6 películas se estrenan
el 29 de diciembre de 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Tres
producciones estadounidenses, una francesa, una británica y una alemana. Ningún
estreno español para esta semana y se queda sin editar la interesante cinta
alemana “Recuerdos desde Fukushima” (Doris Dörrie, 2016). La película estuvo
nominada a Mejor Película en los Premios del Cine Alemán 2016 y trata sobre una
joven alemana que entabla amistad con una mujer mayor japonesa durante un tour
por la región de Fukushima, una zona afectada por el terremoto en del 2011 en
Japón. Por otro lado, destacar el reestreno de “Gremlins” (Joe Dante, 1984). Un
éxito ochentero reeditado. Apostamos por el reestreno de los clásicos y no por
los absurdos remakes que dejan mucho de desear. Echemos un repaso a los seis
filmes estrenados.
El gran showman. (USA, 2017). Dir. Michael Gracey.
Nominada a Mejor Película de Comedia en los Globos de Oro
2017.
Cuando, en 1980, Cy Coleman y Michael Stewart estrenaron
en Broadway un musical inspirado en la figura de P. T. Barnum, la crítica
dictaminó que a la propuesta le sobraba moderación y le faltaba sentido del
exceso para hacer justicia al personaje, célebre empresario que fundó el
flameante Barnum & Bailey Circus tras convertir la exhibición de fenómenos
humanos en rentable negocio. Nadie acusará de lo mismo a esta película que se
sirve del mismo tema para ofrecer algo que, por lo menos hasta “La La Land”,
llevaba tiempo siendo la más improbable de las atracciones de multisala: un
musical escrito directamente para la pantalla.
Han sido, de hecho, Benj Pasek y Justin Paul,
compositores de “La La Land”, los responsables de escribir el conjunto de
exultantes números musicales que convierten “El gran 'showman'” en agotador
concentrado de show-stoppers: hay una épica marcadamente OT en estas canciones
que avanzan en perpetuo crescendo hasta la anhelada ovación y que celebran en
Barnum la figura de un idealista romántico antes que al empresario al que se le
atribuyó la agria frase “nace un tonto a cada minuto”. En un momento que da la
medida del tono, Hugh Jackman, desaforado como un obús canoro, se desgañita a
todo correr por las calles, se sube a un tren en marcha y continúa con el himno
desde el último vagón.
“El gran 'showman'” acaba siendo un imponente objeto
kitsch dotado con un gratificante poder de seducción si uno se entrega a sus
barrocos encantos. Al contrario que en la película de Damien Chazelle, no son
ni la puesta en escena, ni la coreografía los vectores dominantes de este
musical que confía demasiado en el montaje, pero el recorrido está sembrado de
ideas visuales que van de la eficaz obviedad –el plano que relaciona unas
oficinas con un camposanto- a la brillantez –la transformación de unas sábanas
tendidas en espectral cuerpo de baile, el uso rítmico de martillos en la pegada
de carteles o los golpes de chupito sobre barra cantinera-. La energía de Hugh
Jackman merecía este campo de juegos. Recomendada.
The Disaster Artist. (USA, 2017).
Dir. James Franco.
Concha
de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián 2017 y nominada a Mejor Película
de Comedia en los Globos de Oro 2017.
El
actor y director James Franco encuentra, igual que encontró Tim Burton con «Ed
Wood», una extraña y maravillosa forma de cantarle su amor al cine mediante el
retrato, tan ridículo como encantador, de uno de los más penosos directores que
han existido, Tommy Wiseau, autor de un título ya de culto y que pasa por ser
la peor película de la historia, «The Room». Si Burton hallaba poesía y clima
en su deleznable director Ed Wood, Franco lo que le encuentra al suyo es una
incontenible gracia desquiciada, la cual adorna con enormes dosis de vitriolo e
ínfulas que lo convierten en un impresionante merluzo, pero también un
entrañable y descacharrante merluzo.
James
Franco y su hermano Dave componen a los dos personajes de la historia, a Wiseau
y a su protagonista, Greg Sestero, sin duda el peor actor que ha tenido
enfrente cámara alguna, y autor del libro en el que se basa esta película. La
genialidad de James Franco se aprecia en todo el desarrollo de la historia,
pero especialmente en las escenas que se ofrecen en paralelo del rodaje real de
«The Room», clonadas aquí de manera asombrosa.
Pero
lo increíble es que Franco consigue mediante la sátira, la caricatura sin
piedad y la risa más explosiva inocular algo parecido al respeto y la
admiración por sus personajes y su desquiciada aventura cinematográfica, y que
su película clonada sea el mejor ejemplo de eso que tan solo está a la altura
de los genios y que, dicho mal y pronto, consiste en convertir la mierda en
arte. Una película en la que solo dejas de sorprenderte, de mondarte, para
hacerle un hueco en tu corazón a semejantes inútiles y soñadores. Recomendada.
Una bolsa de caninas. (Francia, 2017). Dir. Christian
Duguay.
Las tendencias son demasiadas veces imposibles de
cuantificar, y está bien que sea así. Sobre todo si esa corriente orientada
hacia un determinado tipo de dirección está relacionada con el cine, con mucho
de negocio en su base, pero también con una evidente cuota de arte, ya sea
mayor o menor. Sin embargo, demasiadas veces también, las inclinaciones
artísticas y comerciales pueden medirse en términos numéricos: y ocho millones
de franceses son muchos franceses. Justo los que vieron en el año 2004 la
película “Los chicos del coro”, en la que Christophe Barratier supo aplicar
ingredientes en su precisa medida para que aquella epopeya educativa y musical
se convirtiera en una obra a la que imitar. Desde entonces, no menos de una
decena de producciones francesas han ido aplicando semejante engranaje formal,
narrativo y tonal a sus relatos ambientados en agitados tiempos históricos. Y “Una
bolsa de canicas”, nuevo trabajo del veterano e impersonal director canadiense
Christian Duguay, es la última de ellas.
Duguay, que comenzó su carrera en los primeros años
noventa con dos inservibles secuelas de “Scanners”, de David Cronenberg, ha
venido trabajando en Canadá, Reino Unido, Estados Unidos y Francia, casi
siempre en torno al cine de acción, sin que ninguna de sus obras descollara.
Sin embargo, es muy posible que la aplicación de las convenciones impuestas por
el acercamiento de Barratier le hayan llevado a su mejor película, sin que esta
sea nada del otro mundo. A saber: didáctica histórica para primerizos, fuerte
componente melodramático, mínima trascendencia, personajes con capacidad para
la empatía, protagonismo infantil, aliento humanista, control del ternurismo,
suspense dramático y leves toques de humor, quizá el único componente que está
cerca de enrojecer a la platea a causa de su impostura.
Ambientada en la Francia ocupada por los nazis, basada en
una novela publicada en 1973 por su niño protagonista, de familia judía, e
inspirada por tanto en su propia peripecia de éxodo, escondrijo y reencuentro, “Una
bolsa de canicas” puede ser una película agradable incluso dentro de su propia
tragedia. Con la dureza suficiente como para no ser acusada de meliflua, pero
con el sosiego suficiente como para no enturbiar incluso una tarde de cine en
familia. Así, en términos pedagógicos y éticos, casi podría configurarse como
la película perfecta para un novel acercamiento a la muy compleja Francia de
Vichy, prescrita para adolescentes de primer año. Recomendada
(con reservas).
El arte de la amistad. (Reino Unido, 2017). Dir. Stanley
Tucci.
La historia del pintor suizo y escultor Alberto
Giacometti.
Cuando Giacometti le pidió a su amigo y biógrafo James
Lord que permaneciese un par de días más en París para realizarle un
retrato, quizá no estaba tan preocupado por gratificar a su interlocutor como
por resolver un nuevo pulso personal con un siempre esquivo ideal artístico.
Sobre esos dos días que, finalmente, se convirtieron en dos semanas levanta
Stanley Tucci un quinto largo como director que, antes que evidenciar un claro
interés por los secretos y claroscuros de la creación artística, lo que
acaba haciendo es delatar sus propias limitaciones como retratista.
El sentido del espectáculo recae aquí sobre una de esas
interpretaciones camaleónicas y pirotécnicas que Geoffrey Rush ha convertido
en marca de fábrica: el problema es que su Alberto Giacometti, huraño, putero
y despreocupado del vil metal, acaba pareciendo la versión high-class de un celebrities televisivo
inconfundiblemente chanante, contemplado por un Armie Hammer que parece un
arqueo de ceja (o un maniquí de Cortefiel) hecho hombre. Divertido es, pero
¿se trataba de eso? No Recomendada.
Olvídate de Nick. (Alemania, 2017). Dir. Margarethe von
Trotta.
Cuando en 1989 Danny de Vito estrenó la estupenda “La
guerra de los Rose”, puso sobre la mesa un modelo de comedia que, amparado en
los estereotipos de género, llevaba el dolor del pasado romántico común hasta
la imposibilidad de un presente —y un futuro— en compañía. Una obligación de
convivencia en el hogar de la felicidad de antaño, provocada por circunstancias
legales, que recupera ahora la desigual comedia alemana “Olvídate de Nick”,
escrita por Pam Katz y dirigida por la veterana Margarethe Von Trotta, que la
pareja creativa lleva hasta el terreno de una doble lucha de géneros.
En primer lugar, la de las dos ex-esposas del tal Nick,
que deben compartir la casa que, de forma consecutiva, ha amparado una parte de
sus existencias junto al marido de sus actuales desvelos, y que se ha largado
con una tercera, 20 años más joven. Es decir, una brega de mujer contra mujer,
cada una con estilos vitales radicalmente opuestos. Y en segundo lugar, la de
la mujer, en toda su extensión, contra el macho que, en diferentes
circunstancias, ha acabado sepultándolas en un segundo plano desde el que ahora
han decidido revelarse.
Partiendo de la base de que lo relacionado con la comedia
de enredo y, sobre todo, con la comedia más física, lindando con el slapstick
americano, es directamente atroz, hay en cambio muchas y variadas reflexiones
interesantes en el guion de Katz, que ya escribió para Von Trotta la fascinante
“Hannah Arendt” (2012). Consideraciones sobre el triunfo y la competitividad a
la que parece abocada la sociedad contemporánea; sobre el ideal de belleza y
sobre la moda —a la que se dedica profesionalmente una de las ex-esposas,
primero como modelo y ahora como diseñadora—; sobre el poder de la mujer, los
efectos de la maternidad y, en fin, la necesaria insurrección femenina contra
el rastrero concepto de su fecha de caducidad para según qué aspectos de la
vida.
Sin embargo, a pesar de sus dos nobles retratos de mujer,
Katz y Von Trotta han olvidado algo importante: que el dibujo que han compuesto
del hombre de sus desgracias, pero también de algunos de los grandes momentos
de sus vidas, resulta patético, sin un síntoma, sin una esquirla, que deje
adivinar dónde radicaba el interés para dos mujeres tan cerca de lo apasionante.
Así, ese perfume llamado Feminista, que la diseñadora lanza al mercado, queda
configurado como bendita metáfora, pero sin el imprescindible ingrediente que
evite que esa necesaria lucha de poder resulte lineal y subrayada, queda
también modelado como un andamiaje sin recovecos, sin sutilezas, y sin
verdadero análisis. No Recomendada.
Dando la nota 3. (USA, 2017). Dir. Trish Sie.
“La La Land” fue apenas un espejismo. Un año después de
su triunfo, cualquier rendija abierta para la resurrección del musical clásico
parece haberse cerrado mientras una saga tan escuchimizada como “Dando la nota”
anda ya por su tercera entrega. Si en la primera película de la serie,
independientemente de sus virtudes musicales, que no eran demasiadas, al menos
había rebeldía, refrescantes mensajes sobre la alienación juvenil, chistes escatológicos
descacharrantes, incorrección política y procacidad juvenil y feminista, “Dando
la nota 3” languidece ahora entre convencionalismo, falta de atrevimiento y
mecánica musical de andar por casa.
Como en las dos primeras películas de la franquicia, Kay
Cannon, artífice de aquellas gotas de cianuro en la lengua de la estrellitas de
American Idol, sigue al frente del guion, pero nada recuerda ya a aquella bomba
de relojería. Porque al brío en la puesta en escena de Jason Moore, director de
musicales de Broadway y candidato al premio Tony, le sucedió sin fuste alguno
la actriz y productora Elizabeth Banks en la segunda parte de la saga, y ahora
la todavía más pedestre Trish Sie en la tercera. Que en cuatro años “Dando la
nota” haya pasado de estar dirigida por un prestigioso director teatral a ser
comandada por la artífice de “Step up: all in” solo es síntoma de los
derroteros que a veces toman las vidas adultas en pos de la horterada y el
encefalograma plano.
Con números musicales cada vez más anodinos, la película
tiene además un hilo conductor que tampoco parece demasiado revolucionario: las
chicas del grupo a capella cruzan el charco para cantar en las bases militares
del ejército estadounidense en tierras europeas, entre ellas la de Rota. De
modo que parte del metraje se ha ido resquebrajando entre pensamientos malsanos
de una posible competición en carnavales con las chirigotas gaditanas. No Recomendada.
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