viernes, 31 de agosto de 2018

Los estrenos en Sevilla de 31-08-2018



8 películas se estrenan el 31 de agosto de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Tres son producciones estadounidenses, dos españolas, una francesa, una italiana y una argentina. Esta semana se queda sin editar en Sevilla el drama francés sobre el desempleo “Non” (Eñaut Castagnet y Ximun Fuchs, 2017). Pasemos a nuestras recomendaciones para esta semana.


La novia del desierto. (Argentina, 2017). Dir. Cecilia Atán y Valeria Pivato.
Presentada en la sección “Un Certain Regard” del Festival de Cannes 2017. Mejor Ópera Prima en el Festival de Cine de La Habana 2017.
Road movie dramática que cuenta en el reparto con Paulina García y Claudio Rissi.
Sobre el lugar donde supuestamente se encontró el cadáver de Deolinda Correa, con su hijo abrazado a unos pechos que aún daban leche, levantó el pueblo un santuario consagrado al culto de una santa a la que jamás canonizaría la Iglesia. Situado a algo más de mil kilómetros de Buenos Aires, el santuario de la Difunta Correa es una crucial estación de paso en el viaje que narra “La novia del desierto”, primer largometraje dirigido por Cecilia Atán y Valeria Pivato, y funciona como perfecto espacio simbólico para entender el espíritu de una película que parece poseer una fe inquebrantable no en lo religioso, sino en la bondad de los extraños. El Gringo, personaje importante en el relato, cuenta en una secuencia cómo el santuario de la Difunta Correa le transformó, sin que se diera cuenta, en un creyente: tras años de instalar un puesto de mercadillo en la zona de culto, entendió que, a fin de cuentas, resultaba evidente que esa muerta de pechos lactantes proporcionaba a sus fieles algo tan irrebatible como la esperanza.
El comienzo de “La novia del desierto” demuestra que un mero cambio de plano puede dar una fiel idea del afecto que rige la mirada del tándem de cineastas: un amplísimo plano general muestra a un grupo de viajeros caminando por una carretera bajo el sol inclemente, después de que un accidente les haya obligado a abandonar el autobús en el que viajaban. La siguiente imagen se centra en la protagonista y la mujer que conversa con ella acerca de cuestiones de fe. El cambio de plano es un cálido abrazo a la frágil heroína de esta historia, Teresa Godoy –interpretada por la Paulina García que deslumbró, en clave completamente distinta, en Gloria (2013), de Sebastián Lelio-, una empleada de hogar que se dirige a su nuevo destino y que, fácil es deducirlo, está recorriendo el único paisaje de tránsito de su vida entre una prisión vital y otra. La película es un sobresaliente retrato de ese personaje y una modesta mirada a los provisionales momentos de plenitud que, en ocasiones, proporciona el azar. Recomendada.


La gaviota. (USA, 2018). Dir. Michael Mayer.
Drama ambientado en el siglo XIX sobre una novela de Antón Chéjov.
Interpretada por Annette Bening, Saoirse Ronan, Corey Stoll, Elisabeth Moss y Mare Winningham.
“Hacen falta formas nuevas. Sí, formas nuevas; y, si no las hay, más vale que no haya nada”, exclama Konstantin Treplev en el primer acto de “La gaviota”. Sus palabras podrían ser un eco de lo que Antón Chejov estaba intentando forjar con esa obra que, abucheada la noche de su estreno, acabaría definiendo un nuevo modelo de dramaturgia. La erosión del tiempo sobre los ideales, la existencia como trenzado de lo doloroso y lo banal y como territorio de afectos malogrados son algunos de los temas principales de esta pieza maestra de un autor al que algunos cineastas como Nuri Bilge Ceylan siguen considerando nuestro contemporáneo.
Michael Mayer, director teatral que estrenó un “Tio Vania” en el 2000 con Derek Jacobi y Laura Linney en cabeza de reparto, asume su adaptación cinematográfica de “La gaviota” como si aún siguiera vigente esa exigencia de airear un texto escénico en su traslado a la gran pantalla. Los movimientos de cámara y los cortes de montaje no son el mejor servicio que un cineasta puede hacer a la entrega incondicional de un reparto que parece haber recibido esta oportunidad de hacer un “Chejov” como ese regalo que ya nadie podía esperar de la industria audiovisual.
No hay excesos, ni notas falsas en un reparto donde tanto el Boris Trigorin de Corey Stoll como la Masha de Elisabeth Moss brillan especialmente al servir, sin atisbo de afectación, las ambigüedades de sus personajes. A la Irina de Annette Bening le pesa en exceso su lado de madre castradora, pero su acuerdo / súplica ante Trigorin marca uno de los mejores momentos de la función. Y la mirada de Brian Dennehy es hasta tal punto la de Sorin que da la impresión de que el actor ya estaba ahí, tendido en su crepúsculo, cuando Chejov lo imaginó. Recomendada (con reservas).


Teen Titans Go! La película. (USA, 2018). Dir. Aaron Horvath y Peter Rida Michail. 
Película de animación norteamericana.
Han transcurrido apenas dos segundos de película y, aún en los créditos iniciales, ya salta el primer chiste sobre la rivalidad cinematográfica y empresarial entre DC Cómics y Marvel. Una competencia conveniente para las dos firmas, y de la que ambas se retroalimentan a base de mensajes filiales disfrazados de puyas, que en “Teen Titans go! La película” quizá alcance su máxima expresión.
La traslación al cine de la serie de televisión emitida por Cartoon Network desde el año 2003, y de los posteriores cómics de DC, nacidos en la década de los años 80 pero reactualizados en el nuevo siglo, está asentada además en algo de lo que se han venido riendo ciertos productos superheroicos recientes, tan amparados por la acción como por la comedia: cualquier superhéroe quiere una película para sí mismo, como alimento para el ego, y los Jóvenes Titanes no iba a ser menos.
Estas ansias desmedidas por protagonizar un producto de Hollywood, puro metalenguaje, pura parodia autoconsciente, viene envuelta en la película en una especie de musical paródico y supervitaminado, sin un instante de respiro, y que salva bien, con su metraje escueto y sus ideas visuales y de comedia, el amplio concepto de largometraje cinematográfico. Así, entre las canciones de todos los estilos (hip-hop, pop chicle, disco y hasta parodias de “El rey León”), su esencia desprejuiciada, con nuevos gags a costa de los cada vez menos insólitos cameos de Stan Lee en las producciones de Marvel, y su eficaz composición animada, de trazo sencillo e hipercolorista con sus tonos fluorescentes, Teen Titans go! La película quizá no sea más que un chiste (palabra que tanta importancia adquiere en la historia). Pero al menos es un buen chiste. Se deja ver bastante bien. Recomendada (con reservas).


The habit of beauty. (Italia, 2016). Dir. Mirko Pincelli. 
Coproducción italo-británica dramática interpretada por Francesca Neri, Vincenzo Amato, Kierston Wareing, Nico Mirallegro, Nick Moran, Elena Cotta, Noel Clarke, Luca Lionello y Mia Benedetta.
Dos años después de su producción y, casi por la puerta de atrás, llega hasta Sevilla esta coproducción entre Italia y Gran Bretaña del director Mirko Pincelli, que después de realizar varios documentales, filmó ésta su opera prima, un drama en donde la ciudad de Londres tiene un papel fundamental.
Nos cuenta la historia de una pareja que queda completamente destrozada tras la muerte de su único hijo en un accidente fortuito. Tras todo el proceso y varios años después, ambos logran comenzar una nueva vida en solitario. Pero el destino es muy caprichoso y cuando aparece en escena Ian, un chico problemático y que acaba de salir de la cárcel, la pareja volverá a reencontrarse y entre ellos surgirá de nuevo esa chispa que nunca dejaron de sentir. Son pocas las referencias existentes de esta película, así que en esta ocasión, la pelota en sus tejados. No Recomendada.


Yucatán. (España, 2018). Dir. Daniel Monzón.
Comedia y aventura marina se citan en esta película española interpretada por Luis Tosar, Rodrigo de la Serna, Joan Pera, Stephanie Cayo y Toni Acosta.
El score está compuesto por Roque Baños.
Como si fuese un híbrido del clásico “Las tres noches de Eva”, de Preston Sturges, y una de las teleseries más míticas de los años 70, “Vacaciones en el mar”, la nueva película de Daniel Monzón (y de su inseparable coguionista Jorge Gerricaechevarría) se desarrolla a bordo de un crucero de lujo y pretende adscribirse al género de la comedia sofisticada. Pero, más allá de un notable diseño de producción, se queda por el camino.
Por varios motivos: un guion deslavazado, arrítmico y errático lleno de incongruencias (¿los empleados del barco compartiendo spa con los clientes?) y chistes rancios (pedorretas, ¿de verdad?), unos personajes esquemáticos y estereotipados, demasiadas subtramas que poco aportan (como el episodio de Toni Acosta en Casablanca), excesivos números musicales a mayor gloria de Stephanie Cayo que sólo sirven para alargar sin sentido el metraje y un reparto desequilibradísimo en el que unos cuantos de sus integrantes no salen lo que se dice bien parados. Un despropósito en el mar. No Recomendada.


Kings. (Francia, 2017). Dir. Deniz Gamze Ergüven. 
Drama ambientado en los años noventa sobre el racismo. Interpretado por  Daniel Craig, Halle Berry, Issac Ryan Brown, Rick Ravanello y Kirk Baltz.
Si tenemos en cuenta que “La familia de Pascual Duarte”, de Camilo José Cela, fue el máximo exponente de lo que el poeta Antonio de Zubiaurre tildó en los años 40 como tremendismo de la literatura española, acusar a la directora francesa de origen turco Deniz Gamze Ergüven de tremendista por su película “Kings” sería casi un disparate. Estaría cerca del elogio, y no es cuestión.
Así que como tampoco acaba de encajar en el caso el término miserabilismo, que tantos cineastas contemporáneos han convertido en sello de (anti)estilo, quizá lo mejor que se pueda decir de la exitosa autora de “Mustang” es que es grosera en su exposición de un lamentable hecho histórico y sus derivaciones: la sentencia mayoritariamente absolutoria de los policías acusados de agredir a Rodney King, y las consiguientes revueltas sociales, en protesta por el fallo del jurado, en abril de 1992. Una película casi tan grosera, tan de escasa calidad y sin refinar, tan carente de precisión, exactitud y delicadeza como la propia sentencia, aunque desde el otro lado del espectro ideológico.
No hay gama de grises en un caso como el de Rodney King. Ni en su paliza ni en su juicio, y solo hay que observar alguno de los recursos verbales y jurídicos de los abogados de los policías (que Gamze Ergüven se encarga de mostrar en el relato) para darse cuenta del delirio. Pero, si se quiere hacer una película sobre el hecho y las consecuencias, o mejor, sobre la situación social que pudo llevar a los disturbios posteriores, con 54 muertos y más de 2.000 heridos, será mejor indagar y reflexionar en lugar de repetir errores.
En la grosería de “Kings” (que no tremendismo, pues aquí no hay estilo), si en una secuencia dramática se puede llorar, siempre será mejor que no hacerlo; si además de llorar se puede gritar, superior; y si se puede filmar en primerísimo plano y subiendo el sonido, será lo máximo. Centrada en una familia desestructurada, cargada de trucos de magia de guion, y de situaciones llevadas hasta el absurdo en una obra que se supone de denuncia social y verosímil, la película no extiende esa locura como metáfora de la situación, ni como alegoría, sino simplemente como un subrayado de la desfachatez.
Y si alguien se está preguntando cómo una directora tan aclamada en su primera obra ha podido dar este bajón, recordemos que algunos (una ínfima minoría en una generalidad de críticas positivas) ya llamamos la atención en su día sobre los peligros de algunas técnicas narrativas y estilísticas incluidas en “Mustang” (2015), a partir de un hecho indiscutiblemente atroz en lo social: el maniqueísmo, el sensacionalismo, la belleza inoportuna, la acentuación del martirio y el insulto a la inteligencia, al matiz y a la reflexión. No Recomendada.


En las estrellas. (España, 2017). Dir. Zoe Berriatua. 
Drama español con un reparto integrado por Luis Callejo, Jorge Andreu, Macarena Gómez, Ingrid García Jonsson y Kiti Manver.
Mezcla de drama, fantasía lunática y aventura cinéfila, 'En las estrellas' retrata a un hombre al límite de sus posibilidades en todos los sentidos. A pesar de ello, de su precaria situación económica, de la muerte de su esposa (que aparece y reaparece como figura fantasmática) y de su incapacidad para seguir haciendo cine, no deja de inventar historias para su hijo pequeño. Este se llama Ingmar, así que Bergman es uno de los primeros homenajeados en el filme de forma evidente. También Méliès, Chaplin y otros ilusionistas del cinematógrafo a los que Zoe Berriatua intenta emular con pocos medios y solo alguna buena y aislada idea. No Recomendada.


Mamá y papá. (USA, 2018). Dir. Brian Taylor. 
Presentada en la sección oficial de largometrajes a concurso del Festival de Sitges 2017.
Comedia de terror interpretada por Nicolas Cage, Selma Blair, Anne Winters, Zackary Arthur y Joseph D. Reitman.
La leyenda urbana de que Nicolas Cage rueda sin cesar para pagar no sé qué castillo que se compró… vuelve a cumplirse. Cualquier actor que tuviera la mitad de su caché exigiría una orden de alejamiento respecto a proyectos como este: parece que, sin mayores explicaciones de las que se daban en «Videodrome» (pero aquí, con menos gracia), una rara emisión televisiva impulsa a los padres a matar a sus hijos. Así por las buenas. La ejecución, valga la redundancia, de tan suculenta premisa abandona toda voluntad sociológica o de fino estilismo a la hora de aderezar este episodio vamos a decir metafórico, por decir algo, de rencor de clase. Al contrario, es una excusa para sumergirse en un irrisorio ejercicio, puramente mecánico, de ataque y defensa propia. 
La primera gran escena, a la salida del instituto, está tan mal rodada que resulta un aviso para navegantes: para hacer cine de serie B hay que saber hacer cine primero. Si la escena de masas es «de la misa ni media·», cuando la película se encierra con la familia que se despieza unida en el sótano de su agradable casa americana de clase media, la cosa no sube mucho de nivel. Tiene gracia (durante un rato) ver a una actriz como Selma Blair sacando su lado gamberro. Pero sin duda las apuestas se concentran en ver hasta dónde llega Nicolas Cage, que lleva 30 años (desde «Arizona Baby» o «El beso del vampiro») cultivando el desparrame: para mí que funciona un poco en piloto automático pero a él se deben el par de sonrisas que consigue arrancar este tibio gran guiñol. No Recomendada.

viernes, 24 de agosto de 2018

Los estrenos en Sevilla de 24-08-2018


7 películas se estrenan el 24 de agosto de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos son producciones estadounidenses, dos francesas, una italiana, una india y una española. Esta semana se queda sin editar en Sevilla el thriller francés “Revenge” (Coralie Fargeat, 2017), ganador del Premio a la Mejor Dirección Novel en el Festival de Sitges 2017 y el thriller estadounidense “Asalto en la noche,” (James McTeigue, 2018), pero sin ninguna importancia especial. Pasemos a nuestras recomendaciones para esta semana.


Hotel Salvación. (India, 2017). Dir. Shubhashish Bhutiani.
Comedia dramática india, protagonizada por Adil Hussain, Lalit Behl,  Geetanjali Kulkarni, Palomi Ghosh, Navnindra Behl y Anil K. Rastogi.
El score está compuesto por Tajdar Junaid.
La vida es una ola destinada a disolver su singularidad en el océano de la existencia. Así contempla el hinduismo el tránsito hacia la muerte: no como un final, sino como la culminación de un proceso donde la salvación certifica la desaparición del ego en la unidad de todas las cosas. En una reveladora secuencia de “Hotel Salvación”, ópera prima del director indio Shubhashish Bhutiani, la lectura de una necrológica —que escribió el propio difunto antes de morir— hace que sus familiares pasen del dolor al súbito estallido de la risa. En otro momento de la película, un personaje, que transporta sobre los hombros el cuerpo muerto de su padre, se une a las mujeres de la familia que, con una sonrisa en sus rostros, convierten la despedida en una ceremonia gozosa.
En “Hotel Salvación”, un anciano cree sentirse preparado para abandonar la vida y le pide a su hijo, sumergido en un infierno laboral de gestiones y constantes e intempestivas llamadas de negocios, que le acompañe a la ciudad sagrada de Varanasi, a orillas del Ganges, para completar al ciclo. El establecimiento en el que se alojarán da título a la película: un hotel para esperar a la muerte en el que sólo se puede permanecer un máximo de quince días. Si la muerte no ha llegado en ese momento, el responsable del local permite a los huéspedes cambiar de nombre e identidad para alargar la estancia. Uno de los personajes secundarios más memorables de la película —una mujer viuda que llegó con la intención de morir en compañía de su esposo— lleva trece años en el lugar.
Shubhashish Bhutiani cuenta su historia con delicadeza, sin vender folklore para la exportación y sin que el acercamiento emocional entre ese padre y ese hijo suene a fórmula de guión. El tono oscila entre el drama y la comedia con la misma muda suavidad con la que una vela se mece en las aguas del Ganges. El modo en que la fe y el ritual se intersectan con lo cotidiano inspira algunos de los momentos más brillantes de este certero debut. Recomendada.


Promesa al amanecer. (Francia, 2017). Dir. Eric Barbier.
4 nominaciones a los Premios César 21017.
Drama que adapta la novela autobiográfica de Romain Gary, interpretado por Charlotte Gainsbourg, Pierre Niney, Didier Bourdon y Jean-Pierre Darroussin. 
El escritor y diplomático francés de origen polaco-lituano Romain Gary, amigo de André Malraux y de Albert Camus, único doble ganador del premio Goncourt, criado en Vilna, cuando aún era Polonia, por una madre sobreprotectora con tendencia a la excentricidad y a la sobreactuación, judío perseguido, casado con la escritora británica Lesley Blanch y después con la mítica actriz francesa Jean Seberg, y héroe de la aviación británica durante la II Guerra Mundial, tuvo una vida de película, no necesariamente en este orden.
Una existencia en el filo de lo creíble de puro estrambótica, que acabó plasmando en buena parte en “La promesa del alba”, volumen autobiográfico que el francés Eric Barbier ha llevado por segunda vez al cine, tras la versión de 1970 dirigida por Jules Dassin, de aires más grotescos. Tituladas ambas “Promesa al amanecer”, ofrecen un desarrollo algo distante y tonos distintos, quizá porque el texto de Gary, sus andanzas y, sobre todo, el peculiarísimo personaje de la madre, admiten cualquier tipo de interpretación.
Tiene la presente versión de Barbier un problema de base que, en principio, debería ser definitivo: tarda en arrancar más de una hora. Toda la parte infantil y juvenil, compuesta a través del cliché fotográfico de los colores con bajo contraste para las películas de época, entre el sepia, el gris y el marrón, es demasiado plomiza porque, además del menor interés de los acontecimientos, el guion del propio Barbier nunca fluye como la película río que debería ser. Así, su naturaleza episódica se acrecienta en una narración que abusa de la voz en off, y va convirtiéndose, paradójicamente, en una historia contada discretamente narrada.
Sin embargo, llegada la contienda mundial, Barbier se luce en las secuencias bélicas y, ya con menos saltos en el tiempo, por fin acabamos de centrarnos en el personaje y en sus modulaciones, en la tremenda influencia de su madre, para bien y para mal, aunque ya sin su presencia o con ésta reducida al mínimo. Algo en lo que puede que también tenga que ver la discutible interpretación de la excelente actriz que es Charlotte Gainsbourg: falsamente histriónica, en lugar de histriónicamente falsa, que no es lo mismo, y que es justo como se dibuja el personaje ya desde su primera secuencia. No Recomendada.


Rodin. (Francia, 2017). Dir. Jacques Doillon. 
Sección Oficial del Festival de Cannes 2017.
Película biográfica sobre el artista Auguste Rodin (1840-1917), interpretada por Vincent Lindon, Izia Higelin, Séverine Caneele y Edward Akrout.
Estrenada —y abucheada— en el pasado Festival de Cannes 2017 con motivo del centenario del fallecimiento de Auguste Rodin, la última película de Jacques Doillon invita a formular una pregunta insidiosa: ¿era la relación del escultor con la materia tan tempestuosa como la que mantenían los cuerpos en combate de “Mis escenas de lucha”, anterior trabajo del cineasta? Probablemente, sí, aunque no pueden concebirse dos películas más distintas: frente al cierto academicismo museístico de este biopic, la pulsión y el trastorno de esa desconcertante propuesta que contenía al mejor Doillon, incluidas las aristas más antipáticas de su poética.
El cineasta elige capturar la vida del artista en un momento preciso de su trayectoria: los diez años que separaron dos encargos oficiales, el de las Puertas del Infierno —el ambicioso conjunto que iba a servir de umbral al nonato Museo de Artes Decorativas de París y que Rodin concibió como una summa de las pasiones humanas— y el de su polémica escultura de Balzac. El periodo también acogió el esplendor y la desintegración de su convulsa historia de amor con Camille Claudel, figura que se convierte en incómodo fuera de campo en la segunda mitad de un relato que prefiere centrarse en los tormentos subjetivos del genio y su pulso con el gusto establecido, restando relieve a los daños colaterales de su vida familiar y sentimental.
Vincent Lindon encarna al artista como gigante ensimismado, en perpetuo estado de insatisfacción con un poder económico incapaz de descifrar el alcance de su revolución estética. El guion, escrito por el propio Doillon, logra incorporar con cierta armonía el pensamiento artístico del escultor en el curso de este relato épico, con amour fou al fondo, sobre la solitaria forja de una nueva sensibilidad artística que, en realidad, pese a sus insuficiencias, no merecía tan inapelable abucheo. No Recomendada.


Alpha. (USA, 2018). Dir. Albert Hughes.
Película de aventuras situada en la Prehistoria, interpretada por Kodi Smit-McPhee, Jóhannes Haukur Jóhannesson y Leonor Varela.
No se hacen, ni se han hecho, demasiadas películas ambientadas hace 20.000 años en lo que ahora llamamos territorio europeo. Primer punto. Tampoco se componen demasiadas películas históricas con mensaje ecologista que no caigan en lo melifluo, en una visión puramente contemporánea y sin matices de lo que siempre fue la lucha entre el ser humano y la naturaleza. Segundo punto. Y son aún menos las películas de aventuras de Hollywood cuya apuesta por la imagen y no por el texto lleven a que en su versión original se huya del inglés, con todo lo que ello conlleva de riesgo comercial en el mercado anglosajón, para abrazar unos diálogos en idioma incompresible y ancestral: el indio americano. Tercer punto.
 “Alpha” es la primera obra en solitario de Albert Hughes sin la habitual compañía de su hermano Allen.
Dividida claramente en dos mitades, la cinta cuenta en su primera parte los ritos iniciáticos para la caza y la guerra del joven hijo del jefe de una tribu prehistórica. Y, en su segundo trecho, ya sin apenas texto, la relación de este con un lobo que comienza como enemigo y termina como aliado en su lucha por la vida. Es decir, y por entroncar con dos películas de Jean-Jacques Annaud: un segmento está en la línea de “En busca del fuego” (50.000 años arriba o abajo, que se dice pronto), y otro en la órbita de “El oso”. Aunque, ojo, siempre en un sentido menos adulto y trascendente, y más enfocado hacia la platea juvenil.
Con unos efectos visuales quizá mejorables en las secuencias de grandes manadas y estampidas, sobre todo cuando se trata de una superproducción, pero con unos logrados momentos de interactuación ser humano-animal, la narración ofrece un compacto relato de supervivencia que nunca resulta dulzón. E incluso lo suficientemente feroz como para que algún crío de los más pequeños salga del cine de un modo distinto al que entró: endurecido o aterrado.
Hay paisajes bellos y sorpresa final que tiene que ver con el significado del concepto generalizado de macho alfa, pero en conjunto resulta un tanto inocente. No Recomendada.


Los futbolísimos. (España, 2018). Dir. Miguel Ángel Lamata. 
Comedia de aventuras infantil interpretada por Julio Bohigas-Couto, Carmen Ruiz, Joaquín Reyes, Milene Mayer y Jorge Usón.
El score es de Fernando Velázquez.
El descomunal triunfo editorial de “Los futbolísimos”, saga de libros infantiles escritos por Roberto Santiago, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, está asentado en tres bases: la, en general, preferencia de los niños lectores por la identificación y los ambientes reconocibles, alejados de las exóticas aventuras en lugares reales, pero en las antípodas de la cotidianidad, hacia las que se dirigían generaciones anteriores; el fútbol como incuestionable eje del ocio de la mayoría de la sociedad española contemporánea, incluidos los críos; y el gusto por el misterio y una cierta aventura, presente en cualquiera de las sagas más exitosas de las últimas décadas, ya desde los clásicos de Enid Blyton.
Un boom que se traslada ahora al cine con esos mismos fundamentos y que, de forma paradójica en un producto exclusivo para niños, donde mejor funciona no es ni en los partidos de fútbol ni en las aventuras ni en el misterio, sino en las secuencias en apariencia más intrascendentes, las conversaciones: entre hermanos, entre amigos, ya sea en dúo o en grupo, y entre padres e hijos, amparadas por la comedia, la complicidad, la amistad, el primer amor y el aprendizaje.
Quizá también de forma sorprendente, “Los futbolísimos”, basada en la primera de las doce novelas de la saga, “El misterio de los árbitros dormidos”, no viene bajo el timón de Santiago, también realizador de cine (El penalti más largo del mundo, El club de los suicidas…) hasta la llegada de la notoriedad de los libros, y aquí en labores de coescritura, además de un breve cameo final, sino bajo la dirección de Miguel Ángel Lamata, el inclasificable y desigual todoterreno responsable de “Una de zombis”, “Isi/Disi” y “Tensión sexual no resuelta”.
Con buen empaque de producción y una excelente banda sonora de Fernando Velázquez, omnipresente sin subrayar, marcando cada tono pero sin comerse las imágenes, la película de Lamata se obceca en el ejercicio de la siempre complicada comedia de slapstick, tan difícil de coreografiar, filmar y montar, y ofrece demasiado tiempo a la investigación del enigma de los árbitros dormidos. Sin embargo, el fútbol está aceptablemente rodado y las inevitables moralejas finales en torno a los villanos de turno son estupendas.
Aun teniendo claro que es imposible meterse en la cabeza y en la piel de los chicos que han arrasado con las librerías y que acudirán con ilusión a las salas, a muchos de los espectadores adultos acompañantes les sonarán los ambientes de competición infantil del fin de semana (y, sobre todo, de enseñanza y entretenimiento), por lo que puede que para los padres sea suficiente que el mensaje sea positivo. Siempre que por una vez sean conscientes de que la película no es para ellos. No Recomendada.


La música del silencio. (Italia, 2017). Dir. Michael Radford. 
Biopic sobre el tenor y músico italiano Andrea Bocelli. Interpretada por Toby Sebastian, Antonio Banderas, Jordi Mollà, Alessandro Sperduti, y Luisa Ranieri.
Si se tiene el suficiente genio, incluso de una guía de teléfonos se podría hacer una buena película. Si no se tiene, hasta la vida de un cantante ciego de gran éxito puede parecer la guía de teléfonos con música y penas.
Cuando parecía que ya no se hacían películas así, Michael Radford y sus acompañantes han compuesto “La música del silencio”, biografía cinematográfica del tenor italiano Andrea Bocelli, un compendio de clichés de autoayuda, de anecdotario melodramático desde su nacimiento hasta su triunfo, sobre un artista que seguramente no se merecía una producción tan rancia, tanto en lo interno como en lo externo. Radford, que una vez tuvo un triunfo internacional con una película popular que nacía del arte, “El cartero (y Pablo Neruda)”, de 1994, anteriormente capaz de realizar una versión cinematográfica más que digna de una novela tan complicada de adaptar como “1984”, de George Orwell, y que vio cómo por desgracia su mejor obra, la española “La mula” (2013), era masacrada tras su rodaje por diversos problemas de producción y derechos comerciales, se ha metido un jardín del que era imposible salir. Un producto de otro tiempo, que llega 40 años tarde, basado en una novela autobiográfica del propio Bocelli.
Lánguida y cursi, con la vocación inspiradora tan marcada que pierde cualquier sentido, “La música del silencio” carece de identidad en su forma de falso europudding con participación española (Antonio Banderas y Jordi Mollà), junto a su filmación en inglés, aunque con la sorpresa posterior de que en realidad se trata de una producción totalmente italiana. Vocación internacional, vocación de impulso y de superación de barreras en personas que lo necesiten, y vocación musical. De la vocación por el cine se olvidaron. No Recomendada.


¿Quién está matando a los moñecos?. (USA, 2018). Dir. Brian Henson. 
Comedia americana interpretada por Melissa McCarthy, Elizabeth Banks, Maya Rudolph, Joel McHale y Cynthy Wu.
A juzgar por las críticas de ¿Quién está matando a los moñecos? en la prensa estadounidense, uno pensaría que la película de Brian Henson es un desastre que deja a “The Room” a la altura de, pongamos, “El apartamento”. Dichas reseñas describen la cinta como una abominación lovecraftiana cuyo visionado llevará a los espectadores a renegar del cine, de las marionetas y del humor escatológico (no necesariamente en ese orden) por los siglos de los siglos. ¿Está la película a la altura de estos presagios apocalípticos? Pues lo sentimos por los cazadores de espantos filmados, porque, en nuestra opinión, ni por asomo: la película es mala, y punto.
A “¿Quién está matando a los moñecos?” pueden reprochársele unas cuantas cosas. Sin ir más lejos, su premisa está tomada casi al dedillo de “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”, incluyendo las metáforas (ingeniosas en el filme de Robert Zemeckis, chuscas en este) sobre la discriminación y la identidad racial. Por otra parte, sus arrebatos de guarrería (muy deudores de los de Peter Jackson en “El loco mundo de los Feebles”) resultan muchas veces, no ya desagradables, sino algo todavía peor: previsibles y sin gracia. El conjunto, en suma, es tan mediocre que ni siquiera Melissa McCarthy se las apaña para darle energía. Elizabath Banks se salva, eso sí, por una razón: Elizabeth Banks siempre tiene gracia. 
Se trata de una cinta cuya premisa se agota tras la primera media hora,  que habría dado más el pego como especial televisivo y que quizás goce de una tímida reivindicación de aquí a unos años, cuando el vídeo doméstico, las reposiciones y la nostalgia hayan hecho su magia. Quienes la vean ahora en cine tal vez se arrepientan de haber pagado el precio de la entrada, pero podrán seguir revisando los mejores sketches de “Los teleñecos” sin sentir ganas de arrancarse los ojos. No Recomendada.

viernes, 10 de agosto de 2018

Los estrenos en Sevilla de 10-08-2018


6 películas se estrenan el 10 de agosto de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro son producciones estadounidenses, una brasileña y otra islandesa. Ningún estreno español. Esta semana se queda sin editar en Sevilla la película francesa “Alto el fuego” (Emmanuel Courcol, 2016), un drama anclado en los años 20. Pasemos a nuestras recomendaciones para esta semana.


Buenos vecinos. (Islandia, 2017). Dir. Hafsteinn Gunnar Sigurðsson.
Mejor Película en el Hamptons International Film Festival 2017.
Comedia negra entorno a la familia interpretada por Steinþór Hróar Steinþórsson, Edda Björgvinsdóttir y Sigurður Sigurjónsson.
Una modesta flor crecida en la linde de dos propiedades le sirvió a Norman McLaren para construir una metáfora universal en torno a la locura de todas las guerras en “Neighbours” (1952), su oscarizado cortometraje realizado con esa técnica de la pixelación que convertía a cada actor y a cada objeto en figura animada fotograma a fotograma y, por tanto, en algo más cercano a la idea (abstracta) que a la representación realista. Lo que empezaba como discusión trivial culminaba en guerra tribal, capaz de transgredir los tabúes básicos sobre los que se asienta toda idea de civilización. En “Buenos vecinos”, comedia negra del islandés Haffstein Günnar Sigurðsson, el conflicto entre dos familias se desencadena de una manera similar: la sombra del imponente árbol que un veterano matrimonio tiene en su jardín impide tomar el sol a la nueva –y joven- esposa del vecino de al lado. McLaren trabajaba con las claves de la parábola y el director islandés lo hace con las de la comedia costumbrista, pero el crescendo no llega a territorios menos excesivos. “Buenos vecinos” no es la comedia más refrescante para este verano, pero sí una sórdida historia con alto poder de perturbación que, de algún modo, parece ofrecer una sangrienta y algo morbosa instantánea de los males de Europa.
Haffstein Günnar Sigurðsson filma a sus personajes como si les estuviera acosando y aprovecha cada escena para dejar en el aire la evidencia de un profundo malestar o de una muy interiorizada insatisfacción. “Buenos vecinos” es, en suma, una película poblada de monstruos verosímiles y cotidianos, en cuyo desarrollo brilla en particular la transformación del rostro de un personaje al descubrir la crueldad manifiesta de su esposa. Lo que hace después ese personaje deja claro que el cineasta no conserva demasiada fe en el ser humano. Recomendada.


Como nuestros padres. (Brasil, 2017). Dir. Laís Bodanzky.
En los Premio Platino 2018 este filme brasileño estuvo nominado al Premio Cine y Educación en Valores.
Drama en el entorno familiar interpretado por Maria Ribeiro, Paulho Vilhena, Clarisse Abujamra y Felipe Rocha.
El hecho de que “Casa de muñecas”, obra teatral estrenada en 1879 por Henrik Ibsen, considerada como la primera pieza feminista, siga teniendo plena vigencia en el siglo XXI, es un golpe a nuestra realidad. A lo que aún queda por recorrer. A lo que todavía no acabamos de entender sobre el papel de la mujer en la sociedad contemporánea. Y así nos lo muestra la directora brasileña Laís Bodanzky, que, en su cuarto largometraje, “Como nuestros padres”, se adentra en el espíritu del dramaturgo danés, sin adaptarlo explícitamente, como sí hicieron cineastas tan rabiosos y comprometidos como R. W. Fassbinder y Joseph Losey, pero mostrando lo que sería una Nora de nuestros días: una mujer atada a una vida matrimonial y familiar insatisfecha, que llega a citar “Casa de muñecas”, y que deambula entre la necesidad de cariño y de tiempo, y la resignación hacia unas prioridades casi olvidadas.
Bodanzky, cojitranca en la narración durante el primer tercio, con unas extrañísimas elipsis menos eficaces que artísticas, recupera pronto el pulso y presenta a una mujer apasionante que, tras un golpe informativo por parte de su férrea madre, comienza a reelaborar su visión interior y exterior. Acercándose tanto a detalles concretos de la cotidianidad, carencia de sexo en el matrimonio, como a aspectos un tanto más abstractos, pero perceptibles, caso de la búsqueda de afecto, y no tanto en el sentido de una infidelidad como en el del deseo de sentirse querida, o al menos halagada.
Película de las que va sedimentando su discurso conforme avanza el relato, “Como nuestros padres” tiene también la virtud de huir de fáciles esquematismos, y de presentar necesarias ambigüedades con las que escapar del sectarismo. Hasta conformar un retrato de mujer con hombre al fondo, en el que no pocos espectadores se reconocerán. En sus virtudes y en sus defectos. Y en lo que no son exactamente virtudes ni defectos, sino el simple y complejo devenir de nuestros días. Recomendada (con reservas).


El rehén. (USA, 2018). Dir. Brad Anderson. 
Thriller de espionaje anclado en los años 80, cuyo título original es “Beirut”. Interpretado por Jon Hamm, Rosamund Pike, Mark Pellegrino, Dean Norris y Shea Whigham.
Año 1970. Después del llamado Septiembre Negro, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) es expulsada de Jordania y acaba instalándose en Beirut, en Líbano.
Año 1982. Israel invade el sur de Líbano con la intención de expulsar a las guerrillas de la OLP, capitaneadas por Yasir Arafat.
Es una década en la que Beirut se convierte en un polvorín, y en la que se sitúa la interesante película de espionaje “El rehén”, protagonizada por un diplomático de Estados Unidos que, tras una tragedia personal y familiar a principios de los 70, debe volver a la acción en la polémica región, ya en los inicios de los 80, tras abandonarse a sí mismo durante años en su país, entre el alcohol y la desolación. Es un tiempo en el que cualquier acción, decisión, palabra o intención labrada en Beirut terminaba afectando no solo a Líbano. También a Israel, a Jordania, a EE UU, a Libia, a Siria, a la URSS. Un caos político y religioso. Materia de política, materia de espionaje, materia de conflicto, materia de muerte.
Y, por tanto, asunto también cinematográfico. Algo que Brad Anderson desde la dirección y Tony Gilroy desde el guion saben llevar a cabo con una película casi impecable hasta su parte final, cuando la aparición propiamente dicha de la OLP lleva a una serie de acciones menos compactas, más caprichosas.
El universo de contactos a varias bandas de “Munich”, formidable película de Steven Spielberg, inspirada en las consecuencias del atentado de los Juegos Olímpicos de 1972 perpetrado por la organización Septiembre Negro, vuelve en “El rehén” a través de un libreto de Gilroy, director de la excelente “Michael Clayton”, y guionista en una línea más comercial de cuatro de las películas de la saga de Jason Bourne, esta vez con evidentes ecos de John Le Carré. La gélida Guerra Fría del tótem del espionaje literario se traslada así a la polvorienta y sudorosa Beirut, pero tanto sus acontecimientos, con un intercambio de rehenes como clímax narrativo, como sus personajes derruidos, solitarios y en continua lucha con sus propias dudas, no hacen sino llevarnos hasta el universo Le Carré.
Un espacio en el que encaja a la perfección la imponente presencia de Rosamund Pike, y el rostro atemporal y carisma esquivo de Jon Hamm, con la cruz a cuestas, como en su personaje de Mad Men, que por fin ha encontrado un personaje a su medida tras el fin de la histórica serie. Recomendada (con reservas).


Megalodón. (USA, 2018). Dir. Jon Turteltaub.
Aventuras, acción y tiburones. Todo lo que se reúne en esta película interpretada por Jason Statham, Bingbing Li, Rainn Wilson, Ruby Rose, Winston Chao y Cliff Curtis.
Un perrito faldero y la aleta de un prehistórico megalodonte, cortando amenazante la superficie del mar, sólo podrían encontrarse en un poema surrealista o en uno de esos blockbusters que, desde mediados de los años 70, quedaron infectados de espíritu serie B tras la aparición del “Tiburón” (1975) de Steven Spielberg. En “Megalodón”, Jon Turteltaub consigue una de las imágenes más memorables de su propuesta mediante la suma del candor de un chucho nadador y la hiperbólica amenaza de esa criatura surgida de las profundidades para subir la apuesta en ese duelo por el dominio del gran espectáculo sensacionalista que han vuelto a librar los grandes estudios y la serie B de la era digital —ahí está la productora The Asylum con sus irresistibles derivados de Sharknado (2013)—.
Basada en un best-seller de Steve Alten —autor que ya lleva publicadas siete novelas de megalodontes—, “Megalodón” estuvo a punto de convertirse en una película dirigida —¡y protagonizada!— por Eli Roth, cineasta que probablemente hubiera inyectado a la propuesta un humor tan retorcido como el que en su día aportó el francés Alexandre Aja a su revisión del clásico de Joe Dante en “Piraña 3D” (2010). Bastante menos dado a dejar improntas de autor, Turteltaub propone aquí un ejercicio de terror submarino que, en el fondo, da lo prometido —ni una onza de sorpresa más— e integra todos los ingredientes de la receta: héroe al que le atormenta ser recordado por cuántos dejó atrás y no por cuántas vidas salvó, monstruo insaciable en dirección a playa atestada de felices turistas, capitalista imprudente que desoye los consejos de los científicos a su cargo… Asimismo, la película también salta de lugar en común en lugar común sin pasar por alto ninguna de las situaciones tipo que el espectador bregado necesitará revisar: hay un poco de futurismo acuático entre lo verneano y lo cameroniano, una contundente escena con jaula submarina, el consabido ataque de la bestia a la embarcación de los protagonistas y, por supuesto, una merendola en primera línea de playa cuya coloratura se mantiene por debajo de lo que exigen las calificaciones familiares.
Un plano que parte del rostro de Jason Statham para elevarse y relacionar en toma cenital la figura del héroe nadador y la aleta del monstruo brilla como un islote en un conjunto que apuesta por la artillería pesada. Lo importante es que el público no se queda con hambre. No Recomendada.


The Equalizer 2. (USA, 2018). Dir. Antoine Fuqua. 
Secuela de “The Equalizer (El protector)” (2014), nuevamente protagonizada Denzel Washington y bajo las órdenes del mismo realizador.
La primera entrega era una especie de puesta al día de “Yo soy la justicia” con referencias cultas: Cervantes, Hemingway, Hopper. Esta segunda sube un escalón en dificultad literaria y artística: el protagonista va por el último tomo de “En busca del tiempo perdido”, de Proust. Y, si no se piensa demasiado la película, incluso puede ser que el espectador quede embobado ante el talante, el carisma, la decencia y la intelectualidad del personaje de Denzel Washington, mirada acuosa, rictus de elegancia, héroe de acción a los 64 años.
Sin embargo, “The Equalizer 2”, secuela de la película homónima de 2014, que ya era una versión renacida de la serie de televisión de los años ochenta “El justiciero”, es una bomba de violenta decencia. La letra, con sangre, entra. ¿Para qué se necesita el sistema judicial y el penitenciario si se tiene un buen ángel de la guarda que rebana cuellos a cuchillo, que masacra en silencio a los malditos bastardos contemporáneos?
Al frente de la función vuelve a estar Antoine Fuqua, director de enormes posibilidades, que se ha quedado en poca cosa. Cuando ha tenido un material interesante (Training day), ha estado al nivel de la escritura, pero en su carrera se suceden los guiones de derribo, de usar y tirar (Los amos de Brooklyn, El Rey Arturo, Objetivo: La Casa Blanca…), y esta secuela solo es una más. Hay cierto estilo. Casi demasiado para lo que se está contando, porque de ese modo la película se convierte en grandilocuente. Y está Washington, capaz de engañarte con su brillantez, con su papel de hombre viudo y derrotado, como el Charles Bronson de la película Michael Winner, la que estampó en su día el sello justiciero de la era Reagan. Pero “The equalizer 2”, de ritmo impetuoso y fachada distinguida, no parece casual. Es un brote reaccionario en otra era conservadora, un curso de decencia a base de disparos a bocajarro. No Recomendada.


Mentes poderosas. (USA, 2018). Dir. Jennifer Yuh. 
Película de ciencia-ficción con adolescentes de por medio, interpretada por Amandla Stenberg, Mandy Moore, Gwendoline Christie, Harris Dickinson, Miya Cech, Skylan Brooks, Mark O'Brien, Wallace Langham y Golden Brooks.
Todo objeto cultural tiene el potencial de acabar convertido en un resto arqueológico, una huella de la que acaso podrían inferirse algunas conclusiones sobre el contexto histórico en el que nació. Y “Mentes poderosas”, primer largometraje de imagen real de Jennifer Yuh, responsable de dos secuelas de “Kung Fu Panda” (2008), es uno de esos trabajos que, en su asumida modestia, son capaces de decir muchísimo sobre los síntomas culturales y las neurosis corporativas del presente: por un lado, es una prueba más de que la industria audiovisual de las primeras décadas del milenio vive la crispada fiebre de encontrar la nueva franquicia de oro entre la efervescencia de sagas editoriales destinadas al lector adolescente; por otro, ofrece -¡y van!- otra metáfora sobre el problemático lugar en el mundo que cree –o teme- ocupar la generación millennial, incomprendida por quienes la han precedido y profundamente preocupada ante la perspectiva de pasar por el mundo sin dejar huella. 
Basada en la saga editorial de Alexandra Bracken, que ha alcanzado seis títulos, “Mentes poderosas” une la clásica fantasía adolescente de los superpoderes con la descripción de una realidad distópica de campos de concentración y facciones militares enfrentadas por la explotación estratégica de una población mutante menor de edad. En el fondo, no es ni mejor, ni peor que las numerosas ficciones cortadas por el mismo patrón que han asaltado las multisalas en los últimos años. En cualquier caso, la concisión de su metraje es una cierta virtud. Y su previsibilidad, una condena. No Recomendada.