“Nunca entendí por qué recibí tanta atención”. En 1986, convertida ya por entonces en un mito indeleble de la cultura del siglo XX y enfrascada en la lucha contra el cáncer, Christine Jorgensen seguía restando importancia a lo conseguido. Ella, defendía, solo era “alguien que había hecho lo que le había dado la gana” en un tiempo –principios de la década de los 50–, en el que nadie aspiraba siquiera a atreverse a pensar en sus anhelos. La neoyorquina se convirtió en la primera persona en someterse con éxito a una cirugía de reasignación de sexo y a una terapia hormonal, pero, sobre todo, se erigió en la imagen mediática por excelencia del colectivo trans para varias generaciones.
“Jorgensen ha sido, desde siempre, un icono de nuestra historia y una gran referente para el colectivo trans”, explica a S Moda Marcos Ventura, Coordinadora del Grupo de Políticas Trans de la FELGTB (Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales). Ventura no solo reseña la importancia del éxito de su reasignación de género, que supuso un hito esperanzador para muchas personas, sino su visibilidad mediática, esencial para colectivos oprimidos y minoritarios. “No es lo mismo salir del armario como mujer trans cuando tu familia no tiene ni idea de qué significa eso, o la única idea que tiene de ello es la de personas que viven en la prostitución y la marginalidad, que hacerlo cuando tu familia puede vincular tu realidad con la de esa actriz tan famosa que sale en los medios de comunicación”, manifiesta.
Nacido en 1926, los adjetivos que Christine dedicaría a George Jorgensen, el hijo de un carpintero que creció en el seno de una familia de origen danés en el Bronx, fueron los de “introvertido, frágil y triste”. “Él nunca se identificó como un joven homosexual, sino como una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre”, confesó a la BBC el cineasta Teit Ritzau, autor de un documental sobre ella. Tras conseguir el graduado escolar se alistó en el ejército, sirviendo durante 14 meses en los estertores de la Segunda Guerra Mundial. Poco después, aquel soldado leería un artículo sobre los avances en terapia hormonal para reasignación de género por un doctor danés llamado Christian Hamburguer. Gracias a sus conexiones familiares con el país, viajó hasta Copenhague en 1950 sin que nadie supiera que su intención era regresar a Estados Unidos como una mujer. La transición comenzó con un año de terapia hormonal y continuó con una orquiectomía y una penectomía, que el Ministro de Justicia danés aprobó expresamente para su caso.
A su vuelta, el 1 de diciembre de 1952, se convirtió en toda una celebridad. “Exsoldado se transforma en belleza rubia”, sostenía en portada el New York Daily News, enfrentando el retrato del joven George con la Christine de 27 años y labios pintados de rojo. Su mediático aterrizaje en el aeropuerto fue visto tanto como un triunfo de la medicina moderna (en Estados Unidos se sometió a una vaginoplastia), como un episodio freak por parte de la prensa más sensacionalista. En aquella época, incluso decir la palabra homosexual estaba prohibido en televisión y las cadenas vetaron su presencia. “Estaban aterrorizados de mí. Llegué a la conclusión de que pensaban que iba a quitarme la ropa y correr desnuda hacia la cámara”, declaró en el programa de Gary Collins.
El documental de Netflix Disclosure: ser trans en Hollywood, rescata del olvido su increíble historia. Se trata de un documental producido por la actriz Laverne Cox (Orange is the new black) en el que decenas de voces de la comunidad trans analizan la (infra)representación y el impacto del colectivo en la industria cinematográfica y televisiva desde los inicios de la meca del cine. La obra arroja luz sobre el larguísimo historial de representaciones ofensivas, burlonas, ignorantes e incluso peligrosas, que han dado vida y forma a los prejuicios que la sociedad exhibe hoy en día, teniendo en cuenta que hasta un 80% de los estadounidenses afirman no conocer personalmente a ninguna persona trans. “Este documental tiene una importancia enorme para mejorar nuestras vidas”, defiende Ventura, convencida de que recuperar la historia y los referentes del colectivo en un medio de masas como Netflix es clave para “acabar con los prejuicios que sustentan nuestra discriminación”.
“No fue la primera persona trans, ni la primera en recurrir a hormonas o cirugías, pero sí fue la primera en ser mundialmente famosa por ello. Fue la imagen de la gente transgénero para toda una generación”, explica en Disclosure la historiadora Susan Stryker, que alaba que Jorgensen fijara las pautas de la conversación sobre la identidad trans. Ya en la televisión de los 80 pedía clínicas de orientación para transexuales y rechazaba que la cirugía fuera el centro del debate de una condición que va mucho más allá de la mera operación. “La cirugía es el anticlímax, se hace después de todo lo demás”, aducía. Stryker recuerda también cómo algunas de las reacciones más transfóbicas proceden precisamente del colectivo gay y tenían a Jorgensen como objetivo de serias amenazas. Una, en concreto, la instaba a “acabar el trabajo que empezó el médico” en una carta de un hombre que se identificaba como gay y que incluía una cuchilla.
Jorgensen trabajó como cabaretera y anfitriona en clubs de fiestas y, aunque estuvo prometida, no consiguió obtener la licencia matrimonial al ser calificada como “varón” en su certificado de nacimiento. Su mayor logro no fue el éxito de su transición, sino su constante trabajo activista para concienciar a la sociedad de la época sobre qué significa ser trans. Ofreció innumerables entrevistas, escribió varios libros y dio conferencias en universidades, sosteniendo que había hablado con más de 200.000 estudiantes a lo largo del tiempo.
“La aceptación es increíble en los campus universitarios, pero tengo que admitir que lo que hice solo lo hice por mí. No tenía ni idea de que iba a afectar al resto del mundo”, sostuvo en una entrevista televisiva en 1981. Para Ventura, que tanto jóvenes como adultos conozcan la realidad de las personas trans es el paso previo a una igualdad real que sigue sin materializarse. “Llegará cuando dejemos de ser para la mayoría social un ente abstracto y empecemos a ser seres de carne y hueso, personas con sentimientos y preocupaciones que tienen tanto derecho a la felicidad como las demás. Las charlas en primera persona son uno de los instrumentos más potentes que tenemos”.
Jorgensen murió en 1989 a los 62 años, después de una larga batalla contra los cánceres de vejiga y pulmón y es recordada como una de las pioneras y heroínas de la comunidad LGTB. Aunque se han producido avances indiscutibles en los últimos años, lo cierto es que la igualdad real sigue siendo una quimera. “En España, sin ir más lejos, las personas trans aún necesitamos ser acreditadas por profesionales sanitarios como enfermas mentales para poder acceder a los pocos derechos que tenemos”, corrobora la coordinadora, que concluye arrojando luz sobre la cruda realidad del colectivo: “Aún seguimos teniendo altísimas tasas de paro y exclusión social, aún nos siguen echando de casa por ser trans, y aún seguimos teniendo unos datos de suicidio intolerablemente elevados, reflejo de las consecuencias que tiene la transfobia en nuestro bienestar y salud mental. Y, todavía peor, sigue habiendo gente que se cree con derecho a discutir sobre nuestra realidad, sobre si existimos de verdad o no, sobre si merecemos dignidad y respeto”.
En 1970, el director Irving Rapper llevó al cine “The Christine Jorgensen Story”, una película biográfica sobre Christine. La premisa general de la película es bastante fiel a ciertos periodos de la vida de Christine, pero muchos detalles eran ficticios. La película se inspiró en la autobiografía de Christine Jorgensen, publicada en el año 1967, cuyo guió corrió a cargo de Robert Kent y Ellis St. Josephy.
Una de las frases promocionales más importantes de la película fue “El primer hombre en convertirse en una mujer”. De hecho fue una afirmación errónea ya que otros habían pasado por el mismo procedimiento en el pasado, y curiosamente esto es algo que se menciona durante la trama de la película. Sin embargo es cierto que fue la primera operación de cambio de sexo publicitada con todo detalle.
Edward Small produjo la película, para lo cual compró los derechos del libro en 1968. Escogió a Rapper para dirigir la película, alegando que su sensibilidad le convertía en el candidato ideal. Esto provocó algunos conflictos, pues tiempo después Jorgensen aseguró que el contrato le cedía el diez por ciento del total de los beneficios y el tres y medio del presupuesto. Años después, también intentó conseguir una orden para que los herederos de Edward Small no pudieran explotar la película. Aseguró que el productor había desviado cien mil dólares que la pertenecían, para uso privado. También se mostró preocupada ante la posibilidad de que United Artists explotara la película como una de serie B.
Eeste es uno de esos casos en los que hay que tener en cuenta el contexto histórico de la película. Lo principal y más importante es que la intención de Irving Rapper y los guionistas fue noble en todo momento. La historia muestra de una forma sensible la angustia de sentirse atrapado en el género erróneo, y cómo puede afectar a nuestra infancia y vida personal o profesional. No cabe duda de que se trata de una película muy osada para el año 1970, sobre todo porque no evita el momento más crucial en la vida de Jorgensen. El actor John Hansen fue un buen candidato para transmitir esa sencillez, angustia y dulzura, mostrando respeto en todo momento. La película tampoco duda en atacar la hipocresía americana al respecto, y aborda la importancia de la familia en el proceso de cambio sexo.
Por otro lado, en 1953, el denominado “peor director de la Historia del Cine”, Ed Wood, realizó su ópera prima, inspirándose en la historia de Christine Jorgensen.
El productor George Weiss pretendía llamar la película Behind locked doors (Tras las puertas cerradas), pero Christine Jorgensen quería cobrar por los derechos y Weiss decidió cambiar algunas cosas para no pagar. El caso es que Ed Wood convenció a Weiss de que, debido a su travestismo, él era el director ideal para ese proyecto. Como quiera que fuese, Weiss se lo creyó y dejó que Wood dirigiera. La película se llamaría “Glen y Glenda”.
Lo que iba a ser la historia de Christine Jorgensen acabó siendo una especie de documental autobiográfico de Ed Wood (Al más puro estilo Zelig de Woody Allen, salvando las distancias). Escrito, dirigido y protagonizado por Ed Wood —esto último bajo el seudónimo de Daniel Davis— y con la colaboración de su novia, Dolores Fuller y de Bela Lugosi que colaboraba aquí por primera vez con Eddie. En definitiva, una película de culto de la Serie B, que se deja ver y tiene algún momento divertido.
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