Ejemplo
magistral de lo mucho que puede hacer la música por una película, "Psicosis"
sigue siendo una de las bandas sonoras más imitadas y geniales de la historia
del cine. No se trata de una partitura sinfónica, rica en colorido orquestal o
que destaque por una instrumentación variada. Ni siquiera suele encontrarse
entre las preferencias de los aficionados, más volcados hacia otros trabajos de
su autor, como "The Seventh Voyage of Sinbad" o "Vértigo".
La clave para entender "Psicosis" y su repercusión quizá permanezca
en la propia naturaleza de la creación: una banda sonora resuelta únicamente
mediante instrumentos de cuerda (exactamente 14 primeros violines, 12 segundos
violines, diez violas, ocho violonchelos y seis contrabajos), parca en melodías
y en motivos claramente desarrollados, pero extraordinariamente ligada a la
película, hasta el punto de llevar el peso de la acción o avanzar los
acontecimientos. Es decir: los mismos motivos que llevan a los aficionados a
decantarse por otras partituras de Bernard Herrmann (a priori, más
"independientes" y disfrutables en disco) y que convierten la banda
sonora, a su vez, en una de las mayores lecciones sobre música de cine de todos
los tiempos.
Pobremente
editada durante décadas, Varèse Sarabande encargó la grabación definitiva a la
Royal Scottish National Orchestra en 1997, bajo la batuta del compositor y
orquestador Joel McNeely, responsable también de
las regrabaciones de "Fahrenheit 451" o "The Trouble with
Harry". McNeely recuperó buena parte del vigor y el frenesí de la
grabación original de 1960 (únicamente disponible en un compacto pirata, del
sello Soundstage), algo que se achacó especialmente a la regrabación que el
propio Herrmann dirigió en 1975 al frente de la National Philharmonic Orchestra
y que editó Unicorn-Kanchana, cuyo ritmo aletargado, en lugar de transmitir la
energía de la partitura, imprimía a la música el carácter de una obra
concertista lenta y desangelada. No en vano, el espectacular sonido de las
suites que Herrmann dirigió, a mediados de los 70, para la discográfica Decca
sobre sus partituras más representativas adoleció, precisamente, de ese tempo
sostenido del que tantos directores de orquesta hacen gala para
"personalizar" su trabajo. Y es que, mientras los directores de
orquesta de su época soñaban con componer y dirigir su propia música, Herrmann
fue un músico de cine frustrado que soñaba, justo al revés, con interpretar las
creaciones de otros: una espina clavada de la que, en cierto modo, intentó
desquitarse imprimiendo una personalidad más ampulosa a sus obras cuando ya no
dependía del acompañamiento de las imágenes.
Para
expresar la neurosis y el desorden mental que padecerá el protagonista del
filme, Herrmann compuso para los créditos de "Psicosis" una de las
piezas más obsesivas y frenéticas de la historia del cine
("Prelude"): un contundente allegro sobre la base de un ostinato tan
dinámico como los títulos diseñados por Saul Bass y que Herrmann no utilizará,
significativamente, hasta el momento en que Marion Crane (Janet Leigh) huye por
la carretera tras haber robado 40.000 dólares del banco donde trabaja. Cuando Brian
de Palma contrató a Herrmann para su película "Sisters" y el músico
asistió a un pre-montaje, inmediatamente comprendió que estaba ante un caso
similar: tanto en "Psicosis" como en "Sisters" no sucede
nada terrorífico durante los primeros 30 minutos, por lo que Herrmann decidió
escribir para ambas películas un breve pero amenazador tema que confirmara al
espectador, de alguna manera, que "algo malo iba a suceder". De Palma
corrigió al músico diciéndole que en "Psicosis" realmente no sucede
ningún asesinato hasta los 40 minutos y le dejó claro que prefería dejar sin
música los créditos iniciales. Con su habitual manera de decir las cosas,
Herrmann le espetó: "¡Usted no es Hitchcock! ¡Hitchcock puede filmar los
principios de sus películas todo lo lento que se le ocurra! ¿Y sabe por qué?
¡Porque él es Hitchcock y el público va a esperar! Sabe que algo terrible va a
ocurrir y va a esperar hasta que así sea. La película de usted, en cambio, la
van a ver diez minutos y después se van a ir a ver la televisión a sus casas".
Herrmann,
como de costumbre, tenía razón. El público de Hitchcock podía esperar media
hora o más, pero lo cierto es que el tema de los créditos ya advierte
seriamente de lo terrible que será la película y esa sensación aumenta cuando
la pieza se repite, minutos después, para impregnar de fatalidad el camino que
ha emprendido Marion ("Flight" y "Patrol Car"), en
particular cuando la lluvia sobre el parabrisas de su coche y sus pensamientos
en off cobran una nueva dimensión ("The Rainstorm") antes de arribar
azarosamente al motel de Norman Bates (Anthony Perkins). Lo que sin música
sería una conducción intranquila y algo tormentosa, en manos de Herrmann se
convierte en una palpable prueba del terrorífico destino que le depara,
especialmente cuando la música escuchada con anterioridad se limita a describir
vagamente el mundo "en blanco y negro" de Marion (el compositor diría
después que recurrió solamente a instrumentos de cuerda para complementar la
fotografía del filme con una partitura "en blanco y negro"). Más
proclive al uso de "motivos" que de "temas" propiamente
dichos, Herrmann introduce tres breves motivos en el allegro e incrusta, en los
violines más agudos, una melodía que no repetirá más que en dicha pieza,
desarrollando luego pasajes descriptivos más relajados ("The City",
"Marion" y "Marion and Sam") que se oponen radicalmente al
énfasis del preludio.
La
ruptura de Herrmann con los convencionalismos de Hollywood no sólo queda
patente en el contraste de la música, reflejo del opresivo y pausado ritmo con
el que Hitchcock arranca la película. Igual que se resiste a desarrollar un
“Love Theme” al uso para la relación entre Marion y Sam, el compositor se
desvía de los cánones dibujando frases que nunca llegan a convertirse en una
melodía o un leit-motiv bien definido, como ocurre con las tres notas
graves que podrían asociarse a la psicopatía de Norman (los comienzos de “The
Madhouse” y “The Swamp”) y que cierran la película reincidiendo en su locura
(“Finale”), cuando el rostro de Norman se solapa con la calavera de su madre y
reaparece la ciénaga donde habían sonado las notas. Antes que repetir una misma
idea en lugares diferentes e imponer una conexión física, Herrmann se decanta
por lo emocional creando una suerte de hilo conductor subterráneo a la trama de
la película. Sucede cuando Marion siente la tentación de robar el dinero
("The Temptation") y el motivo escuchado insiste poco después en las
consecuencias del hurto ("The Package" y "Hotel Room").
Pero también ocurre al comienzo de la película, cuando Herrmann describe el
paisaje de Phoenix (“The City”) y Hitchcock introduce al espectador en la vida
de Marion por la ventana de su dormitorio: no por casualidad, el motivo
reaparecerá en escenas donde persiste cierta intención voyeur a ojos del
público ("The Window", "The Parlor", "The
Bathroom" y “The Search”). Indirectamente, los agudos violines que
subrayan el voyeurismo de Norman espiando a su inquilina a través de un agujero
en la pared ("The Peephole") ya apuntan, de manera tenebrosa, su
apoteósico uso durante el inminente asesinato en la ducha ("The
Murder").
Inicialmente,
Hitchcock no quería música alguna durante el asesinato en la ducha. Incluso
pensó en reducir el metraje de la película, filmada con un equipo televisivo y
un presupuesto muy reducido, y convertirla en un episodio más de su programa
"Alfred Hitchcock Presents". Mientras el cineasta se tomó unos días
de vacaciones, Herrmann escribió música para esa escena sin que él lo supiera.
A su regreso, el "mago del suspense" tuvo que retractarse al escuchar
lo compuesto por su colega: "Decisión inadecuada", reconoció el
director. Ejecutada ferozmente por los registros más agudos de los primeros
violines y los más bajos de las violas y los segundos violines, Herrmann escribió
una de las piezas más intensas y de mayor influencia en la historia del cine,
convirtiendo la escalofriante escena en un auténtico pozo de controversia.
Mientras hay quienes comparan los histéricos violines con el sonido de las
cuchilladas o los gritos de la víctima, otros creen encontrar en la música la
clave para descubrir al asesino, asociando los chirriantes violines a la
onomatopeya de los pájaros que diseca Norman, cuando el rastro más visible lo
deja el propio Hitchcock: basta detener la mirada en el cuadro que, recién
asesinada la víctima, parece caer al suelo del dormitorio de manera accidental
y que, tampoco por casualidad, contiene uno de esos pájaros que colecciona
Norman.
No
deja de resultar curioso que la escena dure 55 segundos, que 55 sean los planos
que la componen y que el propio Herrmann intente acercarse a ese número
propinando 48 cuchilladas musicales al espectador (a las que podrían añadirse,
en efecto, aquellas que parecen continuar asestando las violas y los violines
graves en la coda). Si Hitchcock deja a la vista del público un sutil detalle
vinculado al asesino, Herrmann hace tan evidentes sus intenciones que incluso
cuesta asimilar la grandeza de su impacto, pues mientras las imágenes no
muestran ni una sola incisión del cuchillo en el cuerpo de la víctima, son las
sangrantes cuerdas del compositor las que toman conciencia de la fisicidad del
crimen y apuñalan psicológicamente al espectador, desafiando su percepción
durante 48 estacadas que podrán no verse, pero se sienten como tales gracias a
la música.
Herrmann,
como en tantas ocasiones, demostró los muchos trucos que puede esconder la
música cinematográfica e hizo, prácticamente, de “Psicosis” la obra maestra que
cambió para siempre el cine americano. (David Serna)
Del
mencionado CD de Joel McNeely, siendo de sobra conocido el tema de los créditos
iniciales y el del asesinato en la ducha, nos vamos a quedar en esta ocasión
con otros dos temas preciosos, el primero titulado “La ciudad” y el segundo “La
tentación”.
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