martes, 3 de octubre de 2023

Mitomanía... Romy Schneider

 

Su nombre llenó por completo las carteleras de toda una época, y supuso un balón de oxígeno para el mortecino cine alemán de posguerra. Nacida en Viena en 1938, en el seno de una familia con honda tradición teatral, Romy Schneider debutó ante las cámaras a los catorce años, y a los diecisiete, gracias al imprevisto éxito de Sissí, se vio lanzada internacionalmente como la más popular estrella alemana desde los lejanos tiempos de Marlen Dietrich.

Su inquebrantable voluntad y amor propio le permitieron sacudirse el amenazador encasillamiento de los productores y salir airosa de los graves conflictos emocionales que ensombrecieron su carrera. Establecida en Francia, y superada su vacilante etapa de transición, inexorablemente marcada por su irreprimible pasión por Alain Delon, Romy consiguió abrirse camino en el ámbito del cine francés pese al duro escollo del idioma.

Su consagración definitiva le llegaría de la mano del realizador francés Claude Sautet, qué devolviéndole la perdida confianza en sí misma, supo sacar excelente partido de sus considerables recursos interpretativos en películas como Las cosas de la vida, Max y los chatarreros o Une histoire simple.

Si exceptuamos a Sophía Loren y Brigitte Bardot, con las que compartió a finales de la década de los cincuenta el liderazgo indiscutible del cine europeo, la larga carrera profesional de Romy Schneider, coronada por los más importantes galardones de la cinematografía gala y prestigiada por directores como Orson Welles, Luchino Visconti, Joseph Losey u Otto Preminger, no tiene parangón ni en cantidad ni en calidad con la de ninguna otra actriz de su generación.



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