«No puedo fingir que no tengo
miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud». Esta es la
frase final del artículo con el que Oliver Sacks, el autor de «Despertares», el
neurólogo británico que trató durante toda su vida de comprender mejor la
consciencia humana, se despedía del mundo el pasado mes de febrero desde las
páginas del New York Times. Decidió entonces redactar un mensaje, poco después
de saber que el melanoma que le dejó ciego del ojo derecho y que creía
desaparecido para siempre se había reproducido de forma violenta, extendiéndose
al hígado.
«Hace nueve años -escribía Sacks-
me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque
la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo
acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se
reproduzca. Pues bien, yo pertenezco a ese desafortunado 2%». Oliver Sacks falleció
el 30 de agosto de 2015 víctima de ese cáncer mortal a los 82 años de edad.
Su vida, aunque coronada por el
éxito, no fue fácil en absoluto. Y si bien es cierto que sus libros, basados en
experiencias reales con sus pacientes, le dieron fama y reconocimiento mundial,
también lo es que sus ideas jamás fueron bien recibidas por la comunidad
científica establecida, de quien recibió críticas despiadadas.
Tampoco su infancia fue
precisamente un camino de rosas. A menudo, Sacks recordaba cuando, con apenas
seis años, fue evacuado de Londres junto a su hermano Michael para evitar los
bombardeos de la aviación nazi y ambos fueron internados en Midlands hasta
1943. Allí, según escribió en 2008 la periodista Nadine Epstein, de «Moment
Magazine», «subsistieron con magras raciones de nabos y remolachas y sufrieron
castigos a manos de un director sádico».
Oliver Sacks dio el salto
definitivo a la fama mundial en 1990, el año en que su libro «Despertares»,
escrito en 1973, fue llevado a la gran pantalla por Penny Marshall en un inolvidable
filme protagonizado por Robert De Niro y Robin Williams.
En el libro, que ya antes de la
película había logrado vender más de un millón de ejemplares, Sacks se basaba
en la historia real de un grupo de pacientes catatónicos tratados por él mismo y
que habían logrado sobrevivir a la epidemia de encefalitis letárgica que tuvo
lugar en Estados Unidos entre 1917 y 1928. La acción transcurre en 1969, cuando
el doctor Malcom Sayer (Robin Williams) descubre los efectos «milagrosos» de la
L-dopa, el precursor metabólico de la dopamina y uno de los fármacos más
utilizados hoy en día contra la enfermedad de Parkinson.
Otros muchos libros, todos
basados en casos reales, salieron de la pluma de Sacks. Nadie como él, en
efecto, ha sido capaz de desmitificar, poniéndose en el lugar de sus enfermos,
toda una serie de males que afectan a la percepción y a la consciencia humanas.
Entre sus casos más conocidos se
encuentra el de Madeleine J., una mujer que percibía sus manos como «bolas de
masa de cocina»; o el del operador de radio Jimmie G., que padeció una amnesia
que duró 30 años; o el del doctor P., un hombre cuyo cerebro había perdido la
capacidad para descifrar lo que veían sus ojos y que terminó confundiendo a su
mujer con un sombrero, que fue precisamente el título de otro de sus libros más
conocidos, «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero». En «Un
antropólogo en Marte», por ejemplo, Sacks describe con todo lujo de detalles la
historia de Temple Grandin, un profesor que era autista; en «La isla de los
ciegos» se cuenta la historia de un lugar en el que muchas personas sufren de
acrematopsia, una enfermedad que raya con la ceguera; en «Veo una voz», el tema
principal es la sordera...
Muchos de sus colegas jamás le
comprendieron. Muy al contrario, sus métodos, sus libros y sus artículos fueron
duramente criticados por ser considerados poco científicos. Expertos como
Arthur K. Shapiro, considerado como uno de los «padres» de la moderna
investigación sobre conductas compulsivas, sostenía que Sacks «mucho mejor
escritor que clínico», debía su popularidad a sus publicaciones literarias más
que a sus trabajos de investigación. Incluso fue acusado de utilizar a sus
pacientes para dar un «espectáculo de fenómenos».
A pesar de ello, a lo largo de su
vida Oliver Sacks acumuló un envidiable número de galardones y reconocimientos
a su trabajo. Fue Doctor Honoris Causa por una docena de prestigiosas
universidades (entre ellas la de Oxford) y, entre otros muchos títulos, fue
nombrado en 2008 Comendador de la Orden del Imperio Británico.
Robin Williams y Robert de Niro en "Despertares" |
«En los últimos días he podido
ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura -escribía Sacks en
febrero en su despedida en el «New York Times»-, como una especie de paisaje, y
con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus
partes». «Me siento centrado y clarividente -escribía también el neurólogo-. No
tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a
mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas
las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre
el calentamiento global. No es indiferencia, es distanciamiento». «Debo decidir
-concluía Sacks-, cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la
manera más rica, intensa y productiva que pueda».
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