicales cada vez más anodinos, la película tiene además un hilo conductor que tampoco parece demasiado revolucionario: las chicas del grupo a capella cruzan el charco para cantar en las bases militares del ejército estadounidense en tierras europeas, entre ellas la de Rota. De modo que parte del metraje se ha ido resquebrajando entre pensamientos malsanos de una posible competición en carnavales con las chirigotas gaditanas. No Recomendada.

jueves, 28 de diciembre de 2017

La música en el Cine: Steven Spielberg

Programa nº 23 de "La música en el Cine".
29 de diciembre de 2017.  Radiopolis (88.0 FM)

"La música en el Cine" es un programa de Linterna Mágica en Radiopolis

viernes, 22 de diciembre de 2017

Los estrenos en Sevilla de 22-12-2017



4 películas se estrenan el 22 de diciembre de 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Las cuatro son producciones estadounidenses. Volvemos a lamentar que se quede sin editar en nuestra ciudad algunos estrenos que se desparraman por otras localidades de España. Es el caso de la película rusa “Demasiado cerca” (Kantemir Balagov, 2017) interesante filme sobre un secuestro que estuvo presente en la sección “Una cierta mirada” del pasado Festival de Cannes. Tampoco se estrena la película independiente estadounidense “Columbus” (Kogonada, 2017), presente en la sección oficial del pasado Festival de Rotterdam. Y tamposo se estrena el documental español “Lesa humanidad” (Héctor Faver, 2017). Tristeza nos da ver sólo cuatro estrenos esta semana en la cartelera sevillana, habiéndose quedado sin editar todas estas películas. Echemos un repasito a los cuatro filmes estrenados.     


Wonder wheel. (USA, 2017). Dir. Woody Allen.  
Excelente película donde la puesta en escena es formidable y está bañada por el talento fotográfico de Vittorio Storaro y por una atmósfera escénica a lo Tennessee Williams, incluso lo están también algunos de sus personajes centrales, como esa pareja que componen Humpty y Ginny, un Jim Belushi con trazas decadentes de Kowalski y una inconmensurable Kate Winslet más atravesada aún de amargura que Blanche Dubois. El drama humano que plantea tiene calado existencial, desgarro y emociones que le dan vueltas a su mundo, arriba y abajo, como la noria de Coney Island que asiste a los hechos, enrevesados, tortuosos y que le plantean al espectador dudas sobre si ha de mirarlos a través de una lente de comedia, de tragedia o de melodrama…
En fin, es una película redonda, amarga y que husmea en las cocinillas del corazón humano donde hierven los deseos, las decepciones, lo que se hace o lo que se deja de hacer cuando alguien pierde el control sobre lo que quiere, lo que sueña y lo que tiene, pero no es una de esas películas en las que el talento de Woody Allen explosione en frases que duran años en tu cabeza, o en giros argumentales que provocan un vuelco en la baldosa en la que pisas con lógica, ni consigue ese toque milagroso con el que diluye la amargura entre la dulce y jocosa ligereza de una idea que cualquiera ha estado a punto de pensar alguna vez, pero que ha sido el ingenio de Allen el que nos da la oportunidad de ver entre risas.
La perfección dramática y el clima nos llega a través de un narrador, el personaje que interpreta con encanto naif Justin Timberlake, un vigilante de playa, poeta de bragueta y semilla de una discordia que invoca a los demonios de los que quiere hablar Woody Allen, ese grumo doloroso y áspero de ocaso, ilusión, sexo y decepción, que aquí no combate con su eficaz píldora del humor ácido, sino con una subtrama de mafia descolorida y desaprovechada, y con el único objetivo de proporcionarle la coartada moral a su relato, y un desenlace más desconcertante que genial.
Por descontado que Timberlake, Belushi, Juno Temple y la insuperable Winslet están en estado de gracia. Maravillosos/as. Recomendada.


Una vida a lo grande. (USA, 2017). Dir. Alexander Payne.
Presentada en la sección oficial del Festival de Venecia 2017. Nominada a un Globo de Oro a la Mejor Actriz de Reparto (Hong Chau).
La necesidad de reinventarse, de dejar atrás las penurias, sobre todo las mentales, para abrazar una nueva forma de conciencia interior, de estado natural —aunque sea impostado por el esfuerzo y el simulacro de su consecución—, es un clásico del fin de año, o incluso del fin del verano. Deseos de ruptura y de logro, objetivos a corto plazo que lleven hasta el largo, que nos conviertan en otras personas, quizá mejores, siempre más satisfechas. Ideales que pocas veces duran más de unas semanas pero que, de una forma quizá un tanto cotidiana y rudimentaria, integran modos de pensamiento y de comportamiento relacionados con la psicología, la filosofía y hasta la ciencia cognitiva.
Y hasta allí se dirige, pero a lo bestia, la película estadounidense “Una vida a lo grande”, nueva apuesta por su sempiterno humanismo del siempre atractivo Alexander Payne. La posibilidad de reinventarse llega así en forma de sátira de ciencia ficción: la reducción de tamaño hasta una miniatura de nosotros mismos, por medio de un método descubierto años atrás por un científico noruego, lo que no solo revierte en beneficio propio sino también de la comunidad, poniendo freno a la superpoblación mundial y a la escasez de recursos.
La premisa de Payne y de su coguionista habitual, Jim Taylor, es una genialidad. Sin embargo, su desarrollo es desigual en hallazgos, premioso en su ritmo, reiterativo en cada una de sus tramas, estirado en el tiempo e inconstante en su tono, esta vez demasiado melifluo. La formidable esencia de la película —que el sistema actual resulta imposible de cambiar, incluso desde dentro, y que el nuevo orden social simplemente será el mismo, pero repetido y en pequeño— no acaba de encontrar eco en cada una de sus irregulares bifurcaciones, cayendo en su punto más bajo en la trama del vecino interpretado por Christoph Waltz, y en su punto más manido en la de los refugiados y la solidaridad con los desfavorecidos.
Aun así, “Una vida a lo grande”, una especie de Frank Capra del nuevo milenio protagonizada por otro “Juan Nadie” que no es sino el mismo de siempre, sigue conteniendo chispazos con el talento del autor de “A propósito de Schmidt” y “Nebraska”, apuntando con bala a la dictadura de las corporaciones y estableciendo interesantes reproches al creciente individualismo. Pero solo es rotundamente certero en su tramo inicial, antes de la cuesta abajo de una película en modo alguno desdeñable, pero fallida dentro de sus virtudes. Y quizá la peor —o la menos buena— de toda su carrera. Recomendada (con reservas).


Jumanji: Bienvenidos a la jungla. (USA, 2017). Dir. Jake Kasdan.
“Jumanji”, la original, pertenece a esa extraña familia de películas malas a las que tomas cariño y de las que, aun intentándolo, cuesta trabajo desprenderse. Robin Williams y una recua de rinocerontes correteando por el jardín... ¿Qué puede salir mal? La secuela es otra cosa. Simpática, bienintencionada y con un Jack Black en estado de gracia, pero, definitivamente, nada que ver. La idea de actualizar la mitología, llamémoslo así, situando toda la partida del juego de mesa primitivo en el interior de un videojuego "vintage" es, en un condescendiente sentido de la palabra, resultona.
Pero, en realidad, la película avanza más por el voluntarismo al que siempre empuja la nostalgia que por algún mérito claro e identificable. A un lado el hecho de que colocar la acción en un mundo paralelo hace que el dispositivo realidad-ficción (dentro y fuera del juego) que era el motor del filme de 1995 se pierda completamente, el problema es que la cinta no llega nunca a ser tan mala para ser algo, aunque sea un poco, buena. Y así. No Recomendada.


Ferdinand. (USA, 2017). Dir. Carlos Saldanha.
Film con dos nominaciones a los Globos de Oro: Mejor Película de Animación y Mejor Canción.
Protaurinos y animalistas comparten similar porcentaje de tirria a Walt Disney. Sostenía Albert Boadella que las raíces del movimiento antitaurino podían estar en una película para él tan perniciosa como Bambi, cuyo uso del antropomorfismo alentó en el mundo entero una castradora mirada sentimental sobre el universo de los animales. Un militante del PACMA, por otro lado, intentó una vez explicar el grado de corrupción de las esencias que implicaba ese antropomorfismo disneyano que superponía emociones humanas sobre un mundo animal que no merecía ser sometido a ese yugo. Echarle la culpa a Disney es un recurso que siempre funciona, quizá porque acciona ese dispositivo freudiano de matar al padre (simbólico). Y Disney fue, en efecto, padre de muchas cosas, aunque no precisamente del antropomorfismo: sí lo fue del lenguaje canónico de la animación fundamentada en la caracterización de personajes. 
Y resulta que Disney tendrá también la culpa de que este “Ferdinand” del estudio Blue Sky guste tan poco, porque la película de Carlos Saldanha no resiste comparación con el corto de 1938 que, bajo la dirección de Dick Rickard, adaptaba el mismo libro ilustrado de Munro Leaf y Robert Lawson dentro del corpus disneyano. Donde había un cuidadoso hilvanado de gags visuales y un completo dominio de la flexibilidad de los personajes animados, Saldanha contrapone una dramaturgia de la histeria, donde la gestualidad de todos pasa de una emoción extrema a otra sin solución de continuidad. Lo peor, sin duda, es la poca consistencia estética de los diseños: aquí, esos personajes humanos tan propios de la más rutinaria animación digital, conviven con diseños que se dirían saqueados de otras fuentes, como el “Ferdinand” de Disney, el caballo de “Enredados” o la cabra de, agárrense, la española “El lince perdido”. Eso sí, antitaurina lo es. No Recomendada.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Sexismo y Cine (2)

En los últimos meses todas y todos hemos sido testigos de qué con las denuncias por acoso sexual a Harvey Weinstein al finalizar el verano, se iniciaba uno de los mayores escándalos de 2.017. Posteriormente, han salido a la luz pública otros casos, como los de los actores Kevin Spacey y Dustin Hoffman o los de los directores Brett Ratner y James Toback. No pensemos que esto ocurre solo en Hollywood, en Europa Peter Aalback Jessen, el co-fundador de Zentropa, la productora de Lars VonTrier, también está siendo investigado por nueve casos de acoso. 


Ante todo esto las preguntas que primero nos vienen a la cabeza son: ¿cómo ha sido posible que lo que era “un secreto a voces” en la meca del cine no haya sido denunciado hasta ahora?, ¿cómo es posible que actrices consagradas, adoradas por millones de espectadores, hayan estado calladas?

La primera respuesta que nos viene a la cabeza es “tenían miedo”. Miedo al despido, miedo a no ser contratadas, miedo al olvido, miedo a no lograr sus sueños. Sin duda, esto es cierto. Se trata de hombres poderosos, con mucho dinero y, sobre todo, con mucha influencia en la industria cinematográfica. Pero no podemos quedarnos aquí. La visión que la sociedad tiene de las mujeres y de los hombres, de sus derechos, de su dignidad y de su valía está en el fondo de estas conductas y de este silencio. En el hombre la sociedad considera que es “normal” la actitud agresiva y prepotente, en la mujer lo “normal” es ser sufrida, discreta, sumisa. En el mundo del cine se trata de distinta manera a hombres y a mujeres, a las segundas se las discrimina en función de su sexo sin atender ni a su trabajo ni a sus aptitudes. Solo tenemos que fijarnos en los roles femeninos en el cine, en la edad en la que las actrices “desaparecen” de las películas o de la escasez de mujeres directoras o directivas de productoras.

Hasta el momento no se han tomado medidas legales, y es difícil que éstas se produzcan por el tiempo trascurrido desde que tuvieron lugar y la falta de pruebas físicas. Las consecuencias se han producido a otro nivel, despidos o expulsiones de organismos cinematográficos prestigiosos, pero no basta con barrer y esconder las vergüenzas bajola alfombra roja.


Ojalá cuando dentro de unos años miramos hacia atrás veamos 2.017 como el inicio de un verdadero cambio en el sexismo imperante en el cine. No solo es necesario que las leyes cambien, es necesario que también cambien las actitudes, los estereotipos y, ante todo, el papel de las mujeres en TODOS los estamentos del cine. Desde luego, este escenario está más cerca gracias a este pequeño grupo de mujeres que han dado el paso de romper “la ley del silencio” imperante hasta ahora. Solo con la paridad delante y detrás de las cámaras, en los escenarios y en los despachos de las productoras, lograremos que el séptimo arte, esa fábrica de sueños, no sea una pesadilla para las mujeres que trabajan en él ni una fábrica de estereotipos sexistas para el resto del mundo.


Mª del Carmen Santiago Rivas               



viernes, 15 de diciembre de 2017

Los estrenos en Sevilla de 15-12-2017



3 películas se estrenan el 15 de diciembre de 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos películas estadounidenses y una española.  Decepcionante semana de estrenos en Sevilla, ya que lamentablemente, esta semana se queda sin editar en nuestra ciudad muchísimas películas que han visto su estreno exclusivo en otros lugares de nuestro país. Nos quejamos, pero de nada vale. Se quedan sin editar en Sevilla tres películas argentinas: “Una especie de familia” (Diego Lerman, 2017), “Alanis” (Anahí Berneri, 2017) y “Pasaje de vida” (Diego Corsini, 2015). Además, la candidata de Sudáfrica a los Oscars 2018, concretamente “La herida” (John Trengove, 207), una maravillosa película que pudimos ver en Sevilla hace unas semanas dentro del certamen “Andalesgai 2017”. Otra película no editada es la noruega “Intercambio por navidad” (Terje Rangnes, 2017). Como se puede apreciar, es triste la exhibición en Sevilla. Esperemos que mejore en semanas venideras. Vamos a ver que se puede ver.    



Muchos hijos, un mono y un castillo. (España, 2017). Dir. Gustavo Salmerón.  
Mejor documental en el Festival de Karlovy Vary 2017. Nominada al Goya a Mejor documental.
Podría ya considerarse como un género cinematográfico que no inauguró, pero sí le puso nombre, Pedro Almodóvar: el género «todo sobre mi madre». Y para abordarlo sólo se necesita talento, paciencia, una mirada pasional, divertida y sin pudor hacia sí mismo y los suyos, y por supuesto no una madre especial (todas lo son), pero sí capaz de comunicarse con la cámara con esa naturalidad y frescor que para sí hubiera querido Lawrence Olivier. Gustavo Salmerón, actor, comenzó hace tres lustros a arrancarle momentos, reflexiones y sentimientos a su madre, y ahora presenta este documental que es un ventanal abierto a ella y a su familia, un prodigio de extravagancia, humor seco y drama húmedo ante el que uno se defiende de la única manera posible: una trenza de sorpresa, alegría y tristeza.
El personaje central, Julita, la madre, es por completo extraordinario, comparable en fuerza y personalidad a la Carmina de Paco León, aunque distante en filosofía y «macguffin vital». En Carmina el «macguffin» era una partida de jamones y en Julita es la búsqueda y conservación de una vértebra de la bisabuela. Mujer de tres deseos, los que se enumeran en el título, y de tres sueños realizados, que habla de la muerte como si saliera de una película de Peckinpah, y que conoce y reflexiona sobre lo devastador del tiempo con apisonadora franqueza. Tan alegre y decadente como lúcida y triste. Recomendada.


Star Wars: Los últimos Jedi. (USA, 2017). Dir. Rian Johnson.
El director Rian Johnson tenía dos opciones obvias con 'Los últimos Jedi': usar 'El imperio contraataca' (1980) más o menos de la misma manera que J. J. Abrams y 'El despertar de la fuerza' (2015) usaron 'La guerra de las galaxias' (1977) -es decir, como un claro modelo- o seguir su propio camino. En lugar de escoger, ha hecho ambas cosas. Por un lado, la nueva película evoca la segunda entrega de la trilogía original no solo incluyendo palabrería sobre el destino y alusiones a asuntos como el valor y la solidaridad sino también secuencias que directamente están inspiradas en ella. Pero por otro Johnson subvierte por completo nuestras expectativas, atando cabos sueltos y desvelando misterios, cerrando abruptamente líneas narrativas y abriendo otras que desvían por completo la dirección que le suponíamos a la saga.
En ese sentido, 'Los últimos Jedi' funciona menos como la pieza central de una trilogía que como un punto culminante, que representa el final de un ciclo y el principio de otro. Los personajes hablan tan repetidamente de la necesidad de desapegarse del pasado y aceptar el futuro, y se comportan hasta tal punto de acuerdo a ello, que la película incluso llega a percibirse como una puesta en cuestión de 'El despertar de la fuerza' y de la testaruda tendencia de los fans a la nostalgia.
Al mismo tiempo, Johnson encuentra oportunidades más que suficientes para proporcionar emociones más puramente viscerales. 'Los últimos Jedi' acumula persecuciones y combates espaciales y duelos de espadas láser, y amplía significativamente el catálogo de poderes asociados a la Fuerza de una forma que quizá enfurecerá a muchos puristas. Por otro, ocasionalmente da rienda suelta a un tontorrón sentido del humor que no solo sirve para dar un respiro dramático a los héroes sino también logra quebrar la solemnidad de los villanos de un modo que los hace parecer más ridículamente humanos. Y todo eso mientras explora las psicologías de unos y otros con una profundidad de la que no se recuerda que 'Star Wars' hubiera hecho gala con anterioridad, hasta el punto de llegar a desdibujar ocasionalmente la línea que separa unos de otros.
'Los últimos Jedi' dura dos horas y media, y no todas las aventuras laterales que contiene llegan a justificar su propia existencia. Especialmente en su primera mitad, presenta dificultades combinar de forma dramáticamente vigorosa sus numerosos frentes narrativos. Pero incluso entonces resulta conmovedora por su forma de reconocer el alcance del dolor provocado por la pérdida -de aliados y amigos, de ilusiones e ideales, de confianza y esperanza y vidas humanas-, y por su confianza en que de ese traumático proceso resultará un necesario renacer. Recomendada (con reservas).


Se armó el belén. (USA, 2017). Dir. Timothy Reckart.
Nominada a Mejor Canción Original en los Globos de Oro.
¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes? El burro de Shrek, o algo muy parecido, bocazas, burlón, travieso y valiente —al menos a ratos—, como protagonista absoluto del camino de José y María hasta Belén, con el niño Jesús aún en el vientre, el rey Herodes como villano absoluto y una versión de los Evangelios entre el cristianismo superficial y la chiquillada animada de corte cómico. Parece la operación comercial definitiva para las Navidades: “Se armó el belén”.
Y sin embargo, el invento, quizá eficaz con los más pequeños, se antoja de vuelo muy corto en casi todos los aspectos para los adultos. Lo mejor es que la esencia del trayecto evangélico, la humanidad imperecedera de la mujer embarazada a punto de dar a luz, que no encuentra cobijo ni consuelo, sigue estando ahí en un retrato de José y María simpático y solvente, incluso en la habilidad para presentar las razonables dudas del marido sobre el embarazo sorpresa de su esposa… aunque la solución definitiva para el conflicto se exponga en fuera de campo. Pero el resto, comenzando por la excesiva presencia del slapstick y la acción, de las carreras y las caídas, protagonizadas siempre por animales con poca gracia y nula originalidad, nunca acaba de funcionar.
Colorista, con más que aceptables diseños en los escenarios y en el dibujo de fondos y detalles, pero con un convencional trazado de los personajes, todos parecidos a otros ya vistos en recientes animaciones, “Se armó el belén”, producción de la división animada de Sony en colaboración con el mítico estudio de Jim Henson, apenas se atreve con algún guiño religioso para los adultos y aún menos con un subtexto que trascienda desde la antigüedad hasta situaciones contemporáneas en cierto modo comparables.
Quizá sea mucho pedir, pero al menos nos hubiésemos conformado con que los personajes secundarios fuesen más vivaces que cargantes —la paloma, que no es el Espíritu Santo, es una lata insoportable con su lenguaje de forzado colegueo—, y con que su leve toque humanitario no hubiese estado acompañado por un puñado de baladas musicales rancias y blandengues. No Recomendada.