Título original: Rekopis znaleziony w Saragossie. Dirección: Wojciech Has. País: Polonia. Año: 1965. Duración: 182 min. Género: Fantástico.
Guión: Tadeusz Kwiatkowski (basado en una novela de Jan Potocki). Fotografía: Mieczyslaw Jahoda. Música: Krzysztof Penderecki. Montaje: Krystyna Komosinska. Producción: Kamera Film Unit.
Fecha del estreno: 17 Septiembre 1970 (España).
Reparto: Zbigniew Cybulski, Iga Cembrzynska, Elzbieta Czyzewska, Gustaw Holoubek, Stanislaw Igar, Joanna Jedryka, Janusz Klosinski.
Sinopsis:
El capitán de las tropas napoleónicas Alfonso van Worden, recién llegado a Madrid, descubre gracias a dos princesas moriscas que está destinado a grandes empresas, por las cuales deberá superar numerosas pruebas. Comenzará entonces una sucesión circular de aventuras, desarrolladas bajo la influencia de un cabalista y un matemático.
Comentarios:
Tenía algo de miedo, pero finalmente he caído en la tentación. Una tentación por otro lado placentera y gozosa que no es otra que escribir unas líneas sobre mi película polaca favorita de todos los tiempos: El manuscrito encontrado en Zaragoza, dirigida en un ya lejano 1965 por el maestro Wojciech Has. Hablar de una película tan legendaria siempre entraña cierto riesgo. El de caer en la rutinaria exposición de los puntos más fascinantes de una obra que ha hipnotizado a millones de críticos y escribidores especializados en el séptimo arte. Espero no naufragar en el intento, siendo mi objetivo únicamente conseguir llamar la atención de aquellos fanáticos del cine que aún no se hayan atrevido a degustar este dulce imprescindible.
En primer lugar merece la pena destacar la figura del creador de la criatura. Un Wojciech Has etiquetado como pionero del cine fantástico surrealista europeo merced a que sus dos obras más populares frecuentaron las lindes del surrealismo: la cinta protagonista de esta reseña y El sanatorio de la clepsidra. Sin embargo hay que poner en su lugar a este genio. Alumno de la mítica Escuela de Cine de la ciudad de Lodz, Has fue junto con su colega y amigo Andrzej Wajda el gran cineasta puramente polaco, liderando mano a mano con el autor de El hombre de mármol el cine oriundo de su país. Pues a diferencia de otros realizadores Has jamás abandonaría su patria, hecho que convierte su filmografía en una especie de catálogo histórico y antropológico de los cambios experimentados en el país centro-europeo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX descritos desde un cierto distanciamiento ideológico y desde la lejanía que supone partir de míticas novelas originarias de su nación. Y no nos dejemos llevar por comentarios ajenos. La obra de Has contiene una amplia diversidad de elementos que la señalan como un compendio heterodoxo. Desde dramas psicológicos amparados en el vacío existencial que en mi opinión influenciaron tanto al cine de Malle como El nudo corredizo, melodramas nihilistas como Farewells, piezas que encajan con esa mirada cercana a la nueva ola checoslovaca ajena a vicios occidentales como Gold Dreams o desgarradoras epopeyas tan emocionantes como espectrales como Manuscrito cifrado. Vistos casi todos sus largometrajes he de afirmar que el cine de Has se halla muy lejano de ese catálogo surrealista y grotesco con el que se le suele emparentar. Al contrario. Su universo es el de un retratista de su tiempo, tomando prestado para ello las letras de algunas de las mejores novelas polacas, las cuales eran deformadas con su peculiar óptica por un cineasta siempre cuidadoso con el revestimiento formal —sus planos estructurados y planificados al más mínimo detalle, su cuidada puesta en escena, sus movimientos de cámara casi imperceptibles pero necesarios para situar la misma en el sitio justo que permite observar en plenitud cada detalle del horizonte, sus travellings invisibles que denotan ese gusto por observar desde la distancia los vicios y virtudes de unos personajes heridos por su extrema sensibilidad…—. El partir de unos guiones basados en novelas de prestigio no supuso un obstáculo, sino toda una ventaja explotada por un Has al que resulta innegable clasificar como el autor que mejor supo trasladar la cultura polaca —junto a Wajda— a la gran pantalla.
En segundo lugar cabe recalcar que nos hallamos ante la adaptación de una de las cumbres del género literario gótico europeo, con título homónimo, escrita por el extraño novelista, militar, viajero, científico y conde polaco Jan Potocki. Éste fue un enamorado de España cuyo encantamiento tuvo lugar gracias a un trayecto emprendido por tierras andaluzas y castellanas, descubriendo esa demografía habitada por pícaros, mendigos, gitanos, arrabaleros con aires de grandeza, bandoleros y también gente perteneciente al mundillo cultural que hipnotizó a este genio. Su amor y conocimiento de la cultura española fue puesto de manifiesto en El manuscrito encontrado en Zaragoza, obra estructurada a través de una especie de enredadera de historias aparentemente no vinculadas que acababan cruzándose e introduciéndose unas en otras como una especie de Las mil y una noches andaluza ubicada en los montes de Sierra Morena revestida con cierta aura espectral típica de la novela gótica. Fragmentada en dos partes, una primera que otorga el protagonismo a un noble apátrida español que caerá en un puzzle de intrigas fantasmales y eróticas y una segunda que atrapaba la dialéctica de Chaucer esbozada a través de la narración de una serie de cuentos cortos y picantes que derivarán hacia una especie de correa de transmisión que dará sentido a lo expuesto en el primer tomo de la obra.
Aunando lo comentado en los dos párrafos anteriores, El manuscrito encontrado en Zaragoza (película) supone una perfecta traslación en pantalla del imaginario tanto de Potocki como de Has. Pues a pesar del complejo entramado existente en el texto, un embrollo que parecía imposible de traducir en imágenes de una forma coherente y atractiva, Has logró captar la atención del público descifrando los códigos ocultos ideados por Potocki, transcribiendo los mismos a la narrativa cinematográfica con gran maestría sin caer en saco roto ni errar en el intento, apoyándose para ello en su dominio de la puesta en escena, en su espléndida perspectiva visual adornada por una atmósfera tan recargada como terriblemente hermosa y en su capacidad para encadenar toda una serie de subtramas jugando una malsana partida de ajedrez que parece embarullarse en un conglomerado kafkiano, pero que merced a este juego pleno de picaresca y gallardía derretido por el autor de Memoirs of a Sinner se alzará como uno de los capítulos más intrigantes y fascinantes de la historia del cine.
Recordando mi experiencia personal con el film, tuve la suerte de poder contemplarlo hace ya muchos años. Creo que tras Cenizas y diamantes (primera película polaca que recuerdo haber visto) y con permiso del Faraón de Kawalerowicz fue la segunda o tercera cinta de esta geografía que saboreé. Tendría alrededor de unos veinte años. Una edad quizás demasiado temprana para paladear un monumento de este estilo. Sí, porque se corre el riesgo de no detectar los puntos fuertes de un film martilleado con ironía y majestuosidad. La desatada poesía del absurdo presente en el envoltorio, amparada en esa arrebatadora cadena de historias cruzadas que se atreven a ocupar el espacio reservado a sus vecinas colindantes, podría hacer caer en el abatimiento moral a un espectador demasiado bisoño como era yo por aquél entonces. Sin embargo tuve la suerte de caer rendido al encanto de un film absolutamente diferente a todo lo que había visualizado anteriormente. Cierto es que cuando apareció ese Koniec con el que culminan los clásicos polacos mi cerebro acababa de pasar por una licuadora de potentes resultados. Terminé mi encuentro fatigado, absorto, como si hubiera visitado los artilugios de una gigantesca máquina de picar carne. Pero también hechizado, enamorado y cautivado por esa forma de hacer cine desplegada por Has.
Revisitada a lo largo de estos años en no menos de cuatro ocasiones, ésta posee los influjos reservados a las composiciones magistrales. Aquellas que siempre tienen algo que decir y descubrir al ojo curioso del espectador de cine independientemente de las veces que hayamos visto las mismas. La intención de Has era sin duda llevar a cabo una adaptación muy fidedigna del libreto de su compatriota. Para ello no dudó en alargar el metraje hasta las tres horas de duración así como de sesgar el contenido en dos vectores claramente diferenciados, a imagen y semejanza de la novela. Asimismo ese entorno subyugante, peculiar, surrealista y fantástico, pintado con un humor muy negro y libertino crítico con los vicios de la nobleza europea, inherente a las letras de Potocki hace acto de presencia igualmente en las imágenes esquizoides, finas y socarronas que contiene el film.
La cinta se abre en medio de la huida de una patrulla napoleónica por las calles de Zaragoza. El teniente de la batería arribará a una humilde casa destruida por las balas escupidas por los cañones de las partidas de partisanos españoles. En medio del caos, éste observará la presencia de un viejo manuscrito medieval, decorado con una serie de pinturas de arte abstracto que le llamará la atención. Prendido por un grupo de combatientes aragoneses, el teniente francés y el jefe de patrulla español iniciarán una lectura conjunta del texto que nos sumergirá en las aventuras disfrutadas por el noble Alfonso van Worden (excelente Zbigniew Cybulski), hijo de un aristócrata español huido a tierras francesas en el pasado merced a una herencia, quien ha decidido retornar a la patria de sus ancestros acompañado por un par de subalternos para dirigirse a Madrid, cruzando Sierra Morena, con objeto de enrolarse en la guardia real de Felipe V.
Sin embargo en medio de la intemperie, Alfonso despertará en un cementerio de ahorcados construido con pérfidos cráneos de antiguos reos, dejando que sus pies alcancen una posada abandonada y maldita por el embrujo de fuerzas del más allá: Venta Quemada. En este escalofriante paraje, Alfonso chocará con dos princesas moriscas, pertenecientes a una antigua dinastía granadina, que habitan en las catacumbas de la posada deseosas de perpetuar su maltrecha saga convirtiendo a Alfonso al Islam. Sin embargo, tras beber una pócima albergada en un funesto cáliz con forma de calavera, el noble capitán despertará sin más compañía que su sombra en el mismo campo santo donde atisbó la existencia de la posada.
A partir de este momento nuestro héroe sorteará toda una serie de peripecias, encontrándose en su caminar con la Inquisición, con un viejo monje que sobrevive en compañía de un poseído, con un matemático interesado por descifrar el entuerto en el que se ha entrometido Alfonso y con un mendigo de raíces pudientes que se encargará de narrar toda una serie de historias en principio independientes unas de otras, que dará lugar a un encadenamiento de instantáneas y sucesos sitos en el Madrid del medievo que incluso conectará su camino con el de nuestro protagonista a través de la historia de su padre, un duelista fanfarrón y sin un duro que contribuirá a extender esa Caja de Pandora de historias cruzadas ricas en picardía, engaños, traiciones, erotismo y crítica social de una época en la que la gallardía y la mentira eran necesarias para sobrevivir en un ambiente repleto de miseria, carestías y avaricia.
Narrar punto por punto cada una de las historias que engloban el todo de El manuscrito encontrado en Zaragoza me parecería una completa desfachatez por mi parte. Estaría haciendo perder el tiempo al lector más de lo que ya lo hago habitualmente. Porque la película se disfruta fundamentalmente desde una mirada limpia, no contaminada por comentarios ni rumores. Esa pureza del blanco que se explota desde el desconocimiento absoluto a lo que nos vamos a enfrentar. Algo que puede infundir miedo, pero que si se sabe gozar eleva el éxtasis hasta el orgasmo. Es por ello que llegado a este punto, creo que lo mejor es recomendar al lector que se atreva a explorar los laberintos y perversos emplazamientos moldeados por la mente de Has en una experiencia cinematográfica única en su especie. No se dejen influir por comentarios que indiquen que nos encontramos ante una obra surrealista —solo por el hecho de que sea una de las películas favoritas de Buñuel no implica que sea el surrealismo la simiente principal con la que se elaboró la propuesta—. Sí. El surrealismo está presente, pero como herramienta necesaria para inyectar un sarcasmo imposible de derretir desde una esfera realista. También aparecen elementos fantásticos, especialmente oníricos, pero quien crea que va a contemplar una cinta perteneciente cien por cien al género de ciencia ficción puede que se lleve una gran decepción, pues no fue la meta de Has pintar un escenario sci-fi, sino que en muchos segmentos del film la realidad supera a la ficción. Tampoco esta es una comedia. Pero no es un drama, ya que muchas situaciones resultan tan delirantes que es imposible no desatar una carcajada. Pues El manuscrito encontrado en Zaragoza se eleva como una joya inclasificable —quizás las películas más cercanas a su espíritu sean las diferentes adaptaciones de El barón de Münchhausen— debido a los múltiples palos que toca, todos ellos con sublime perfección. Y en ese sentido la única forma de converger sin fisuras hacia la semántica del maestro Has es desde esos ojos libres de prejuicios marca de la casa con la que el realizador polaco cinceló una rara avis dentro del panorama cinematográfico mundial.
Desde el punto de vista formal, y como logro propio asignado a Wojciech Has, hay que destacar la espléndida recreación de la España de finales del siglo XVIII llevada a cabo por el cineasta nacido en Cracovia. Una España gris, supersticiosa, representada por una nobleza vaga y exenta de valores. Una aristocracia ruin, abandonada a los placeres mundanos, amoral e infiel. Una España goyesca captada con todo lujo de detalles por Has y su espléndido equipo de dirección de arte. Pero también una Andalucía rupestre, ancestral, tocada por historias de fantasmas que se engalana con una maravillosa ambientación serrana donde roca y arena se mezclan para cocinar una pócima pesadillesca con una pizca de Inquisición en medio de las mil y una noches. Una fantasía que se da la mano con la realidad a través de un engranaje arquetípico de las fábulas de cajas chinas.
En este sentido, desde el punto de vista visual la fotografía se nutre de una interesante mezcolanza que abraza el fantasmagórico con el neorrealismo napoleónico. Un extraño zumo exprimido con frutas tintadas de surrealismo y ensoñación, salpicado con gotas de filosofía humanista trascendente gracias a múltiples alegorías simbólicas que campan a sus anchas por los habitáculos subterráneos incompatibles con la razón. Y es que El manuscrito encontrado en Zaragoza conserva pasados más de cincuenta años desde su producción esa frescura innovadora ajena a modas y nuevas olas, desbordando sabiduría, sátira y picante más allá de espacios y tiempos concretos. (Rubén Redondo)
Recomendada.
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