Título original: La prière. Dirección: Cédric Kahn. País: Francia. Año: 2018. Duración: 107
min. Género: Drama.
Yves Cape (Fotografía), Fanny Burdino, Samuel
Doux, Cedric Kahn (Guión), Nicolas Cantin,
Sylvain Malbrant, Olivier Goinard (Música),
Sylvie Palat, Benoît Quainon (Producción),
Alice Cambournac (Vestuario).
Oso de Plata al Mejor
Actor (Anthony Bajon) en el Festival de Cine de Berlín 2018.
Estreno en Sevilla: 7 Junio 2019.
Reparto:
Anthony Bajon (Thomas),
Damiene Chapelle (Pierre), Alex Brendemühl (Marco), Louise Grinberg (Sybille),
Zsolt Kovacs (Padre Luc), Antoine Amblard (Agnés), Magne-Havard Brekke
(Olivier), Hannah Schygulla (Hermana Myriam).
Sinopsis:
Para superar su
drogodependencia, Thomas, un joven de 22 años, se une a una comunidad religiosa
aislada en el monte en la que los jóvenes se rehabilitan a través del
recogimiento espiritual. Thomas habrá de pelear con sus demonios interiores,
con su rechazo inicial y con la presencia de Sybille, de la que comienza a
enamorarse. Solo venciendo esa lucha podrá descubrir los valores reales de la
amistad, el trabajo, el amor y la fe.
Comentarios:
La música sacra y el
technodance libran un conciso pulso por el alma de Thomas en un austero plano
cerca del final de “El creyente”, particular ejercicio de estilo en torno a un
cine de la trascendencia que firma Cédric Kahn. Es un momento que bordea lo
risible y que, en realidad, no hace completa justicia a este trabajo que logra
describir el funcionamiento de una comunidad aislada -un centro de
desintoxicación que usa la plegaria para reconducir destinos-, pero esquiva una
pregunta tan necesaria como insidiosa -¿no son acaso el ritual y la oración
otro mecanismo de alienación?- y, sobre todo, no consigue transmitir con su esforzado
juego caligráfico el proceso de redención espiritual que centra su relato. La
obviedad de ese pulso entre lo sacro y el dance sirve de diagnóstico de las
debilidades de la película: Kahn necesita recurrir a citas externas para
enmascarar su pobreza léxica.
Thomas (Anthony Bajon) es
un joven adicto a la heroína que llega a un centro rural de desintoxicación con
enigmático bagaje vital a sus espaldas. Un plano que enfrenta su escorzo a un
camino vacío, en el día de las visitas familiares, es la elegante manera que
tiene Kahn de esquivar todo psicologismo. Sus dificultades de integración irán
dando paso a una serie de momentos reveladores -la secuencia de la reparadora
urgencia afectiva y sexual tras un súbito encuentro con la muerte transpira
verdad- que desembocarán en una duda muy humana entre las posibilidades
redentoras de la vocación o del amor.
Anthony Bajon es pura
fisicidad con un cierto punto Dardenne. Los rostros de Álex Brendemühl y Hanna
Schygulla delatan el buen ojo de Kahn: bajo su tranquilizador influjo uno
incluso podría convertirse a una fe preconciliar. Pero el modo en que el cineasta
invoca la larga noche oscura del alma de “Stromboli” (1950) y el largo y
tortuoso camino de “Pickpocket” (1959) dejan claro lo lejos que estamos aquí de
cineastas como Schrader, Dumont, Von Trier o Reygadas, capaces de someter a
tensión (y no a mecánica reiteración) la estilística de la trascendencia. (Jordi
Costa).
No
Recomendada.
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