6 películas se estrenan
el 10 de agosto de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro son producciones
estadounidenses, una brasileña y otra islandesa. Ningún estreno español. Esta
semana se queda sin editar en Sevilla la película francesa “Alto el fuego” (Emmanuel
Courcol, 2016), un drama anclado en los años 20. Pasemos a nuestras
recomendaciones para esta semana.
Buenos vecinos. (Islandia, 2017).
Dir. Hafsteinn Gunnar Sigurðsson.
Mejor Película en el Hamptons International Film Festival
2017.
Comedia negra entorno a la familia interpretada por Steinþór
Hróar Steinþórsson, Edda Björgvinsdóttir y Sigurður Sigurjónsson.
Una modesta flor crecida en la linde de dos propiedades
le sirvió a Norman McLaren para construir una metáfora universal en torno a la
locura de todas las guerras en “Neighbours” (1952), su oscarizado cortometraje
realizado con esa técnica de la pixelación que convertía a cada actor y a cada
objeto en figura animada fotograma a fotograma y, por tanto, en algo más
cercano a la idea (abstracta) que a la representación realista. Lo que empezaba
como discusión trivial culminaba en guerra tribal, capaz de transgredir los
tabúes básicos sobre los que se asienta toda idea de civilización. En “Buenos
vecinos”, comedia negra del islandés Haffstein Günnar Sigurðsson, el conflicto
entre dos familias se desencadena de una manera similar: la sombra del
imponente árbol que un veterano matrimonio tiene en su jardín impide tomar el
sol a la nueva –y joven- esposa del vecino de al lado. McLaren trabajaba con
las claves de la parábola y el director islandés lo hace con las de la comedia
costumbrista, pero el crescendo no llega a territorios menos excesivos. “Buenos
vecinos” no es la comedia más refrescante para este verano, pero sí una sórdida
historia con alto poder de perturbación que, de algún modo, parece ofrecer una
sangrienta y algo morbosa instantánea de los males de Europa.
Haffstein Günnar Sigurðsson filma a sus personajes como
si les estuviera acosando y aprovecha cada escena para dejar en el aire la
evidencia de un profundo malestar o de una muy interiorizada insatisfacción. “Buenos
vecinos” es, en suma, una película poblada de monstruos verosímiles y
cotidianos, en cuyo desarrollo brilla en particular la transformación del
rostro de un personaje al descubrir la crueldad manifiesta de su esposa. Lo que
hace después ese personaje deja claro que el cineasta no conserva demasiada fe
en el ser humano. Recomendada.
Como nuestros padres. (Brasil, 2017).
Dir. Laís Bodanzky.
En los Premio Platino 2018 este filme brasileño estuvo
nominado al Premio Cine y Educación en Valores.
Drama en el entorno familiar interpretado por Maria
Ribeiro, Paulho Vilhena, Clarisse Abujamra y Felipe Rocha.
El hecho de que “Casa de muñecas”, obra teatral estrenada
en 1879 por Henrik Ibsen, considerada como la primera pieza feminista, siga
teniendo plena vigencia en el siglo XXI, es un golpe a nuestra realidad. A lo
que aún queda por recorrer. A lo que todavía no acabamos de entender sobre el
papel de la mujer en la sociedad contemporánea. Y así nos lo muestra la
directora brasileña Laís Bodanzky, que, en su cuarto largometraje, “Como
nuestros padres”, se adentra en el espíritu del dramaturgo danés, sin adaptarlo
explícitamente, como sí hicieron cineastas tan rabiosos y comprometidos como R.
W. Fassbinder y Joseph Losey, pero mostrando lo que sería una Nora de nuestros
días: una mujer atada a una vida matrimonial y familiar insatisfecha, que llega
a citar “Casa de muñecas”, y que deambula entre la necesidad de cariño y de
tiempo, y la resignación hacia unas prioridades casi olvidadas.
Bodanzky, cojitranca en la narración durante el primer
tercio, con unas extrañísimas elipsis menos eficaces que artísticas, recupera
pronto el pulso y presenta a una mujer apasionante que, tras un golpe informativo
por parte de su férrea madre, comienza a reelaborar su visión interior y
exterior. Acercándose tanto a detalles concretos de la cotidianidad, carencia
de sexo en el matrimonio, como a aspectos un tanto más abstractos, pero
perceptibles, caso de la búsqueda de afecto, y no tanto en el sentido de una
infidelidad como en el del deseo de sentirse querida, o al menos halagada.
Película de las que va sedimentando su discurso conforme
avanza el relato, “Como nuestros padres” tiene también la virtud de huir de fáciles
esquematismos, y de presentar necesarias ambigüedades con las que escapar del
sectarismo. Hasta conformar un retrato de mujer con hombre al fondo, en el que
no pocos espectadores se reconocerán. En sus virtudes y en sus defectos. Y en
lo que no son exactamente virtudes ni defectos, sino el simple y complejo
devenir de nuestros días. Recomendada (con reservas).
El rehén. (USA, 2018). Dir. Brad
Anderson.
Thriller de espionaje anclado en los años 80, cuyo título
original es “Beirut”. Interpretado por Jon Hamm, Rosamund Pike, Mark
Pellegrino, Dean Norris y Shea Whigham.
Año 1970. Después del llamado Septiembre Negro, la
Organización para la Liberación de Palestina (OLP) es expulsada de Jordania y
acaba instalándose en Beirut, en Líbano.
Año 1982. Israel invade el sur de Líbano con la intención
de expulsar a las guerrillas de la OLP, capitaneadas por Yasir Arafat.
Es una década en la que Beirut se convierte en un
polvorín, y en la que se sitúa la interesante película de espionaje “El rehén”,
protagonizada por un diplomático de Estados Unidos que, tras una tragedia
personal y familiar a principios de los 70, debe volver a la acción en la
polémica región, ya en los inicios de los 80, tras abandonarse a sí mismo
durante años en su país, entre el alcohol y la desolación. Es un tiempo en el
que cualquier acción, decisión, palabra o intención labrada en Beirut terminaba
afectando no solo a Líbano. También a Israel, a Jordania, a EE UU, a Libia, a
Siria, a la URSS. Un caos político y religioso. Materia de política, materia de
espionaje, materia de conflicto, materia de muerte.
Y, por tanto, asunto también cinematográfico. Algo que
Brad Anderson desde la dirección y Tony Gilroy desde el guion saben llevar a
cabo con una película casi impecable hasta su parte final, cuando la aparición
propiamente dicha de la OLP lleva a una serie de acciones menos compactas, más
caprichosas.
El universo de contactos a varias bandas de “Munich”,
formidable película de Steven Spielberg, inspirada en las consecuencias del
atentado de los Juegos Olímpicos de 1972 perpetrado por la organización
Septiembre Negro, vuelve en “El rehén” a través de un libreto de Gilroy,
director de la excelente “Michael Clayton”, y guionista en una línea más
comercial de cuatro de las películas de la saga de Jason Bourne, esta vez con
evidentes ecos de John Le Carré. La gélida Guerra Fría del tótem del espionaje
literario se traslada así a la polvorienta y sudorosa Beirut, pero tanto sus
acontecimientos, con un intercambio de rehenes como clímax narrativo, como sus
personajes derruidos, solitarios y en continua lucha con sus propias dudas, no
hacen sino llevarnos hasta el universo Le Carré.
Un espacio en el que encaja a la perfección la imponente
presencia de Rosamund Pike, y el rostro atemporal y carisma esquivo de Jon
Hamm, con la cruz a cuestas, como en su personaje de Mad Men, que por fin ha
encontrado un personaje a su medida tras el fin de la histórica serie. Recomendada (con
reservas).
Megalodón. (USA, 2018). Dir. Jon
Turteltaub.
Aventuras, acción y tiburones. Todo lo que se reúne en
esta película interpretada por Jason Statham, Bingbing Li, Rainn Wilson, Ruby
Rose, Winston Chao y Cliff Curtis.
Un perrito faldero y la aleta de un prehistórico
megalodonte, cortando amenazante la superficie del mar, sólo podrían encontrarse
en un poema surrealista o en uno de esos blockbusters que, desde mediados de
los años 70, quedaron infectados de espíritu serie B tras la aparición del “Tiburón”
(1975) de Steven Spielberg. En “Megalodón”, Jon Turteltaub consigue una de las
imágenes más memorables de su propuesta mediante la suma del candor de un
chucho nadador y la hiperbólica amenaza de esa criatura surgida de las
profundidades para subir la apuesta en ese duelo por el dominio del gran
espectáculo sensacionalista que han vuelto a librar los grandes estudios y la
serie B de la era digital —ahí está la productora The Asylum con sus
irresistibles derivados de Sharknado (2013)—.
Basada en un best-seller de Steve Alten —autor que ya
lleva publicadas siete novelas de megalodontes—, “Megalodón” estuvo a punto de
convertirse en una película dirigida —¡y protagonizada!— por Eli Roth, cineasta
que probablemente hubiera inyectado a la propuesta un humor tan retorcido como
el que en su día aportó el francés Alexandre Aja a su revisión del clásico de
Joe Dante en “Piraña 3D” (2010). Bastante menos dado a dejar improntas de
autor, Turteltaub propone aquí un ejercicio de terror submarino que, en el
fondo, da lo prometido —ni una onza de sorpresa más— e integra todos los
ingredientes de la receta: héroe al que le atormenta ser recordado por cuántos
dejó atrás y no por cuántas vidas salvó, monstruo insaciable en dirección a
playa atestada de felices turistas, capitalista imprudente que desoye los
consejos de los científicos a su cargo… Asimismo, la película también salta de
lugar en común en lugar común sin pasar por alto ninguna de las situaciones
tipo que el espectador bregado necesitará revisar: hay un poco de futurismo
acuático entre lo verneano y lo cameroniano, una contundente escena con jaula
submarina, el consabido ataque de la bestia a la embarcación de los
protagonistas y, por supuesto, una merendola en primera línea de playa cuya
coloratura se mantiene por debajo de lo que exigen las calificaciones
familiares.
Un plano que parte del rostro de Jason Statham para
elevarse y relacionar en toma cenital la figura del héroe nadador y la aleta
del monstruo brilla como un islote en un conjunto que apuesta por la artillería
pesada. Lo importante es que el público no se queda con hambre. No Recomendada.
The Equalizer 2. (USA, 2018). Dir. Antoine
Fuqua.
Secuela de “The Equalizer (El protector)” (2014), nuevamente
protagonizada Denzel Washington y bajo las órdenes del mismo realizador.
La primera entrega era una especie de puesta al día de “Yo
soy la justicia” con referencias cultas: Cervantes, Hemingway, Hopper. Esta
segunda sube un escalón en dificultad literaria y artística: el protagonista va
por el último tomo de “En busca del tiempo perdido”, de Proust. Y, si no se
piensa demasiado la película, incluso puede ser que el espectador quede
embobado ante el talante, el carisma, la decencia y la intelectualidad del
personaje de Denzel Washington, mirada acuosa, rictus de elegancia, héroe de acción
a los 64 años.
Sin embargo, “The Equalizer 2”, secuela de la película
homónima de 2014, que ya era una versión renacida de la serie de televisión de
los años ochenta “El justiciero”, es una bomba de violenta decencia. La letra,
con sangre, entra. ¿Para qué se necesita el sistema judicial y el penitenciario
si se tiene un buen ángel de la guarda que rebana cuellos a cuchillo, que
masacra en silencio a los malditos bastardos contemporáneos?
Al frente de la función vuelve a estar Antoine Fuqua,
director de enormes posibilidades, que se ha quedado en poca cosa. Cuando ha
tenido un material interesante (Training day), ha estado al nivel de la
escritura, pero en su carrera se suceden los guiones de derribo, de usar y
tirar (Los amos de Brooklyn, El Rey Arturo, Objetivo: La Casa Blanca…), y esta
secuela solo es una más. Hay cierto estilo. Casi demasiado para lo que se está
contando, porque de ese modo la película se convierte en grandilocuente. Y está
Washington, capaz de engañarte con su brillantez, con su papel de hombre viudo
y derrotado, como el Charles Bronson de la película Michael Winner, la que
estampó en su día el sello justiciero de la era Reagan. Pero “The equalizer 2”,
de ritmo impetuoso y fachada distinguida, no parece casual. Es un brote
reaccionario en otra era conservadora, un curso de decencia a base de disparos
a bocajarro. No
Recomendada.
Mentes poderosas. (USA, 2018). Dir. Jennifer
Yuh.
Película de ciencia-ficción con adolescentes de por medio,
interpretada por Amandla Stenberg, Mandy Moore, Gwendoline Christie, Harris
Dickinson, Miya Cech, Skylan Brooks, Mark O'Brien, Wallace Langham y Golden
Brooks.
Todo objeto cultural tiene el potencial de acabar
convertido en un resto arqueológico, una huella de la que acaso podrían
inferirse algunas conclusiones sobre el contexto histórico en el que nació. Y “Mentes
poderosas”, primer largometraje de imagen real de Jennifer Yuh, responsable de
dos secuelas de “Kung Fu Panda” (2008), es uno de esos trabajos que, en su
asumida modestia, son capaces de decir muchísimo sobre los síntomas culturales
y las neurosis corporativas del presente: por un lado, es una prueba más de que
la industria audiovisual de las primeras décadas del milenio vive la crispada
fiebre de encontrar la nueva franquicia de oro entre la efervescencia de sagas
editoriales destinadas al lector adolescente; por otro, ofrece -¡y van!- otra
metáfora sobre el problemático lugar en el mundo que cree –o teme- ocupar la
generación millennial, incomprendida por quienes la han precedido y
profundamente preocupada ante la perspectiva de pasar por el mundo sin dejar
huella.
Basada en la saga editorial de Alexandra Bracken, que ha alcanzado seis
títulos, “Mentes poderosas” une la clásica fantasía adolescente de los
superpoderes con la descripción de una realidad distópica de campos de
concentración y facciones militares enfrentadas por la explotación estratégica
de una población mutante menor de edad. En el fondo, no es ni mejor, ni peor
que las numerosas ficciones cortadas por el mismo patrón que han asaltado las
multisalas en los últimos años. En cualquier caso, la concisión de su metraje
es una cierta virtud. Y su previsibilidad, una condena. No Recomendada.
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