viernes, 27 de abril de 2018

Los estrenos en Sevilla de 27-04-2018


6 películas se estrenan el 27 de abril de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos producciones son estadounidenses, una británica, una francesa, una palestina y una española. Esta semana se queda sin editar en Sevilla la película alemana “Lou Andreas-Salomé” (Cordula Kablitz-Post, 2016), biopic de la escritora rusa Lou Andreas-Salomé (1861-1937), una mujer adelantada a su tiempo que departió con Nietzsche, fue analizada por Sigmund Freud y se rodeó de grandes de artistas y escritores de finales de la época como el poeta Rainer Maria Rilke, de la que fue amante. Tampoco se estrena en Sevilla “Fortunata” (Sergio Castellitto, 2017), comedia italiana presente en el Festival de Cannes 2017 en la sección “Una cierta mirada”, donde consiguió el premio a Mejor Actriz (Jasmine Trinca). Y vamos con nuestro repaso semanal de lo estrenado en Sevilla.       


Invitación de boda. (Palestina, 2017). Dir. Annemarie Jacir.
Representante de Palestina en los Oscars 2018.
Presentada en el Festival de Locarno 2017 y el Festival de Mar del Plata 2017. En este último fue ganadora del Premio a Mejor Película y Mejor Actor (Mohammed Bakri).
Drama familiar interpretado por Saleh Bakri, Mohammed Bakri y Maria Zreik.
Nazaret, la ciudad de Israel con mayor población árabe, es el escenario perfecto para una película de carretera en la que los personajes avanzan en lo moral mientras no dejan de dar vueltas en lo físico. Los conflictos internos, de familia, entre un padre y un hijo que reparten invitaciones de boda, entregadas en mano, sin mediación, como manda la tradición palestina, ejercen de metonimia ideal de los conflictos externos, los que surgen entre las diferentes tradiciones de la ciudad, en lo político, en lo religioso, en lo social.
En su tercer largometraje, Annemarie Jacir, palestina de Belén, ha compuesto con “Invitación de boda” una road movie clásica en la que no es necesario salir de la ciudad para que se cumplan sus esencias. Como mandan los cánones del subgénero, cada encuentro, cada visita a amigos y familiares, muestra una microhistoria personal, un modelo de relación entre iguales y entre diferentes, un prototipo de los conflictivos vínculos en una ciudad diversa, trascendiendo de este modo desde lo particular hasta lo universal.
Jacir, que ha dado un gran salto de calidad desde su ópera prima, “La sal de este mar” (2008), también estrenada en España, logra una película fascinante ambientada durante buena parte de su metraje en el interior de un coche. Un reducto donde padre e hijo reflexionan sobre la oportunidad de marcharse y la necesidad de quedarse en una ciudad que nunca los acogió, pero que también es suya. Tradición y modernidad, en continua pugna, aunque entrelazadas como los dedos de dos personas que se aman, que saben mirarse a los ojos y comprender lo que hay dentro. Una fuerza del cariño comandada por dos actores excelentes, Mohammad y Saleh Bakri, padre e hijo en la vida real, forjadores de una bella calma entre el nervio de una ciudad (im)posible.
Sin las desorientaciones de verosimilitud de “La sal de este mar”, historia de amor que ya se centraba en el mismo subtexto —la colisión entre el que aspira a respirar fuera del conflicto palestino-israelí y el que aún cree que se pueden cambiar las cosas desde dentro—, “Invitación de boda”, drama con apuntes de comedia presentada en Locarno y Mar del Plata, es una de esas películas para vivir, aprender y soñar. De apariencia sencilla y mensaje complejo, que se escucha y se huele, y que se mantiene firme sobre una línea de corte humanista, tan necesaria en estos tiempos de constante desequilibrio. Recomendada.



El león duerme esta noche (Francia, 2017). Dir. Nobuhiro Suwa.
Presentada en la sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián 2017.
Película dramática donde se aborda el cine dentro del cine, interpretada por Jean-Pierre Léaud, Pauline Etienne, Arthur Harari, Maud Wyler y Jules Langlade.
El score está compuesto por Olivier Marguerit.
En la película se escucha un diálogo “Tengo un problema: no sé cómo representar mi muerte” a lo que se le contesta “La muerte no se representa”.
Este diálogo entre un actor cansado e inseguro, teórico y sentimental, y una ayudante de dirección práctica y directa, cine dentro del cine, podría definir la doble dicotomía en la que se mueve la preciosa película de Nobuhiro Suwa “El león duerme esta noche”. ¿La muerte tiene más que ver con el sosiego o con la desdicha, con el encuentro o con el combate? ¿Y el cine? ¿Está hecho de gravedad o de espontaneidad, de impostura o de libertad?
A través de la imponente figura de Jean-Pierre Leaud, que hace tiempo que dejó de ser un simple actor para configurarse como el reflejo de un modo de hacer cine en continuo peligro de extinción, Suwa ha compuesto una película que, aun siendo una impagable reflexión sobre la creación artística, nunca pontifica, nunca sube el volumen, encontrando siempre el tono justo, incluso en su melancólica banda sonora, para abordar la trascendencia del crepúsculo desde el recreo infantil. Y, como en “Yuki y Nina” (2009), su anterior obra, coloca como protagonistas a un puñado de niños que juegan a ser mayores mientras reparten naturalismo en una película mágica.
El rey se muere. Como en la obra homónima de Eugene Ionesco. Como en la excelente “Vuelvo a casa” (Manoel de Oliveira, 2001), que partía de la pieza del dramaturgo del absurdo, y con la que tanto tiene que ver “El león duerme esta noche”. Y el monarca Leaud retrotrae su mirada hasta la experiencia de vivir y, sobre todo, hasta el consuelo de haber amado, en una suerte de “Fresas salvajes” que no es sino el sueño de la razón. La razón de un niño de 7 años.
Hasta el fin, quizá irrepresentable, quizá puro lenguaje cinematográfico. Porque Suwa, que articula su película por medio de continuos fundidos a negro que convierten los últimos días en algo paulatino e incontenible, como la vida misma, bien sabe que la muerte, citando a David Chase, puede ser un simple corte a negro. Recomendada.



7 días en Entebbe. (Reino Unido, 2018). Dir. José Padilha.
Presentada en la sección oficial (fuera de competición) del Festival de Berlín 2018.
Thriller, basado en hechos reales, sobre temas de terrorimo, interpretado por Rosamund Pike, Daniel Brühl, Eddie Marsan, Ben Schnetzer y Kamil Lemieszewski.
El score está compuesto por Rodrigo Amarante.
A propósito de “RAF Facción del Ejército Rojo” (2008) de Uli Edel, Nick James, director de la revista “Sight & Sound”, elaboró una interesante reflexión en torno al estado del cine político en la era del mercado cinematográfico global: el imperativo de contentar a todo al mundo acababa determinando una calculada ambigüedad de discurso que fomentaba que esa película pudiese ser leída en términos de nostalgia activista chic y de aproximación, superficial y poco problemática, a un oscuro episodio de la reciente historia europea. La reflexión podría aplicarse punto por punto a “7 días en Entebbe” de José Padilha.
Bastaron seis meses desde que el Frente Popular para la Liberación de Palestina secuestrase a los pasajeros y tripulantes de un vuelo de Air France e intentase negociar la liberación de sus 102 rehenes desde el aeropuerto de Uganda para que tan delicado suceso se convirtiese en material para el espectáculo. La televisiva “Victoria en Entebbe” (1976) –estrenada en salas en nuestro país- abrió el fuego, pero no tardarían en sumarse otros dos trabajos en menos de un año: “Brigada antisecuestro” y “Operation Thunderbolt” (ambas de 1977). En todas ellas el cantar de gesta en torno a la eficacia heroica del ejército israelí se daba la mano con las lógicas de producción (y del star-system) propias del vigente fenómeno de las películas de catástrofes, variante “Aeropuerto” (1970) y sus derivados.
Deprime bastante que la distancia temporal con los hechos no haya insuflado más lucidez a “7 días en Entebbe” más allá de esos rótulos finales en torno a la necesidad de diálogo y los porvenires de Isaac Rabin y Simón Peres. La gran aportación de Padilha, aparte de un cierto buen pulso narrativo, es un alto porcentaje de kitsch en el uso alegórico de una pieza de danza contemporánea que propicia, en el clímax, un montaje paralelo que se diría la peor idea en la historia de la representación del terrorismo en el cine desde que Spielberg mezclara sexo y cuerpos acribillados en el desenlace de “Múnich” (2005). El resultado es una película ideológicamente inútil, pero ejecutada con una fútil competencia. No Recomendada.



Noche de juegos. (USA, 2018). Dir. John Francis Daley y Jonathan Goldstein.
Comedia del absurdo con desapariciones y secuestros de por medio. Interpretada por Jason Bateman, Rachel McAdams, Kyle Chandler, Sharon Horgan y Jesse Plemons.
El componente lúdico del cine tiene en el crimen uno de sus más paradójicos exponentes. Y casi desde siempre los directores y, sobre todo, los guionistas han jugado con los espectadores a la sorpresa, el poder de adivinación, las falsas pistas, el retruécano visual y el chiste autorreferencial en películas normalmente ambientadas en espacios cerrados, de reunión de amigos (o enemigos), en las que se lanzan unos cuantos fuegos artificiales de pronto olvido, pero de máxima satisfacción fugaz.
Un lugar al que pretende llegar la estadounidense “Noche de juegos”, segunda película de John Francis Daley y Jonathan Goldstein, pasajero divertimento que puede entroncar tanto con clásicos como “La cena de los acusados” y “Un cadáver a los postres”, como con las comedias para adultescentes pergeñadas por Judd Apatow. Una fusión alrededor de los juegos en familia entre el whodunit a lo Agatha Christie y la risa loca contemporánea, que, a pesar de contener puntuales estallidos de gracia, sobre todo en diálogos esporádicos sacados de contexto, casi digresiones (in)necesarias, no acaba de persuadir en su totalidad por la absoluta inanidad de su conjunto.
A Daley y Goldstein, como ya demostraron en la felizmente cafre “Vacaciones” (2015), se les nota cierta mano para el gag esporádico, tanto en lo visual como en lo vocal pero, frente a estupendos hallazgos, como el personaje del vecino policía, el devenir de la historia principal importa poco más que un pimiento, y la irregularidad de sus situaciones acaba ganando la partida de Cluedo. De modo que finalmente sus rostros estrella son tanto su mejor reclamo como su tumba. Y acabamos preguntándonos qué hacen Rachel McAdams y Jason Bateman en este The game de baratillo. No Recomendada.



Vengadores: Infinity War. (USA, 2018). Dir. Anthony Russo y Joe Russo.
Película de superhéroes enclavada en el Universo Marvel, interpretada por Robert Downey Jr., Chris Hemsworth, Benedict Cumberbatch, Chris Evans, Mark Ruffalo, Scarlett Johansson, Chris Pratt, Tom Holland, Josh Brolin, Gwyneth Paltrow, Tom Hiddleston, Peter Dinklage, Paul Bettany, Samuel L. Jackson, Benicio del Toro y William Hurt.
El score está compuesto por Alan Silvestri.
Todo mal. Según la ciencia, la inexacta, el máximo que aguanta una vejiga sin vaciarse es el resultado de un no necesariamente complejo algoritmo donde intervienen variables como la cantidad de café ingerido, el tamaño de la próstata (en ellos), el estado del suelo pélvico (en ellas), la capacidad para la concentración de cualquiera (ellos y ellas), y hasta las ganas de irse del cine cuanto antes de todos. Independientemente del sexo y del estado civil. Digamos que “Vengadores: Infinity War” es toda ella una provocación diurética; una invitación a huir camino del mingitorio a la primera presión; una gran, por decirlo en corto, micción. El problema no es que dure dos horas y media que, la verdad, ya es bastante. No, lo grave es la incontinente inanidad de 156 minutos soltados a chorro con la emotividad y tensión de un dolor de vientre. Suena exagerado, quizá algo sucio, y, en efecto, lo es.
Se entiende mal que lo que debería ser el cierre épico, triste y hasta tierno de una saga que, con sus altibajos, nos ha mantenido en vilo desde hace una década se precipite por los territorios más vulgares de la absoluta falta de ideas. Los hermanos Russo, que nos sorprendieron con la más adulta, divertida y bien tramada entrega de todas las superseries superheoricas (eso fue “Capitán América: Civil War”), se dejan ahora llevar por el tráfago. O mejor por el tráfico. Muy denso.
En su descargo quizá habría que apuntar que toda la película es una hora punta desde el primer segundo. La cantidad de personajes y abdominales traumatizados por algún episodio de la infancia o la primera juventud es sencillamente ingobernable. Por allí circulan, los siempre ocurrentes Guardianes de la Galaxia, el histrionismo del Doctor Strange, el encanto natural de Iron Man, el irresponsable descaro de Spiderman, la pomposidad colorista de Black Panther y, por supuesto, el buen tono muscular de Thor. Es decir, la mayor concentración de gente con poderes desde la aplicación del 155. El reto consiste, por tanto, en hacer coincidir todas las sensibilidades y hasta géneros en algo con sentido. Pues no, no les sale a los directores. Ni a uno ni a otro.
Puesto que desde el principio se anuncia como fin de una era (se van los que acaban contrato, ni más ni menos), no adelantamos nada si decimos que toda la película está plagada de bajas. Y aquí nos paramos. El indomesticable Thanos, enamorado hasta la médula de la muerte, ha llegado para completar el ERE más radical visto en toda la crisis. Pues bien, desconsuela la nula capacidad de la película para provocar algo parecido a una lágrima, un puchero, si quiera un gesto de descontento. Se mueren nuestros héroes y, quién lo iba a decir, da exactamente igual. Es triste, sí, pero por los motivos equivocados.
Lo demás son ya errores de bulto. Y muy abultados. La caracterización de Josh Brolin como el villano devora planetas no supera a la del anuncio de Mister Proper. Cada uno de los intentos por dotar de profundidad a su drama interior -el hombre está más preocupado por la superpoblación del universo que Malthus- se antoja sólo ridículo. Quizá también desproporcionado, pero más ridículo. Como risible es la monotonía con las que se trenzan las historias en un alarde tan anticlimático como muy aburrido. Sólo a la altura de chupar un clavo o, en el mejor de los casos, mirar fijamente a la pared. Eso por no citar lo feo y anodinos que resultan cada uno de los escenarios interestelares. Y luego está la pregunta sin respuesta de siempre: ¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar bromas, chistes o lo que sea sobre la década de los 80? Sí, también aquí.
Para el final queda la constancia de que ya está bien. Da la impresión de que el gesto abusivo de intentar convertir la pantalla en un circo de cinco pistas donde todo sucede a la mayor gloria del escapismo en la más burda de sus versiones ha tocado techo. O fondo. “Vengadores: Infinity War” discurre por la pantalla con el único beneficio del atolondramiento. Los cuatro chistes bien colocados, que los hay, así como la despampanante intervención de Peter Dinklage, que lo es, no salvan ni de lejos el todo o, mejor, el supertodo. Todo mal.
Y otro día hablamos del GUANTELETE (así, en mayúsculas). De la VEJIGA (también en mayúsculas) ya hemos dicho lo que tocaba. No Recomendada.



Hacerse mayor y otros problemas. (España, 2018). Dir. Clara Martínez-Lázaro.
Combina la comedia y el drama este film español. Interpretado por Silvia Alonso, Bárbara Goenaga, Antonio Resines, Vito Sanz, Mariona Terés, Javivi, María Esteve, Francesco Carril, Lucía Delgado y Usun Yoon.
El título es explícito, convencional, por reiterado, y malo. Y la película es igual. “Hacerse mayor y otros problemas”, segundo trabajo de Clara Martínez-Lázaro, que dirige y escribe en solitario, es un conjunto de ideas alrededor del paso de la juventud a la madurez, ese camino recorrido cada vez con menos euforia y más parsimonia, que nunca logra escapar de la condición de tópico superficial, banal ejercicio de autorreflexión y comedia sin ritmo ni gracia.
La inestabilidad de las relaciones sentimentales, la necesidad (o no) de tener hijos, la calidad del sexo, el valor de la amistad... Buena parte de las primeras películas de los nuevos directores van de eso, algo comprensible si se tiene en cuenta que se intenta hablar de lo que se sabe, y que se busca el poder de la identificación con algo que se está viviendo o se ha experimentado hasta bien poco antes. Y, sin embargo, en la película de Martínez-Lázaro todo está muy por debajo de la media; incluso en las actuaciones, donde una parte de los intérpretes roza la sobreactuación gestual y vocal, quizá para remediar la poca calidad de los diálogos. 
“Cuatro semanas llevo sin dormir. Yo pensé que iba a ser feliz. ¡Ni se os ocurra!”. No es que sean las tres frases esenciales de la historia sobre el hecho de ser madre: es que son casi las únicas. Y poco más allá llega esa vertiente de la reflexión —cierta o no, eso es lo de menos— en el relato de Martínez-Lázaro, que debutó en 2015 con “Mirabilis”, película que no llegó a las salas comerciales, y que en “Hacerse mayor y otros problemas” acusa unas demasiado visibles carencias para el tempo cómico, el dinamismo secuencial y la escritura de situaciones que lleven a la risa. No Recomendada.


miércoles, 25 de abril de 2018

"Klimt: La lucidez de la pasión"


Conferencia ilustrada, a cargo de Juan Bosco Diaz-Urmeneta, en CICUS



Juan Bosco Díaz-Urmeneta, profesor de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Sevilla, conferenciante con larga experiencia en la dirección de cursos, experto en arte contemporáneo, crítico de arte en medios de comunicación como "Diario de Sevilla" y "El País" y comisario de exposiciones, colabora un año más con nuestra asociación Linterna Mágica en esta actividad celebrada en CICUS, con esta conferencia en la que analiza los vínculos existentes entre cine y pintura.



En anteriores ediciones de estos de diálogos entre cine y artes plásticas, que siempre han contado con el respaldo de un numeroso público, el profesor Díaz-Urmeneta ha analizado la obra de artistas geniales como Jackson Pollock, a partir del filme Pollock: La vida de un creador (2000), dirigida y protagonizada por Ed Harris. La sensibilidad de Edward Hopper, fue analizada usando secuencias de la singular Shirley: Visiones de una realidad (2013) de Gustav Deustch. En 2016 le tocó al controvertido Caravaggio, basándose en el filme Caravaggio (1985) del siempre singular Derek Jarman. Y, por último, el pasado año 2017, analizó para nosotros la técnica pictórica del británico William Turner, a partir del filme Mr. Turner (2014) de Mike Leigh.


1908: Retrato de Gustav Klimt, por Dora Kallmus (Madame D'ora)


En esta ocasión, continuando con esta serie de conferencias ilustradas, el profesor Diaz-Urmeneta, realizó, ante un auditorio repleto, un recorrido sobre la personal obra del pintor austríaco Gustav Klimt (1862-1918), sirviéndose de algunas secuencias del filme Klimt (2006), dirigido por el chileno Raoul Ruiz y protagonizado por John Malkovich.


Fotograma de "Klimt" (Raoul Ruiz, 2006)






martes, 24 de abril de 2018

Al otro lado (Fatih Akin, 2007), en el Circulo Mercantil e Industrial



En la Mesa Redonda estuvieron José Miguel Moreno, Daniel Cruz y Francisco Vallecillo, moderados por Paco Bellido.

viernes, 20 de abril de 2018

Los estrenos en Sevilla de 20-04-2018


Gran renovación en la cartelera cinematográfica de Sevilla con el estreno de 10 películas el día 20 de abril de 2018. Tres producciones son estadounidenses, dos españolas, una japonesa, una británica, una canadiense, una francesa y una cubana. Variedad de nacionalidades y de propuestas. A pesar de la avalancha de estrenos, queda sin editar en nuestra ciudad el drama checo “Nunca estamos solos” (Petr Vaclav, 2016) y el drama francés que compitió en el Festival de Locarno “9 dedos” (François-Jacques Ossang, 2017). Como se observa, siempre, siempre, se queda algo en el tintero y no se estrena en nuestra ciudad. Lamentamos estas ausencias de la cartelera y pasamos a nuestro repaso semanal de lo estrenado en Sevilla.       


Un lugar tranquilo. (USA, 2018). Dir. John Krasinski.
Thriller psicológico interpretado por Emily Blunt, John Krasinski, Millicent Simmonds, Noah Jupe y Cade Woodward.
El score está compuesto por Marco Beltrami.
“Ese motor me está volviendo loco”, exclama Abel Rosenberg en “El huevo de la serpiente” (1977), de Ingmar Bergman, cuando descubre que el angosto apartamento que comparte con su amante es una sucursal del infierno: el espacio donde un oscuro científico desarrolla sus experimentos, utilizando un persistente pero casi inapreciable estilete sónico para perforar la tenue membrana que separa la cordura de su reverso. Los enfermizos ambientes del imaginario lynchiano o el juego deconstructivo de la brillante “Berberian Sound Studio” (2012) podrían proporcionar otros buenos ejemplos, en el imaginario del terror, en torno al vínculo entre el sonido y un Mal abstracto. En “Un lugar tranquilo”, John Krasinski propone una estimulante vuelta de tuerca a la tradición: una pesadilla donde el silencio absoluto es el único refugio pero, al mismo tiempo, la condena que condiciona las existencias de unos personajes encerrados en una suerte de purgatorio permanente.
La premisa no puede ser más sencilla: nuestro planeta ha sido invadido por una especie alienígena tan ciega como infalible a la hora de detectar auditivamente a sus presas. La única posibilidad de supervivencia en tan severo entorno pasa por abrazar un silencio absoluto, que, por supuesto, aquí tiene muy poco de meditativo: un silencio tenso que define un permanente estado de alerta y determina toda la expresión formal de la película. Un grito de dolor o el incontrolable llanto de un recién nacido se convierten, en ese contexto, en una instantánea condena a muerte. Cuando la película presenta a su reducido grupo de personajes –una familia con la esposa en avanzado estado gestante-, la potencialidad de la tragedia queda claramente establecida.
Noah Jupe y Millicent Simmonds –la actriz sorda de nacimiento que, en un solo año, ha logrado dos papeles a medida: éste y el de “El museo de las maravillas”- completan el reparto de cámara de un proyecto que Krasinski y Blunt parecen asumir como aparatoso –y escalofriante- sucedáneo de película familiar. Las únicas palabras que se pronuncian son a resguardo de una cascada en esta joya sostenida sobre dos transparentes pilares: la puesta en escena y el diseño de sonido. Recomendada.



Isla de perros. (USA, 2017). Dir. Wes Anderson.
Premio al Mejor Director en el Festival de Berlín 2018.
Película de animación cuyo guión es firmado por el propio Anderson, basado en una historia creada por él mismo y por Roman Coppola, Kunichi Nomura y Jason Schwartzman.
El score está compuesto por Alexandre Desplat.
Cada plano de “Isla de perros” está diseñado con el gusto por el detalle, el cuidado en la composición y la exigencia en el equilibrio de una bandeja de bento. Cada corte de su montaje está ejecutado con precisión de un itamae-san preparando una impecable ración de sushi. Y al propio Wes Anderson no deben de escapársele esas metáforas, porque, en un momento de su película, las hace explícitas en una secuencia donde la preparación de un suculento plato se convierte en síntesis de las virtudes plásticas y dinámicas de una película que logra canalizar su acusado sentido del artificio en una caligrafía visual que apuesta por la síntesis y la esencialidad y nunca sucumbe a la tentación del desbordamiento barroco. Cuando estrenó “Fantástico Mr. Fox” (2009), varias fueron las voces que coincidieron en señalar que la animación se revelaba un lenguaje natural para un fetichista de la estilización como él. Ahora, “Isla de perros” demuestra que la cultura japonesa era un destino natural para su sensibilidad: un espacio arcádico para un miniaturista empeñado en que ningún elemento de su microcosmos, ni siquiera el más trivial, esté despojado de belleza.
Esta historia que mezcla el relato distópico con la aventura de iniciación vuelve a dejar claro que, con cada nueva película, Anderson sigue siendo igual a sí mismo, al tiempo que revela nuevas facetas de su identidad. Aquí lo inesperado es el universo referencial, que toma como punto de partida la línea noir de la filmografía de Kurosawa –El infierno del odio (1963) y El ángel ebrio (1948)-, añadiendo claros ecos de “Los siete samuráis” (1954) en la configuración de la patrulla canina que ayudará al héroe humano del relato. Los perros, por cierto, son pura poética del desamparo andersoniano: cuatro canes de raza condenados al exilio y la exclusión –es decir, cuatro pijos desclasados- que encontrarán en un expeditivo chucho callejero a su maestro de vida y supervivencia. Recomendada.



Custodia compartida. (Francia, 2017). Dir. Xavier Legrand.
Premio al Mejor Director y la Mejor Ópera Prima en el Festival de Venecia 2017 y Premio del Público al Mejor Film Europeo en el Festival de Cine de San Sebastián 2017.
Drama familiar interpretado por Léa Drucker, Denis Menochet, Thomas Gioria, Mathilde Auneveux y Coralie Russier.
La película arranca con lo que parece un desenlace: un matrimonio se divorcia y dirimen ante el juez una difícil situación sobre la custodia de sus dos hijos, una joven a punto de la mayoría de edad y un niño, y ninguno de los dos quieren al padre y muestran su público desprecio y temor.
El director, el francés Xavier Legrand, ofrece en esta primera, larga y templada escena inicial el punto de vista del matrimonio irreconciliable, y mantiene al espectador con ciertas dudas sobre quién de ellos, padre o madre, tiene la razón y si son justas las peticiones de ambos sobre la custodia… Dudas que despeja en cuanto la historia pasa de lo objetivo a lo subjetivo, y la cámara plena de autenticidad de Legrand va desmenuzando los comportamientos de ellos, y la violencia pasa a ser un elemento visible gracias a que el relato se instala en los ojos de Julien, el niño, interpretado con gran verosimilitud por Thomas Gioria.
En las ocasiones en que el cine trata sobre la violencia familiar o doméstica suele acercarse a las líneas del cine de terror, y aquí las escenas de intriga y de tensión están magníficamente dosificadas en su desarrollo de tal modo que nada rechina, ni siquiera su último tercio ya volcado hacia una descontrolada brutalidad. Grandes interpretaciones de Léa Drucker y Denis Ménochet que proponen un recorrido desde la duda, hacia la incomodidad y el miedo. Recomendada.



Sergio & Serguéi. (Cuba, 2017). Dir. Ernesto Daranas.
Presentada a competición en el Festival de Málaga 2018 y ganadora del Premio del Público (Premio de la Popularidad) en el Festival de La Habana 2017.
Drama interpretado por Camila Arteche, A.J. Buckley, Ana Gloria Buduén, Tomás Cao y Yuliet Cruz.
En medio del espacio, un astronauta suspendido en una de las torres externas de la estación MIR arranca de su base una bandera soviética, que queda abandonada en medio de la nada. Es la imagen simbólica de la desaparición de la URSS, y también de la simpática coproducción entre Cuba, España y Estados Unidos “Sergio & Serguéi”, inspirada en la figura real del cosmonauta e ingeniero Serguéi Krikaliov, que vivió en 1991 el derrumbe del antiguo sistema de su país desde las más altas cotas.
Triángulo de amistad tras las ondas de la radio entre el histórico cosmonauta, un profesor cubano de marxismo y un enigmático estadounidense, la película juega bien la carta de la doble metáfora. La de una persona suspendida en el espacio y en el tiempo, a la que es complicado bajar a la superficie porque es la última preocupación de un país que se desintegra, y la de una isla y sus ideales, representados en un personaje que da clases teóricas en la universidad mientras juega a un soterrado capitalismo práctico. Porque, en realidad, son dos islas en el tiempo, allí donde se separan las tesis del discurso final, y los ideales teóricos de su práctica cotidiana.
En su cuarto largometraje, y segundo estrenado en los cines españoles tras la muy bien recibida por la crítica “Conducta” (2014), Ernesto Daranas aplica un notable empaque formal y una calma, tanto en la puesta en escena como en las interpretaciones, que llevan a su película a un estado de paradójico sosiego en medio de la revolución. Y aunque el punto de vista de la narración, llevado por la pequeña hija del cubano desde un futuro contemporáneo, quizá no sea el más convincente, “Sergio & Serguéi”, que fluye bien entre la comedia del absurdo, el drama existencial y la fábula onírica, mantiene siempre un atractivo hechizo de doble hoja.
“No hay dinero ni para el papel de las revistas de la facultad”, le dicen a uno, mientras el otro aguarda con impaciencia que haya dinero para poder bajarlo del espacio. Son las dificultades políticas, sociales y personales de dos hombres que deben lidiar con el sistema que representan, y que en ambos casos quizá se hallara cerca de las nubes. Recomendada.



Las leyes de la termodinámica. (España, 2018). Dir. Mateo Gil.
Presentada a competición en el Festival de Málaga 2018.
Comedia romántica interpretada por Vito Sanz, Berta Vázquez, Chino Darín, Vicky Luengo y Miki Esparbé.
Es tan innegable que “Las leyes de la termodinámica” tiene una brillante premisa de partida como que el espectador puede acabar odiando esa idea. Mateo Gil recicla la historia de dobles parejas de su premiado corto “Dime que yo” (2008), y la reestructura dándole la forma de un documental divulgativo de La 2, que se ilustra con el caso particular de una comedia romántica. El problema es que pone tanto interés en las leyes físicas que se olvida de las leyes de la comedia. Si los críticos tuviéramos una herramienta de esas tan molonas que utilizan los realizadores de fútbol para medir la posesión y pudiéramos minutar el tiempo que Gil dedica en pantalla a la ciencia y el que dedica a las relaciones amorosas, es de sospechar que irían considerablemente parejos… o esa es la sensación que tiene el espectador. Como uno es de letras, acaba con cierta jaqueca y la sensación de haber estado viendo un especial de Redes, con la diferencia de que la función mesmerizante de la cabellera blanca y la voz relajante de Eduardo Punset es sustituida por un Vito Sanz que no acaba de conseguir que suba la temperatura. Y he aquí el segundo punto que niega las leyes de la comedia: es probable que Vito sea un gran actor, pero desde luego, el intento de convertirlo en un Gabino Diego del siglo XXI, de resucitar ese galán friqui que en los 90 se acostaba con Ariadna Gil y en 2018 con Berta Vázquez, no acaba de funcionar. No Recomendada.



Bailando la vida. (Reino Unido, 2017). Dir. Richard Loncraine.
Comedia británica interpretada por Imelda Staunton, Timothy Spall, Celia Imrie, David Hayman y John Sessions.
Conscientes de que el arco de público instalado en la sesentena de edad, jubilado del trabajo pero nunca del entretenimiento, ahora más que nunca, y quizá necesitado de estímulos vitales y emocionales, pasa por ser uno de los más fieles en los cines españoles, las distribuidoras se afanan en descubrir productos con los que saciar su constancia. Algo que están encontrando sobre todo en Reino Unido, donde desde hace algo más de un lustro son habituales las películas a medio camino entre el drama y la comedia, siempre con el buen rollo como bandera —lo que ellos llaman feel good movies—, forjadoras de un espíritu un tanto superficial, pero cotidiano, identificador y, hasta cierto punto, ensoñador. Obras como “Tres veces 20 años”, “El exótico hotel Marigold” y su secuela, “El nuevo exótico hotel Marigold”, y “Una cita en el parque”, a las que ahora se une “Bailando la vida”.
Instaladas en el subgénero de la comedia romántica de corte otoñal, todas ellas se agarran al cliché como sello de estilo, y aquí hay unos cuantos, desde el baile de salón como semanal salida de escape para las relaciones sociales y el mantenimiento del físico, hasta el viaje esperanzador como ideal de escapada hacia lo aún no vivido. Un espíritu de esforzada efervescencia que, claro, debe convivir con asuntos como el del alzhéimer, el cáncer, la discusión constante y, por qué no, las relaciones extraconyugales a edades tardías, pero aún de cierta lujuria.
Dirigida por Richard Loncraine, que sabe de lo que habla a sus 71 años, “Bailando la vida” no engaña, pero está muy lejos de sorprender, marchitada por dos razones. La primera, el convencionalismo en la puesta en escena de su director —con solo una película importante, aquel Ricardo III ambientado en la II Guerra Mundial, con el monarca gritando “mi reino por un caballo” entre los tanques—, que incluso se arma un pequeño lío con la perspectiva en la secuencia del descubrimiento del adulterio, entre la escalera, los protagonistas y los invitados. Y segunda cuestión, un guion mucho mejor dialogado que pergeñado, lastrado por una trama donde la previsibilidad de cada acontecimiento y de cada giro es constante.
Sin embargo, otros dos aspectos la hacen levantarse hasta alcanzar la categoría de película obvia, aunque siempre llevadera. El carisma y el brillo de sus extraordinarios intérpretes, comandados por Imelda Staunton y Timothy Spall. Y un hermoso subtexto que subyace con convicción entre lo predecible: esa magnífica sensación de penúltima copa de una vida, a la que es necesario agarrarse, porque aún queda un rato para que se enciendan las luces de la discoteca y pongan punto final a la diversión. No Recomendada.



Sanz. Lo que fui es lo que soy. (España, 2018). Dir. Óscar García Blesa, Mercedes Cantero, Alexis Morante y Gervasio Iglesias.
Documental que lleva a cabo un minucioso repaso con material inédito a la trayectoria profesional y personal de Alejandro Sanz, uno de los cantantes españoles más conocidos a nivel mundial. Un artista que cuenta con una prolífica carrera en el mundo de la música y que ha ganado 20 Premios Emmy Latino y 3 Premios Grammy. Por otro lado, es el artista que cuenta con dos de los discos más vendidos de España, como son 'Más' y 'El alma al aire'. Además, el pasado año fue galardonado con el premio a “Persona del año 2017” por la Academia Latina de la Grabación. El film se estrenó en el Festival de Málaga y de forma simultánea en el resto de España. Este documental cuenta con una producción de Telecinco Cinema y Sacromonte Films. Desde luego, realizado para los incondicionales de Alejandro. El resto del público se la pueda evitar. No Recomendada.



Cada día. (USA, 2018). Dir. Michael Sucsy.
Romance y elementos fantásticos en una película interpretada por Angourie Rice, Justice Smith, Maria Bello, Debby Ryan y Colin Ford.
Una adolescente de la América suburbana se enamora de un espíritu que pasa cada 24 horas metido dentro de un cuerpo diferente. Es la intrigante premisa de esta fantasía romántica en última instancia inocua, que crea varios hilos argumentales a los que inicialmente parece dar enorme importancia antes de dejar casi olvidados. Asimismo, apunta mensajes sobre la diversidad y la importancia de apreciar la belleza interior en los demás y los increíbles obstáculos que acechan a toda relación sentimental, pero prefiere ser el tipo de película que acumula montajes ñoños a ritmo de canciones pop. No Recomendada.



Fireworks. (Japón, 2017). Dir. Nobuyuki Takeuchi y Akiyuki Shinbo.
Presentada en las Proyecciones Especiales de la Sección Oficial del Festival de Cine San Sebastián 2017.
Película de animación japonesa.
Hace algunos meses llegaba el primer encuentro entre el cineasta Shunji Iwai y la animación: realizada mediante la técnica del rotoscopiado, “El caso de Hana y Alice” (2015) respondía a la estrategia del cineasta de aportar una precuela a su precedente “Hana y Alice” (2004) sin tener que renunciar a su reparto original, cuya edad real ya no se podía corresponder a la de sus personajes. Ahora, “Fireworks”, de Akiyuki Shimbô y Nobuyuki Takeuchi, adapta la aportación que hizo Iwai a una serie televisiva de 1993 que, bajo el influjo de la coetánea “Atrapado en el tiempo” (1993) de Harold Ramis, convocaba a diversos directores en torno al tema común de las posibilidades alternativas frente a una situación dada, en una azarosa revitalización del planteamiento de “La vida en un hilo” (1945) de Edgar Neville. La cercanía entre “El caso de Hana y Alice” y “Fireworks” invita, así, a preguntarse cuánto le debe el vigente interés de la animación japonesa por las melancólicas fragilidades adolescentes a la poética cinematográfica de Iwai.
Como en una versión (demasiado) modesta de la excepcional “Your Name” (2016), “Fireworks” sumerge a dos adolescentes en un torbellino de variables que acaba estando demasiado condicionado por la mala integración de elementos digitales sobre una animación poco flexible y aún menos ambiciosa, por los ocasionales picos kitsch –la visión del planeta lapislázuli- y por una extemporánea hipersexualización de sus figuras femeninas. Sin ser completamente desdeñable, esta parece una película en la que Iwai colabora a sabotear su legado. No Recomendada.



El príncipe encantador. (Canadá, 2017). Dir. Ross Venokur.
Película de animación canadiense. 
Después del y ¿fueron felices para siempre?, la historia no fue como creíamos. Al príncipe encantador, todo el reino le persigue. Ellas, para casarse con él, ellos, para desterrarle para siempre o algo peor. Y la cosa no mejora cuando Blancanieves, la Bella Durmiente y Cenicienta descubren que están prometidas (y a punto de casarse) con ¡el mismo príncipe! Y es que el Príncipe Encantador es, en realidad, un príncipe encantado, sometido al terrible hechizo de una malvada bruja que odia el amor; condenado desde la cuna a ser absolutamente encantador e irresistible para todas las chicas, Philippe está destinado a ser el culpable de que el amor desaparezca para siempre de su reino si antes de los 21 no es capaz de encontrar el amor verdadero. Pero ¿cómo puede un irresistible príncipe, condenado a enamorar a todas las doncellas que conoce, encontrar el amor verdadero? Con la ayuda de Lenore, una indómita ladrona caza fortunas, que por alguna misteriosa razón no ve en él ningún encanto más allá de las riquezas que posee, Philippe emprenderá una aventura llena de peligros, enigmas y situaciones hilarantes, empeñado en salvar a su reino del fatal destino. Sin comentarios. No Recomendada.