Título
original: The Birth of a Nation. Dirección: David
W. Griffith. País: USA. Año: 1915. Duración: 190 min. Género:
Drama, Bélico, Cine Mudo.
Guión: D.W. Griffith, Frank E.
Woods (basado en una novela de Thomas F. Dixon Jr). Fotografía: G.W. Bitzer (B&W). Montaje: David W. Griffith. Música:
Joseph Carl Breil.
Fecha del estreno: 8 Febrero 1915
(Los Angeles, California)
Reparto:
Lillian Gish, Mae Marsh,
Henry B. Walthall, Miriam Cooper, Mary Alden, Ralph Lewis, George Siegmann,
Walter Long, Robert Harron, Wallace Reid, Joseph Henabery, Elmer Clifton,
Josephine Crowell, Spottiswoode Aitken, George Beranger, Raoul Walsh.
Sinopsis:
Clásico del cine mudo que
narra los acontecimientos más importantes de la creación de los Estados Unidos
de América: la guerra civil, el asesinato de Lincoln, etc. Ha sido tachada de
racista por su glorificación del Ku Klux Klan, pero tiene el mérito de ser la
primera película que cuenta una historia de modo coherente: hasta ese momento
una película era un conjunto de escenas con muy poca relación entre sí. Obtuvo
un enorme éxito en su tiempo.
Comentarios:
En el año 1915, el
cineasta D.W. Griffith firma El nacimiento
de una nación, película universalmente recordada tanto por su excelencia
técnica como por su polémica apología del aterrador Ku Klux Klan. Más de 100
años después de su estreno, la cinta sigue siendo un foco inagotable de vívida
polémica. Las preguntas indescifrables que suscitan los sesudos análisis que de
esta obra se han hecho se cuentan por cientos.
¿Qué hay realmente detrás
de la concepción de esta película? ¿Es posible (o deseable) abstraerse de su
explícito discurso racista y ultraconservador? ¿Qué impacto tuvo en la sociedad
norteamericana de la época? ¿Se puede decir que El nacimiento de una nación es, de facto, una obra maestra? Por
descontado, yo no tengo la respuesta definitiva a ninguna de estas preguntas,
pero si me cedes unos minutos de tu tiempo, te regalo estas líneas que componen
mi visión particular al respecto.
Teniendo en cuenta la
larguísima duración de la película, no es de extrañar que su estructura esté
dividida en dos partes. La primera comienza con los prolegómenos de Guerra de
Secesión Norteamericana y termina con el asesinato del presidente Abraham
Lincoln a manos del actor John Wilkes Booth. La segunda recorre los años
posteriores a la guerra y los procesos de reconstrucción que se pusieron en marcha
para reintegrar a los Estados del Sur dentro de la Unión. Cuando se recuerda El nacimiento de una nación, a menudo se
sitúa el foco en el tercio final, donde se desarrolla la mayor parte del
contenido polémico y flagrantemente racista de la película. Sin embargo, la
primera hora de este filme es un producto totalmente alejado de los delirios
segregacionistas del desenlace.
La primera parte de la
cinta cuenta el antes, el durante y el después de la guerra desde el punto de
vista de dos familias, los Stoneman (nordistas) y los Cameron (sudistas), que a
pesar de su estrecha amistad y cariño mutuo se ven obligados a luchar en bandos
contrarios durante la contienda. Acompañada de delicados acordes musicales que
flotan a modo de aureola celestial sobre los espacios de lirismo esculpidos por
Griffith, la película nos introduce a personajes tremendamente humanos, que
viven sus livianas preocupaciones ajenos al horror que se cierne sobre sus
vidas. Estos momentos iniciales suponen un delicioso exponente de costumbrismo,
que nos acerca con cuidado mimo a las realidades más cotidianas de sus
personajes.
Insisto en que, a pesar
de incurrir en algunos estereotipos raciales propios de la época, esta primera
parte nada tiene que ver con la epopeya ultra-racista de los compases finales
de la cinta. El primer tercio se centra principalmente en el drama humano que
supuso la Guerra Civil, que enfrentó a amigos contra amigos y se cobró más de
medio millón de muertes. El cometido principal del inicio del filme es denunciar
los horrores de la guerra (es innegable, no obstante, que incluso en este
pasaje, la película hace gala de una notoria deferencia por el bando sudista).
Los primeros compases de
esta obra son, en definitiva, un excelente producto que eleva las mayores virtudes
del séptimo arte hasta terrenos vírgenes e inexplorados en aquella temprana
época y redefinen el arte de contar historias.
El 9 de abril de 1865, el
general confederado Robert E. Lee firma en el condado de Appomattox (Virginia)
la rendición definitiva de los ejércitos del sur (episodio que es breve y
brillantemente retratado en la película) marcando el final de la guerra. El
cese de las hostilidades marcó el inicio de la llamada reconstrucción, plan
orquestado por el presidente Abraham Lincoln para reintegrar a los territorios
secesionistas en la Unión. La visión magnánima y benevolente de Lincoln hacia
los vencidos, que contemplaba el armisticio y la concesión de la ciudadanía a
los excombatientes sudistas, chocaba frontalmente con la visión del ala radical
de su partido, encabezada por Thaddeus Stevens, que exigía tratar a los Estados
del sur como «territorios conquistados».
Si bien al principio se
impuso la visión del presidente, este fue asesinado poco después del final de
la guerra, y los poderes de la presidencia recayeron sobre el demócrata Andrew
Johnson. A pesar de que Johnson siempre trató de mantener vivo el legado de
Lincoln, las políticas llevadas a cabo en el sur por el nuevo mandatario fueron
más tajantes y severas de las que seguramente habría promulgado Lincoln si
hubiera vivido hasta el final de su mandato. Estos procesos de reeducación
fueron vistos como un ultraje y una humillación por buena parte de la población
del sur. Los principales damnificados fueron los estirados aristócratas y los
dueños de plantaciones de algodón, que tras la guerra se vieron obligados a
liberar a los esclavos y perdieron buena parte de sus fortunas.
Este caldo de cultivo dio
lugar a una corriente literaria e historiográfica denominada narrativa de la
causa perdida (Lost Cause Narrative), que tradujo el descontento de la vieja
aristocracia sudista en un discurso político-cultural, presente en numerosos
escritos y autores de la época, que romantizaba la causa de la confederación y
demonizaba grotescamente a los afroamericanos y a los soldados nordistas.
Esta corriente
historiográfica trataba de desvincular, o al menos de diluir, la asociación
entre la causa confederada y la execrable institución de la esclavitud.
Haciendo uso de un estilo narrativo engalanado y preciosista, estas obras
pretendían narrar la guerra desde el punto de vista del sur. Sin embargo, esta
narrativa supuso un ejercicio desesperado de revisionismo histórico que intentó
reescribir los hechos acontecidos durante la segunda mitad del siglo XIX sobre
un lienzo de falsedades que, por desgracia, dejó honda mella en el imaginario
colectivo estadounidense.
De hecho, Woodrow Wilson,
el que fuera presidente de Estados Unidos entre 1913 y 1921, fue uno de los
autores más notorios de esta corriente debido a la publicación de su libro A history of american people (1901),
donde ofrecía una visión histórica que se alineaba claramente con la narrativa
de la causa perdida. También sería Wilson el que organizaría un pase exclusivo
de El nacimiento de una nación en la
Casa Blanca.
Es innegable que El nacimiento de una nación es partícipe
explícito de esta nociva narrativa. La película no solo glorifica la causa
confederada, sino que además perpetúa innumerables estereotipos grotescamente
falsos e insultantes hacia la comunidad negra y justifica las terroríficas
acciones del Ku Klux Klan, una secta racista, protonazi y asesina. Todo el
valor que tiene la carga costumbrista e intimista de la primera mitad de la
película se diluye en el tercio final en un delirante baile de falsedades
históricas, mentiras flagrantes y apología del supremacismo blanco.
A pesar de las pioneras
técnicas empleadas en el rodaje de la batalla final, que introdujeron
rompedores arquetipos argumentales y líneas de lenguaje cinematográfico
imposibles para la época, es una difícil tarea la de abstraerse por completo
del abominable y vomitivo mensaje con el que Griffith martillea una y otra vez
la pantalla. Porque ni siquiera es una cuestión de contextualizar la época en
la que se hizo la película, pues la moraleja filofascista de esta cinta era tan
polémica y rechazable ayer como lo es hoy.
Sin embargo, creo que si
tenemos en cuenta el hecho de que D.W. Griffith nació en el Kentucky de la
posguerra (en 1875), en pleno proceso de reconstrucción, podremos entender la
concepción que hizo de esta obra no tanto como un ejercicio de odio irracional
sino como un reflejo de la triste realidad social de aquel contexto geográfico
y político. De hecho, el propio Griffith sintió que su obra había sido
malinterpretada, lo que le llevó a realizar Intolerancia
(1916), que es un relato pacifista y buenista con el que el director trató de
sacudirse la etiqueta de racista sureño que le había granjeado su anterior
cinta. Además, unos años antes Griffith había dirigido el cortometraje La rosa de Kentucky (1911), donde
condenaba explícitamente las prácticas violentas del Ku Klux Klan. La figura de
Griffith sigue estando, por lo tanto, envuelta en un enigmático halo de
misterio y contradicciones.
A pesar de las controversias y del deleznable mensaje que
impregna el final de la película, creo que sería un acto de deshonestidad
irracional y puritana desechar por completo los numerosísimos méritos del
filme. Tanto por su íntima, lírica y brillante primera parte, como por sus
irrepetibles logros en el apartado técnico, su puesta en escena, sus
deslumbrantes decorados, su sobrecogedora música y sus sorpresivas escenas de
acción, El nacimiento de una nación
es, sin duda alguna, una gran obra maestra y uno de los mayores hitos de la
historia del cine. En cuanto a su aterradora y bochornosa semántica racista,
que quede para siempre como un recordatorio de los siniestros lugares hostiles
de los que provenimos y a los que no debemos, bajo ningún concepto, retornar. (Carlos
Portolés)
Recomendada.
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