Título
original: El sol del membrillo. Dirección: Víctor
Erice. País: España. Año: 1992. Duración: 139 min. Género:
Documental.
Guión: Víctor Erice. Música: Pascal Gaigne. Fotografía: Javier Aguirresarobe, Ángel
Luis Fernández, José Luis López-Linares.
Producción: Igeldo P.C,
María Moreno P.C, ICAA.
Premio del Jurado y
Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Cannes 1992. Hugo de Oro a la Mejor
Película en el Festival de Cine de Chicago 1992.
Fecha del estreno: 30 Octubre 1992 (España).
Reparto:
Antonio López
Sinopsis:
Ésta es la historia de un
artista (Antonio López) que trata de pintar, durante la época de maduración de
sus frutos, un árbol —un membrillero— que hace tiempo plantó en el jardín de la
casa que ahora le sirve de estudio. A lo largo de su vida, casi como una
necesidad, el pintor ha trabajado sobre el mismo tema en muchas ocasiones. Cada
año, con la llegada del otoño, esa necesidad se renueva. Lo que el artista no
ha hecho nunca en su pintura del árbol es introducir entre sus hojas los rayos
del sol. Desde el estilo que le es propio —un estilo que parte de la exactitud—
esa tentativa posee una gran dificultad, se revela, según las circunstancias,
casi como una imposibilidad. En esta ocasión decide afrontarla. Pero lo hace
como es habitual en él, con una tensión razonable, sin perseguir siquiera el
acabado del cuadro, sin otro afán que permanecer unas semanas junto al frágil y
generoso árbol. La película da cuenta de esta experiencia y, a la vez, de todo
aquello (el paso de los días, la rutina cotidiana de personas y cosas...) que
gravitan sobre esa casa y ese jardín. Un espacio y un tiempo —otoño de 1990—
donde el artista trabaja y los frutos del árbol llegan al momento de su máximo
esplendor. Cuando el invierno empieza a anunciar su llegada, los membrillos maduros,
al caer de las ramas, ponen punto final a la labor del pintor, iniciando en
tierra el proceso de su descomposición. Es entonces cuando, en la noche, el
pintor nos cuenta un sueño.
Comentarios:
El filme español El sol del membrillo, obra del cineasta Víctor Erice sobre el pintor Antonio López, provocó en Cannes 1992 una fuerte división de opiniones. Durante la proyección ante no menos de 2.000 periodistas acreditados, muchos de ellos se desentendieron de la pantalla y salieron de la sala. No obstante, fueron más quienes se mantuvieron ante la pantalla hasta el final y muchos también quienes la aplaudieron. Para unos, esta recepción equivale al rechazo de una película a la que consideran aburrida y fallida; para otros, en cambio, es el resultado previsible de su carácter insólito, sorprendente y sin precedentes en la historia del cine reciente.
El sol del membrillo es una obra cinematográfica compleja y difícil, meticulosamente concebida y elaborada contra la corriente a lo largo de dos años de rodaje y montaje. Es una película que se escapa de los códigos convenidos del comercio cinematográfico actual: no tiene trama argumental de ningún tipo y, no obstante, está lejos de ser encasillable en el género documental. Va mucho más lejos. Se trata de un ejercicio muy arriesgado -sobre todo a causa de la parquedad y austeridad de los elementos que baraja y combina- de puro lenguaje visual: un poema cinematográfico, una metáfora cuyas reglas se aceptan con pasión o se rechazan con indiferencia o incluso con hostilidad. De ahí que, donde se proyecte, El sol del membrillo generará controversia, y esto, en medio del adocenamiento que hoy invade el consumo de cine convencional, es de por sí un mérito no desdeñable. Queden para los detractores de la película -que los tiene, y no son pocos- desarrollar las argumentaciones de ese su rechazo. Esta crónica es parcial, porque quien la escribe considera que Víctor Erice y Antonio López han logrado una obra de gran vigor artístico, una investigación poética seria, honda y elegante, que contiene algunos de los momentos más bellos, originales e incatalogables logrados por el cine español en los últimos años.
La película investiga dentro de uno de los misterios indescifrables del comportamiento humano y en concreto del comportamiento artístico: la búsqueda por el creador genuino de lo imposible, su intento tozudo y persistente de alcanzar lo inalcanzable. En este caso nos encontramos frente al paciente y minucioso esfuerzo del pintor Antonio López por atrapar dentro de la quietud de un lienzo, a través de la persecución por su mirada de los movimientos de la luz del sol y de la evolución de un árbol, la fluencia del tiempo.
El pintor, obviamente, fracasa en su intento y finalmente abandona su tentativa de conseguir un cuadro sobre algo imposible. La cámara de Erice indaga con igual minuciosidad en los entresijos de este esfuerzo aparentemente inútil del pintor, hasta que nos hace descubrir que su derrota ante lo inalcanzable tiene en realidad el valor de una conquista, de una victoria. Y el fracaso estético del artista se convierte de esta manera en un triunfo ético.
La audacia, la sutileza y la hondura de la película son, a nuestro juicio, más que evidentes. Pero como totalidad El sol del membrillo está lejos de ser una obra perfecta, redonda. Adolece, en efecto, de varios alargamientos innecesarios del metraje que -si se tiene en cuenta que en todo poema visual lo que no es estrictamente necesario sobra- daña su relación con el espectador y hacen que éste, durante casi media hora de las dos y veinte minutos que dura la película, vea sobrecargada su retina con reiteraciones e insistencias dilatorias no significativas, por no decir insignificantes. Si se tiene en cuenta que El sol del membrillo propone de manera muy radical un retorno al casi olvidado cine-lenguaje, y por ello un rechazo indirecto de las pautas del cine-espectáculo, hoy abrumadoramente dominante, su capacidad para generar controversias está garantizada. Es por tanto más que probable que, a lo largo de estas crónicas, tengamos que detenernos a recoger los ecos del paso por Cannes 92 de esta notable película española, que muchos consideran -no sin algo de razón- fuera de lugar en la selección oficial competitiva de este multitudinario festival.
Una obra de marcado carácter minoritario se hubiera sentido más cómoda en el marco de la sección Una cierta mirada, que está destinada a exhibir y debatir las películas que contienen innovaciones del lenguaje cinematográfico. Así, El sol del membrillo hubiera tenido posibilidad de ser discutida públicamente, tras sus proyecciones, que es una vieja costumbre que mantiene esta sección y que enriquece y da vida a las películas que se exhiben y debaten en ella. Finalmente, en Cannes, consiguió el Premio del Jurado y el Premio FIPRESCI. Todo un logro para esta propuesta tan innovadora. (Ángel Fernández-Santos)
Recomendada.
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