lunes, 2 de abril de 2018

Lawrence de Arabia

Los mejores no vendrán por dinero”, ¡vendrán por mí!



“Soy un caso aparte”, anuncia Thomas Edward Lawrence (Peter O´Toole) ya al principio de la película, cuando intenta explicarle a un beduino la diferencia entre él y la gente de su tierra: “un país rico, de gente muy gorda”. Diferente sí, pero ¿en qué sentido? ¿Quién fue realmente el oficial británico de Oxford que durante la Primera Guerra Mundial levantó a las tribus árabes contra los turcos aliados de Alemania y Austria?, ¿un soñador idealista?, ¿un narcisista megalómano?, ¿un sadomasoquista homosexual?. No lo sabemos -dicen al unísono sus superiores y conocidos tras su muerte temprana en un accidente de moto- apenas lo conocimos.



Lawrence tampoco sabe demasiado sobre su propia forma de ser-y cuando más tarde se conoce mejor tiene miedo de sí mismo-, de eso trata la monumental biografía de David Lean, que muestra las distintas facetas de ese personaje extraño, aunque sin querer resolver realmente el enigma de Thomas Edward Lawrence. “Lawrence de Arabia” no es una película sobre la guerra, la política y la historia colonial británica, se trata más bien del viaje de una persona para descubrirse a sí mismo. Plasmado en imágenes poderosas, la epopeya de un ser al borde de la locura, al que solamente le atraen los desafíos imposibles: Lawrence cruza desiertos que nadie había cruzado antes y planea ataques por sorpresa a guardia turcos en apariencia invencibles. Forja alianzas frágiles entre tribus árabes enemistadas y acaba por tomar Damasco con su ejército árabe. Pero las expediciones más mortificantes no van acompañadas de una purificación del alma -a la pregunta de qué le gusta tanto del desierto, Lawrence responde en una ocasión: “está limpio”-, sino de la pérdida de la inocencia: alentado al principio por el ideal de ayudar a los árabes a conseguir la independencia, Lawrence acaba dándose cuenta de que sus patrones, los ingleses, nunca lo permitirán. Por eso, al final, el señor Dryden (Claude Rains) de la oficina árabe del gobierno británico le reprocha que diga “medias mentiras” y opina que eso es peor que faltar del todo a la verdad por razones políticas.



Sin embargo, a esas alturas, la motivación de Lawrence ya no gira en torno a la política: la fuerza de voluntad y el apasionamiento del británico han impresionado tanto a los árabes que le han dado el título de honor, y el narcisista Lawrence se solapa en la gloria de sus éxitos y de su popularidad, cada vez es más megalómano y se comporta como si fuera el Mesías del pueblo árabe. Además, en sus campañas ha aprendido a matar y el poder que ejerce al hacerlo le produce placer. En una ocasión , los turcos lo hacen prisionero, lo torturan y lo violan; y, también eso, así lo insinúa tímidamente la película, parece provocarle algo más que repugnancia. El príncipe Feisal (Alec Guinnes) describe a su compañero de armas en presencia del reportero estadounidense Jackson Bently (Arthur Kennedy) de la siguiente manera: “En el comandante Lawrence la clemencia es una pasión; en mí, sólo buena educación. Juzgue usted cuál de los dos motivos es más digno de confianza”. Lawrence tiene motivos para preocuparse por sus inclinaciones: cuando rechazan su súplica desesperada por un “puesto vulgar”, su siguiente misión se convierte en una carnicería demente contra un regimiento turco agotado, en lo que Lawrence se enfrasca en un auténtico delirio homicida.



El director David Lean y el cámara Freddie Young le dieron un marco espectacular a Peter O´Toole, por entonces casi todavía un completo desconocido, en uno de sus papeles de carácter moldeados con sus máximos méritos artísticos: en Tecnicolor y SuperPanavisión 70, se despliegan grandes panorámicas del desierto, tan bello como inmisericorde, con esferas solares ardientes, tormentas de arena y un horizonte que se extiende como una línea. El rodaje duró en total dos años, de ellos, diez meses se pasaron realizando tomas sólo en Jordania. En una ocasión, parece que un barco cruce el desierto: Lawrence ha llegado al Canal de Suez. Igual de impactante es la llegada de Sherif Ali Ibn El Kharish (Omar Sharif) a su primer encuentro con Lawrence: un espejismo que, de repente, cristaliza una persona real.

El hecho de que, sin embargo, la puesta en escena no se base en valores visuales por sí mismos y de que, a pesar de las imponentes imágenes de paisajes y escenas de batallas, siempre permanezca en un primer plano, el drama de un personaje fascinante, interpretado por un elenco de primera clase, convierte por último a “Lawrence de Arabia” en uno de los mejores filmes monumentales de todos los tiempos.



El desierto sirve para reflejar el estado anímico del protagonista; si al principio aún seduce romántico en tonos vivos amarillos, naranjas y rojos, con la creciente desilusión palidece en un blanco grisáceo calizo y acaba en un gris amarillento sucio. El desierto tiene vida: el amigo más fiel de Lawrence: Sherif Ali Ibn El Kharish le reportó a Omar Sarhif el éxito internacional como actor. Un aliado de poco fiar, Auda Abu Tayi (Anthony Quinn) considera las campañas militares de Lawrence como correrías. El papel que dá título al film catapultó en 1962 a Peter O´Tool, que entonces tenía 29 años, a la primera fila de estrellas internacionales de la época.


                                                                   VIRGINIA RIVAS ROSA



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