Helmut Berger saltó a la
fama a inicios de los setenta de la mano del director italiano Luchino
Visconti, del que fue protegido y amante, convirtiéndose rápidamente en todo un
mito erótico de los setenta e icono de una época libertaria y experimental.
Bautizado por la prensa como «el hombre más bello del mundo», los excesos de su
agitada y descontrolada vida personal acabarían eclipsando una carrera
cinematográfica que se iba desmoronando lentamente tras la desaparición de su
mentor, aunque, a pesar de tanto desenfreno y un manifiesto desprecio por su
labor en las pantallas, Berger nos ha dejado una larga serie de trabajos sobre
los que quizá sea el momento de poner un poco de luz.
Helmut Steinberger nació
en Salzburgo en 1944, hijo de una acomodada familia dedicada a la hostelería.
Su escaso interés en el negocio de sus padres y la durísima educación recibida
en un colegio de maristas en Friburgo le hace tomar la decisión de escaparse a
Londres con tan solo 18 años, donde sobrevive alternando trabajos ocasionales,
entre otras cosas como modelo fotográfico. Al mismo tiempo comienza a tomar
clases de interpretación, afición que continuará tras instalarse en Italia poco
después, frecuentando los cursos de teatro de la Universidad de Perugia. Es en
esta ciudad donde se produce su primer encuentro con Visconti en 1964, cuando
el joven Helmut visita el rodaje de Sandra (Vaghe stelle dell’orsa,
1964) que el aristocrático director milanés rodaba con Claudia Cardinale y Jean
Sorel. Fascinado por la belleza andrógina del austriaco lo incorpora a su
círculo íntimo, se convierte en su mentor y amante, e intenta en un primer
momento montar una adaptación de la novela de Robert Musil “El joven Torless”
para su lucimiento, aunque este proyecto acabaría finalmente en manos del
alemán Volker Schlondorff, quien escoge a un primerizo Mathieu Carrière para el
personaje titular. Visconti decide entonces cambiar de estrategia y preparar el
lanzamiento de su protegido de manera progresiva, enseñándole las bases del
oficio y propiciando su debut en el cine con un pequeño papel de sirviente en
su episodio “La bruja quemada viva” para el film coral Las brujas (Le
streghe, 1967), espectacular vehículo para la fascinante Silvana Mangano.
Tras este discreto debut
y tomando definitivamente el seudónimo de Helmut Berger, rueda un par de
películas intrascendentes que le sirven para ir cogiendo tablas mientras Visconti
prepara el film que supondrá su lanzamiento definitivo, La caída de los
dioses (La caduta degli dei, 1969). Sin duda una de las mejores películas
del realizador italiano, este fresco ambientado en los albores de la Segunda
Guerra Mundial narra la decadencia y destrucción de los Von Essenbeck, con
Berger interpretando al joven vástago Martin que actuará como catalizador de la
desintegración definitiva de su familia. Su primera aparición en el film se
produce con una espectacular secuencia en la que aparece travestido de Marlene
Dietrich interpretando un sugestivo número de cabaret. La propia diva germana
felicitaría personalmente al joven actor por su imitación tan bien lograda. El
éxito internacional de la película confirma el estatus de Visconti como uno de
los mejores realizadores del viejo continente, lanza la carrera de Berger en
modo sensacional y propicia futuros proyectos del binomio actor-director bajo
el sello del prestigio y la controversia.
Convertido de la noche a
la mañana en un sex symbol andrógino y provocativo, en consonancia con la
turbulenta y alocada década de los setenta, no tardan en solicitarlo para
interpretar papeles escabrosos y decadentes, y el primero de ellos será uno que
parece escrito a su medida. En El retrato de Dorian Gray (Il dio
chiamato Dorian, 1970) Massimo Dallamano lo requiere para encarnar el icónico
personaje creado por Oscar Wilde. No estamos evidentemente ante ninguna obra
maestra, sobre todo si la comparamos con el relato original en que se basa,
aunque tampoco se trata de una película tan infame como las críticas asesinas
han repetido hasta la saciedad. Ciertamente el regusto kitsch de la
operación orquestada por Harry Allan Powers es omnipresente, pero Berger
resulta el actor ideal para semejante producto y, además, está rodeado de un
reparto muy aparente: Margaret Lee, Maria Rohm, Eleonora Rossi Drago y Richard
Todd se dan de codazos mientras van cayendo bajo la seducción imparable de un
Gray que permanece eternamente joven e irresistible. En la vida real de Berger
todo parece reflejar la historia de Dorian Gray por unos instantes, aunque su
realidad acabará más bien convirtiéndose con los años en el retrato, que
envejece de manera vil e implacable.
Tras esta adaptación,
Berger prosigue su carrera con varios papeles igualmente decadentes y morbosos,
empezando con un estupendo giallo dirigido por Tonino Valerii, Una
mariposa con las alas ensangrentadas (Una farfalla con le ali insanguinate,
1970), y siguiendo con dos producciones de Sergio Gobbi: El bello monstruo
(Un beau monstre, 1970), en la que atormenta y da mala vida a una bellísima
Virna Lisi, y Corrompido y deseado (Les voraces, 1971) donde baja un
poco el pistón tratando de seducir a una sofisticada Françoise Fabian. El actor
se mostró siempre extremadamente crítico con estos trabajos alimenticios (que
no dudaba en calificar directamente de basura en algunas entrevistas de la
época), probablemente influenciado por la exigente mirada de su protector
Visconti, que le instaba sin descanso a ser más selectivo con sus películas.
No cayeron totalmente en
saco roto dichos consejos, y entre tanta Serie B el actor austriaco encontraba
de vez en cuando alguna obra de prestigio que mantenía a flote una carrera que
aún necesitaba de una confirmación definitiva. La primera gran película que
Berger protagoniza dejando al margen sus trabajos para Visconti es, sin lugar a
dudas, El jardín de los Finzi Contini (Il giardino dei Finzi Contini,
1970) que rueda bajo las órdenes de un crepuscular Vittorio de Sica junto a los
maravillosos Dominique Sanda y Lino Capolicchio y que se llevaría el Oscar a la
mejor película extranjera. Muchísimo menos conocida, pero no por ello exenta de
interés, resulta La colonna infame, dirigida en 1972 por el poeta,
documentalista y cineasta Nelo Risi y donde se codea con Lucía Bosé y nuestro
Paco Rabal.
La consagración
definitiva del actor llegaría el año siguiente de la mano de Visconti en una biopic
fastuosa, grandiosa y con el soplo de una ópera wagneriana: Luis II de
Baviera, el rey loco (Ludwig, 1973). Para este proyecto desmesuradamente
ambicioso el director milanés no repara en medios, exigiendo de su protegido
una preparación exhaustiva durante seis meses antes de iniciar el rodaje, que
se desarrollará igualmente durante medio año completo. Las expectativas ante
semejante obra, en la que además reaparecía Romy Schneider incorporando una
versión adulta y realista del personaje de Sissi que la había llevado a la fama
tres lustros atrás, eran enormes. Los cuchillos estaban afilados y preparados
para desmenuzar al advenedizo Berger, pero a todo el mundo no le quedó más
remedio que cerrar la boca ante una prestación inmejorable, sutil, misteriosa y
medida con todo detalle bajo la atenta mirada del maestro milanés, en la que
quedará para la historia del cine como su mejor interpretación.
Tras este aldabonazo, el
cine europeo siguió solicitando a Berger para proyectos de prestigio, o al
menos de cierto empaque, como por ejemplo Miércoles de ceniza (Ash
Wednesday, 1973 de Larry Peerce), donde seducía a una desesperada Elizabeth
Taylor entre las montañas nevadas de Cortina d’Ampezzo en un (de nuevo
decadente) papel de gigoló, o la enésima adaptación del clásico teatral La
ronda de Arthur Schnitzler efectuada por el alemán Otto Schenck (Reigen,
1973) y en la que se sueltan la melena un plantel de bellezas encabezado por
Senta Berger, Maria Schneider y Sydne Rome.
Por esta época la vida
personal del austriaco ya empieza a hacer las delicias de la prensa internacional.
Bisexual notorio y declarado, asiduo empedernido de la jet-set y de los
círculos más exclusivos, encadena fiestas, orgías, alcohol, drogas, desenfreno
y múltiples relaciones con personajes del mundillo artístico, en una lista
interminable de conquistas entre ambos sexos a lo largo y ancho del viejo
continente. De entre tanto glamour y exceso, probablemente la relación más
seria fue la que mantuvo con la actriz y supermodelo Marisa Berenson, con la
que estuvo a punto de casarse, aunque la cosa no acabase de llegar a buen
puerto a pesar de lo enamorados que estuvieron el uno del otro. Para sofocar su
disgusto llegaría a su lado otra Marisa, la también austriaca e igualmente
andrógina Marisa Mell, que se iba a convertir a partir de ese momento en
compañera infatigable de mil y un desvaríos y desmadres.
Parecía estar siempre
Visconti al rescate de un cada vez más desenfrenado e incorregible Berger,
quien según las palabras del propio actor trataba cada vez peor a su mentor,
con desplantes, escándalos y borracheras en público y en privado, probablemente
debido entre otras cosas al enorme desfase generacional entre ambos. Su último
trabajo conjunto llega en 1974 con una película de marcado carácter
autobiográfico, Confidencias (Gruppo di famiglia in un interno) en el
que un estupendo Burt Lancaster incorpora un personaje inspirado por el
director italiano mientras que Berger parece interpretarse a sí mismo en un
enésimo rol de gigoló alcoholizado y mantenido por la siempre divina Silvana
Mangano.
Encadena el año siguiente
otra excelente película dirigida por Joseph Losey, La inglesa romántica
(The Romantic English Woman, 1975), donde da la réplica a una estupenda Glenda
Jackson en el papel de (¡cómo no!) un irresistible seductor. A estas alturas, y
al margen de la calidad indiscutible de la película, Berger está convirtiéndose
peligrosamente en una caricatura de sí mismo, aunque a él parece no importarle
lo más mínimo. El cine sigue llamando a su puerta para financiar su atolondrado
tren de vida, aunque a partir de ahora las obras de calidad serán cada vez más
y más escasas. La llegada en su filmografía de la excesiva Salon Kitty
(Salon Kitty, 1976) de Tinto Brass parece abrirle de par en par las puertas del
cine más descaradamente explotativo, comercial y sensacionalista, a años luz de
la exquisitez e inteligencia del maestro Visconti. El fallecimiento de su
mentor ese mismo año deja a nuestro divo totalmente desamparado, como bien se
preocupó de demostrar durante el multitudinario funeral en el que no vaciló al
ejecutar una histérica y escandalosa escena de celos al constatar la presencia
de Alain Delon, su predecesor en los favores del director milanés, gritando
enfurecido que «la viuda era él y nadie más».
Todo parece ir cuesta
abajo a partir de este momento para Berger, quien tras una tentativa malograda
de suicidio en 1977 se abandona cada vez con más desenfreno a interminables
noches libertinas salpicadas de alcohol, escándalos, drogas y sexo, descuidando
al máximo su carrera que se hunde en el terreno de la serie B y los
subproductos alimenticios como El clan de los inmorales (José G. Maesso,
1975), Los jóvenes leones (Il grande attaco, Umberto Lenzi, 1978) o Ferocidad
(La belva col mitra, Sergio Grieco, 1977), alucinante festival de violencia no
carente de interés en el que nuestro actor acomete una enloquecida
interpretación como un psicópata imparable que arrastra en su camino hacia la
destrucción a una despistada (y despelotada) Marisa Mell. Ambos se abandonan al
victimismo en varias sesiones fotográficas de alto voltaje que sirvieron para
promocionar la película y que inundaron la prensa de la época, consolándose
mutuamente por sus recientes desaventuras personales.
Entre tanto descontrol y desfase
surge de vez en cuando alguna interesante película como Túnel (Eroina,
1980) en la que su director, Massimo Pirri, presenta una descarnada, veraz y
sorprendente bajada a los infiernos de una pareja de heroinómanos protagonizada
por el actor y Corinne Clery. Esta obra de tintes autobiográficos inspirada en
la vida de Pirri junto a la actriz Paola Montenero gana enteros gracias a la
banda sonora compuesta e interpretada por el grupo rock The Pretenders. Otro
trabajo rescatable de este periodo es el remake televisivo en cuatro episodios
del mítico Fantomas acometida por el prestigioso Claude Chabrol ese
mismo año y para el que Berger interpreta con sorprendente brío al personaje
titular. Totalmente olvidable resulta en cambio Mujeres (Femmes, Tanya
Kaleya, 1982), un almibarado y soporífero film erótico al hilo de los que por
aquella época puso de moda David Hamilton, cuyo esteticismo de revista para
adultos puede resultar insoportable hoy en día, y en el que junto a la sublime
Alexandra Stewart descubrimos a una juvenil starlette española hoy día
olvidada, Eva Cobo, quien se vanagloriaba en aquel momento de haber abofeteado
a Berger por su descaro.
Es por esta época
precisamente cuando Berger recala en España, a donde llega para incorporar el
papel principal del interminable fresco histórico ¡Victoria! (1982-1984)
dirigido por Antoni Ribas en Barcelona a lo largo de dos años de costosísimo y
accidentado rodaje, y presentado en tres largometrajes que muy poca gente se
tomó el interés de descubrir en las salas de cine. Para matar el tiempo en los
descansos del rodaje, Berger se entretuvo tratando de conquistar a su compañera
de reparto, una por aquel entonces morena y primeriza Norma Duval, e invitando
a su inseparable Marisa Mell para desvariar en las noches barcelonesas del fin
de semana.
Volvería a trabajar
Berger para otro español, aunque en este caso sobre suelo parisino y en una
obra mucho más disfrutable. Hablamos nada más y nada menos que de Jess Franco y
su referencial Los depredadores de la noche (Les prédateurs de la nuit,
1988), en la que incorpora a un cirujano desquiciado intentando recuperar la
belleza para el rostro de su hija desfigurada gracias a sangrientos trasplantes
de los jóvenes rostros de otras desventuradas doncellas, ayudado para tal
menester por la glacial belleza de Brigitte Lahaie. Antes de ponerse bajo las
órdenes del tío Jess nuestro divo austriaco ya se había embarcado hacia la
soleada California para incorporarse al rodaje de la, por aquel entonces,
archipopular teleserie Dinastía (Dynasty, 1981-89). Y, ¿a qué no
adivináis qué personaje interpretaba? ¡Bingo! Un decadente vividor de la jet-set
adicto al buen champagne y a las mujeres millonarias. Tras nueve episodios en
los que el actor deambula en piloto automático, los productores le dan las
gracias y le ponen en un avión de vuelta a Europa, escandalizados por su
decadente estilo de vida que imitaba al de su personaje. ¿O bien es al revés?
Poco importa. En cualquier caso, y con una ironía desarmante, el actor
reconocía poco después que «lloraba en su limusina cada vez que iba al rodaje
pero se reía cuando iba de camino al banco a recoger su cheque».
Algunos años más tarde, y
contra todo pronóstico, llegaría una de sus películas más prestigiosas, El
padrino III (The Godfather: Part III, 1990), donde se pone bajo las órdenes
de Francis Ford Coppola en un pequeño pero vistoso rol de banquero del Vaticano,
donde demuestra que sabe ser un buen actor entre las manos adecuadas. Este
papel y la llegada de los noventa parecen dar un nuevo ímpetu su carrera, con
papeles en películas más ambiciosas que hacen buen uso de su ya muy desmejorado
aspecto, cada vez más decrépito y donde todo rastro de seducción y sex-appeal
van desapareciendo a gran velocidad. De esta manera retoma el papel de Luis de
Baviera en 1993 para Ludwig 1881 dirigido por Donatello y Fosco Dubini
en una prestación impactante por su patente decadencia física. También se pone
a las órdenes del interesante director marroquí Souheil Ben Barka para L’ombre
du pharaon en 1996 donde se reencuentra con su amiga Florinda Bolkan, e
incorpora a un avejentado Yves St Laurent para la inspirada biopic sobre
el diseñador de moda realizado por Bertrand Bonello en 2014 titulado
simplemente St Laurent.
Cada vez más decrépito y
patético, Berger tiene que hacer frente a sucesivas humillaciones y
desventuras, como el incendio que asedia su residencia en Roma mientras estaba
borracho destruyendo varios cuadros de Miró y Dalí así como todos los recuerdos
de su vida pasada con Visconti, su precaria situación económica una vez
dilapidada su fortuna dependiendo de una muy modesta pensión, y su
participación en la versión alemana del reality show Supervivientes que,
además, se vio obligado a abandonar debido a sus problemas de salud. Se casó en
1994 con Francesca Guidato, una desconocida actriz de la que se divorciaría
cinco años después bajo las acusaciones de bigamia, maltratos y un estilo de
vida muy decadente. Volvería a reincidir con otro fugaz matrimonio de tres
escasos meses con un tal Florian Wess, concursante de reality shows treinta y
cinco años más joven que él, en lo que pareció ser una mera operación publicitaria.
Aunque el actor había ya
escrito una primera autobiografía en 1998, acuciado por sus deudas volvió a la
carga en 2014 con otro libro de confidencias en el que se explayaba sin mesura
sobre todo tipo de detalles de su vida privada. Si bien no tuvo reparos en
disparar los nombres de sus más notables conquistas amorosas femeninas,
sospechamos que silenciaba muchas de las masculinas, teniendo en cuenta su
notoria y asumida condición de bisexual irresistible. En cualquier caso, los
curiosos tienen aquí una de esas jugosas y chismosas biografías que, sin
embargo, no tuvo el éxito de ventas esperado. Los tiempos cambian y
probablemente el nombre de Berger no significaba ya nada para las nuevas
generaciones. El último escándalo llega en 2015 durante el Festival de Venecia
cuando se presenta el documental Helmut Berger, actor dirigido por
Andreas Horvath. El público boquiabierto descubre al antiguo sex-symbol
viviendo en el destartalado apartamento de su madre, rodeado de medicinas,
botellas de vodka vacías y totalmente alucinado, perdido entre sus recuerdos,
inesperados ataques de ira, y blasfemias escupidas a diestro y siniestro. Entre
tanta decadencia hay también algún que otro reconocimiento a su carrera, como
el Teddy Award que se le concede durante la celebración de la Berlinale de
2007.
Para su última película
en 2019 vuelve a ponerse a las órdenes de un español, el controvertido Albert
Serra en Liberté, trabajo que tiene su origen en la obra de teatro del
mismo título que Serra había montado anteriormente en Berlín y que se presentó
en la sección “Un certain regard” del Festival de Cannes de ese mismo año. Es
en ese momento que el actor austriaco decide anunciar su retiro definitivo,
incapaz ya de asumir las condiciones de un rodaje cinematográfico profesional.
El agente de Helmut
Berger anunció el fallecimiento de su cliente el pasado 18 de mayo de 2023 a
las 4 de la mañana con las siguientes palabras: «Ha disfrutado a tope durante
toda su vida, convirtiéndola en una auténtica dolce vita», como si fuese
el final de cualquiera de sus muchas juergas terminadas al alba. Y
probablemente lo fue. Queda también para el recuerdo de los cinéfilos la figura
de un icono transgresivo, precursor en vehicular la imagen de una sexualidad
fluida y desprejuiciada en una época de machos alfa y féminas delicadas, aunque
probablemente su potencial de actor quedase tempranamente sepultado por la losa
de Visconti en el momento de su muerte.
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