Título original: Jiang hu er nv. Dirección: Jia Zhang Ke. País: China. Año: 2018. Duración: 135 min. Género: Drama.
Matthieu Laclau, Lin
Xudong (Montaje), Eric Gautier (Fotografía), Jia Zhang-ke (Guión), Lim Giong (Música), Shozo Ichiyama (Producción),
Zhang Yang (Sonido), Jean-Christophe
Roger (Maquillaje), Liu Weixin (Dirección Artística).
Presentada en la sección
oficial del Festival de Cannes 2018.
Estreno en Sevilla: 01 Junio 2019.
Reparto:
Zhao Tao (Quiao), Liao
Fan (Guobin), Xu Zheng, Casper Liang, Feng Xiaogang, Diao Yinan.
Sinopsis:
En 2001, la joven Qiao
está locamente enamorada de Bin, un cabecilla del hampa local. Testigo del
ataque de una banda rival contra Bin, dispara para defenderle. Por no
delatarle, Qiao acaba condenada a cinco años de cárcel. Una vez en libertad,
Qiao busca a Bin pero este se niega a aceptarla de nuevo en su vida.
Comentarios:
Como en buena parte del
neorrealismo italiano, de “Ladrón de bicicletas” a “Umberto D”, en “La ceniza
es el blanco más puro” hay una protagonista absoluta, pero lejos del
esencialismo del personaje único, porque sobre ellos pivota el verdadero quid
de la cuestión: aquí, la sociedad china del nuevo milenio; allí, la sociedad
italiana de posguerra. En su decimocuarto largometraje, casi un grandes éxitos
de sus temáticas y de su estilo rocoso y violento, Jia Zhangke aborda los
cambios sociales y económicos de su país entre los años 2001 y 2017, pero lo
hace con una severidad narrativa que bien se puede convertir para el espectador
en un reto de enorme complejidad.
Lo del director chino no
son solo elipsis: son hachazos. Saltos en el espacio y en el tiempo que retan a
la platea a un maduro ejercicio de intensidad en el que no cabe la menor
disidencia: ante cualquier despiste, la película se convierte en una losa. De
gran sutileza en la información ofrecida sobre los personajes y las
situaciones, además de sobre el tiempo en que se desenvuelven, “La ceniza es el
blanco más puro” está comandada por la mujer de un mafioso de medio pelo que,
tras pasar por la cárcel, debe reinventarse como ciudadana, como amante y como
ser humano en un universo cambiante que amenaza con devorarla. China ha virado
en su modelo de crecimiento económico hacia la exportación y la inversión, en
medio de una corrupción institucional y moral que se escapa por cada esquina
del encuadre. Un paisaje físico que acaba afectando al paisaje humano, de
innegable desolación, pero extrañamente bello en su grisura: karaokes habitados
por rostros hundidos; casinos caseros donde pasar las horas muertas, las vidas
muertas; extrarradios en forma de descampados infernales; minas abandonadas a
la espera de reconversiones industriales.
Como “Naturaleza muerta”
(2006), la película es una historia de búsqueda en la que regresa en forma de
diálogo uno de los tótems del cine del autor chino: la presa de las Tres
Gargantas, paradigma físico y simbólico del nuevo país, obra faraónica con la
que quedaron sepultados bajo el agua cientos de pueblos y un modo de acercarse
a la economía, desde el comunismo hasta un incipiente capitalismo. Un lugar en
el que los chinos, como en otras obras de Jia, “Placeres desconocidos” (2002),
que tantas cosas tiene en común con este último trabajo, “El mundo” (2004) y “Un
toque de violencia” (2013), ya no saben si vienen o si van.
Sin embargo, en su fuero
interno la mujer protagonista, un modelo de feminismo alejado del estereotipo,
siempre parece saber adónde va. A un lugar donde las cenizas de sus derrotas
adquieran el color de una cierta paz consigo misma, donde la violencia a su
alrededor, con una secuencia brutal en el punto de inflexión de la película, no
la acogote nunca más. Como el formato 4:3 que el director utiliza en sus
primeras secuencias, símbolo casi carcelario, para dar paso luego a un
panorámico 16:9 en el que la mujer busca su propia libertad. Anchura de
pantalla, anchura de miras. (Javier Ocaña)
Recomendada
(con reservas).
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