Título original: Kind Hearts and Coronets. Dirección: Robert Hamer. País: Reino Unido. Año: 1949. Duración: 106 min. Género: Comedia.
Guión: Robert Hamer y John
Dighton, basado en la novela “Israel Rank: The Autobiography of a Criminal” de
Roy Horniman. Fotografía: Douglas
Slocombe. Música: Ernest Irving. Montaje: Peter Tanner. Dirección artística: William Kellner. Vestuario: Anthony Mendleson. Maquillaje: Harry Frampton. Producción: Michael Balcon para los Estudios
Ealing.
Nominada a Mejor película
británica en los Premio BAFTA 1949.
Estreno mundial: 21 junio 1949, en Londres.
Reparto:
Dennis Price (Louis
Mazzini), Alec Guinness, Joan Greenwood, Valerie Hobson, Audrey Fields, John
Penrose, John Salew, Arthur Lowe, Clive Morton, Hugh Griffith.
Sinopsis:
Un joven ambicioso y sin
escrúpulos proyecta vengar la afrenta que la aristocrática familia D'Ascoyne, a
la cual pertenece, les ha infligido a él y a su madre. El plan consiste en
eliminar a todos los miembros de la familia que le preceden en la sucesión al
título de Duque.
Comentarios:
La productora británica
Ealing Studios realizó entre los años 1947 a 1957 una serie de comedias que a
día de hoy constituyen todo un ciclo mítico del cine clásico inglés. Recordadas
y admiradas, estas dieciséis películas (diecisiete según las fuentes que consideran
Davy, dirigida por Michael Relph en
1958, la última de ellas) tienen en común su forma de abordar el sentido del
humor de una manera amable pero jamás exenta de cierta ironía al mostrar la
forma de ser de los habitantes de las islas y su peculiar idiosincrasia,
siempre teñidas de una melancólica añoranza por un tiempo pasado arrollado por
un presente que deja atrás un estilo de vida más humano anclado en la
tradición. Producidas por Michael Balcon y con un equipo técnico, entre los que
comenzaron a brillar directores como Alexander Mackendrick y Charles Crichton,
y otro artístico, con figuras como Alec Guinness y Stanley Holloway, que se
repetían de una película a otra ayudaron a consolidar un estilo elegante y
tradicional que, sumado a la originalidad de sus guiones, conformaron una
manera única y característica de abordar el género de la comedia.
Ocho sentencias de muerte (Kind Hearts and Coronets,
1949), dirigida por Robert Hamer, supuso uno de sus primeros
éxitos importantes, pese a que en un principio Balcon no estaba muy convencido
de la conveniencia de un libreto a todas luces vitriólico basado en una novela
de Roy Horniman (Israel Rank: The Autobiography of a Criminal, 1907) muy
influida por la obra de Oscar Wilde.
La noche antes de su ejecución
pública, en la celda en la que se halla confinado, el joven Louis Mazzini
escribe sus memorias. Con una tranquilidad impropia de su situación, vestido
con un elegante batín y dando muestras de unos exquisitos modales, Louis es el
reflejo perfecto de la clase a la que pertenece, un noble de alta cuna que
espera con dignidad la hora de su muerte. El mismo verdugo que lo ejecutará se
muestra orgulloso de su tarea: ahorcará, como manda la tradición, a un duque
con una soga de seda, lo que será tal vez el fin de su carrera pues ya no podrá
volver, como confiesa al director de la prisión, a usar una cuerda de cáñamo.
Observa a su futura víctima desde la mirilla de la puerta del calabozo y Hamer
introduce un plano de la nuca de Louis, ante lo cual el verdugo asiente como si
diera por buenas las medidas que ha tomado para su tarea. Así queda dibujado el
tono de humor negro que dominará toda la película. Louis está sentado ante los
papeles donde está detallando su vida y de manera sutil se nos sumerge en un largo
flashback, la historia de Louis desde su nacimiento al momento actual. La voz
en off del protagonista nos acompañará en una travesía que ya en su inicio nos
muestra por qué su destino estará marcado por la venganza y el odio a los de su
propia clase. Su madre era un miembro de los D’Ascoyne, familia de rancio
abolengo de la cual es repudiada al casarse con un cantante de ópera italiano
de pobres recursos. Al morir este, ella buscará reconciliarse con sus
familiares, pero estos la rechazan sin miramientos. Así, el niño Louis crecerá
obsesionado por la genealogía y el puesto que le corresponde en el árbol de
sucesión. Los sufrimientos de su madre por subsistir y los esfuerzos de esta
para que no olvide su origen noble lo harán vivir en un sueño de grandeza del
que se verá privado al tener que ganarse el pan trabajando como dependiente en
una tienda de ropa femenina. Jamás un posible heredero de un título nobiliario
se vio sometido a tal humillación. La negativa familiar a que su madre sea
enterrada en el castillo de Chalfont, el hogar ancestral de los D’Ascoyne según
su deseo confesado a Louis en el lecho de muerte, hará germinar la semilla
criminal en el corazón de éste. Fantasea con la muerte de todos los miembros de
la familia que lo anteceden en la línea sucesoria, y en ocasiones las esquelas
necrológicas de los periódicos que no deja jamás de consultar le dan una buena
noticia: poco a poco se ve más cerca de su herencia mientras va tachando los
nombres que le anteceden en el árbol genealógico. El hecho de ser repudiado
entre risas por la joven de la que se ha enamorado debido a su pobreza será la
gota final que colmará su vaso repleto de sed de venganza. Hay ocho personas
entre el ducado y él, y las eliminará a todas una por una hasta recuperar lo
que le pertenece. Con una paciencia y frialdad estremecedoras Louis pondrá en
marcha su plan.
Ocho sentencias de muerte
mantiene en todo momento un tono contenido y elegante, es la voz de Louis quien
domina el relato y lo vemos todo a través de sus ojos, si bien los hechos nos
obligan a mirar más allá. La virtud de un guion excelente que no abandona jamás
su poderosa carga irónica hacia la lucha de clases, esa que aquí tendrá como su
más enconado exterminador a un miembro de la propia nobleza. Sueños de grandeza
inoculados por una sociedad donde cada cual vale según lo que posee. La
película arremete contra todos los estamentos de la sociedad ridiculizando a
sus ejemplares más representativos, desde un terco y obstinado almirante de
marina hasta un pomposo militar que vive de contar sus hazañas de juventud. El
trazo es suave, la burla es profunda pero elegante, huye de lo soez, y por ende
es más efectiva. En el funeral por la segunda de sus víctimas, Louis contempla
a todos los miembros de la familia que le quedan por asesinar mientras el
sacerdote, otro de sus objetivos (“los D’Ascoyne habían seguido la tradición de
la nobleza provinciana y habían mandado al tonto de la familia a la Iglesia”,
nos detallará con su refinado estilo el impertérrito protagonista) declama un
discurso de despedida en la capilla. Es difícil imaginar mayor andanada
iconoclasta en una película que jamás da la sensación de serlo. Louis se verá
atrapado muy a gusto en una vorágine criminal que lo llevará a idear y llevar a
cabo muertes, entre lo delirante y lo ridículo, cada vez más imaginativas para
sus parientes. La decadencia y los malos modales de la nobleza los hace
indignos de su posición, lo cual refuerza la simpatía hacia Louis, que de otra
manera nos resultaría desagradable en su convicción obsesiva. Así, cuando
enfrenta a uno de sus últimos objetivos, vemos cómo este, el duque heredero
alojado en el castillo de Chalfont, manda azotar a un cazador furtivo que ha
caído atrapado en una de la trampas ilegales para animales que ha colocado el
mismo duque, impartiendo una “justicia” medieval que ignora las leyes y se basa
en su propia mano y criterio. Cuando Louis lo encañone con una escopeta,
desearemos que apriete el gatillo sin pensárnoslo dos veces. La baja condición
humana ha sido mostrada sin que podamos dejar de tener una sonrisa en los
labios. Se desencadenarán en el desenlace los momentos más irónicos, aquellos
que nos señalan la injusticia e inconsistencia de todo lo establecido por la
sociedad y sus estamentos representativos, incluso cuando la única vez que
Louis recurra a la verdad y sea sincero sus palabras solo servirán para
condenarlo a la horca. El alcance del filme es prodigioso en su destrucción de
lo consabido y aceptado por el consenso social, todo él teñido de un delicado y
elegante, casi señorial, anarquismo.
Protagonizado por un
excepcional Dennis Price, con su mirada distante cargada de una intensa
frialdad rayana en lo despectivo, pero nunca deshumanizado ni falto de ingenio,
siempre divertido en las reflexiones en off que acompañan las imágenes, en el
momento de su estreno lo más publicitado fue la actuación de Alec Guinness.
Este se encargaría de representar ocho papeles, todos los miembros de la
familia D’Ascoyne en un show total en el que demuestra toda su increíble
sobriedad cómica. Joan Greenwood brilla también en su papel de la perversa
amante de Louis, el único personaje a su altura diabólica, capaz de detentar una
aparente inocencia cargada de picardía y maldad elemental.
El título original de Ocho sentencias de muerte (Kind Hearts
and Coronets) juega con un verso de un poema de Alfred Tennyson, Lady Clara
Vere de Vere (1842), pero corazones amables es algo que jamás veremos en esta
película en la que la enconada lucha de clases tiene su más espléndida
representación. Robert Hamer legaría con esta obra su mejor trabajo como
director, quizá acompañado por su participación (The Haunted Mirror) en la
magistral película episódica de terror Al
morir la noche (Dead of Night, 1945), cuyos otros segmentos estarían
firmados por Charles Crichton, Basil Dearden y Alberto Cavalcanti. El guion fue
obra del propio Hamer junto a John Dighton, contando con la colaboración no
acreditada de la genial escritora Nancy Mitford.
La música, de Ernest
Irving, se basa en una partitura original, que realza la sátira y la farsa que
envuelven la acción. Añade un fragmento de "Il mio tesoro intanto",
de "Don Giovanni", de Mozart, y varios valses vieneses. La
fotografía, en blanco y negro, de Douglas Slocombe, rueda con frecuencia a
cámara fija, hace uso preferente de planos medios, evita primeros planos (salvo
una rápida toma hacia el final del rostro del verdugo) y mueve la cámara en
giros y desplazamientos laterales suaves. Las imágenes incorporan numerosos
elementos excéntricos e irónicos (pluma del banquero, cepos cazapersonas, sueño
con ronquidos del celador).
Film entretenido y
memorable, de visión obligada para cinéfilos, con un magnífico final bastante ambiguo.
(José Luis Forte & Miquel)
Recomendada.
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