Título original: Di qiu zui hou de ye wan.
Dirección: Bi Gan. País: China. Año: 2018. Duración: 133
min. Género: Drama.
David Chizallet, Hung-i
Yao (Fotografía), Bi Gan (Guión), Giong Lim, Point Hsu, Lim
Giong, Point Hsu (Música), Huace
Pictures, Zhejiang Huace Film & TV, Dangmai Films (Producción), Wuan Juan, Shen Yang (Producción ejecutiva), Yeh Chu-Chen, Li Hua (Vestuario).
Presentada en la sección “Una
cierta mirada” del Festival de Cannes 2018.
Estreno en Sevilla: 14 Junio 2019.
Reparto:
Tang Wei (Wan Quiwen),
Sylvia Chang (Madre de Wildcat), Meng Li, Huang Jue (Luo Hongwu), Chen
Yongzhong, Lee Hong-Chi (Wildcat), Luo Feiyang (Wildcat joven).
Sinopsis:
Luo Hongwu regresa a
Kaili, su ciudad natal, de la que huyó hace varios años. Comienza la búsqueda
de la mujer que amaba, y a quien nunca ha podido olvidar. Ella dijo que su
nombre era Wan Quiwen.
Comentarios:
En los últimos años un
puñado de autores de todo el mundo y de variados estilos ha rescatado las
posibilidades del formato cinematográfico para establecer metáforas sobre el
relato en sí, para ahondar en la lógica interna y en el estado mental o social
de sus personajes, para acompañar al fondo del asunto con algo tan, en
principio, técnico como las condiciones de la proyección.
Con el formato académico
1,37:1 de “Ida”, hoy tan desacostumbrado, Pawel Pawlikowski encerraba a sus
criaturas en una pantalla casi carcelaria de la que, como en la historia de
fondo, les resultaba imposible salir, sumando además una puesta en escena donde
los personajes ocupaban la parte inferior del encuadre, con mucho aire por
arriba: acogotados por el formato y por la vida. De un modo semejante, el de la
prisión social, Xavier Dolan filmó al protagonista de “Mommy” en un aún más
extraño 1:1, configuración cuadrada de la que en un instante sublime escapaba
gracias al ensanchamiento de la pantalla hasta un panorámico 1,85:1.
Y ahora el chino Bi Gan
ha ido más allá con “Largo viaje hacia la noche”, una película marcada por una
solución que trasciende la técnica para alcanzar el onirismo exacerbado y la
inolvidable experiencia cinematográfica. Un cambio en el núcleo central del
relato desde las habituales dos dimensiones hasta la tridimensionalidad, que se
produce cuando el protagonista de la historia se pone unas gafas: es entonces
cuando el espectador debe colocarse las suyas de 3D e iniciar así una vivencia
poco común en la butaca. Un dispositivo en modo alguno caprichoso, que va
acompañado de un recurso de puesta en escena que hace confluir a la perfección
el fondo y la forma: 50 minutos de plano secuencia sin (aparentes) cortes de
montaje. Así, el viaje del personaje por la desolación y la búsqueda, por el
amor perdido, por un mundo al mismo tiempo real y ensoñador, es también el
nuestro como espectadores. Una alucinación mental portentosa, expuesta con la
milimétrica cadencia de movimientos que el director chino ya había demostrado
en su primera película: “Kaili Blues”, de 2015.
Eso sí,
independientemente del ensayo inmersivo, “Largo viaje hacia la noche” se puede
hacer un tanto cuesta arriba porque Bi, también guionista, se regodea quizá en
exceso con su concepto del tiempo, y ahí la secuencia de la manzana, de raíz
bressoniana, quizá pueda resultar ejemplificadora junto a la de la partida de
pimpón. Como Wong Kar-wai, referencia meridiana en muchos aspectos (el
tratamiento del color y las texturas, cierta simbología), el cineasta chino
acude a la presencia física del tiempo por medio de relojes y diálogos. Pero no
se conforma con eso; también rescata su detención de la vida a través de una de
sus imágenes insignia: la de la cabeza sobre el hombro y el pecho del amante,
filmada con un plano frontal.
Hay en “Largo viaje hacia
la noche” una magnífica introspección sobre la dicotomía entre el sueño y el
recuerdo. Pero, quizá también, una rémora de autocomplacencia, de deleite
excesivo en su propia capacidad para el asombro, que es mucha, dejando un tanto
de lado su, en demasiados momentos, confusa narrativa. (Javier Ocaña).
Recomendada
(con reservas).
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