“A
los nativos les disgusta la velocidad, como a nosotros el ruido…”, reza una de
las frases del relato autobiográfico “Memorias de África” (Out of Africa) de
Isak Dinesen, seudónimo de la escritora danesa Karen Blixen. La película de
Sydney Pollack, con guion del escritor Kurt Luedtke, adapta el libro escrito en
1937, sumándole material adicional de otra obra que Dinesen publicó en 1960,
“Sombras en la hierba”, y recoge en el metraje esa lentitud que la autora
asignaba a la vida en el continente africano. Sin embargo, no fue ruido lo que
compuso el maestro británico John Barry, que supo captar la belleza e
inmensidad del África como pocas veces ha logrado un compositor cinematográfico.
Y siendo una banda sonora relativamente corta, lo que sí acordaron Pollack y
Barry fue jugar con los silencios y los sonidos de la naturaleza.
“…Era
importante no saturar la película de música”, recordaba Barry. “Únicamente
escribí 35 minutos de música para Memorias de África, lo que contrasta
con los 90 minutos que compuse para Bailando con lobos, y sin embargo
parece una banda sonora larga. Esto se debe a la precisa dirección de Sydney,
que me proporcionó instrucciones específicas acerca de dónde debía insertarse
la música. A los dos nos encantan los silencios y los sonidos de África (los
gritos de los animales, el silbido del viento, el crepitar del fuego cuando se
incendia la granja), que sugieren la inmensidad del continente. No queríamos
que la música impidiera oír aquellos sonidos.
Su
trabajo se llevó el Oscar a Mejor Banda Sonora Original en la entrega de la
Academia de 1986, venciendo a El color púrpura de Quincy Jones, Silverado
de Bruce Broughton, Único testigo de Maurice Jarre y Agnes de Dios
de Georges Delerue, y Barry, siempre autocrítico, expresó su sorpresa ante el
galardón, mientras sostenía que no lo merecía ya que no había escrito más de 35
minutos de música para las dos horas y media que duraba la película. Sin
embargo, es el medido empleo de la música lo que le garantiza el efecto preciso
en el plano narrativo y emocional y su inmediato éxito.
Cuando
Pollack se reunió con Barry por primera vez, le transmitió su visión musical:
quería que la banda sonora se estructurara sobre melodías autóctonas africanas,
como una forma de enmarcar geográficamente la historia. Pero el compositor
rechazó la idea y le sugirió que lo mejor sería ir por algo mucho más elemental
y poderoso: la música debía marcar la emoción de los personajes. El paisaje,
siempre podría hablar por sí mismo. Pollack se rindió a la apuesta de Barry, y
su enfoque demostró ser una de las decisiones dramáticas más astutas e
inspiradas de su carrera.
“A
la hora de trabajar con directores de cine, es importante tener la capacidad de
sorprenderlos; no puedes hacer simplemente lo que ellos te piden. Por eso me
gusta trabajar con directores como Sydney Pollack o John Schlesinger. Los
buenos directores se alegran cuando ven que has añadido algo fresco y valioso a
lo que te habían pedido; en una película siempre hay pasajes en los que una
buena banda sonora puede contribuir a la narración de la historia. Lo más
importante es encontrar tu propio sonido como compositor cinematográfico, no
sólo en lo referente a la orquestación sino también en lo que respecta a los
elementos armónicos y melódicos”.
Para
Barry, Memorias de África requería una banda sonora lírica, majestuosa y
romántica: “El director, Sydney Pollack, hizo hincapié en la importancia de
usar la banda sonora para establecer un vínculo emocional con el público. El
riesgo radicaba en que nos limitáramos a usar una música majestuosa y a
interpretar los paisajes. Utilicé el mismo enfoque en esta película y en Bailando
con lobos: seleccioné dos temas principales y utilicé el resto como
refuerzo dramático. Intentaba imaginar lo que veía y pensaba el personaje, y
componía una música que reflejara sus sentimientos. En la primera escena de la
película, en la que se ve a Karen de pie en la parte posterior del tren, suena
un fragmento musical que sugiere el clima y el misterio del lugar. Para esta
pieza musical traté de imaginarme el modo en que las personas de aquel tiempo
debían percibir el continente africano. A continuación irrumpe el tema de
Karen, y aquí fue cuestión de componer una música que resultara muy melódica y
memorable, con una poderosa resonancia emocional que ubicara firmemente al
personaje en el corazón del film. Sydney me había advertido de que la historia
no tenía una trama propiamente dicha: ‘Se trata simplemente de dos personas’.
Por ese motivo resultaba fundamental que la música dramatizara las emociones de
ambos personajes”.
Hay
algo en la película que hace que nos importe lo que está pasando: la música de
John Barry. Su tremenda capacidad para sublimar la belleza no se queda en los
paisajes, sino que se mete en la angustia de Karen Blixen, a la que dota de su
propio tema, con especial énfasis en las maderas y el piano, dividido en tres
movimientos a lo largo del film, y que en la edición discográfica denomina “I’m
Better at Hello”, “I Had a Compass from Denys”, y “If I Know a Song of Africa”.
A su vez, busca crear un dramático contraste contraponiendo la tranquila
intimidad del tema de Karen con la mayor extensión del tema de la Granja y, de
esta forma que parece tan simple, apuntala la película, eligiendo lo emocional
por sobre lo ambiental, el interior por sobre el exterior.
A
veces, era Pollack quien aportaba su visión y Barry la aceptaba y la
incorporaba a su propia conceptualización musical. En un primer acercamiento a
la espléndida secuencia del safari, que transmite la atracción mutua que
sienten Karen y el cazador Denys Finch Hatton (Robert Redford), Barry había
compuesto un tema majestuoso que iba apagándose a medida que avanzaba el viaje.
Pollack no quedó satisfecho con la forma en que había rodado las escenas y le
pidió al compositor que invirtiera la música, es decir que empezara más
sutilmente y fuera in crescendo hasta llegar a esa majestuosidad que Barry
había previsto en un principio. “Un requisito fundamental para componer una
buena banda sonora es dar con la escala correcta de la escena, el entorno, el
tamaño, su aspecto, su intimidad”, dijo.
Sin
perjuicio de que, como vimos, no fue el centro de la concepción musical del
film, Barry hizo una breve concesión a los sonidos locales africanos en uno de
los pasajes más sombríos del viaje de Karen, en el tema que denominó “Karen’s
Journey / Siyawe”, incorporando voces étnicas femeninas. Además, también se
incluyen en la banda sonora varias piezas prestadas de música clásica, como el
“Concerto for clarinet and orchestra in A (K.622)”, la “Sonata in A major
(K.331) Rondo alla turca”, la “Sinfonia Concertante in E flat major for violin
& viola (K.364)”, y “Three Divertimenti (K.136,137,138)”, todos de Wolfgang
Amadeus Mozart; y el “Bridal Chorus (Here Comes the Bride) de “Lohengrin” de
Richard Wagner.
Sin
duda, lo mejor de la partitura es el magnífico tema central que Barry denomina
“I Had a Farm in Africa”, uno de los más gloriosos que jamás haya adornado la
pantalla grande, en el que demuestra todo su lirismo y ese “sonido Barry” que
venía consolidando durante años. La melodía principal, una de las más
inspiradas de todos los tiempos, alcanza su culmen durante las escenas del
vuelo en el que Denys lleva a Karen, magistralmente fotografiado por David
Watkin (que ganara el Oscar por su trabajo). Fotografía y música, combinadas y
ensambladas a la perfección, captan con gran sensibilidad los matices y la
majestuosidad de los espacios abiertos africanos, las nebulosas praderas bajo
el sol abrasador de Kenia.
Así
lo recordaba el propio Barry: “En otros pasajes de la película utilicé la
orquestación para reflejar los vastos espacios abiertos de África. En la escena
de la avioneta, este aspecto adquiere una importancia aún mayor. Imaginé que
sobrevolar aquellos paisajes a bordo de una avioneta debía de resultar una
experiencia más espiritual que jubilosa. La escena debía transmitir una
sensación de misterio, un aire de grandeza inefable, de manera que aquí utilicé
las voces. Por otra parte, cuando la avioneta desciende hasta casi rozar el
suelo haciendo que una enorme bandada de pájaros levante vuelo, las imágenes
parecen reforzar la sensación de grandeza. En términos de orquestación, es una
pieza muy clásica, nada sofisticada, con una marcada melodía descendente
interpretada por las violas”.
Memorias
de África, es un canto al salvaje continente y al amor perdido. La pasión y la
nostalgia pintadas como una sinfonía con el toque elegante de un Barry en todo
su esplendor. Una de las obras más resonantes de la exitosa carrera del maestro
británico, de esas que logran mostrar el alma que muchos compositores aspiran a
alcanzar, pero que solo los elegidos consiguen dibujar sobre el pentagrama.
(Eduardo J. Manola)
Os dejamos con el tema principal de la Banda Sonora de “Memorias de África”, a cargo de la FSO (Film Symphony Orchestra), bajo la dirección del maestro Constantino Martínez-Orts.
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