Con la muerte de Narciso
Ibáñez Serrador el 7 de junio de 2019 en un hospital de Madrid a los 83 años,
desaparece un narrador totémico, un mago de la imagen, un creador que apostó
por una caligrafía cinematográfica en un tiempo de televisión en blanco y negro
física y moralmente. Adelantado a su tiempo, para encontrar referentes
similares hay que salir de España y bucear en el audiovisual mundial. Cuando en
España a principios de los setenta había 37 millones de habitantes, su concurso
“Un, dos, tres… responda otra vez” congregaba a 24 millones de televidentes.
Cuando pocos se atrevían con el cine de terror —que sin embargo ha tenido una
hermosa tradición en España—, Ibáñez Serrador dirigió para la gran pantalla “La
residencia” (1969) y “¿Quién puede matar a un niño?” (1976) y en televisión
hizo temblar a varias generaciones con sus “Historias para no dormir”. Hace
cinco meses, en una entrevista con El País Semanal, el creador contestaba a por
qué había tenido tanto éxito ese terror durante el franquismo: “Porque el miedo
que te hacía sentir la película era mayor que el que uno sentía a diario. El
miedo en la pantalla siempre es un refugio. Consuela sentir que hay cosas
peores”.
Nacido en Montevideo en
1935, hijo de otro mito, el director teatral y actor Narciso Ibáñez Menta,
hombre de voz poderosa e hipnótica, y de la actriz Pepita Serrador, pronto
sintió que heredaría la pasión familiar. “Mis grandes influencias fueron mis
padres, actores teatrales de gustos muy opuestos, y los libros. Las buenas
historias surgen casi todas en el siglo XIX; por eso yo adapté tanto”, contaba
alguien que consideraba a Edgar Allan Poe su “dios”. No tuvo más maestros: “Fue
una pena. Así que me basé en mi imaginación. Como ahora, si yo veía una cámara
y un amigo, primero me aclaraba si era más importante el amigo, y entonces le
dedicaba un primer plano, o la cámara, por lo que elegía un plano general”.
Por sufrir púrpura
hemorrágica, su infancia se desarrolló a través de los libros. A sus 12 años, su
madre se traslada a España y Chicho estudia en Salamanca. Empieza a trabajar en
teatro en España y pronto en televisión en Argentina. Así arrancaba una carrera
como pocas ha habido en el mundo del entretenimiento: cineasta, realizador de
televisión, guionista, director teatral y actor. “Con cualquiera me conformo”,
decía, “pero si tengo que escoger una, sería la de actor”.
Su primera serie, en la
televisión argentina, fue “Obras maestras del terror”, y por ello abandonó el
teatro: “Vi la posibilidad de contar desde muchos ángulos tu historia. Además,
si te equivocas, no pasa nada. Total, es un programa de televisión...”. Aunque
siempre le importó cómo se contaban las historias: “Ese cómo es importantísimo.
Y yo pensaba en cine. Por eso me decían que no parecían programas de
televisión, porque el resto no se atrevía a contar una escena desde tantos
ángulos. Para mí es necesario”. En 1963 empezó a trabajar en Televisión
Española, adaptando piezas clásicas para Estudio 3. Y llegó “Historias para no
dormir”, tres temporadas de relatos de terror, que Chicho presentó al estilo de
Alfred Hitchcock. Ibáñez Serrador se convirtió en un visionario completamente
alejado de los gustos imperantes, pero que enganchó a la audiencia: “El público
es como un niño tuyo, en el que adviertes enseguida que le gusta o no, qué
rechaza, y eso solo te lo da el teatro, ya que tienes al espectador justo
enfrente. Ni la tele ni el cine te ofrecen esa inmediatez. Desde el escenario
estudiaba sus reacciones, su risa, su miedo... Te obliga a perfeccionarte”.
En 1972, arrancó “Un,
dos, tres... responda otra vez”. “Los programas se me ocurrían pensando en qué
era lo que no había. Por eso “Un, dos, tres” tenía de todo: porque entonces en
España no había muchas cosas. Era fácil. Lo mejor que tenía es que era
imprevisible. Siempre había algo interrumpiendo y volviendo a sorprender. Esa
era la clave: veías lo que no esperabas ver”. En mitad del éxito, en 1974, fue
nombrado Director de Programas de RTVE. De un plumazo eliminó la figura del
censor y dimitió a las pocas semanas: “Fue un error. La gestión no es la
invención que me motiva”.
De su mente en ebullición
nacieron programas como “Waku Waku” (1989), “Hablemos de sexo” (1990) o “El
semáforo” (1994-1997). “No he sido un privilegiado, he sido una máquina de
trabajar muy crítico con lo que he hecho. A Dios gracias, he filtrado mucho.
Eso ha sido importante: primero, porque pude pulir lo que hice; segundo, porque
en lo que dejas de hacer está siempre el futuro”, contaba a inicios de este
año.
Y aparte está su poderosa
huella en el cine con “La residencia” (1969) —su trabajo favorito— y “¿Quién
puede matar a un niño?” (1976). “Hice el cine que me dejaron”, respondía cuando
le preguntaban por qué solo había filmado dos películas.
Premio Nacional de Televisión
2010, último Goya de Honor, admirado por las generaciones posteriores de
creadores audiovisuales... Y sin embargo, Ibáñez Serrador se distanciaba de las
alabanzas: “Siempre me negué al título de maestro, me parecía excesivo. No fui
consciente de lo que hacíamos, probablemente porque con el trabajo estaba
cansado”.
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