Título original: The Elephant Man. Dirección: David Lynch. País: USA. Año: 1980. Duración: 125
min. Género: Drama.
Guión: David Lynch, Eric
Bergren, Christopher De Vore. Fotografía:
Freddie Francis. Música: John Morris. Maquillaje: Christopher Tucker. Montaje: Anne V. Coates. Vestuario: Patricia Norris. Producción: Stuart Cornfeld, Jonathan
Sanger, Mel Brooks.
Mejor Película Extranjera
en los Premios César 1981. Mejor Película en los Premios BAFTA 1980. 8
nominaciones a los Oscars 1980. 4 nominaciones a los Globos de Oro 1980.
Fecha del estreno: 31 Marzo 1981 (España).
Reparto: Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bancroft, John Gielgud, Wendy Hiller,
Freddie Jones, Dexter Fletcher.
Sinopsis:
A finales del siglo XIX,
el doctor Frederick Treves descubre en un circo a un hombre llamado John
Merrick. Se trata de un ciudadano británico con la cabeza monstruosamente
deformada, que vive en una situación de constante humillación y sufrimiento al
ser exhibido diariamente como una atracción de feria.
Comentarios:
El hombre elefante es una película capital dentro de la cinematografía de David Lynch, un salto cualitativo tan inesperado como asombroso que, sin arrinconar del todo a aquel cineasta experimental de su etapa estudiantil, le sirvió para demostrar la capacidad que tenía también para moverse dentro de la industria comercial con un filme de corte más clásico y tremendamente humanista que estaba destinado a un público mayoritario. No en vano el filme obtuvo 8 nominaciones a los Oscar, aunque por desgracia no consiguiera llevarse ninguno. El proyecto llegó a sus manos de manera imprevista a través del director Mel Brooks que, fascinado por su ópera prima Cabeza borradora (1977) decidió arriesgarse y darle una oportunidad al joven e inexperto cineasta al que apodó como «el James Stewart de Marte». Posteriormente, para que la gente no asociara la película con su fama de cómico y tuviera una idea equivocada de lo que iba a presenciar, Brooks decidió retirar su nombre de los créditos.
La historia de El hombre elefante está inspirada libremente en la historia real de Joseph Carey Merrick (conocido por todos como John), un hombre inglés nacido en Leicester en el año 1862 que padecía una rara y severa deformidad física. Su corta vida, murió a los 27 años, es la base de este relato, al igual que dos obras publicadas sobre su persona, «El hombre elefante y otras reminiscencias» (1923) de Sir Frederick Treves y «El hombre elefante: un estudio sobre la dignidad humana» (1973) de Ashley Montagu. En cambio, la película no tiene nada que ver con la obra de teatro de Bernard Pomerance que se representaba durante esa misma época. Pese a contar con un referente real, el guion de la película ficciona por completo la vida que tuvo Merrick en pos del desarrollo melodramático de la acción, incluyendo muchos episodios que nunca sucedieron.
El hombre elefante es un filme que ahonda en las mismas obsesiones de siempre del cine de David Lynch, eso sí, dejando de lado el tono experimental/surrealista que únicamente reserva para las secuencias de apertura y cierre (que los productores quisieron eliminar). En la primera vemos a una mujer gestante que es atacada por unos elefantes, es una escena onírica y en tono de pesadilla que nos remite a los primeros trabajos del autor y que sirve para dar una explicación «lógica» a la deformidad física del protagonista, al menos eso es lo que cuentan en la barraca de feria al inicio del espectáculo. En realidad, no se supo hasta muchos años después cuál era la condición genética que padecía Merrick, tras diversos análisis posteriores de su ADN se especuló con una neurofibromatosis (NF) tipo I y, finalmente, con el síndrome de Proteus.
Para la escena final en el que aparece el rostro de la madre de Merrick mediante unas transparencias sobre el universo, imagen que anticipa momentos que se repetirán en Twin Peaks y otras obras del autor, Lynch emplea el poema «Nada morirá» de Alfred Tennyson sobre los acordes del impresionante «Adagio» de Samuel Barber. La decisión de dormir acostado como un hombre normal (algo que no podía hacer por el peso de su cabeza) otorga a Merrick, hombre/personaje, un final de tragedia shakespeariana para elevarlo a la calidad de mito. Entre esas dos escenas donde Lynch da rienda suelta a su capacidad visual «más raruna», tan solo hay otra escena que simboliza un sueño en la que se aparta de una narrativa más académica y, si se quiere, convencional para lo que nos tiene habituados, pero que está repleta de detalles maravillosos que la convierten en una joya imperecedera.
David Lynch juega con las
expectativas y la curiosidad del espectador a la hora de mostrar el rostro de El hombre elefante. Es un símil de lo
que hace el malvado Bytes (Freddie Jones) en la feria para que la gente pague
por verlo. Por eso tarda 14 minutos en mostrarlo por primera vez a través de
los ojos de asombro y piedad del Dr. Frederick Treves (Anthony Hopkins), uno de
los planos más bellos que tiene la película donde la cámara se acerca
ligeramente al doctor para hacernos partícipe de sus emociones más profundas.
Pero para nosotros aún seguirá siendo una sombra, una silueta recortada en
claroscuro a través de una cortina de hospital o reflejada en una pared, un
monstruo que esconde su rostro bajo una capucha de tela. Así irá tomando forma
en nuestra imaginación como si estuviéramos en una película de terror hasta que
pasada la media hora de proyección lo vemos mediante el impacto de horror que
le produce a una enfermera cuando entra en su habitación. En cambio, para
nosotros el terror termina ahí y empezamos a ver al hombre.
Hasta entonces, Lynch
despliega todos los recursos expresionistas de la apabullante fotografía en
blanco y negro de Freddie Francis, una obra de arte en sí misma. Las escenas de
la feria se inspiran en La parada de los
monstruos (Tod Browning, 1932), vemos el rótulo «Freaks» que aparece en el
centro de un plano, mientras que el recorrido que hace el doctor por los
pasillos de la feria hasta la barraca donde está expuesto Merrick (John Hurt)
como un animal, parece una escena de filme de terror producido por la Hammer.
Más allá de la ambientación victoriana de los interiores, las calles nocturnas
que filma Lynch son las mismas que había en Cabeza
borradora, la misma ciudad decrépita e industrial de su época de estudiante
en Filadelfia que tanto le marcó. El sonido vuelve a ser envolvente, irreal,
descriptivo, mientras sobresale la banda sonora a ritmo de carrusel compuesta
por John Morris que ayuda a recrear una atmósfera decadente de tradición
felliniana.
En la segunda mitad de El hombre elefante todo cambia. A los 40
minutos descubrimos que Merrick puede hablar y comunicarse como una persona
normal y, no solo eso, su sensibilidad e inteligencia están por encima de la
media. El filme vira hacia el melodrama para que Lynch nos hable de nuevo sobre
la monstruosidad y la enfermedad, pero no se refiere solo a la física sino a la
inherente a la propia condición humana. Por ejemplo, los personajes de Bytes o
del celador son un nítido reflejo de la podredumbre moral de los hombres,
mientras que tenemos como antagonistas al Dr. Frederick Treves o Mrs. Kendal
(Anne Bancroft) que parecen tener la humanidad suficiente para ofrecerle algo
de paz y felicidad a alguien que no estaba acostumbrado a ser bien tratado por
los demás.
Pero no todo es blanco y
negro en la película, incluso el propio Dr. Treves duda de sí mismo cuando le
pregunta a su esposa: «¿Soy un buen hombre? ¿O un hombre malo?». ¿Qué le llevó
a acudir aquella noche a la barraca de feria o a exponerlo después ante la
comunidad científica? ¿Existen diferencias? Está claro que el médico es un
hombre que busca redimirse con el trato que posteriormente dispensa al enfermo,
pero Lynch hace un retrato poco halagador de la aristocracia y del género
humano en todas sus vertientes. La bondad y el mal, junto a todos sus grises
intermedios.
Cuando Merrick era tratado
como un animal la gente pagaba por verlo en la feria, pero cuando luego
adquiere cierta notoriedad ante la opinión pública, son otros los que acuden a
visitarlo para tomar el té con él para poder demostrar generosidad y compasión,
aunque en realidad es un acto de hipocresía totalmente egoísta que les permite
mantener el estatus de su propia imagen (máscara) ante los demás, pero por
dentro siguen viendo a Merrick como un monstruo, tal como muestra esa mujer a
la que le tiemblan las manos al sujetar una taza. Es por eso, que las
reflexiones de la película son mucho más complejas de lo que aparentan si
miramos la película de manera superficial.
El hombre elefante es una Obra Maestra que
no ha perdido ni un ápice de su capacidad de emocionar con el paso del tiempo,
por muchas veces que la veas es imposible no llorar. Además de los temas
expuestos, Lynch insiste en otro, menos evidente, pero de igual calado en su
cine como es el poder de la imaginación, de la creatividad del artista. Es por
eso que el director consigue identificarse tanto con una historia que, a
priori, podría parecer ajena a su mundo habitual. Lo vemos muy claro cuando
Merrick se dedica a construir con piezas de cartón la iglesia St. Philips de la
que puede ver la torre a través de la ventana del hospital. Sí, es una metáfora
sobre su propia vida (rota por unos indeseables, una y otra vez, y vuelta a
reconstruir al final), pero el detalle de que pueda construirla entera sin
poder verla por completo es una forma de hablarnos del poder que tiene el
artista en la creación de vida a través de su imaginación (esas mismas ideas
están presentes en sus cortos y primeras obras).
Es por eso que cuando
Merrick asiste por primera vez al teatro alcanza su plenitud como persona. La fantasía
es la vía de escape definitiva de la vida real que te toca vivir. Lynch
superpone las imágenes de la obra representada en el escenario sobre la mirada
del hombre que observa desde el palco con el mismo asombro de un niño. Es
increíble la interpretación que realiza John Hurt bajo esos quilos de
maquillaje que le obligaban antes de rodar a permanecer de siete a ocho horas
diarias para aplicárselo más otras dos horas para quitárselo al final de cada
jornada. El resto del reparto también está brillante, en especial, un contenido
Anthony Hopkins, pero también Anne Bancroft, John Gielgud (como Carr Gomm),
Freddie Jones o Hannah Gordon (como Mrs. Treves), están estupendos.
Para el recuerdo quedarán
muchos momentos que serían innumerables aquí, es una película que te mantiene
con el corazón encogido todo el tiempo por lo que cuenta y que alucina
igualmente por su puesta en escena, pero una de las escenas más memorables es aquella
que acontece en la estación de tren y que se diría fue inspirada por el
linchamiento de Frankenstein. Merrick tras ser perseguido y acorralado, grita:
«¡No soy un elefante! ¡No soy un animal! ¡Soy un ser humano! ¡Yo soy un
hombre!». Luego, silencio, no hay nada más que poder decir. El hombre elefante es una Obra Maestra
incontestable y una de las películas de su autor más accesibles por parte de
todo tipo de público. (Luis Tormo)
Recomendada.
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