Siendo
nonagenaria, la actriz Asunción Balaguer acudía a sus ensayos en autobús desde
Alpedrete, un pueblo de Madrid donde residía, hasta la ciudad y allí tomaba
otro transporte hasta el teatro para preparar su último gran papel teatral, “Sueños
y visiones del rey Ricardo III”, la versión de José Sanchís Sinisterra sobre el
clásico de Shakespeare.
Y
lo hacía contenta, alegre, optimista y agradecida de tener que abordar a diario
tal proeza. Más excepcional aún era el hecho de que toda la profesión teatral y
cinematográfica la adoraba y nunca se ha oído a nadie ni insinuar una mínima
crítica hacia esta mujer definida como buena compañera y buena actriz, lo cual
siempre redundaba en mayor éxito y mejor ambiente de trabajo.
La
actriz falleció el 23 de noviembre de 2019, tras sufrir días antes un ictus en
su domicilio, donde se fue a vivir en los años ochenta con su marido, el
inolvidable actor Francisco Rabal, con quien compartió más de medio siglo vida,
dos hijos, Benito y Teresa, y varios nietos.
Balaguer,
nacida en Manresa (Barcelona) en 1925 en una familia acomodada, recordaba
perfectamente la llegada de la Segunda República, y cómo casi aprendió a leer
en los libros de sus hermanos. Se subió a un escenario por primera vez en plena
Guerra Civil, con 13 años, lo que la convirtió en los últimos años en decana de
la interpretación en España. “Me gustaría tener otra vida y ser otra vez
actriz; para mí actuar es una droga, no necesito más, que esto es como el
pitillito de la risa”, dijo en 2007.
Tras
enviudar en 2001, tuvo un renacer fulgurante jalonado de múltiples y exitosos
trabajos, numerosos premios e incluso una actividad frenética fuera de las
tablas, como la que realizó en la entidad de gestión de actores y bailarines
AISGE, donde fue la socia número 3 y estuvo al pie del cañón con sus compañeros
de oficio.
En
ese no parar que la caracterizó a partir de los 75 años, cabe destacar que
entre 2010 y 2013 recibió el Premio Actúa de AISGE, obtuvo cuatro galardones
consecutivos de la Unión de Actores, el TP de Oro y el Premio Max por el
musical Follies, bajo la dirección de Mario Gas, en el que cantó y bailó en las
mejores escenas, dejando al público anonadado.
En
este último periodo de su vida profesional fue especialmente importante un
monólogo autobiográfico que puso en pie el también actor y amigo Rafael Álvarez
El Brujo: “Hacía poco que nos había dejado Paco y me sirvió de terapia”,
comentó hace casi 15 años a EL PAÍS
sobre este espectáculo, al que llamaron “El tiempo es un sueño”. En él
recordaba lo mucho que significaron para ella en sus inicios el director José
Tamayo y la compañía Lope de Vega, en la que conoció a un jovencísimo Rabal. Ya
como su marido, él contó que, recién iniciada su relación, viajaron a Roma a
representar un auto calderoniano en las Salas Pías del Vaticano y tras la función
el Papa Pio XII les saludó, tras lo que Balaguer prorrumpió en sollozos y le
dijo a Rabal: “Ay Paco, para mí que el Papa, por cómo me ha mirado, sabe lo
nuestro”. Precisamente fue “lo nuestro” lo que provocó que ella relegara a un
segundo y tercer plano su carrera durante décadas, y que nunca pudiera
interpretar Lady Macbeth, el personaje que más le hubiera gustado hacer.
El
caso es que nunca le importó, ya que para ella lo importante era su marido, del
que asumía su ganada fama de vividor: “Él, como Pulgarcito, ponía piedrecitas
para no perder el camino de vuelta a casa, y era profundamente bueno. Muchos
dicen: ‘hay que negar a la pareja lo que uno hace’, pero cuando se tiene un
buen compañero es mucho peor la mentira que la verdad, al menos para mí. Yo le
dije a Paco: 'soy tu hermana, amiga, madre, esposa, pero a mí no me cuentas lo
que saben tus amigos, tu gente… y me siento menospreciada y tengo muchos
celos'. Y me empezó a contar delicadamente, sin hacerme daño… y jamás salió de
mi boca un reproche, cuando una persona tiene la nobleza de hacer eso no hay
nada que echar en cara”, comentó en 2007, al tiempo que recordaba lo que
significó para ellos vivir en el franquismo siendo de izquierdas y con amigos
como Pablo Picasso, Luis Buñuel o Rafael Alberti, con quien Rabal cantaba
canciones verdes, o con el exilio de su hijo Benito.
En
2014, el cineasta Javier Espada le dedicó el documental “Una mujer sin sombra”,
en el que intervenían allegados como Pilar Bardem, Sancho Gracia, Ángela
Molina, Patricia Reyes Spíndola, Giuliano Montaldo y Pepe Viyuela, con quien
también compartió cartel en la versión teatral de “El pisito”, que dirigió
Pedro Olea.
En
este periodo trabajó mucho en televisión: en “Gran hotel”, “La que se avecina”,
“Pulseras rojas”, “Los misterios de Laura”... Sus últimos trabajos catódicos
fueron en “Olmos y Robles”, “Chiringuito de Pepe y Merlí”. También fue
sobrecogedor para los espectadores catalanoparlantes su trabajo en la película “Barcelona,
noche de invierno” (Dani de la Orden, 2015), como la novia lesbiana de otra
emblemática intérprete octogenaria, Montserrat Carulla.
Balaguer en pleno rodaje |
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