Título
original: The County (Héraðið). Dirección: Grímur
Hákonarson. País: Islandia. Año: 2019. Duración: 90 min. Género:
Drama.
Guión: Grímur Hákonarson. Fotografía: Mart Taniel. Producción: Coproducción
Islandia-Dinamarca-Francia-Alemania; Netop Films, Haut et Court, ONE TWO Films,
Profile Pictures.
Presentada en la sección
oficial de la SEMINCI (Semana Internacional de Cine de Valladolid) 2019.
Estreno en Sevilla: 26 Junio 2020
Reparto:
Arndís Hrönn Egilsdóttir,
Sigurdur Sigurjónsson, Sveinn Ólafur Gunnarsson, Hannes Óli Ágústsson, Hinrik
Ólafsson, Edda Björg Eyjólfsdóttir.
Sinopsis:
Inga, una agricultora de
mediana edad, se rebela contra la poderosa cooperativa local. Intenta sumar
apoyos entre los demás agricultores del lugar para denunciar la corrupción de
la cooperativa, pero se encuentra con una sólida resistencia que le obliga a
desafiar la relación de dependencia y lealtad que vincula a la comunidad con el
monopolio. Inga tendrá que utilizar todos sus recursos y toda su astucia para
desembarazarse del control de la cooperativa y conseguir vivir de acuerdo con
sus principios.
Comentarios:
Grímur Hákonarson parece
sentirse a gusto en escenarios remotos, tiene un país como Islandia para
justificarse, acompañado de una fauna como macguffin
para confeccionar sus ficciones. Su anterior El valle de los carneros (Hrútar, 2015) lo corrobora y ésta, Oro blanco (Héraðið, 2019), lo
certifica. Se podrían ver como elementos lúdicos, que pareciesen jugar al
despiste sobre la narración cuando lo verdaderamente importante sucede debajo
de la misma. Lo anecdótico disfraza la esencialidad del relato y por esencia
habría que referirse a direccionalidad narrativa, a cómo contar una historia.
La propuesta merece la
pena y aunque el director juegue a ser el titiritero (secuencia de la morgue)
en más de una ocasión, se agradece que vaya de frente. Oro blanco es una película seca y directa, como el carácter de sus
personajes, pero eso no significará que la manera de narrarlo sea igual. Nos
encontramos, de bruces, con el personaje de Inga (Arndís Hrönn Egilsdóttit)
haciendo frente a los problemas de su granja. Tiene que ayudar a una vaca a
parir su ternero. Ya desde el comienzo, la protagonista está delineada en la
génesis del relato cuando la vemos esforzarse para tirar de la cría del bovino.
La tozudez y determinación de Inga la llevarán a sus últimas consecuencias,
poniéndolas en práctica en su lucha por aquello en lo que cree. No hay nada de
deslumbrante en ello, entonces… ¿por qué resaltarlo? Simplemente porque
funciona y eso, hoy en día, es difícil de observar.
Estamos tan anestesiados
por ficciones enrevesadas, que buscan el efecto más inmediato sin importar la
causa, que cuando vemos algo que es (o parece) sencillo de contar como una
línea recta, creemos que no merece la pena seguirla. Y si bien es cierto que el
relato es bastante lineal nos depara alguna que otra sorpresa en su desarrollo.
Ya hemos citado la forma en la cual presenta a su heroína y también veremos
cómo se resolverá su primer punto de giro, cuando se entere del fallecimiento
de su marido, y comprobaremos su anagnórisis: además era un delator para la
Cooperativa. La revelación es una herramienta clave en el arco narrativo de un
actante. Su mundo se tambalea, entra en crisis. La idea del suicidio va
cobrando forma en su mente, o por lo menos se hace más patente que antes,
cuando un policía se la puso sobre la mesa e Inga se mostraba incrédula. Es la
primera réplica de muchas otras que irán apareciendo en la historia. Maneras
directas que anuncian un trayecto quizá no tan directo: la conquista de una
independencia. El individuo frente al sistema. Inga vs la Cooperativa.
La narración asume esta
forma indirecta de dos maneras diferentes para otorgar a la película su
condición de obra audiovisual. La consciencia de enfrentarse a un corpus
fílmico clásico. Hay mucho de ruptura, y por tanto de desafío, en la elección
del clasicismo para poder dinamitarlo después, desde sus entrañas. Los primeros
ejemplos indirectos que sobresalen son las más revolucionarias, aquellos que no
se ven pero se oyen, la construcción del fuera de campo «burchiano». El primero
sería cuando Inga destrozada por la pérdida, malgasta sus noches en vela viendo
y escuchando películas. El primer remanente «bretchtiano» de la película
aparece cuando sabemos que el destinatario de esas imágenes es Inga pero no
estamos tan seguros del destino de su diálogo, aquello que está escuchando no
va dirigido al personaje sino que, traspasando la cuarta pared, parece ir hacia
el espectador. Se torna necesario resaltarlo:
— ¡Tu
abuela!
— ¡Apártate
de mi camino!
— ¿Cuál
es tu problema? No estoy haciendo nada malo.
— Ella
tiene 15 años, vas a ir a la cárcel.
— Solamente
estábamos…
Habría que quedarse con
esa “abuela” y esa forma de responder, de actuar, ante la situación. Concisión
y decisión que bien podrían anunciar la aptitud que tomará la protagonista a
partir de ese momento, en principio anodino, carente de toda espectacularidad,
pero que al mismo tiempo desarticula poderosamente la propuesta misma de la
función desnudándola hasta su misma esencialidad. Inga es una mujer de mediana
edad y también es abuela y está decidida a ir a por todo y a por todos.
Pero dejamos el off, un
tanto etéreo por su menor capacidad retentiva si uno no está atento, para
centrarnos en el on. Aquí el espectador no tiene excusa alguna ya que el
protagonismo de una imagen es un elemento corpóreo absoluto. Después de que
Inga sepa que su marido ha sido un chivato para la Cooperativa y ser testigo de
sus tejemanejes, como que la hayan cerrado su cuenta por equivocación porque
estaba a nombre de su marido, hay una secuencia donde ella manipulando el abono
se queda contemplando, literalmente, como va cayendo. La protagonista lo tiene
claro, va a tener que remover mucha mierda para conseguir lo que quiere. ¿Lo
conseguirá al final? Seremos testigos de una victoria pírrica. Inga conseguirá
que se apruebe entre los ganaderos una cooperativa dentro de la Cooperativa
para que se produzca una competencia sana y deje de tener el monopolio pero a
cambio pagará un precio por la desobediencia: será expulsada de su granja por
impago. Con un plano, que nos puede recordar al Satyajit Ray de La canción del camino (Pather Panchali,
1955) cuando la serpiente entra sigilosa en el territorio del hombre, en su
casa, cuando la naturaleza regresa a conquistar lo civilizado, de igual manera,
las vacas regresan a campar libres por el prado islandés.
Momentos indirectos que
nos recuerdan algo que quizá tenemos olvidado, y es que el valor de una
película reside en su relato, o mejor dicho, en la construcción de ese relato.
Existe un porqué y el espectador, tarde o temprano, tiene que descubrirlo. Esa es
su responsabilidad como testigo, de entablar un dialogo con la película, y si
no que podría ser ese plano final con Inga conduciendo por una carretera recta,
escapándose de las garras del sistema, siendo libre quizá por primera vez en su
vida. Retornamos a la línea recta representada en esa carretera como huida al
final de la diégesis pero también como tumba al principio de la misma, cuando
el marido de Inga se suicida. Rectas vs curvas, maneras de ver las cosas. (José
Amador Pérez Andújar).
Recomendada.
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