Protagonista de una vida tan complicada y enrevesada como el más inverosímil de los melodramas que hubiera podido interpretar en su dilatada carrera, Liz Taylor, uno de los rostros más cautivadores y fascinantes de la pantalla de todos los tiempos, falleció el pasado 23 de marzo de 2011 víctima de una insuficiencia cardiaca. Capaz de combinar los más excéntricos lujos y caprichos con las penalidades más dolorosas, de encandilar con su belleza tanto como con su probado talento como actriz, éste es nuestro homenaje a otro ser humano inmortal que abandona este mundo para sumergirse en el Olimpo definitivo de las grandes estrellas.
Poseedora de un rostro de mujer hermosa y madura ya desde su más tierna juventud, lo que propició que Universal Pictures no renovará su contrato tras debutar en There’s One Born Every Minute, “por no tener cara de niña”, la Taylor contrajo matrimonio hasta en ocho ocasiones, dos de ellas con la misma persona, Richard Burton, formando con él una de las más célebres y tormentosas parejas de Hollywood. Puede que ese compulsivo deseo de casarse tuviera mucho que ver con su educación terriblemente puritana, lo que le impedía mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Si bien esta teoría no casa bien con el hecho de haber sido protagonista de algunos de los más sonados escándalos del mundo del cine, como cuando mantuvo un romance con Eddie Fisher, aún esposo de una de sus mejores amigas, Debbie Reynolds, lo que desembocó en divorcio para los padres de la Princesa Leia y en un nuevo matrimonio para la belleza de ojos violetas; unos ojos realzados con una extraña mutación genética consistente en una doble fila de pestañas. Antes, con sólo dieciocho años, había estado casada, sólo por unos meses, con el magnate de la hostelería Conrad Hilton, con el actor inglés Michael Winding, que le doblaba la edad y con quien tuvo dos hijos, entre embarazos difíciles y cesáreas, y con Richard Todd, el flamante productor de La vuelta al mundo en 80 días y patentador del sistema de proyección en gran formato Todd-AO. Antes de conocer a Burton, éste había sido el gran amor de su vida, con quien tuvo una hija y a quien perdió en un accidente a bordo de su avión privado precisamente llamado Lucky Liz, cuando se disponía a recibir un homenaje en Nueva York; viaje al que ella afortunadamente no le acompañó por encontrarse aquejada de un virus.
En esa ocasión la enfermedad le salvó la vida, pero a lo largo de su vida la salud apenas le acompañó. Una afección ciática mientras rodaba Gigante, una caída en el yate de Mike Todd que le supuso una delicada operación de cadera y pelvis, dos neumonías, una de ellas en su peor momento de popularidad, durante el asunto Eddie Fisher, lo que provocó que el público la perdonara y hasta lograra un Oscar por una de sus interpretaciones menos queridas y que con menos entusiasmo acometió, Una mujer marcada; una traqueotomía durante el accidentado rodaje de Cleopatra, lo que propició que su salario se multiplicase, debido a las condiciones extremadamente beneficiosas que había convenido con la Fox. Problemas de obesidad y alcoholismo, todo ello propiciando una vejez dolorosa y terrible que tocó fin en marzo de 2011, casi un mes después de celebrar su 79 cumpleaños viendo en televisión, desde su habitación del hospital, los Oscar.
Pero esas no fueron las únicas penalidades de una mujer que llegó a fascinar a personalidades como Howard Hugues, que le prometió un estudio de cine entero si se casaba con él, y que vivió siempre rodeada de los más suntuosos y prohibitivos lujos. Su natural tendencia a codearse con homosexuales y erigirse en su mejor amiga, tuvo que lidiar con el dolor de perderlos sistemáticamente: James Dean, Montgomery Clift, Laurence Harvey, Rock Hudson (cuya muerte le motivó para trabajar altruistamente a favor de los enfermos de SIDA) y Michael Jackson. Experiencias muy dolorosas para un corazón extremadamente sensible y torturado.
En su cine la recordaremos siempre por ser la hermana repelente de Mujercitas de Mervyn LeRoy; la hermosísima niña rica de Un lugar en el sol de George Stevens, que trastorna a Montgomery Clift hasta el punto de cometer un asesinato; Franz Waxman compuso para esta película el Tema de Angela, posiblemente el que mejor ilustre su belleza y su psicología. Como entregada y enamorada esposa y madre de familia en la saga Gigante, de nuevo a las órdenes de George Stevens, donde se la disputaban Rock Hudson y James Dean al son de la emocionante música de Dimitri Tiomkin. Como sureña coqueta y remilgada al más puro estilo de Escaralata O’Hara (por cierto, sustituyó a Vivien Leigh en La senda de los elefantes) en El árbol de la vida de Edward Dmytryck, enriquecida con la amable y desenfadada música de Johnny Green. Como mujer independiente y progresista que se enamora de un sacerdote casado en Castillos en la arena de Vincente Minnelli, con otra banda sonora memorable, la de Johnny Mandel y esa Sombra de tu sonrisa. Y esposa malhumorada, gruesa y alcohólica en su genial interpretación en la adaptación que Mike Nichols hizo de la obra de Edward Albee ¿Quién teme a Virginia Wolf?, por la que obtuvo su merecidísimo segundo Oscar. Para esta ocasión Alex North compuso una música tan elegante como enigmática, con un excelente tema principal en forma de andante con guitarra solista. Ya antes Liz había sido nominada al Oscar por sus memorables interpretaciones en La gata sobre el tejado de zinc de Richard Brooks y De repente el último verano de Joseph L. Mankiewicz, ambas basadas en obras de Tennesse Williams.
Pero sobre todo la recordaremos como la Reina del Nilo, la más fascinante e inquietante Cleopatra jamás llevada al cine, también de la mano de Mankiewicz, por encima de Claudette Colbert, Vivien Leigh, Hildegard Neil y mucho nos tememos que Angelina Jolie. Su entrada en Roma, a los sones de la espectacular y arriesgada marcha de Alex North, constituye uno de los momentos más sublimes de la Historia del Cine, así como el romántico tema de Antonio y Cleopatra ilustra a la perfección a la pareja que se gestó precisamente durante su rodaje, entre ella y Burton.
Tras fracasar su segundo matrimonio con el actor inglés, volvería a casarse en otras dos ocasiones, con el senador conservador John William Warner, y con el albañil Larry Fortensky. En la banda sonora de su vida, además de los temas aludidos, añadimos la música de John Barry para el documental televisivo Elizabeth Taylor en Londres, y la versión por ella misma entonada, con voz quebrada y algo desafinada pero llena de personalidad y melancolía, del legendario Send in the Clowns de Stephen Sondheim en la adaptación que Harold Prince dirigió en 1977 del musical A Little Night Music, basado en el clásico de Ingmar Bergman Sonrisas de una noche de verano. Con estas pistas os invitamos a montaros vuestro propio homenaje musical a esos llorados Ojos Violeta. (Juan José Roldán)
Elizabeth Taylor y Richard Burton
Finalizamos este homenaje recordando a Liz Taylor envuelta en una alfombra como la gran Cleopatra. Rex Harrison se sorprendía por su belleza sin igual y nosotros también cada vez que vemos esta secuencia.
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