Título original: Voskhozhdeniye. Dirección: Larisa Shepitko. País: Unión Soviética. Año: 1977. Duración: 111 min. Género:
Bélico.
Guión: Yuri Klepikov, Larisa
Shepitko, basado en una novela de Vasili Bykov. Fotografía: Vladimir Chukhnov, Pavel Lebeshev. Música: Alfred Shnitke. Producción: Mosfilm.
Oso de Oro en el Festival
de Berlín 1977.
Estreno mundial: 2 abril 1977, en Rusia.
Reparto: Boris Plotnikov (Sotnikov),
Vladimir Gostyukhin (Rybak), Lyudmila Polyakova (Demichikha), Viktoiya
Goldentul (Basya Meyer) y Anatoli Solonitsyn (Portnov).
Sinopsis:
Durante la Segunda Guerra
Mundial, dos partisanos soviéticos se apartan del grupo, que está hambriento,
para ir a una pequeña granja a coger provisiones. Pero como los alemanes han
llegado primero, tendrán que seguir recorriendo territorio ocupado para encontrar
otro sitio donde abastecerse.
Comentarios:
¿Resultaría aventurado
por mi parte calificar La ascensión
como la mejor película de la historia del cine soviético? Teniendo en cuenta la
cantidad de obras fundamentales en la construcción de los cimientos del cine
tal y como lo conocemos hoy en día quizás resulte un comentario exagerado. De
lo que no me cabe duda es que esta película es una obra maestra sin parangón,
una película espectacular que sin duda se sitúa en un posible Top Ten del cine
soviético. Una obra de una profunda carga humanista y filosófica, pero a la vez
nada discursiva ni partidaria. Una cinta visualmente espectacular, de una
belleza fotográfica difícilmente comparable por su escalofriante realismo. Un
retrato de cómo reacciona la psicología humana ante los momentos de adversidad que
ponen en serio peligro nuestra propia existencia filmado de una forma sugerente
e inquietante (como si de una pesadilla de la cual no podemos desprendernos ni
tan siquiera con antidepresivos se tratara), pero a la vez de modo sencillo y
turbadoramente cercano.
Por si fueran pocos estos
calificativos, la cinta en cuestión se alzó con el Oso de Oro en la Berlinale
de 1977, sirviendo este hecho como consagración de la directora ucraniana
Larisa Shepitko, cineasta de gran pulso narrativo poseedora de una profunda
sensibilidad alejada del tono patriótico y nacionalista del cine bélico de la
antigua URSS y que desgraciadamente fallecería un par de años después en un
trágico accidente automovilístico mientras se encontraba inmersa en su
siguiente proyecto (Matyora), dejando de este modo viudo a otro de los grandes
cineastas de las antiguas repúblicas soviéticas: Elem Klimov, director de la
aclamada cinta Masacre, ven y mira,
obra con la cual el film reseñado ostenta bastantes puntos en común (quizás
Klimov trató con ella de homenajear la obra maestra de su esposa fallecida,
hecho éste que parece desprenderse por las numerosas conexiones que presentan
ambos films), aunque también ambas
evidencian aristas que provocan que choquen de frente. Porque si bien existen vínculos
que las emparentan, la obra de Shepitko apuesta por la sugerencia y la
psicología de los personajes logrando el efecto de perturbarnos a través de
imágenes oníricas, subliminales y poéticas a diferencia del carácter más
nacionalista y explícito (a todo color) mostrado por Masacre, ven y mira. Ante estos dos planteamientos yo elijo sin
duda el empleado por la bella dama ucraniana.
Porque si hay una palabra
que define La ascensión esa es la de
imprescindible. La cinta abraza el ambiente bélico característico de buena
parte de las grandes obras del cine soviético situando la trama en plena Segunda
Guerra Mundial, pero tal como hemos dejado entrever en el párrafo anterior, La ascensión es una película soviética
bélica distinta a las que conocemos. A diferencia de las obras cumbre del
bélico soviet ambientado en la Gran Guerra (tales como El cuarenta y uno, La balada
del soldado o El padre de un soldado),
las cuales optaban por ensalzar a través del recurso de mezclar el romanticismo
con la tragedia un acto de sacrificio heroico llevado a cabo por los
integrantes del pueblo soviético, la obra de Shepitko opta por desnudar de
heroísmo todo acto emanado de la gran guerra, mostrando el patetismo de la
misma y los efectos que el horror de la guerra provocan en la mente humana. Así
las secuencias bélicas de La ascensión,
que se concentran en el primer tramo de la misma, son gélidas, frías, reales,
carentes de ornamentos y artificios, como si de una incursión de una patrulla
rebelde en cualquier guerra celebrada en estos precisos momentos se tratara.
Los escarceos que enfrentan a los partisanos con las brigadas nazis son
reflejados crudamente. La mayoría de los disparos son errados, los soldados
muestran miedo y pavor ante el enemigo, el sonido del viento y la helada nieve
que todo lo puebla congelan la pantalla del televisor logrando un efecto
pictórico realmente espectral y espeluznante.
La guerra en el cine
adquiere una mirada femenina y compasiva, pero sin dejar de lado el salvajismo
y el halo masculino de tiranía y barbarie que revierte de toda inhumana guerra.
Porque el hecho diferencial que encumbra al Olimpo del cine a La ascensión es
el giro argumental y escénico que se produce hacia la mitad del metraje. Así el
cosmos bélico plagado de gélidos y luminosos escenarios reales en los cuales
tienen lugar refriegas minimalistas entre los combatientes de la contienda, se
transforma, tras la captura en un granero a manos del ejército nazi de los dos
partisanos protagonistas de la trama en un cuento de terror gótico con
preeminencia de los espacios oscuros y cerrados en los que el temible rostro de
la muerte representado en el del siniestro colaboracionista nazi que somete a
duros interrogatorios a los presos logra enrarecer el ambiente provocando que
nuestra respiración y nuestro ritmo cardíaco alteren su ritmo de forma radical.
Los espacios cerrados y la oscuridad tenebrosa acaban apoderándose de la
escena, sugestionando nuestras conciencias a través de imágenes de elevada
carga subliminal y pesadillesca para acabar desencadenando en un final en el
cual irradian las dos posturas por las que puede optar el ser humano ante una
amenaza vital: seguir fiel a sus convicciones o rendirse para aceptar aquellos
ideales contrarios a nuestra ideología con tal de seguir vivo.
La acción se sitúa en
Bielorrusia, en plena incursión invernal de las tropas nazis en territorio
soviético. Un grupo de partisanos huye de las acometidas del potente y equipado
ejército alemán. Tras huir a través de un espeso bosque el jefe de los
partisanos ordena a un par de jóvenes a buscar comida, dado que el grupo carece
de las reservas alimenticias suficientes para seguir avanzando sin caer muertos
de hambre. Los dos jóvenes son dos personajes antagónicos: Boris es un antiguo
profesor guiado por la cultura y la racionalidad, mientras que Rybak es un
salvaje campesino casi analfabeto guiado únicamente por la brutalidad y sus
instintos primarios. Tras arribar a casa de Pyotr (un campesino al que se le
acusa de ayudar a los nazis), el cual gracias a la mediación de Boris se salva
del deseo de aniquilación que Rybak siente hacia él, los dos soldados salen
hacia el encuentro con su grupo con una oveja muerta que sustraen de casa de
Pyort.
Sin embargo, en el camino
de regreso los dos partisanos se topan con una patrulla nazi que tras una
emboscada logra herir en la pierna a Boris. Éste es rescatado de la muerte por
Rybak que en un acto heroico logra arrastrar a su compañero hasta una pequeña
cabaña habitada por una joven madre y sus hijos, la cual les ofrecerá resguardo
en un corral de su propiedad. Pero unos soldados nazis arriban a la casa en
busca de víveres y acabarán arrestando a los dos partisanos y a la madre
acusada de colaborar con el enemigo. Los tres son llevados ante un tribunal
nazi regido por un colaboracionista el cual a base de emplear funestos métodos
de tortura psicológica intentará derrocar las convicciones de los soldados para
que delaten la posición de sus compañeros con el fin de acabar con los focos de
resistencia cercanos.
Esta trama sirve a
Shepitko para construir una película tremenda, de esas que golpean la
conciencia y hechizan al espectador a base de mostrar imágenes insinuantes y
provocadoras. Realmente espectacular es la forma que utiliza la cineasta
soviética para dibujar la psicología del bruto Rybak. La inicial valentía y
robustez de sus convicciones van demoliéndose poco a poco, empleando para ello
un hábil recurso (el de insertar escenas oníricas salidas de la mente del
propio sujeto, en las cuales se muestra el deseo del mismo en contraposición
con la actuación real llevada a cabo por él).
Así el inicialmente
cobarde Boris, un personaje que se presenta en un principio como débil y
aniñado, se convierte a medida que discurren los acontecimientos en el
verdadero héroe, mientras que Rybak acabará cayendo presa de sus miedos, de
modo que ni tan siquiera podrá ejecutar un último acto de hombría y redención
debido a su flaqueza moral.
La cinta está plagada de
secuencias absorbentes y poéticas. Podríamos citar entre ellas la filmada en
grupo en el bosque en la cual la directora ucraniana muestra los primeros
planos de los curtidos miembros (tanto jóvenes hombres como tristes y ancianas
mujeres) mientras mastican la escasa comida disponible. Igualmente fascinantes son las escenas
filmadas en pleno campo nevado en las que los partisanos avanzan hacia la
cabaña de Pyort o se enfrentan al invisible enemigo nazi en medio de un mar de
blanco vacío con la única compañía del cortante viento. Otra escena hipnótica
es toda la secuencia que muestra el descubrimiento por la patrulla nazi y
posterior apresamiento de los dos partisanos que se hallan escondidos en el
granero. Los primeros planos del rostro atemorizado de los dos partisanos se mezclan
con imágenes subjetivas las cuales nos muestran el punto de vista de los mismos
ante el advenimiento del enemigo que desea capturarlos. Y finalmente
imponentemente emocionantes son las psicológicas escenas de los interrogatorios
llevados a cabo por el sombrío colaboracionista, así como los emotivos diálogos
mantenidos en prisión de elevada carga humanista que desprende un cierto halo
espiritual cuasi religioso.
Sobran las palabras para
catalogar a una obra de esta inmensidad. Podría seguir magnificando el tamaño
del film haciendo mención a su música claustrofóbica y esplendorosa que ayuda a
amoldar el ambiente con sus melodías cautivadoras, o resaltar la imponente
interpretación de todos y cada uno de los actores que aparecen en pantalla. Pero,
lo mejor que puedo hacer es terminar la reseña, e instar a los cinéfilos que
aún no conozcan esta magna obra maestra a que no pierdan el tiempo leyendo la
misma y busquen y vislumbren este pedazo de película. (Rubén Redondo)
Recomendada.
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