Título original: Psycho. Dirección: Alfred Hitchcock. País: USA. Año: 1960. Duración: 109 min. Género: Terror.
Guión: Joseph Stefano (basado en una novela de Robert Bloch). Fotografía: John L. Russell. Música: Bernard Herrmann. Montaje: George Tomasini. Escenografía: George Milo. Vestuario: Rita Riggs. Producción: Alfred Hitchcock (Shamley Productions, Paramount Pictures).
4 nominaciones a los Oscar 1960 (incluido Mejor Director). Globos de Oro 1960 a la Mejor Actriz Secundaria (Janet Leigh).
Estreno en España: 2 Agosto 1971.
Reparto:
Vera Miles (Lila Crane), Anthony Perkins (Norman Bates), Janet Leigh (Marion Crane), John Gavin (Sam Loomis), Martin Balsam (Milton Arbogast), John McIntire (el sheriff Al Chambers), Simon Oakland (Dr. Fred Richmond), Vaughn Taylor (George Lowery), Frank Albertson (Tom Cassidy), Lurene Tuttle (Eliza Chambers), John Anderson (California Charlie), Patricia Hitchcock (Caroline), Mort Mills (el oficial de la autovía).
Sinopsis:
Marion Crane, una joven secretaria, tras cometer el robo de un dinero en su empresa, huye de la ciudad y, después de conducir durante horas, decide descansar en un pequeño y apartado motel de carretera regentado por un tímido joven llamado Norman Bates, que vive en la casa de al lado con su madre.
Comentarios:
La voz que rasga la moral es la obertura del metal que se clava. Hondo, profundo, brutal. Los pájaros disecados miran desde las alturas del techo, como no queriéndose creer el horror que ocurre, con la estridencia y la mentira, en la blancura de los azulejos. El agua hace los coros, incesantes y ligeramente atónitos. Tanto es así que aún corre durante un rato mezclándose con el rojo de una vida que se va por el desagüe, que enlaza con un ojo sin vida, que se ve a través de una cámara que gira, que se oye en el silencio. La belleza de lo siniestro. Sublime. Infame. Muerte en estado líquido.
Un dinero que no importa; un solitario que cuida de un hotel donde se da cita, en un encontronazo de crueldad, lo horizontal y lo vertical; un pusilánime que se deja llevar por los empujes femeninos; un detective curioso que sabe hilar la incoherencia y la verdad; una mujer que parece desear la felicidad a una hermana que nunca la ha tenido; un sheriff calmado que junta las piezas para que el misterio tenga un horror; un psiquiatra que arranca la confesión a una anciana; una anciana que quiso tener bajo control todo el pequeño mundo que la rodeaba; un director que, con su oronda figura y su seriedad estática, nos mostraba el lado oscuro del crimen y la enorme turbiedad que puede inundar el alma humana. Un músico que se empeñaba en herir la carne con unas notas suspendidas en el aire. Por el camino, un vendedor de coches extrañado por las prisas de una compradora y un policía que se esconde tras unas gafas ahumadas, como no queriendo dar pistas sobre su sospecha y su más que probable curiosidad. Y luego está ella. Ella, la chica. Esa con la que el público se queda enseguida y luego, sin saber muy cómo ni por qué, la pierde. Una chica que busca una pequeña porción de felicidad y de realización personal y decide tomar un atajo sin saber que, con esa decisión, se encontrará con un abismo en medio del camino. Un abismo de oscuridad, de opresión, de maldad enjaulada, de ideas que revolotean y que se pierden en lo más tenebroso de las ciénagas. El cuchillo cae. La cortina se rasga. Los pájaros miran, con su vientre de paja y su actitud acechadora. Solo es una película pero el hombre que estaba mirando desde un rincón con su cámara supo secuestrar los ojos de todo aquel que quisiera observar.
Al final, dieciocho fotogramas superpuestos para unir la vida con la muerte, la razón con la locura, la dominación con la sumisión. Menos de un segundo de película para desollar la piel con un escalofrío que se hace muy real. La voz sobre la mirada. El hombre que narra. El público que está desnudo, en una ducha, y que acaba de recibir una última puñalada porque sabe que ese trastorno es posible, que un día envuelto en noche y lluvia puede llegar para convertirse en una muerte empaquetada de rojo y agua. Ya no hay más días, ni más inquietudes, ni más modestas ambiciones. Tan solo la sonrisa, irónica e infernal, de un coche saliendo del barro de la inconsciencia. (César Bardés)
Recomendada.
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