Pilar Lebeña Manzanal
Que Victoria Mary Sackeville-West, Vita para los amigos. Una de las presencias más predominantes de la Inglaterra victoriana de finales del XIX y mediados del XX. Novelista, periodista y poetisa consagrada. Colateral al grupo de Bloomsbury. Inspiradora de la novela de Virginia Woolf, Orlando. Diseñadora de jardines. Aristócrata. Que Vita Sackeville, digo, sintiera rendida fascinación por la figura de su abuela materna por sus raíces gitanas hasta llevarla a visitar campamentos romaníes, viajar a Málaga, indagar en sus orígenes y plasmarlas en su obra Pepita, de nombre artístico La estrella de Andalucía, resulta perfectamente comprensible.
En un entorno más que acomodado con aromas a alcanfor añejo. Formas rígidamente establecidas. Sonrisas heredadas. Almidonadas de lady, milady, barón, duque, milord o sir, que el abuelo de Vita, lord Lionel Sackeville -segundo barón de Sackeville y diplomático de prestigio para más señas- cayera, pobrecito, rendido en brazos de la arrebatadora bailaora malagueña, sin más pedigrí qué maldita falta hizo que la de gitana de belleza sin igual aliñada con una sensualidad que le brotaba por las costuras, resulta una guinda pintoresco lúdico festiva que sin comerlo ni beberlo todo pastel aristocrático que se precie paladea, pasea y presume.
Bien se encargaron a lo largo del siglo XIX autores románticos como Théophile Gautier, Charles Davillier o George Borrow de alimentar un romanticismo muy de época que sembró una atracción irresistible por lo exótico, haciendo que otros autores, pintores y hasta burgueses cansados de sus vidas anodinas, llegaran a España en busca de un sinfín de aventuras, especialmente a Andalucía. Persuadidos como estaban de que este país contenía todas las esencias de Oriente, aliñadas de gitanas, bandoleros, toreros y manolas.
Autores románticos que adornaron ese pueblo roma, carente de historia, que en el siglo XV vivía ya en lo que hoy es España, Francia, Italia o Inglaterra, y en el siglo XVI había llegado incluso a Estados Unidos. Que poblaron sus libros de estereotipos donde los gitanos andaluces eran seres libres, amantes de la vida nómada, instintivamente artistas, en contacto permanente con la naturaleza a la vez que sus mujeres andaban sobradas de una belleza salvaje y una sensualidad que subyugaban sin remedio. Belleza y sensualidad que acentuaban en sus bailes, absolutamente enloquecedores para cualquier mirada masculina que se preciara, capaces de despertar la pasión más adormecida. Eso sí, mira tú por dónde, especialmente en aquellos que no eran de su raza. No se pongan a elucubrar mucho sobre el asunto y váyanse del tirón a la Carmen de Mérimée quien, dicho sea de paso, se inspiró en la novela de Borrow, The Zincali. Y es que las gitanas eran mucha gitana, que hasta la abuela de Vita, Pepita, era a su vez hija de una gitana que a su vez le quitó el sentío a un rendido duque español que sin querer queriendo la dejó embarazada. ¡Si es que no se cansaron de escribirlo! ¡¿No iban a tener razón con el pedazo de trabajo de campo llevado a cabo?!
Ante tanto despropósito étnico, ¿cómo escapar la sociedad acomodada inglesa al romanticismo literario de la época si sus páginas te hacían volar en un pis pas a una Andalucía gitana de vino y rosas, happy flower after hours, mujeres de rompe y rasga generosas en pasiones pa jartarse, y bandoleros de aquí te espero? No way.
Resulta, sin embargo, harto difícil imaginar que tales efluvios volaran gráciles y seguros hasta Black Patch, Parche Negro en castellano, actual parque de más de veinte acres en Smethwick, a poco más de ciento sesenta y dos kilómetros del Londres entre algodones de Vita.
Vagabundos de raza, como se les encasilló antes de que los abuelos de los escritores viajeros románticos nacieran. Zíngaros. Gitanos. Bohemios. Egipcianos. Se les diera el nombre que se les diera, eran temidos y reprimidos a partes iguales. Depredadores de lo ajeno. Practicantes de hechicerías… Leyendas éstas en las Antípodas de las descritas en los libros de viajes de los autores románticos.
“Nací el 16 de abril de 1889, a las 8 de la noche, en East Lane, en el barrio londinense de Walworth. Según mi madre, el mundo al que yo llegaba era un mundo feliz”. Con esta frase comienza sus memorias, Historia de mi vida, publicadas en 1964, el actor, humorista, productor, compositor, editor, guionista, director, escritor, Charles Chaplin.
¿Nació realmente un 16 de abril? ¿A las 8 de la noche? ¿En 1889, considerando que los gitanos no se registraban? ¿En Londres? ¿Sabía Charles Chaplin de verdad dónde había nacido? ¿Sabía quién era realmente, pero quería ocultarlo? ¿Dio pistas sobre sus orígenes, pero no se supieron captar?
“Mirada de cerca, la vida parece una tragedia. Vista de lejos, parece una comedia”
En sus memorias escribe que cuando él tiene treinta y seis años su madre Hannah en su lecho de muerte le revela un secreto de familia: Su abuela materna, para vergüenza de la familia, era medio gitana. Eso sí, los suyos siempre habían pagado el alquiler del terreno donde acampaba la tribu.
¿Ignoró? ¿Dulcificó? ¿Escondió? ¿Alteró a sabiendas Charles Chaplin sus orígenes? La realidad es que a lo largo de su vida sí habló a medias de ello. Distinto es que quienes le escucharan creyeran que se trataba de una broma. Otra de tantas. “¿Qué se puede esperar de un cómico? Ya sabes, soy medio gitano, tengo instinto.”
Aquel gitano. Medio gitano. Gitano de las uñas de los pies a la coronilla. Cuarto y mitad de gitano. Fuera como fuere, el niño Chaplin protagonizó una infancia enquistada en una pobreza inconmensurable. Un padre ausente, alcoholizado que muere joven. Una madre, cantante de music hall, desbordada por una realidad que le es hostil. Con dos hijos medio hermanos a su cargo. Soledad. Desamparo. Hambre. Depresión nerviosa. Entradas y recaídas en frenopáticos. Sus hijos entrando y saliendo de orfanatos y hospicios de caridad. El niño Charles que trabaja de recadero, de vendedor callejero, soplador de vidrio, cantante callejero.
“Hay que tener fe en uno mismo. Aun cuando estaba en el orfanato o recorría las calles buscando qué comer, me consideraba el actor más grande del mundo”
El niño que hace mímica por las esquinas para ganar unas monedas. Lo que sea con tal de llevarse algo a la boca a la par que con apenas ocho años se une a un grupo de actores ambulantes para ir pasando de compañías modestas a compañías modestas hasta integrar la de Fred Karno en 1912 antes de partir a Estados Unidos con veinte años a buscarse un futuro mejor e integrarse en la troupe de los estudios Keystone, con Mack Sennett a la cabeza.
“La vida puede ser maravillosa si no se le tiene miedo”
En 1914 se le encomienda un pequeño papel en el cortometraje Making a living, que no resulta satisfactorio ni para él ni para los directores y ejecutivos del estudio. Sennett quiere dar por finalizado el contrato, pero una de las directoras de los estudios, Mabel Normand insiste en ofrecerle una nueva oportunidad en otro corto, Mabel´s Strange Predicament a pesar de las reticencias de Charles Chaplin a ser dirigido por una mujer. Perdonen el pequeño inciso: Sí, han leído bien. Una mujer. Directora. 1914.
La gran estrella mundial de Papua Nueva Guinea a Pernanbuco había nacido. El actor con el mayor caché imaginable. El personaje que conmueve en silencio. El vagabundo que Dickens habría celebrado para adornar su obra. El genio de la comedia. El personaje que no precisa presentación. El actor que todos los estudios quieren. El entrañable vagabundo con aires de señorito que hace reír y llorar a un tiempo. El cofundador en 1919 junto con Mary Pickford, Douglas Fairbanks y D.W. Griffith de la United Artists. Para trabajar libremente, sin ataduras ni directrices ajenas. Ochenta películas entre 1914 y 1966. Todas y cada una de ellas con un punto en común, la crítica sutil a la descarada desigualdad social. Personajes a la deriva aferrados al timón de la supervivencia. El uso del melodrama sin melodramas buscando la emoción tragicómica sin aspavientos del público.
Tal vez Charlot no precisó otear el mundo para encontrar lo que sus personajes destilaban. Con mirar dentro de Charles Chaplin tenía más que suficiente. La pobreza extrema. La explotación infantil. Las condiciones desesperadas de la clase obrera. La soledad. El abandono. Chaplin. Polifacético. Brillante. Un mito del celuloide.
Javier Rioyo, periodista, cineasta, actual director del Instituto Cervantes en Tánger, escribe: “Con la ternura y el humor como filtro, fue capaz de contar historias de supervivientes con el protagonismo de un buscavidas pícaro, tierno, algo ingenuo, siempre bien arregladito, como quizás lo llevara su madre a la calle, a pesar de su pobreza”.
Y cuando Charlot desaparece en 1936 tras Tiempos Modernos -tanto se resistió al cine sonoro y hacer hablar a su personaje- el actor, productor, guionista, director, compositor, escritor Charles Chaplin, continuará haciendo un puñado de inolvidables películas, ubicado en el mismo lado de la vida: La denuncia. La denuncia del capitalismo. Las dictaduras. Las desigualdades. El antisemitismo. La intolerancia.
“La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Canta, ríe, baila, llora y vive el momento antes de que baje el telón y la obra termine sin aplausos”
Carne de cañón para la caza de brujas capitaneada por el senador James McCarthy entre 1950 y 1956, hay que ver lo que duran a veces las obsesiones, empecinado como estaba con que Hollywood era un nido de comunistas inmorales a batir, y con la convicción de que Chaplin en concreto “contribuye a destruir la fibra moral de América, el país gracias a cuya hospitalidad se ha enriquecido, consiguió que en 1952, a la vuelta de un viaje de Londres tras presentar Candilejas, se le prohibiera la entrada al país. “Estoy harto de Estados Unidos y su moral farisea”, parece ser que Chaplin sentencia. Curiosamente, apenas cuatro años antes había sido candidato al Nobel de la Paz. Claro que durante la Segunda Guerra Mundial realiza campañas de ayuda a la Unión Soviética y brinda apoyo a varios grupos pro amistad soviético-norteamericana. ¡Si es que me lo puso a huevo!, exclamaría a buen seguro para sí el obstinado senador republicano por Winsconsin que no daba abasto con tanta conspiración comunista everywhere.
Así es como Suiza se convierte en el nuevo país donde se instala, y Manoir de Ban, el hogar de la familia hasta su muerte. Sus hijos, años después, huérfanos ya de padre y madre, deciden entonces convertirla en casa museo que abrirá sus puertas en 2016. Es durante el proceso de restauración y acondicionamiento cuando descubren que uno de los cajones de una cómoda está cerrado con llave.
“… No sabes dónde naciste o, de hecho, no sabes quién eres. No naciste en Londres, sino en el asentamiento gitano de Black Patch, en la caravana de la reina Henty que después de la muerte de su marido, el rey Esaú Smith, bendecía partos, terciaba en las disputas y servía de consejera para todos los romaníes de la zona…
… Yo sé la historia porque nací también allí dos años y medio después que tú…”
Firma la misiva, fechada en los ’70, un tal Jack Hill. De todos los cientos de miles de cartas que el artista recibió a lo largo de su longeva vida, guardó ésta. Y bajo llave. Una carta de la que la familia nunca había oído hablar si bien su hijo Michael recuerda que su padre le refirió sobre sus raíces cuando tenía unos diez años. Una vez descubierta, los hermanos se unen en la búsqueda de esas raíces a Michael, quien ya había comenzado a rastrear los orígenes de ese padre con quien la relación no siempre fue fácil.
“Cuando era niño, en casa apenas le trataba y los amigos no creían que mi padre era el de las películas porque no llevaba bigote, bastón y bombín. Quería que todos sus hijos tuvieran una educación ya que él no la había tenido. Yo prefería irme al bosque a ver pájaros en lugar de ir al colegio.
Después, me pasé gran parte de mi juventud intentando huir de él. Era una persona abrumadora, o al menos así lo experimenté. Pero de lo que realmente estaba huyendo era de su fama que parecía seguirme a todas partes, a todas las escuelas a las que fui en mi fracasada educación. Querer descubrir años después sus raíces gitanas me sirvió para verle de manera más profunda”.
Michael Chaplin |
Es esa necesidad, acompañada del run run sobre las raíces de su padre, lo que lleva a Michael Chaplin a indagar aquí y allá, entrevistar a gente diferente, conocer ritmos como el gysy jazz, el flamenco, a Camarón, el soniquete de Jerez, Sevilla donde vivió un tiempo. Málaga, donde se afincó hace años. Lugares, historias, músicas, personas que le ayudaran a desentrañar el misterio.
Ahora, con setenta y siete años, él como hilo conductor. Junto con sus hijas Carmen en la dirección y Dolores en la producción. Guión de Carmen Chaplin, Isaki Lacuesta y Amaia Ramírez. Con el apoyo y colaboración de toda la familia Chaplin. Coproducción hispano-francesa-holandesa, Michael Chaplin se embarca en el documental sobre su padre, Charlie Chaplin. A man of the World. Una reinterpretación del personaje y su obra, visto desde otra perspectiva, donde se investiga y reivindica las raíces romaníes de su padre a través de las voces de diferentes artistas de ámbitos diversos, junto con la de su familia, así como imágenes inéditas del archivo familiar.
“Este hecho permite reconsiderar la historia del cine, que se dice pronto, y a la vez permite reconsiderar qué es ser gitano y su historia en Inglaterra. Cuando uno revisa su filmografía sabiendo que es gitano ocurre como en el cuento de Edgar Allan Poe, La carta robada, una carta que nadie encuentra pero que siempre estuvo encima de la mesa”, reflexiona el cineasta Isaki Lacuesta.
¿Cómo las raíces gitanas de Charles Chaplin, fuera o no consciente de ellas, influyeron en su cine y en el cine? ¿Cuánto pesan los orígenes en lo que somos y en lo que hacemos? ¿Es diferente el modo en el que podemos ver su cine sabiendo de dónde viene?.
Preguntas éstas y otras que se intentan responder con este documental.
Cuenta la familia que cuando Charles Chaplin le habló de dónde venía al escritor rumano de origen judío Konrad Bercovici, éste respondió, “¡Ahora todo encaja!”.
Tal vez Chaplin ya manifestó en su obra que como buen romaní era un apátrida. El niño cuya infancia descarnada le obligó a convertirse en un adulto prematuro con una conciencia de clase que jamás le abandonaría. Con la palabra denuncia como bandera. Practicante de una vida sin más cadenas que las elegidas. Su patria un mundo al que se encargará de sacarle los colores a través de sus películas.
Mientras Charlie Chaplin. A man of the World llega a los cines, recuperemos una vez más la última escena de El Gran Dictador. Intemporal. Inolvidable. Única. Actual.
Cuando la mayoría de Hollywood continúa abogando por la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, Charles Chaplin firma y dirige en 1940 esta soberbia película donde denuncia el nazismo, el antisemitismo y la intolerancia en general. Película, recordemos, que en España solo se pudo ver después de morir Franco. Caprichos de la censura franquista.
Derrotado Hitler en mayo de 1945, “el que me robó el bigote”, como comentaría Chaplin en alguna ocasión, los países vencedores reconocerán y repararán el exterminio del pueblo judío llevado a cabo entre 1933 y 1945. Sin embargo, nunca hubo una condena ni una toma de conciencia similar para los gitanos, cuyo genocidio, similar al judío, fue negado y olvidado.
Juzguen ustedes.
Muy bien!@
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